Guzmán usó la lapicera y el twitter. Se sumó a las comunicaciones a través del entorno digital que inauguró CFK. Lanzó su renuncia mientras la vicepresidenta hablaba en el homenaje a Juan D. Perón. Al ahora ex ministro se le acabó el gasoil de la legitimidad. En momentos de conmemoración del viejo líder, se va. Con él, se esfuman las escasas posibilidades de reelección del presidente. Su futuro político está casi terminado. Martin Guzmán se autosacrificó comunicacionalmente en el mayor altar simbólico del peronismo y le sacó algo de atención al acto donde participaba CFK. Game over.
Comienza la transición a la “presidencia” de Cristina. La crisis de un peronismo, cada vez más incapaz de resolver las transformaciones que introducen el mundo contemporáneo y pospandémico, se lleva todo puesto. Inclusive a él mismo. Guzmán no tuvo su réquiem desde el kirchnerismo ni del propio gobierno. Nadie lo despidió. La “pelea de las lapiceras” dio sus resultados, y la figura de Alberto Fernandez se vio más estragada. Con el ministro de Economía se dinamita el futuro de la autoridad presidencial. Entre burlas a la presidencia festejadas en el acto que ella participó y el llamado a “Cristina Presidenta”, el primer mandatario se pierde en la bruma de una gran disputa por el poder. Burlado y desautorizado. Un combo difícil de reconstruir socialmente.
CFK se fagocita y rediseña el gobierno que inicialmente promovió con aliados que se acercaron con mayor decisión el último tiempo. Un nuevo gobierno está en marcha. Gobernadores, intendentes, sindicalistas y su propia maquinaria bonaerense habilitan o claman por su intervención. El dicho “Santa Rita, Santa Rita, lo que se da no se quita” no funcionaría en política y, menos, en el destino zodiacal y católico de Alberto. Mientras leían el tweet caliente de Guzmán una fila de posibles reemplazantes se sumaban a tentar suerte.
Quien le otorgue gobernabilidad a la economía y al dólar se puede pensar como artífice de presidencias o como alguien que balizo la autopista para la próxima competencia electoral. El clamor de este último sábado parecía ir al corazón de la decisión política: ¡CFK hacé como Perón. Usá la lapicera. El 2023 está muy cerca! Un mandato que también la somete a una gran carga para lo que viene.
Martín Guzmán negoció un acuerdo con el FMI que el presidente no pudo capitalizar. Intentó frenar la inflación en medio de una guerra interna y una convulsión internacional inesperada. Al final de estos días nadie lo quería. El presidente no garantizaba sus pedidos. Solo lo apoyaban pocos. La central peronista más potente, la kirchnerista, presionó desde el primer momento en el área energética y coqueteó con diálogos con diversos economistas para mostrar los desacuerdos con el Ministerio de Economía. La reunión con Carlos Melconian fue un tiro por elevación a la reputación de Guzmán y el inicio de un kirchnerismo dispuesto a abrir el juego a otros universos ideológicos y a derribar mitos izquierdistas.
CFK capitalizó el mal humor de quienes desean mantenerse en el poder después de 2023. Inclusive de algunos empresarios. El flujo de poder, legitimidad y dinero es lo más preciado en momentos de fragilidad social y política. El gesto hacia los intendentes en detrimento del Movimiento Evita y otras organizaciones es el ensayo de cómo y de quién devuelve el poder a los hacedores de más poder y gobierno. Se busca empoderar a las dirigencias territoriales. El peronismo ya no da “empleo del bueno” y cada vez le cuesta más representar al mundo del trabajo; prefiere distribuir poder. Gobernar es, en definitiva, repartir poder a quien pueda generarlo. Como el dinero. Es el salvoconducto peronista. La lucha fálica por la lapicera es así. CFK está desmantelando el presidencialismo peronista y posiblemente introduzca una marca en los futuros presidencialismos. Alberto fue vampirizado desde el primer minuto. Con un tweet designó candidato y con otros saca funcionarios. La marea epistolar es parte de esa lógica de insuflar legitimidad.
Desde el primer sábado de julio a la tarde todos y todas buscan probar las arenas movedizas aceleradas que deja la salida de Guzmán. Quien frene la caída será quien pueda aspirar a una cuota de futuro. El Coliseo peronista dará muchas más sorpresas. Sergio Massa, después de trabajar en consonancia con el malestar kirchnerista, aspira a demostrar que puede construir un gobierno económico. Alberto Fernandez está demasiado solo. Su reunión en Olivos, el sábado a la noche, está muy lejos de un gesto de centralización del poder y más cerca de su dispersión y soledad.
La apuesta económica de Guzmán obstaculizaba la gravitación de CFK, de gobernadores e intendentes en la constelación peronista y en el poder en este país. Eso estaba en juego. Ahora la lapicera va por todo el gobierno. Hoy no solo se busca a alguien que dirija la economía con sólidos apoyos oficialistas sino un piloto de tormentas que cierre la crisis que el propio peronismo abrió y que morigere los temores empresariales. Que “aceite” la máquina electoral y retome el voto esquivo de esa parte de la población que el peronismo piensa “como suya”. Es el momento de la economía y de los votos. El momento más crítico del gobierno de Alberto Fernandez. Es momento para un nuevo gobierno y de un presidente con menos capacidades presidenciales, menos poder y con menos dólares.