Crónica

Perfil de Eduardo de Pedro


Wado, el del campo (popular)

Negociador, dialoguista, armador: Wado de Pedro habla con todos. Es la herencia de quien creció en una ciudad chica, tiene más de 30 primos y pasó años trabajando fonéticamente las huellas de la tartamudez. Heredó el tambo familiar que le correspondía a su mamá, asesinada en dictadura. Es hijo de la generación diezmada, sí. Constructor de la identidad política kirchnerista, también. Su primer discurso público fue ante productores agropecuarios, le hizo tackles peronistas al macrismo, negoció la reconciliación con el massismo, escenificó la primera interna con el albertismo. Hoy su nombre está entre los diez más visibles del poder en la Argentina. El clima “wadista” oxigena un panorama electoral tan escéptico como desolador.

—Cada uno de ustedes tiene el bastón de mariscal en su mochila. Tomen la posta. Salgan a la cancha. Militen. Hagan política. 

El 6 de diciembre de 2022, apenas horas después de ser condenada en una causa que desde el comienzo denunció armada, Cristina Fernández de Kirchner cena con una veintena de sus dirigentes más cercanos en Punta Lara. Ya están casi de sobremesa cuando parafrasea a Perón con un tinte futbolero. Entre los comensales hay embelesamiento pero también estupor. Hace un rato, la vieron desistir de cualquier candidatura públicamente y vía streaming. “No voy a ser candidata a nada”.

Wado De Pedro, sentado a la mesa, la escucha atento. Asume desde ese día la tarea de tomar la posta, de empuñar y usar el bastón de mariscal. Se pone a caminar el país. Siete meses después, cuando el anuncio de los candidatos a la carrera presidencial es inminente, la política pausa el escenario de escepticismo general: el clima “wadista” trae aire fresco.  

Wado es hijo de la generación diezmada, sí. Pero también es uno de los diez nombres más visibles de la generación protagonista del poder en la Argentina actual y de los próximos años.

Wado es hijo de desaparecidos. Una identidad arrasadora. Una categoría. Una clasificación tan fuerte, política y emocionalmente, que influye en cómo las otras personas te ven, lo que piensan sobre vos, cómo se sienten frente a vos. Es hijo de la generación diezmada, sí. Pero también es uno de los diez nombres más visibles de la generación protagonista del poder en la Argentina actual y de los próximos años. Es ministro del Interior, ex diputado, ex secretario General de la Presidencia de la Nación, conducción de La Cámpora, tartamudo, quinta generación de productores agropecuarios, reprimido durante el estallido de diciembre de 2001, papá, militante contra el bullying, armador político.

¿Será el candidato presidencial del kirchnerismo? ¿O será Kicillof? ¿Qué pasa con Massa? ¿Habrá PASO? Todo está en análisis y revisión por estas horas. Incluso el sello del Frente de Todos. Ganador en 2019, perdedor en 2021. ¿Será rebautizado? ¿Estará integrado por los mismos que le dieron nacimiento hace cuatro años? 

La ansiedad generalizada busca respuestas definitivas a cada una de esas preguntas. Pero la mayoría de los interrogantes permanece abierto a doce días del cierre de listas. Wado sabe que hay procesos que son eso, procesos. Y él está en el proceso de ser. 

Wado y su yegua Jacinta.

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A mediados de 2002, con la cabeza llena de rulos, se sienta delante de la cámara. Su entrevistador, del equipo de Memoria Abierta, le pide que se presente.

—Yo soy Eduardo De Pedro. Me dicen Wado. Tengo 25 años. Nací el 11 de noviembre de 1976. Estudio abogacía hace dos años y medio… ¿Sigo con…? ¿Tengo que decir ‘soy hijo de’, todo eso?

