Nora se sienta con nosotras en el bar y Nina Brugo se acomoda a su lado. Susurran entre ellas un rato. Nos sentimos a salvo. Vértigo y alegría. Afuera, el río de cuerpos de la vereda es constante, permanente. Es el 8M de 2022.
En la calle lxs compañerxs van en la suya. Apretujadxs, con la cara fruncida por el esfuerzo de andar en masa. Pero cuando la ven desde afuera el efecto es instantáneo: las sonrisas, las caras laxas, los besos, los te amo, las lágrimas. Se pasa la tarde y se hacen las diez de la noche. Durante todas estas horas Nora sostiene un diálogo silencioso y fluido con lxs compañerxs a través del vidrio en una perfo de amor y ternura política maravillosa. Se pegan al vidrio para besarlo, para mostrar los dientes desde sus sonrisas del amor más dulce. Nora devuelve cada gesto, cada saludo con su puño en alto, su sonrisa invencible. De a poco, ella empieza a hablar el idioma silencioso de los labios y al rato es una conversación eterna y sutil, intergeneracional, universal, atemporal, fluidísima, caótica y sinfónica. Amorosísima.
Nora Cortiñas logró juntar los dos mundos. Va con el pañuelo blanco en la cabeza y el verde en la muñeca. Ese encuentro hace estallar todas las categorías.
Yo la había conocido en 2002, cuando fui a la casa de las Madres por una investigación que hacíamos para organizar una muestra. Desde ahí trabajé con ellas sin parar. Iba a sus reuniones de los lunes, viajé con ellas a presentar la muestra y me dejé guiar por ese amor.
En el otoño de 2012, cuando nació Anfibia, las acompañé a la fiesta de inauguración en el bar Oveja Negra, en Palermo. A Norita le gustaba el cachengue y esa noche tocaba la Delio Valdez. Ellas venían de otra actividad y llegaron con la fiesta ya muy avanzada. Cuando las vieron entrar se abrió la pista para recibirlas y se abrazaron con la gente.
Fue en el invierno de 2019 cuando nos encontramos por primera vez qué íbamos a hacer cuando ya no estuviera. La Federación de Asociaciones Gallegas había organizado un homenaje en agradecimiento a su lucha inclaudicable en pos de los derechos humanos. Fue en el Teatro Bambalinas, en San Telmo. Estaban Adolfo Pérez Esquivel, Adriana Varela, Ignacio Copani, Eduardo Aliverti, gente de distintos mundos que se acercó a reconocerla y escucharla.
—Yo soy de Navarra, así que no sé por qué me han adoptado acá—y con ese mensaje en clave desbarató de una vez todo el almidón de aquel encuentro. Pidió que prendan las luces para poder vernos. Quería que nos miráramos a los ojos. El equipo local corrió por los pasillos a soltar amarras. El timón lo tomó Nora. Habló durante casi dos horas. Los celulares estaban obsoletos, salvo para registrar lo que sucedía. Las caras de todxs se aflojaban y se permitían el asombro y la alegría chiquilina de estar entre compañerxs, de estar cuidadxs por ella. Bajar la guardia. En este rato, al menos, nada malo podía sucedernos. Ella nos cuidaba.
Como una materia que sabe formarse a sí misma, de una sensibilidad inteligente, cada día más lúcida y más vital, esa noche Norita nombró lo que estaba en el aire para todxs, otra vez. Empezó por lo importante y nos ubicó en el mapa:
—Estamos acá por Gustavo y los 30 mil.
Nora reponía lo real con la crudeza necesaria: nada repara la desaparición de lxs chicxs, nada sana la herida de no tenerlxs. Pero tenemos la lucha, que nos fortalece y nos mantiene vivxs. Y la justicia que siempre la consigue el pueblo.
En el escenario se intercalaron amigos que saludaban desde la pantalla gigante con otrxs que se animaron de a poco a subir. Ana Careaga, al comienzo, leyó una belleza de carta para la Norita siempre apurada, la que poliniza las luchas y las conecta, la que te pide que le hables caminando así puede llegar a todos lados. Después pasaron otros compañeros: todos subieron delicadamente, cuidando cada gesto. Subir ahí era saber que no se podía repetir ningún cliché. Era saberse desarmado y desnudo. Todos hablaron de sus miedos más profundos, de sus límites, de sus debilidades. Y todos lagrimearon, y en algún momento tuvieron que tomar respiro y alejarse del micrófono, hablar de sus madres y de la falta que les hacen, y de la certeza de saberse cuidados por Nora. Tipos que apenas entraban en los sillones, que no sabían cómo dejar el cuerpo quieto para no temblar, para no llorar de emoción. Chongos enternecidos. Hombres que sostenían tareas pesadas de todo tipo, que movían montañas, diciendo “no saben lo difícil que es estar acá”. Y acá significaba estar al lado de este magma, al borde de este abismo de amor donde no funciona ninguna trampa.
