¿Por qué cuando se cumplen 100 años de su nacimiento vamos a verlo al cine y nos emocionamos con sus películas? ¿Cuál es la vigencia de Mamma Roma? ¿De qué nos habla 60 años después?
Pasolini empieza a filmar en el ocaso del neorrealismo, un movimiento que había salido de los grandes estudios y llevado las cámaras a las calles, a las personas de a pie: las grandes estrellas junto al pueblo.
Pasolini es hijo de esta tradición. Sin embargo, logra un corrimiento sutil: sus personajes no solo están rotos como los del neorrealismo, sino que están corridos de los deseos correctos, son desclasados, egoístas.
La de una prostituta de pueblo que intenta dejar el oficio para reencontrarse con su hijo Ettore y llevárselo a vivir a un barrio suburbano de Roma. Un reencuentro entre dulce y torpe.
Mamma Roma tiene esperanza: edifica en medio de su miseria, de sus noches de prostituta, de sus peleas de los pelos con el fiolo Carmine, el deseo de una vida diferente para su hijo adolescente
Ese deseo sencillo pero universal es la columna vertebral de la película pero también de una época: los hijos como modo de superación, de trascendencia. Pasolini se anima a ofrecerle deseos a su protagonista.
El final de esta película tal vez sea la cima de esos trozos de realidad violenta. El director compone una escena dramática que oscila entre la agonía de Ettore atado a una camilla en la prisión y la desesperación de Mamma Roma.
En la escena final Mamma Roma, envuelta en la desesperación propia de quien ha perdido lo que más amó, corre hacia una ventana y sus vecinos impiden que se arroje al vacío. Magnani y los demás actores miran a cámara.
Es un plano de dos segundos que tiene más fuerza que todos los planos neorrealistas juntos. Unas miradas que nos remiten a la Manifestación de Berni o a la tristeza retratada por Sara Facio de quienes asistieron al funeral de Perón.
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