Crónica

Encuentro Plurinacional en Jujuy


Una ilusión en el país de la crueldad 

Como todos los años, el Encuentro Plurinacional despierta expectativas por la concurrencia, los talleres, los debates. Unas 80 mil mujeres, lesbianas, trans, travestis, bisexuales, intersexuales y no binaries se reunieron en San Salvador de Jujuy con una carga de sensaciones encontradas: la angustia y la tristeza de las que fueron y también de las que no pudieron llegar. ¿Cómo pensar estrategias cuando no hay trabajo, plata ni ánimos? ¿Cómo volverse a ilusionar con una salida feminista? Alguien dijo: los Encuentros son un paréntesis de refugio feminista. ¿Cómo dosificar esta carga energética que dejaron los cuerpos apretados y los abrazos para soportar hasta el próximo, en Corrientes 2025?

“Si no fuese porque estoy tomando un kilo de sertralina por día, estaría llorando”, dice Jose, trabajadora de prensa, 33 años. No se medica para estar feliz, porque no está feliz. No puede ser feliz viendo cómo sus amigas pierden sus trabajos, sus alquileres y se están enfermando. Es sábado, son casi las seis de la tarde y ella está paradas en el centro del punto cúlmine de los Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries: la tradicional marcha de cierre que, este año, tuvo un recorrido de seis kilómetros a través de San Salvador de Jujuy. El camino: desde Coronel Arias, un barrio periférico de la capital, hasta el centro de la ciudad, en el playón 19 de Abril.

Jose trabaja, porque no puede darse el lujo de dejar de hacerlo. “Y si lo dejo de hacer, me van a echar la culpa a mí porque no soy ‘resiliente’, que es el emprendedurismo de la salud mental. Estoy, pero por dentro estoy rota”, relata y enumera como un inventario las primeras cosas que piensa apenas se levanta: genocidio en Gaza, incendios en Córdoba, saqueo de litio en Jujuy, desfinanciamiento de las universidades. 

Eugenia le ofrece un tarrito de maquillaje verde con brillantina. Jose suelta la bandera que tiene en la mano para agitarse la pechera de su sindicato y dar vía libre a los hilos de sudor que ahora le recorren la cintura. Se pone una lata fría de cerveza contra la frente, cierra los ojos, mira al cielo y larga un suspiro, como implorando un poco de viento fresco.

—Bueno, si querés poneme glitter, pero que sea muy poquito — Jose le acerca la mejilla a Eugenia, que también tiene pegada una tira de strass sobre la frente. 

Eugenia sigue repartiendo sin mucho éxito la brillantina verde que hace un tiempo no tan lejano era maquillaje casi obligatorio en cualquier marcha feminista. 

—No gracias, medio que no estoy para esa.

—Paso, compa.

—Hoy estoy dark.

Este es el Encuentro número 37. Durante todo el fin de semana hubo 103 talleres y la Comisión Organizadora estimó una concurrencia de 80 mil personas.

Esas instancias de debate son el corazón de los Encuentros, pero el intercambio los excede y brota por todas partes: en el puesto de la señora que vende tortillas, haciendo cola para comprar agua caliente para el mate, en las escaleras de la glorieta de la Plaza Belgrano, conversando con lxs vecinxs del acampe cerca de la feria, armando las banderas para salir a la marcha.  

Macarena es de Bahía Blanca, tiene 45 años y un hijo de 7. Su papá acaba de jubilarse y, para llegar a fin de mes, ahora integra las filas del ejército de pedaleadores de Rappi. “Cada vez que salgo a la calle y veo a un viejo vendiendo alfajores en las esquinas, vendiendo flores, se me parte el corazón. Y lo peor, es que apenas tengo tiempo de pensar en otra cosa que no sea cómo pagar la tarjeta”, cuenta. Ella es una de las que rechaza la brillantina que le ofrece Eugenia y todo lo que llama “parafernalia del feminismo 2018”. Hace un paralelismo entre este año y el 2001. Ella vivió aquellos años “con una intensidad total, ganas de prender fuego todo y energía para acampar en el congreso mil días seguidos”. Ahora la situación es otra: más cansada, más pobre. Por eso eligió venir.

El agotamiento es una de las palabras que se repite en este Encuentro. Dulce Patxi es jujeña y es parte del Consejo de Pueblos Originarios Yankamaki. Cuenta que el clima de persecusión a quienes piensan distinto al gobierno generó entre varias compañeras un clima de abatimiento y desmovilización. Y habla de la tristeza. “Una tristeza que se siente en las organizaciones sociales y que se manifiesta en varias compañeras que dejan las orgas”. Años anteriores en su comunidad se hacían grandes fiestas para viajar a los Encuentros: las compañeras cocinaban empanadas, llevaban a los hijes, eran un montón. Ahora la baja es evidente.

A pesar de eso, muchas de sus compañeras se alistaron para moderar talleres, asistir en las escuelas e integraron pre-encuentros territoriales, que fueron fundamentales para convocar a mujeres de pueblos originarios del NOA.

“Somos mujeres, somos indias y somos pobres. Nos atraviesa una triple realidad. Espero que las mujeres de pueblos originarios que hayan participado puedan ver el rol político que tenemos, sobre todo en la crisis medioambiental en la que estamos inmersas, que nos afecta de forma directa”, dice. 