El 11 de octubre de 1978 casi cien efectivos del Ejército, la Policía Federal y la Gendarmería cercaron dos manzanas de Floresta. Se apostaron con francotiradores en los techos mientras un helicóptero monitoreaba la zona. El grupo de tareas irrumpió con tiros, granadas y gases en el PH al fondo de Belén 335 y se llevó a Lucila Révora, la mamá de Wado, y a su compañero, Carlos Fassano. Ambos integrantes de la organización Montoneros. 

Estuvo poco más de dos meses secuestrado, aún no se sabe dónde ni al cuidado de quién.

Lucila permanece desaparecida desde entonces. No hay una versión definitiva sobre su destino. Un capitán de fragata retirado dijo que fue tirada al Río de la Plata en un vuelo de la muerte. Pruebas judiciales aseguran que murió durante el operativo. Pero este año, un ex gendarme declaró que la mataron en El Olimpo

Un año y medio antes, el 22 de abril de 1977, el padre de Wado, Enrique “Quique” de Pedro, también integrante de Montoneros, había sido asesinado en una emboscada.

“Acá había un camión. Toda la cuadra, hasta la esquina, los azules y verdes. Estaban intercalados. Militares y policías, militares y policías. Yo salí y entraba la policía. Les pedí por favor que no lo mataran. Entonces me dijeron: ‘Quedate. Vamos a bombardear mucho arriba de la cama y le vamos a echar un gas y no lo vamos a matar’”. Quica, la vecina de al lado, vio todo. Ella cuenta que Wado se salvó de la balacera porque Lucila lo cubrió con su cuerpo dentro de la bañera. Los diarios del día siguiente hablaban de “Martín, el chico que se salvó” porque cuando los militares le preguntaron a Wado su nombre él estaba mirando a su vecino, el hijo de Quica, de 12 años, y dijo su nombre: “Matín”. Después de dejarlo unas horas a su cuidado, los militares volvieron a buscar a Wado y se lo llevaron en un Ford Falcon; dijeron que eran sus tíos. 

Estuvo poco más de dos meses secuestrado, aún no se sabe dónde ni al cuidado de quién. Su familia materna, en Mercedes, que se enteró de todo enseguida por el llamado de Quica, decidió jugarse una carta arriesgada para intentar encontrarlo. Sus tíos iniciaron gestiones con los curas del pueblo y llegaron a un comerciante que conocía al “carnicero de El Olimpo” Guillermo Suárez Mason, el genocida a cargo del campo de concentración donde habían llevado a Lucila. Aquel hombre llegó a reunirse con Suárez Mason para pedir por Wado. La familia no indagó más. Y esperó.

El 13 de enero de 1979 sonó el teléfono en la Iglesia de Mercedes. “Tenemos un paquete para la familia Révora”, escuchó el padre Ángelo al otro lado de la línea, seguido de instrucciones para llegar a una estación de servicio en la ruta. El cura avisó a la veterinaria de los Révora antes de salir a buscarlo. “El paquete era yo”, dice Wado. Y entonces ocurrió lo primero que recuerda de toda su vida: sus nueve tíos y tías Révora, parados frente a él, esperando que ese bebito rapado de dos años reconociera a alguno de ellos para asegurarse que sí, que era su sobrino, que era el Pichu, aquel gordito lleno de rulos que habían conocido antes del horror. 

Wado no reconoció a ninguno.

Estela Révora volvió a casa y reunió a sus hijos. Gerónimo, el mayor; Dolores, la del medio; y Juani, el más chico. Tres años, dos años y un año y meses, respectivamente. “Viene a vivir otro hermanito”, les avisó esa noche antes de que vieran entrar a Wado agarrado a un patito amarillo de tela, relleno con telgopor. Así fue y es hasta el día de hoy: Wado tiene tres hermanos, Gerónimo Ustarroz, hoy consejero de la Magistratura; Dolores Ustarroz, contadora, y Juan Ignacio Ustarroz, intendente de Mercedes; dos mamás, Lucila y Estela Révora; y dos papás, Quique de Pedro y Javier Ustarroz. Además de casi una veintena de tíos y tías y más de 30 primos y primas. 