“Es muy difícil esto”, dijo un señor de casi dos metros. “Desde que se murió mi vieja ella ocupa ese lugar”, dijo otro. Y otro: “Cuando no sé qué hacer le pregunto a Norita”. Otro más: “Cuando caímos en cana con los compañeros, cuando no nos conocía nadie y pensábamos que ella tampoco, apareció Norita a sacarnos y desde entonces nos cuida, yo la veo a mi vieja y a mi abuela”. Otro: “Gracias por ser el pacto secreto entre generaciones, la clave”. Otro: “Volvíamos de militar a las 2 de la mañana y siempre estaba Norita en el tren”. Otro: “La conozco desde siempre, no sé desde cuando porque no me imagino sin ella”. Otro: “Si está ella vos sabés que no te vas a equivocar”. Otro: “Una vez la vi en una foto andando en camello en el desierto, en África, y pensé ¿quién se anima a eso, cómo puede estar en todos lados?”. Otro: “Es infinita”. Otro: “Tratar de seguirle el ritmo es muy difícil”. Otro: “Tu abrazo y tu cobijo nos ayudaron a sobrevivir”.
Todos pronunciaron varias veces la palabra gracias.
La conductora de la noche iba convocando:
—¿A ver? ¿el siguiente valiente?
En un momento empezó a sonar la alarma de incendios y ocupó todo durante dos minutos. Demasiado fuego junto, hubo que correr a desactivarla.
Después alguien le dijo:
—Entraste en la historia, entraste en el mundo, y aunque caigan rayos y centellas vos vas a estar en la calle por Gustavo y por los treinta mil.
Y todxs sonreímos. Algunxs con sonrisas entre lágrimas, con la complicidad instantánea del pacto que sellaba Nora. Territorio de sensibilidad política.
Yo había invitado a una amiga a la que no veía hacía muchos años. Esas decisiones tomadas sin pensar. Cuando llegó se sentó en la silla que le había guardado al lado mío y nos abrazamos hasta fundirnos.Estuvimos abrazadas cinco minutos enteros diciéndonos te quiero amiga, te extrañé. Y cuando logramos volver a escuchar algo por fuera del abrazo, Nora estaba diciendo “tenemos que abrazarnos entre nosotrxs”. Nos dolió la cara de reírnos y llorar.
Pero antes de todo esto yo había salido a la vereda un rato (Norita llegó casi una hora tarde y todxs la esperamos sin urgencia), y vi pasar a una compañera con la que sostenemos algunas discusiones y muchos frentes de lucha. Nos abrazamos de repente ahí en la calle y le conté del abrazo a Nora. Ella iba a un bar a encontrarse con amigas pero empezó a caminar conmigo, posponiendo todo desde el celular. Me contó que estaba pasando un momento confuso, e hizo un gesto de y-justo-aparecí-acá, sonriendo: este ritual nos hace bien, nos repara y fortalece. Al rato aparecieron su mamá y su hijita. Las tres generaciones sentadas escuchando a Nora, sonriendo.
Ella agarró el micrófono para decir que hasta ese momento habían subido al escenario muchos varones, que era hora de convocar a las compañeras, a las hermanas, a las mujeres solidarias que sostienen y pelean todos los días.
En la otra punta del escenario dos mujeres arrastraban una mesa con rueditas, con un pote en el medio del que salía fuego, y unas tacitas alrededor, y frutas. Una de ellas, de vestido negro, con el pelo suelto y una gran sonrisa de labios rojos, blandió un cucharón y anunció: queimada. Brujería.
Nora parecía sorprendida, ella anunciaba aquelarre sin tener idea de lo que se preparaba. Otra vez las risas y la magia.
