La última temporada cuenta algo que pasó en la vida real. No lo consiguió Dinamarca ni Brigitte Nyborg, la heroína de la serie.
Fue un partido Inuit (originarixs de Groenlandia) quien frenó la explotación petrolera en Groenlandia, la segunda reserva hídrica después de la Antártida.
La ficción muestra que hasta las democracias más amables se deforman cuando aparece la mentira. Las personas se doblan como se retuercen los hierros. Por la ambición de poder. Por la ilusión del dinero.
En la serie (en la vida real también) encuentran un manantial de petróleo. En los 90, el US Geological Service descubrió miles de millones de barriles bajo el Ártico. Hicieron experimentos, todo se frenó en 2021.
La ilusión se convirtió en un delirio. Los icebergs sudan sin destino, cambian su forma hasta convertirse en parte indistinta del agua en la que se fundió.
En el Ártico la gente ya no sabe ni dónde vive. El territorio cambia. Desaparece el hielo marítimo y el de los glaciares. En ningún lugar del mundo el cambio climático impacta tanto como en el Ártico.
Otra de la vida real: Dinamarca acaba de poner un impuestazo -el más alto del mundo- a las emisiones de CO2 realizada por todos los sectores de la economía. Misión: reducir un 70% las emisiones de aquí a 2030.
En la ficción, Brigitte se deconstruye. Sus certezas desarrollistas se retuercen como hierro al escuchar los argumentos de su hijo, convertido en militante ambiental y vegano.
Se terminó el petróleo en Groenlandia pero no se terminaron las explotaciones en el Ártico. Noruega, otros de los países nórdicos, sigue empeñada en extraerlo. Fijate cuál es la empresa líder que quiere hacer offshore en Mar del Plata, de dónde viene.
Pero la idea del hoy es más fuerte que la del mañana. Mañana es un concepto abstracto. ¿Por qué los países quieren más y más petróleo aún sabiendo que los daños son irreversibles? Mañana es ahora.