Fotos: Martín Massa
“No somos una, no somos cien, pinche gobierno cuéntanos bien.” Ese el grito de las mujeres que participan de la colecta de firmas por Marichuy, en los más recónditos pueblitos mexicanos donde no existe el WiFi. En julio hay elecciones a presidente en México, y por primera vez el Ejército Zapatista impulsa abiertamente a una candidata.
Proponen un gobierno comunitario, antiracista, anticapitalista y feminista.
—¿Quiúbole Marichuy?
Más de 850 mil firmas se necesitan para que pueda presentarse como candidata independiente. Marichuy, cabeza de la lista menos pensada, es la vocera del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) que nuclea a 523 comunidades y representa a 43 grupos indígenas de 25 estados.
Construye una postulación colectiva alejada del ego de tantos políticos. Ella es de la comunidad nahua de Tuxpan, al sur de Jalisco, tierra del tequila y el mariachi. Se llama María de Jesús Patricio Martínez, tiene 54 años y dedicó la mayor parte de su vida a curar usando hierbas, un saber que heredó de su madre y de su abuela.
Conoce bien las penas del cuerpo y del alma. No es poco para un país que registra 7 mujeres asesinadas cada día.
Desde octubre del año pasado la caravana del CIG viene recorriendo todo, se reúne con familias que reclaman por la aparición con vida de sus hijos e hijas, con víctimas de trata, con amigos y familias de migrantes, con colectivos de resistencia política. Se juntó también con los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.
La gran noticia, además de la candidatura de una mujer indígena, es que el EZLN la apoya. Marichuy Presidenta 2018 surge del Quinto Congreso Nacional Indígena (CNI).
Su desafío es inmenso. “Somos las que sentimos el más profundo dolor, las que vivimos la mayor de las opresiones y la más profunda de las rabias. Entonces, debemos ser capaces de transformar esa rabia en organización”, dijo.
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Los zapatistas se identifican con los pobres, con los excluidos, con los gays, con todos y cualquier indígena del mundo, con los acallados, con las mujeres, con los locos, con los niños y niñas. De esa manera, conquistaron simpatías y adherentes en todo el mundo. Con el tiempo, a partir de múltiples debates con intelectuales y luchadores sociales, depusieron las armas y se consagraron como un movimiento social en absoluta autonomía del Estado.
Pasaron de las armas a la palabra.
Así condensó una rebeldía múltiple: política, de raza, de género, de cultura, de lengua, de clase, de visión de mundo.
Presentarse a las elecciones dejó a simpatizantes y disidentes con la boca abierta. ¿Qué implica competir con el “mal gobierno” y enredase en una campaña? ¿Por qué aspirar al sillón presidencial? ¿Qué pasó al interior de la Comandancia del EZ que siempre se mostró tan firme al rechazar cualquier estrategia de toma del poder del Estado? ¿Se abre una nueva fase revolucionaria?
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El movimiento zapatista se dio a conocer públicamente el 1ero de enero de 1994, a partir de un levantamiento campesino e indígena en Chiapas, al sureste de Mexico, justo en la frontera con Guatemala. Al despertar de las siempre exuberantes fiestas de fin de año mientras “los de arriba” proyectaban vacaciones a destinos remotos, los indígenas, los más pobres de los pobres, tomaron en armas una cabecera municipal y declararon la guerra al Estado.
Fue una manifestación sorprendente, inesperada, de organización colectiva de más de una década en la clandestinidad. Reaccionaron contra el tratado de libre comercio que México firmó con Estados Unidos y Canadá, entre otras cosas, que perjudicaba a los campesinos con medidas como la eliminación de la propiedad comunal de la tierra y el régimen de usos y costumbres consagrado en la Constitución por la Revolución Mexicana.
Así, comunicado a comunicado, declaración a declaración, lo político, lo antagónico, lo radicalmente contestatario al orden hegemómico de setenta años de PRI en Mexico asumió un nombre: EZLN.
Para conocer sus pasos resulta útil comprender el vínculo dialéctico que existe entre todo movimiento social y el Estado. Una hipótesis sería que los avances del movimiento constituyen una respuesta a la acción estatal, y viceversa, sólo que no de manera consecutiva, sino dialéctica. Esto se explicaría de la siguiente forma: en diversos procesos sociales de confrontación del orden en América Latina, el opresor termina generando como consecuencia no deseada de sus propias acciones, aquello que más teme. Con sus acciones logra que el oprimido realice justamente aquello que le estaba prohibido, o que incluso, hasta el momento, no había pensado como posibilidad real. De esta manera es posible pensar la autonomía indígena.
Nada puede generar mayor temor a un gobierno que la declaración de autogobierno de un territorio delimitado, dentro de sus límites. La autonomía pasa a constituir entonces una fuerza que rompe la univocidad del Estado y se irradia como alternativa. Así se fue conformando una modalidad de vida comunitaria, de prácticas económicas, de vínculos sociales, de formas de autogobierno, llamada autonomía.
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—Nosotros como zapatistas, ¿luchamos por el socialismo o por qué? nosotros queremos tierra, salud, vivienda, educación, libertad, paz, justicia, democracia, no sabemos si se llama socialismo o se llama paraíso.