El campo era todo. Conexión con su madre, aprendizaje, linaje familiar, su lugar en el mundo y su fuente de ingresos.

Gerónimo, Dolores y Juan Ignacio no son sus hermanos de crianza ni hermanos adoptivos ni medio hermanos ni primos muy cercanos. Son sus hermanos. En la primaria a veces les preguntaban si Wado y Dolores eran mellizos, porque tenían la misma edad. A ellos les extrañaba la pregunta. Estela es su mamá. “Mi vieja”, dice cuando habla de ella. “Ahí está la mamá de Wado”, la señaló una vecina de Mercedes cuando el 27 de mayo encabezó en su ciudad la reinauguración del tren turístico junto a Sergio Massa.

“Hice muchas veces el duelo”, responde si le preguntan cómo tramitó y tramita aquella historia. Igual que cuando explica cómo enfrentó y enfrenta su tartamudez, en esa frase corta hay un aprendizaje incorporado: procesos que son eso, procesos. No hacés el duelo una vez. No trabajás con tu disfluencia una vez. ¿Qué lo salvó? “Tengo la suerte de tener una familia que me dio el amor necesario”.

Su infancia y adolescencia en Mercedes fueron las de cualquier pibe de pueblo. Saltaba con sus hermanos y amigos por los techos de las casas de alrededor, jugaban a la pelota; él siempre al arco. Con el paso del tiempo, Estela le iba contando de sus padres desaparecidos adaptando las palabras y los detalles según la edad.

A los 14 llegó el momento de hacer la sucesión del campo familiar. En la escribanía, él -en representación de Lucila- y sus nueve tíos. La escena lo impactó. Todos adultos y un pibe heredando lo que hubiera recibido su madre desaparecida. En el reparto le tocó el tambo. El tambo de Lucila. Fantaseó muchos años con mantenerlo de pie. Pero era 1990 y ya impactaban las políticas neoliberales que cuatro años más tarde se llevarían puesto el emprendimiento. “El campo me forjó más serio y preocupado que otros pibes de mi edad. Más consciente de lo que era Menem”, recuerda. De los hermanos, era el que más seguido iba a trabajar al tambo, los fines de semana y los veranos. Acompañaba a su tío Lalo, el veterinario; o a su tío El Gordo; o a su primo Matías, el apicultor. De aquellos años todavía conserva un video que lo muestra empuñando una motosierra para tallar los postes que dieron forma a un corral y también el recuerdo de su primera fractura expuesta en el brazo derecho, cuando andando al galope se comió una rama enorme y terminó en el piso.

“El campo me forjó más serio y preocupado que otros pibes de mi edad. Más consciente de lo que era Menem”, recuerda. 

El campo era todo. Conexión con Lucila, aprendizaje, linaje familiar, su lugar en el mundo y su fuente de ingresos. Cuando tuvo que pagarse el viaje de egresados, carneó su chancha, que era bastante grande, y sacó a la venta su primera producción de chorizos y salames. Pero como cada vez que venía un tío o un primo sacaba uno para darles de probar y compartir, la recaudación fue magra. Se las rebuscaba: viajaba de Mercedes a Munro con un compañero para comprar “vaqueros y camisas” que después vendía a sus conocidos. Todavía no mostraba interés por la militancia ni la política. Faltaba poco.

