Crónica

Victoria Villarruel


La mujer que está sola y espera

La distancia de Villarruel con el primer anillo del presidente es clara: es, para ellos, una integrante más de la casta. La vicepresidenta hace política. Habla con los que Milei no habla, se entiende con los que Milei desprecia, tiende puentes cuando Milei levanta muros. ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar? Su pasado alimenta los fantasmas. Compartió charlas y cafés con Astiz y Videla, impulsa la “memoria completa”. Pero también está en contra del indulto y solo mantiene conexiones con militares que hoy no tienen injerencia en las FFAA. Juan Luis González escribe sobre la vice que se cansó de esperar.

En La Libertad Avanza hay dos reglas de oro. No están escritas, pero todos sus integrantes las conocen y las cumplen. La primera: nadie puede ni siquiera soñar con competir con Javier Milei. La segunda: nadie puede poner a prueba la paciencia de Karina. No la tiene.

En esas dos máximas debían estar pensando los ministros cuando Victoria Villarruel pidió la palabra en la reunión de gabinete del 28 de diciembre. Era la primera a la que asistía después de que el presidente anunciara ocho días atrás el DNU.

—No estoy de acuerdo. Ese no es el camino. Hay leyes, hay instituciones. No se puede hacer lo que se quiera.

Al día de hoy, algunos ministros piensan que ese fue el preciso momento en el que la hermana presidencial le hizo la cruz a la vicepresidenta. Otros integrantes del espacio, de mayor antigüedad, dicen que esa fue apenas una mancha más en la relación entre ellas, que jamás se llevaron bien.

Lo cierto es que Karina se anotó esa bronca. Y unos días después tuvo ocasión de poner en práctica el oficio que mejor le sale: la venganza fría. Villarruel, cuentan en la Casa Rosada, llegó unos minutos tarde a la reunión de gabinete del 8 de enero. La hermana, a sabiendas de que el libertario detesta la impuntualidad, vio el hueco. Se paró en la entrada al salón del primer piso para prohibirle participar, con la excusa de que ya había arrancado. 

Se estaba cocinando una tormenta perfecta. Y en el ojo del temporal quedaría, como lo llamó la vice, “Jamoncito”.

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Villarruel sabe que la mesa chica de La Libertad Avanza, en la que también está Santiago Caputo, no la quiere. “Tiene aires de grandeza”, suele decir Karina. El estratega lo puso en la cuenta de X que Carlos Pagni reveló que le pertenecía. “Hay gente propia que cree que ganamos una elección y ahora toca ‘gobernar’, definido como darle lo que quiere a la política a cambio de sacar algo. No vinimos a eso. Esto es una cruzada. Córranse”, subió el día siguiente a que el DNU se cayera en el Senado. El mensaje es claro: a los ojos de Caputo, Villarruel parece ser una integrante más de la casta.

Villarruel era consciente de la distancia con el primer anillo de Milei desde la campaña de 2021. Ahí se solía enterar de las cosas a último momento, como el día de una caminata en San Telmo en el que le avisaron que se suspendía cuando ella ya estaba ahí y estuvo a punto de destruir su teléfono contra el piso de la bronca. Lo volvió a ratificar en el 2023, cuando el libertario le prometió mirándola a los ojos que tendría influencia sobre las carteras de Seguridad y de Defensa y tiempo después se inclinó por Patricia Bullrich y Luis Petri. Y lo confirmó ya en el Gobierno, cuando se la dejó afuera de todos los temas sensibles, incluso de los que tendrían que pasar por el Senado, como el armado de la Ley Bases y el DNU o la designación de jueces de la Corte.

Pero la vice se cansó de esperar. Y pasó a la acción. Tiene bien claro cuál es su gran capital: el enorme vacío que deja Milei.