En plena década neoliberal, la revolución del EZLN impactó en las corrientes teóricas de izquierda: no recibieron de manera acrítica su revolución y debatieron si la autonomía podía ser un modo de cambiar el mundo sin tomar el poder o al revés, si sería una forma de toma del poder que crea gradualmente una hegemonía alternativa.
Hoy, en pleno capitalismo posneoliberal, los zapatistas reivindican un proceso de autonomía en el que –como manchas en un mapa- las comunidades se unen en minicipios afines y estos en caracoles. Tienen hospitales propios, escuelas propias, iglesias propias, formas de vida, de juego, de vínculo con la naturaleza y de producción que obedecen a usos y costumbres indígenas. Los caracoles son gobernados por Juntas de Buen Gobierno, algo así como consejos de representantes con cargos rotativos.
Los zapatistas se consideran rebeldes que quieren cambios sociales. “La definición como el revolucionario clásico no nos queda. En el contexto en el que surgimos, en las comunidades indígenas, no existía esa expectativa. Porque el sujeto colectivo lo es también en el proceso revolucionario, y es el que marca las pautas”, dijo Galeano, el ex Subcomandante Marcos, en una entrevista con Julio Scherer.
No se identifican con la idea de clase social tradicional, para ellos, en las comunidades “la clase es definida por los hombres al vivir su propia historia”. Son indígenas que proponen algo diferente: una amalgama, una suma de historias largas de diferentes pueblos –choles, zoques, tzotziles, tzeltales, tojolabales- que, cada uno, con su propia lengua, sus trajes, sus formas de convivencia y su articulación para la producción de la vida, se unen sumando a su historia colectiva, una perspectiva revolucionaria que años atrás bebió intensamente del marxismo.
Su programa de acción no es previsible ni sigue el paso a paso racional de una plataforma política. Menos aún consiste en la formación de una herramienta para centralizar las decisiones, como un partido político. La idea de vanguardia incluso, es rechazada. Para el marxismo-leninismo la misión de la vanguardia es conducir a la masa sin dejar que su papel se limite a reflejar y seguir lo que las masas dicen o hacen. Los zapatistas no aceptan guiar el proceso de suma de fuerzas sociales para dirigir los tiempos y formas que asumirá el cambio social. Entienden que la destrucción del sistema capitalista se dará de manera gradual, en el reconocimiento y organización de los ‘de abajo’.
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Ser mujer y zapatista no es sencillo. La diaria consiste en el trabajo de madrugada para trabajar en la molienda del maíz, cocinar el nixtamal, preparar el pozole, cuidar a los chicos, mantener el fuego a lo largo del día, transportar el agua, lavar la ropa en el río y atender a los animales. Además, están las tareas comunitarias propias del autogobierno.
La mirada de género que se ha ido tejiendo es diferente a la difundida en los espacios urbanos. Ellas hacen revolución en la práctica, la llaman “política de lo parejo”. Saben el valor político que tiene asumir cargos en las Juntas de Buen Gobierno, alzar la voz y aprender "la lengua de Castilla", para expresarse en público. Pero sobre todo, saben que el cambio cultural está también en enseñarles a los hombres a hacer las tareas de la casa.
Para los primeros días de marzo, convocan al Primer Encuentro de Mujeres que Luchan. “Ahora en todo el mundo nos asesinan y a los asesinos, que siempre son el sistema con cara de macho, no les importa si nos matan porque los policías, los jueces, los medios de comunicación, los malos gobiernos, todos los que allá arriba son lo que son a costa de nuestros dolores, los cubren, los solapan y hasta los premian. Pero como quiera no tenemos miedo, o sí tenemos pero lo controlamos, y no nos rendimos, y no nos vendemos y no claudicamos”, dicen las comandantas Jessica, Esmeralda, Lucía.
La lucha por lo parejo se hermana con la lucha por la nación, por el reconocimiento de la identidad indígena. El Estado y el macho se parecen mucho, demasiado, por lo tanto la alternativa sólo puede ser una, y es femenina.
—Vamos a participar en esta fiesta de los ricos pero para echárselas a perder.
La política del EZLN no se agota en la toma del Estado, se busca una protección al acoso paramilitar en sus comunidades colocando en debate una candidatura femenina que verdaderamente represente y organice a los postergados del sistema.
Los y las zapatistas nunca abdicaron del poder que tienen, de la legitimidad que organizaciones y colectivos le atribuyen. Es equivocada una lectura que entiende que los y las zapatistas aspiran ahora a la toma del poder. Ellos y ellas tomaron el poder desde su surgimiento como organización, aún cuando la forma en que interpretan el poder sea diferente.
Para conocer algunas realidades y sobre todo, comprender a los sujetos y sujetas que habitan esas realidades, a veces es necesario soltar la interpretación occidental a la que estamos acostumbrados, incluso cruzar la distancia que separa el saber, de la postura sobre el control del saber. Ahí, pareciera abrirse una fisura que permite recuperar la sabiduría que en esos sujetos se expresa. De ese desafío revolucionario en primera persona, también se trata todo esto.