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Wado se convirtió en dirigente bajo el paraguas del kirchnerismo. Tras la muerte de Néstor y la reelección de Cristina, su rol (como el de toda La Cámpora) creció. Fue diputado nacional, consejero de la Magistratura y secretario general de la Presidencia. Con la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada volvió al Congreso y se dedicó a reconstruir puentes con el resto del peronismo. Su banca, su despacho y el quincho de su casa en San Telmo fueron el escenario de las primeras charlas reservadas que culminarían en la reconciliación con Sergio Massa. El acercamiento lo construyó, en pleno recinto de la Cámara baja, con el massista Raúl Pérez. Empezaron primero cruzando saludos y comentarios amables hasta que un día se tomaron un café. “Era fácil hablar con él porque, al ser criado en el interior, es muy dado, muy gentil. Independientemente de las ideas”, recuerda Pérez. Tan bien se iban desarrollando las conversaciones que un día le dijo: “¿Por qué no hablás con Sergio?”. Y Wado habló.

Terminaron siendo cuatro: Wado, Massa, Pérez y Máximo Kirchner. Se juntaban con regularidad. Wado les amasaba pastas o pizzas en su terraza, adonde una noche se asombraron y preocuparon cuando detectaron que un dron estaba desde hacía un rato sobrevolando esa reunión todavía secreta. Los cuatro se pararon a mirar y señalar el aparato, que rápidamente se alejó. Tal vez fue un niño jugando con un juguete nuevo de noche muy tarde, pero siempre les quedó la duda: ¿los estaban espiando?

Fruto de ese acercamiento, en 2018 llegó el primer tackle peronista al poder del macrismo, la piedra fundacional de la alianza entre el kirchnerismo y el Frente Renovador que perdura hasta hoy y de la que saldrá la potencia del candidato peronista este año. Junto con el massista Pérez, Wado diseñó y ejecutó el plan para arrebatarle a Cambiemos una silla en el Consejo de la Magistratura. Fue solo el primer paso. En los meses siguientes, participó de las negociaciones de Cristina con Massa y con Alberto Fernández que devolverían al peronismo al poder.

El 10 de diciembre de 2019 asumió como ministro del Interior. Su firma ahora está en los DNI. “Es una buena vuelta de la vida”, reflexiona. Y aunque lamenta que el garabato no quedó como a él le hubiera gustado, lo gratifica saber que esa semana en la que casi deja el Gobierno aumentaron exponencialmente los pedidos de DNI. Muchos y muchas no querían perder la oportunidad de tener el suyo firmado por Wado.

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Entre 1995 y 1997 hubo un punto de quiebre (otro más) en su vida. Pesadillas constantes, arranques de furia, peleas, una charla profunda con su tío Cucho sobre qué había sido Montoneros, la llegada a Buenos Aires para estudiar y trabajar en el Sindicato de Judiciales (como Quique), el aniversario de los 20 años del golpe, los libros que empezaba a acumular en su biblioteca, la marcha multitudinaria del 96. 

Todo junto hizo un click que se tradujo en investigar con frenesí la historia de sus padres y la suya propia. Se cambió de Administración a Psicología, la carrera que estudiaba Lucila, adonde aprendió que “era muy necesario fortalecer la identidad y atravesar el duelo”; fue a tocar timbre a la casa de donde se llevaron a su mamá; conoció a la vecina Quica, que le contó cosas sobre su vida ahí y la noche en la que se llevaron a Lucila; buscó a sus compañeros y compañeras de militancia, los escuchó para conocer a sus padres a través de otras miradas; se acercó a H.I.J.O.S., empezó a colaborar en Abuelas y se obsesionó con buscar al hermano o hermana que tal vez había nacido de ese embarazo casi a término de Lucila cuando se la llevaron. Llegó hasta una compañera de cautiverio de su mamá que le dijo: “La vi muerta y acribillada”. Con ese testimonio, corrió a hablar con la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto: “Ya está. Me dijo que la vio muerta”. Tuvo un momento de alivio fugaz cuando encontró esa certeza. Pero duró poco. “Estela respondió: no, nosotros buscamos siempre, porque igual hacían los partos. No se sabe”. En el Banco Nacional de Datos Genéticos todavía hay una muestra de Wado.