Villarruel crece en ese hueco. En lo que va de mandato se reunió con los gobernadores de Santa Fe, Corrientes, Misiones, Tucumán, Salta, Jujuy, Mendoza, Santa Cruz y Catamarca, recibió a los embajadores de Estados Unidos, Portugal, España, Japón, India, visitó empresas estatales como INVAP, mandó a prender las luces del Senado para concientizar sobre la salud cardiológica o para festejar la autonomía de las provincias, se fotografió con la hija del fiscal Nisman, y mantiene frecuentes diálogos con la cúpula de la Iglesia y con todos los bloques de la Cámara Alta. En criollo: hace política. A un gobernador peronista le dijo que ella se sentía “un poco peronista”. A un legislador radical lo felicitó por la construcción nacional de la UCR. Villarruel habla con los que Milei no habla, se entiende con los que Milei desprecia, tiende puentes cuando Milei levanta muros, busca construir su propia figura por oposición a la del presidente.

Y ella hace política también cuando no está haciendo nada. A diferencia del presidente, que cuando abre la boca es para insultar a algún dirigente o espacio político, ella mantiene en público las formas. Y no sólo eso: sabe guardar silencio. No sólo porque desde que es vicepresidenta sólo dio una nota, sino por cómo evitó inmolarse defendiendo algunas de las grandes banderas de este gobierno. No estuvo en la primera línea de ninguna de las batallas. Se guardó. Algunos dicen que es simplemente por auto preservación: Villarruel se peleó con su histórico operador, Guillermo Montenegro, y a pesar de que sumó al macrista Agustín Giustinian como secretario parlamentario sigue sin tener ningún interlocutor político de fuste.

Pero esta es, apenas, la superficie. Bajo ella las aguas están aún más agitadas. Y ahí, donde los reflejos de las luces no llegan, Villarruel juega mucho más a fondo.

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“Javier no entiende”, “Javier no sabe de política”, “Javier no hace política”.

La mayoría de los interlocutores que mantienen alguna reunión privada con Villarruel escuchan alguna de estas críticas hacia el presidente. O todas. La que más dejó preocupado a un hombre de la religión que se reunió con ella apenas comenzó el Gobierno fue la última: “Javier es frágil”.

Esta frase hace juego con el gran fantasma que vuela sobre la vice. Es uno que ella misma agitó, cuando días antes del ballotage estrenó logo propio (una V rosa sobre un fondo negro), cuando se reunió con Mauricio Macri días antes de la asunción y sin avisar, en pleno tironeo por el armado del Gabinete, cuando retuiteó a principios de enero una nota del Financial Times que decía —en su título— que “había que seguirla de cerca porque está dispuesta a cualquier cosa”, cuando llamó a votar el DNU a pesar de que no le daban los números, cuando dijo en una entrevista que “no descarta” ir por la presidencia, cuando apunta en privado a la inestabilidad personal del “Loco”.

¿Hasta dónde está dispuesta a llegar? Son fantasmas que su pasado no hace más que alimentar.

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Victoria Villarruel conoció a Alberto González, uno de los más terribles genocidas de la historia argentina, a través de su padre.

Eduardo Villarruel era un militar que decía sentir orgullo de “haber luchado contra la subversión”. Hermano de Ernesto —uno de los altos mandos del centro clandestino El Vesubio—, en 1987 lo detuvieron por negarse a jurar la Constitución. En esos años Eduardo profundizó su vínculo con González: a ambos les gustaba mucho la historia, en especial la naval.

El propio camino de la vida iba, además, a cruzar a González con Victoria Villarruel. Es que él era un genocida condenado a perpetua y ella una militante de AUNAR (Asociación Unidad Argentina). Esa era una organización que creó Fernando Verplaetsen, jefe de inteligencia en Campo de Mayo durante la dictadura, en los noventa. Desde aquel momento hasta que creó el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV) en el 2006, la búsqueda de Villarruel era la misma que la de todos los que integraban AUNAR: liberar genocidas de la cárcel porque entendían que durante el gobierno de facto se había desarrollado una guerra entre dos facciones.

El CELTYV, en cambio, tiene otra finalidad. Busca el reconocimiento de parte del Estado de las “otras víctimas”, como las llama Villarruel, los muertos por atentados de organizaciones como Montoneros o el ERP. Ese giro de AUNAR a CELTYV puede parecer un detalle desde afuera, pero puertas para adentro de la familia militar es otra historia. Cecilia Pando, compañera de ruta de Villarruel a lo largo de esos años, lo definió así.