El escenario ya no sostenía voces claras y diferenciadas, ni cuerpos recortados. Volvieron las músicas que habían tocado, la compañera que oficiaba de presentadora del encuentro, y se escucharon las palabras en gallego de la bruja que nombraba serpientes y rezos. La luz del escenario de pronto se volvió roja. Algo estaba pasando, algo que no necesitaba ser nombrado. Y juro, juro que el fuego por efecto de la luz se volvió verde. Entonces, de pronto, mujeres en grupo subieron al escenario con un fuego verde, hablando en lenguas. Esptaron a Belcebú riendo entre conjuros, conminando a los dioses a que demuestren su valía.
Nora, como siempre, abría el juego:
—Ahora vamos a darle una copita a cada uno.
A partir de este momento, el escenario perdió su rumbo, nunca volverá a encajar. Es un caos de cuerpxs que se abrazan. Una compañera con su guitarra hiló memoria, verdad y justicia. Nora recibió un ramo de rosas blancas y una placa de reconocimiento como intento de dar materia que ya se sabe insuficiente.
Con su brazo en jarra, Nora apuraba:
—Chicas, a ver las mujeres, porque por acá pasaron muchos varones pero ustedes también salten la valla, vamos. Faltan mujeres acá arriba, las chicas de la plaza y de la casa de Madres. Invadan el escenario, chicas, en serio.
Y empezó a nombrar de a una:
—¿Dónde están lxs chicxs que me acompañan todos los días? ¿Las amigas y hermanas que sostienen la diaria, que yo ya estoy grande?
Y empezaron a subir mujeres, muchas mujeres todas juntas. El escenario de pronto se volvió un plano horizontal, mezclado y caótico, hermoso. Ya todxs estábamos entregadxs a nuestra misa pagana.
—Llegó el momento de tirar las consignas políticas— dijo Nora. Mientras se reía guiñaba un ojo.
Ella iba nombrando y cada quien iba entendiendo que sí, que está todo conectado, que existe un antídoto contra la locura y la muerte y que la voz propia tiene sentido cuando es colectiva. Nora enumeró y entramó las razones por las que estábamos esa noche todxs ahí, las claves que nos hacen volver a vernos en cada plaza, y el conjuro hizo su efecto, organizó la rabia para enumerar nuestros deseos, nuestras exigencias innegociables. Iba levantando las consignas, los deseos, las luchas de todxs:
Este país es nuestro, somos poseedores, aunque no dueñxs. Tenemos que ponernos de pie, no dejar que nos engañen ni nos sometan.
En nombre de los 30 mil, de las luchas del pueblo, vamos a volver a salir a la calle. No tenemos que permitir que en este país la gente tenga hambre.
¡Que sea ley!
Que dejen de vaciar los hospitales y todas las personas puedan atenderse ahí
Basta de maltratar a lxs jubiladxs
Que no nos traigan la basura, la mierda de afuera
Que abran los archivos
Que todx el mundo tenga su vivienda
Defender la tierra
Que no nos roben las semillas
No al fracking, no a Vaca muerta
Basta de sacarnos la riqueza natural
No a la deforestación masiva
No a los agrotóxicos
Basta de gatillo fácil
Basta de presos políticos y perseguidos
Libertad a Milagro Sala
Libertad para Gabriel Ruiz ya
Justicia por Julio López
Justicia por Santiago Maldonado: fue víctima de desaparición forzada seguida de muerte
Nosotros tenemos que estar en la calle, no dejemos solas a las familias que salen a la calle con lxs abuelxs y lxs chicxs. Tenemos que estar juntxs para luchar.
Lo que pasó con el Ara San Juan fue un crimen cometido por el Estado, juicio a los culpables
Fuera las bases yanquis, que no quede ni una sola
Basta de despidos en los hospitales y fábricas
Basta de vaciar el país
Queremos un país para todxs, donde ser feliz
Educación valorizada día x día, acompañar a los docentes
Defensa de Aerolíneas Argentinas
Financiación para la ciencia
Defensa de la cultura
Yo les propongo amarnos, querernos, respetarnos, dijo. Poder mirarnos a los ojos, abrazarnos. Ahora nos vamos a abrazar todos y darnos fuerza día por día. Al odio de este gobierno hay que contrarrestarlo con el amor del pueblo.
30 000 detenidxs desaparecidxs, presentes. Ahora y siempre.
Por lxs pibxs caídos por las balas policiales asesinas, siempre.
Venceremos.