A la par de su revolución personal, esos años sentaron las bases de su pensamiento político. Pasó muchos fines de semana encerrado en el departamento de estudiante en CABA, sin volver a Mercedes, para leer textos y autores que algunos de sus compañeros de H.I.J.O.S. tenían recontra vistos. Dejó también la carrera de Psicología. Para el 2000 ya estudiaba Derecho en la búsqueda de las herramientas jurídicas y legales que revirtieran las leyes de impunidad vigentes. En febrero de ese año participó del escrache a Alfredo Astiz en el juzgado de Claudio Bonadio, en Comodoro Py. Él y sus compañeros querían denunciar que el torturador y desaparecedor seguía libre gracias a las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Astiz no estaba en el banquillo por sus crímenes, sino por reivindicarlos en una entrevista que le había hecho Gabriela Cerruti en Tres Puntos. Ese reportaje le valió su destitución de la Armada. 

Wado y otros integrantes de H.I.J.O.S. se pasaron la noche en vela, pintando con fibrón remeras blancas con la leyenda “cárcel al torturador”. Cuando amaneció, se las pusieron debajo de prolijas camisas. Llegaron a Comodoro Py y anunciaron que eran estudiantes de derecho y que un profesor les había dado la tarea de presenciar la audiencia. En cuanto Astiz entró a la sala, uno de ellos gritó: “¡Ahora!”. Fue icónico y tumultuoso. Se sacaron las camisas, empezaron a gritar, a insultarlo y a cantar. El tribunal ordenó desalojar la sala. La imagen de esa acción dio la vuelta al mundo.

Ese paso por la facultad a los 24 años terminó de abrirle la puerta a la militancia partidaria, más allá de los organismos de Derechos Humanos. En esos años Wado se hace kirchnerista, aunque todavía no sabía quién era Néstor Kirchner. El kirchnerismo aún no era una identidad política. El y sus compañeros ayudarían a moldearla en los próximos años. 

En la facultad conoció a Mariano Recalde (que ya había terminado la carrera y era docente suyo en Derecho del Trabajo, materia en la que lo mandó a final), Santiago “Patucho” Álvarez, Julia Mengolini, Franco Vitali, Paloma Ochoa, Norberto Berner, Gabriela Carpineti y Ernesto Kreplak, entre otras figuras que hoy tienen injerencia pública. Fueron los años de la militancia universitaria en NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas), de la acumulación de derrotas electorales en el centro de estudiantes, de la toma del bar de la facultad al que rebautizaron “El Barato” -por sus precios- (y adonde Juan Grabois llevaba a almorzar a los cartoneros que estaba organizando) y de la articulación con Juventud Presente, de Andrés Larroque, y con una agrupación estudiantil de Económicas que para ellos funcionaba como ejemplo y espejo: TNT (Tontos pero No Tanto), de Axel Kicillof, Augusto Costa, Cecilia Nahón, Iván Heyn y Guido Sandleris. Fueron años de encandilamiento con la lucha zapatista en México y de desencanto con la dirigencia política nacional: de eso hablaban en las charlas hasta la madrugada soñando en voz alta. “En 25 años vamos a poner un presidente”, le prometió Mariano a Wado una de esas veces, whisky de por medio.

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La mañana del 20 de diciembre de 2001 le revoleó su ataché a una moto policial de las que hostigaba a todos los que, como él, querían acercarse a la Plaza de Mayo. La correa del bolso quedó enganchada en la antena del vehículo. Los policías se alejaron con su bolsito y -algo que lo preocupaba al punto de la obsesión- su agenda. Cuando intentó recuperarlo le pegaron, lo picanearon y lo metieron en un patrullero con destino desconocido. Los dos policías que tenía sentados a cada lado se cansaron de pegarle. Entonces el que manejaba empezó a darse vuelta para pegarle codazos en la frente y estrelló el patrullero contra un taxi. Todos terminaron en el Argerich. 