—Yo conocí el tema de los presos políticos por Victoria Villarruel, ella me llevó a la cárcel a conocerlos. Me estimuló para que hiciera una asociación que protegiera a los militares que estaban ilegalmente detenidos. Muchas cosas hicimos juntas, pero vio que era una causa bastante pesada, y prefirió irse con las víctimas. Con las víctimas no hay mucho para decir.

En ese micromundo el giro cayó mal. Pedro Mercado, esposo de Pando, lo definió como algo “oportunista”. La crítica es la que sugería su compañera: es más “fácil” defender a las víctimas, por lo tanto es más fácil hacer política con eso, deseo que siempre tentó a Villarruel.

Esas broncas acumuladas durante años estallaron en 2023, luego de que Milei asegurara que no iba a indultar a militares condenados. Y ahí todos apuntaron al vínculo entre González y Villarruel. “No puedo evitar pensar qué sentirá Alberto González, que formó a Victoria y escribió los libros que ella firmó como propios”, aseguró Segundo Carafí. Él es uno de los líderes del NOS de Juan José Gómez Centurión, lugar en el que Villarruel estuvo un tiempo y en el que su hermana y madre son afiliadas. Pando vio el hueco y se sumó, contando que había conocido a González a través de la ahora Vice. En privado, los comentarios apuntan a un vínculo no sólo literario: dicen que al día de hoy Villarruel sigue consultando a González, como lo hizo a lo largo de toda la campaña, en temas estratégicos y de política. “Es como mi segundo padre”, dicen que la escucharon decir.

González es un capitán de Corbeta retirado, que era el segundo del “Tigre” Acosta en el Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA. Como tal, era el jefe del “sotano”, el lugar más terrible de esta institución, el primero al que eran llevado los detenidos para la tortura. Era también lo último que muchos veían, ya que ahí los llevaban antes de los vuelos de la muerte.

En el sótano González torturó, mató pero también violó. Silvia Laybarú (protagonista del nuevo libro de Leila Guerriero) contó que González no sólo la asaltaba en la ESMA, sino que incluso la llevaba a su casa para violarla junto a su esposa.

—Siempre tuve claro que el hecho de haber sido obligada a participar de los juegos eróticos de esta parejita me hizo ver muy claramente que lo que estos tipos estaban haciendo no tenía absolutamente nada que ver con la lucha antisubversiva. Porque ya me podrá decir en qué sirve ser violada por la esposa de un oficial a la lucha antisubversiva, ¿qué tiene que ver esto? Ellos, tan cristianos, tan éticos ¿para qué servía ser violada por la esposa de un marino?- dijo en un reportaje en Perfil.

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¿Hasta dónde es Villarruel la representante de la familia militar?

Es cierto que con los más terribles genocidas ella ha compartido charlas, cafés, almuerzos. Astiz es uno. Videla es otro.

Pero, a contramano de lo que puede parecer desde la superficie, la vicepresidenta nunca tuvo un lugar muy destacado dentro de este mundo. Algunos dicen que es porque ella nunca tuvo a un familiar directo detenido o víctima, lo que le daba menos potencia a sus reclamos. Otros porque rápidamente empezó a tener chispazos con compañeros de ruta, cruce que escenificó mejor la propia Pando.

Lo cierto es que hoy hasta sus críticos dentro del mundo castrense están callados. Esperan que sea ella la que empuje algún tipo de reparación hacia los militares presos, lo que se evidencia en que los detractores que solía tener ahora callan. Hay varios interrogantes acá. El primero es que Villarruel sólo tiene conexiones aceitadas con los militares de los setenta, que en su mayoría tienen más de 70 años y están detenidos. A pesar de que sobreviven en la memoria, toda esa camada está lejos de tener injerencia hoy en las Fuerzas Armadas. El segundo es que ella ya manifestó estar en contra de un indulto: sostiene que la solución es jurídica.

De cualquier manera, está claro que la vice está activa. A fin de año visitó a la cúpula de la Policía Federal, de la Gendarmería y de la Prefectura. Luego recibió en el Senado a enviados de las Fuerzas Armadas. 

Villarruel se cansó de esperar. 

Ahora hace política.