Wado guarda en un rincón de su placard una camisa cuadrillé blanca, azul y celeste. Es su tesoro kirchnerista: la tenía puesta el día que conoció a Néstor Kirchner. Aunque en 2003 había votado a Adolfo Rodríguez Saá, atraído por su plataforma de visión federal, al escuchar el discurso de asunción de Kirchner sintió que había ganado uno que pensaba como él. Ese día en que lo vio por primera vez, el presidente recibió a víctimas y familiares de víctimas de la represión de 2001. Wado le pidió una foto, la primera juntos. “Lo escuché y lo observé tanto como pude. Me daba la sensación de haberlo conocido desde siempre”.

La irrupción de Kirchner en el escenario político puso en crisis a todo el sistema. También a H.I.J.O.S. y a NBI, que se reacomodaron: por un lado, sectores más cercanos al gobierno (y por ende al peronismo); y por el otro, sectores identificados con los partidos de izquierda. Los primeros confluyeron con uno de los grandes objetivos de Kirchner: foguear a una militancia juvenil que le diera fuerza y sostén en el tiempo a su proyecto. Así, grupos de la militancia universitaria (como parte de NBI y TNT), la militancia territorial, la militancia católica y la militancia de derechos humanos (como algunos integrantes de H.I.J.O.S.) terminaron convergiendo en La Cámpora. La primera mesa nacional de la agrupación dio cuenta de ese reparto: Mariano Recalde, Juan Cabandié, José Ottavis, Andrés Larroque, Mayra Mendoza y Wado. Y un polo de poder por entonces cerrado y lejano: los pingüinos, con Máximo a la cabeza, que operaba desde el sur.

Tener línea directa con los pingüinos era un activo invaluable en aquellos años. Wado la tenía. Algo habían visto Néstor y Máximo en él que lo acercó mucho al vértice del poder. En 2007, cuando Néstor dejó la Casa Rosada, tuvo su primera reunión política con el entonces ex presidente. De esas conversaciones guarda minutas con las instrucciones de Kirchner para la juventud: “Nos encargó organizar la JP. Hay que formarse en economía, presupuestos, monitoreo de ejecuciones provinciales y cuentas nacionales”, dice una de ellas. A mediados de 2009, y tras la crisis de la 125 (que en Mercedes le valió momentos y discusiones incómodas a este kirchnerista camporista quinta generación de productores agropecuarios), comenzó el desembarco de La Cámpora en el Estado nacional. Aerolíneas Argentinas quedó al mando de Mariano Recalde, acompañado por Kicillof y Wado. Todavía no había conocido personalmente a Cristina pero ya era una de las caras más identificadas con su gobierno. La presentación llegaría en febrero de 2010, en el último cumpleaños de Néstor Kirchner.

Algunos meses después lo invitaron un fin de semana a El Calafate. Néstor, Cristina, Máximo y Wado. Los cuatro compartieron almuerzos, cenas, caminatas, charlas y más charlas. “Néstor me dijo: vamos a perder en 2011. Tenés que juntar un compañero por ciudad de la provincia de Buenos Aires que piense como nosotros, que sea ideológicamente nuestro y que no se compre ni se venda”. Fue su escuela de formación política. 

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Picada de fiambres, empanadas y asado: el menú del casamiento fue bien campero. El festejo fue en Tomás Jofré, en marzo de 2014. Wado y Elena Lima se habían casado por civil y, en la fiesta, el capellán del neuropsiquiátrico Borda, Rubén Tardío, bendijo la unión. Vivieron siempre en Mercedes, incluso durante un tiempo en el campo, hasta hace poco que volvieron al centro. Ahora, Wado va y vuelve desde CABA todos los días. Elena es docente de Literatura en una escuela secundaria. Tienen dos hijos, un varón de 6 años y una nena de 2.

Este párrafo es corto porque de ellos no habla.

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El domingo 12 de septiembre de 2021, el escrutinio de las PASO reveló un resultado impactante: una derrota amplia e inapelable. El peronismo perdía terreno incluso en distritos aliados. Para el kirchnerismo, que con Cristina a la cabeza venía advirtiendo en público y en privado por la mala gestión económica del gobierno, fue un punto de no retorno. Y así como dos años antes Wado había sido uno de los negociadores, junto con Máximo Kirchner, del acercamiento entre Cristina, Massa y Alberto Fernández para el armado del Frente de Todos, esta vez, también junto con Máximo, iba a ser el responsable de escenificar el quiebre. Máximo dejó la presidencia del bloque en Diputados. Wado puso la renuncia a disposición del Presidente. “Fue una decisión que se tomó para tratar de mejorar las condiciones del gobierno”, argumenta. ¿Y mejoraron? No del todo pero  “algo se movió”, evalúa. Y gracias a eso, por ejemplo, llegó Juan Manzur al gabinete. 

Los camporistas cercanos creen que se quedaron a mitad de camino. “Hubiéramos querido mucho más… todo eso que vino después con Sergio, todo eso debería haber sido cuando todavía teníamos dólares”, admite él. Algunos, incluso, analizando con el diario del lunes, ven que fue una oportunidad perdida de renunciar y despegarse de la gestión de Alberto. “Si hubiéramos tenido más claridad antes, construíamos mejor la candidatura”, lamenta uno de los operadores políticos de La Cámpora que rarísima vez aparece en los medios.

El Ministerio fue la plataforma para ejercer el rol que le sale con naturalidad: el de negociador, dialoguista, armador. Como representa a un sector político y a una agrupación habitualmente señalados por su impermeabilidad, ese perfil suyo parece una rareza. Habla con todos. Desde el sindicalista y ¿ex? antikirchnerista Luis Barrionuevo hasta el gobernador radical Gerardo Morales y los empresarios Luis Betnaza (Techint), Miguel Acevedo (UIA), Marcos Bulgheroni (Pan American Energy) y Marcelo Mindlin (Pampa Energía), pasando por los más de 800 intendentes a los que les llevó obras y fondos. De ahí que muchas crónicas periodísticas lo presenten como el canciller o el delegado de Cristina. Aunque esa apertura puede ser mirada con recelo por sus compañeros y le valió algunos malhumores internos cuando fue fotografiado saludando sonriente a Jorge Rendo (Clarín) y Fernán Saguier (La Nación) en Expoagro en marzo de este año. En La Cámpora sintieron el golpe. “Fue un error”, reconocen. No la foto, no el haber estado en ese lugar, sino sonreír así, con la boca abierta, relajado, compinche. Él no lo admite. “Yo estoy permanentemente en ámbitos donde, si me sacan una foto, es cuestionable”.

Wado en el campo que heredó de sus abuelos.

Estar en esos lugares, que desde el prejuicio se ven extraños para un camporista, combinado con su reticencia a hablar en público por su disfluencia empezó a gestarle una fama de monje negro que detesta. Néstor Kirchner ya le había reclamado que tomara la palabra en público y consiguió que diera su primer discurso como dirigente político en 2010 ante cinco mil productores agropecuarios en Mar del Plata. Después lo hizo Cristina. Él se resistía pero con el tiempo eso cambió. “No hay un día (de toma de esa decisión). Hay muchos días. Es un proceso largo. Vi que la necesidad del mensaje era más importante que mi `no´”. 

La tartamudez lo volvió tímido, callado, buen escucha, breve. Siempre probó métodos para apaciguarla: hace dos semanas vio a una nueva fonoaudióloga, hace mucho tiempo se ponía una piedra en la boca para hablar (como Demóstenes, el gran orador tartamudo), tomó clases de canto, se aplicó en aprender a respirar. En una de esas búsquedas conoció a Isha Escribano, coach espiritual, música, médica e hija mayor del periodista José Claudio Escribano (el que escribió “la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año” apenas escuchó el primer discurso de Kirchner). Isha era instructora en El Arte de Vivir y fue su guía durante un retiro de meditación en 2010. Diez años más tarde, se volvieron a encontrar cuando él le entregó su nuevo DNI, acreditando su identidad de género. Fue un momento inolvidable y conmovedor para ambos. Isha lo recuerda recitando un poema: Planta un árbol, convencido, aunque el sitio en que lo plantes no sea tuyo y mueras antes de saberlo florecido.

“Todo ayuda. También bajar un poco la exigencia de querer ocultarlo. Cuando te relajás y permitís que se note más, es cuando se nota menos”, dice él sobre su disfluencia. Hace comentarios graciosos con el tema todo el tiempo. El primer afiche que su equipo de trabajo difundió con la leyenda “Wado Presidente” no dice “Wado Presidente”, dice “Wa Wa Wado Pre Pre Presidente”.

Wado guarda en un rincón de su placard una camisa cuadrillé blanca, azul y celeste. Es su tesoro kirchnerista: la tenía puesta el día que conoció a Néstor.

Fue ese hablar distinto el que lo bautizó. De niño, se presentaba a sí mismo como Edwado, Edwadito, por la dificultad para pronunciar su propio nombre. Sí, también hizo terapia. Hoy, en el mano a mano, las sílabas que se le demoran son casi imperceptibles.

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En aquella cena en Punta Lara con Cristina, sólo dos participantes asomaban como posibles candidatos presidenciales: Kicillof y Wado. Y por mucha diferencia, más el primero que el segundo. Sin embargo, hay procesos que son eso, procesos. Y él encaró el proceso de ser. En cuatro meses mostró respaldo de algunos gobernadores, varios gremios, muchos intendentes, gran parte de los movimientos sociales. “Si quieren que haya PASO, habrá PASO”, dice, aunque preferiría una candidatura de unidad.

Todavía faltan algunos días para que el escenario electoral termine de configurarse, aunque en las poderosas primera y tercera secciones electorales de la provincia de Buenos Aires los intendentes Martín Insaurralde, Federico Achával y Gustavo Menéndez empujan su construcción. Y, desde Tucumán, Manzur se autopostula para acompañarlo en la fórmula. El escenario es un mar de incertidumbres, pero en La Cámpora hay una certeza: “No construimos todo esto para apoyar a Massa. Ya nos pasó con Alberto. Ese recurso está acabado”, define un senador nacional. Cuando busca explicar por qué está en boca de todos, Wado lo dice con otras palabras: “El clima se generó porque Cristina confirmó que no va a ser, y los nuestros quieren votar con el corazón”. Plantar un árbol, convencido.

Cree que el eje de la campaña, el punto por el que pasará la discusión electoral este año, es la confianza. El candidato o la candidata que logre generarla, en semejante contexto, llevará las de ganar. Y asegura que, aunque el comienzo del nuevo gobierno será complejo, en 2027 empieza la bonanza. 

Su caballo tiene sangre patricia y trote nac&pop: pertenece a la misma línea sanguínea que el caballo pinto de Perón, regalo de la familia Unzué. Al corral también llegó la yegua Jacinta. Desde entonces Wado sólo quiere estar con ella.

Hoy, a exactos diez días del cierre de listas, tiene equipos de comunicación y campaña, dirigentes de mucho peso en el Conurbano y las provincias que construyen para él, apoyos, fondos, planes, ideas y proyectos. Tiene mística y cuenta con una militancia ávida de votar a uno propio. Tiene encuestas de todos los colores. Falta poco para que descubra si el proceso, si la construcción, dará frutos. Terminará pesando la palabra definitiva, la palabra de Cristina. Porque es su conductora política, porque confía en ella. Y porque desde antes de conocerse piensan y quieren lo mismo. Wado de Pedro está dispuesto a tomar la posta, salir a la cancha, hacer política.