Silvina encuentra quizás la mejor definición para este Encuentro: “Es un paréntesis de refugio feminista que se abre en el espacio-tiempo y te da energía para tirar hasta fin de año”. Ella tiene 22 años. Es lesbiana y trabaja como cocinera en Haedo. “Después volvés a Buenos Aires y te querés matar porque estás rodeada de fachos - agrega Silvina - incluso dentro de tu propia familia, que parece como si votaran en tu contra”. Ella tampoco se puso glitter pero en el brazo tiene un tatuaje inmenso de un grupo de mujeres bailando frente a una fogata bajo una luna redonda. Sostiene: “Poder salir del agobio mental, del cansancio de trabajar mil horas para poder pensar con otrx, imaginar otra cosa, es disputarle tu propia felicidad al sistema”.

El espacio entre los cuerpos se empieza a descomprimir. La compañera al mando de la cabecera indica a la columna cómo enfilarse para no perder el ritmo. Una toma el megáfono:

¡Aleeerta!

¡Aleeerta!

¡Alerta, alerta, alerta que camina! 

El primer Encuentro de Marta Dillon, periodista transfeminista, fue el de 1998 que se hizo en Resistencia, Chaco. Desde entonces, cubrió casi todos. Para ella estos espacios son “el sostenimiento de una política pública que está hecha del calor del cuerpo, del latido, de la sangre, de los músculos, de las risas, de las birras que compartimos, de vernos a la cara, de saber que tenemos la posibilidad de seguir soñando mundos otros donde sea más importante compartir que tener”. Como en tantas otras marchas, ahora sostiene un megáfono y agita la columna del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA) con una canción que tiene la melodía de “(Loco) tu forma de ser” de los Auténticos Decadentes:

A vos te queda poco, peluca botón. 

Nos cagamos de hambre, 

reprimís a les viejes, 

sos un hijo de yuta, 

te tenés que ir. 

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La mañana del viernes 11 el Encuentro empieza con un conjuro:

—¡Aquí estamos Milei! Nosotras y nosotres te vetamos a vos—grita Romina, parte de la Comisión Organizadora —porque la opresión engendra la rebelión, la organización y la lucha. 

La elección de la provincia más al norte del norte de Argentina no fue casual. “Enfrentamos juntes la reforma de la constitución provincial que impulsó Gerardo Morales. Una reforma saqueadora e ilegítima, que se aprobó a escondidas y de espaldas al reclamo popular, con balas y detenciones ilegales, con represión y con persecuciones, que continúan siendo moneda corriente en nuestra provincia”, dice Andrea Batalla.

El lugar donde está ubicado el escenario es emblemático. Aquí mismo, hace más de un año, la policía de Morales desató la represión contra cientos de personas que rechazaban la reforma. 

—La represión y persecución política de nuestra provincia venía de tiempo atrás, con la detención de Milagro Sala hace ocho años— dice Liliana desde ese escenario— La represión que sufrimos tuvo un objetivo: garantizar un plan de expropiación de las tierras de las comunidades originarias y campesinas. 

¡Para Milagro, la libertad, para Morales el repudio popular!

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“Ministerio de la Mujer ¡afuera!”. Con esta promesa, meses antes de convertirse en presidente de la Nación, Milei anticipó cómo serían las políticas de género de su gobierno: inexistentes. Para el Presidente, la desigualdad de género no existe. 

Además del cierre del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, Milei desmanteló la Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género y desfinanció políticas públicas  como el Plan Nacional de Embarazo No Intencional en la Adolescencia (ENIA), el programa Acompañar (de apoyo a mujeres y LGBTI+ víctimas de violencia) y la línea 144. 

En este contexto de abandono a las mujeres y LGBTI+ se materializa este nuevo Encuentro Plurinacional. 

—A esa derecha del odio de género, del odio popular, de la complicidad de los genocidas de la dictadura que ataca las luchas de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo—arenga Fabiana— A esa derecha que beneficia al imperialismo y a las clases dominantes saqueadoras. A esa derecha que hambrea, que nos violenta y oprime, le anteponemos este gran, potente y contundente Encuentro. ¡Aquí estamos, Milei!

María Pía es salteña y una de las referentas de Mujeres Trans Argentina. Ella integró una de las instancias más masivas de este Encuentro: la marcha contra los travesticidios. 

—Cuando sucedió el triple lesbicidio en Barracas, vimos un Estado que se corría a un costado y no le importan las vidas de las personas LGBT.

Este año la bandera del orgullo lésbico fue protagonista. Un homenaje y un pedido de justicia por Andrea Amarante, Pamela Cobbas y Roxana Figueroa, las tres víctimas del lesbicidio, y Sofía Castro Riglos, la única sobreviviente.  

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Entre el público se adelanta una mujer con los labios pintados de rojo, capelina y pañuelos de seda floreados, verdes y violetas que le adornan el outfit. A paso firme, se mete en el corralito de prensa para agilizar su camino hacia la primera fila. 

—Déjenme pasar. Soy Nina Brugo. 

Nina tiene 80 años, es abogada feminista, fue una de las fundadoras de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y estuvo exiliada durante la última dictadura militar. Tenía 42 años cuando participó del primer Encuentro Nacional de Mujeres, en 1986. “La vida me regaló la oportunidad de haber estado en todos”. 

Nina es, quizás, una de las que más sabe sobre los Encuentros. De algo está muy segura: Jujuy 2024 se inscribirá en la historia feminista como un parteaguas.  

“Va a ser el primero de la era Milei y espero que sea el último”, le confió a esta cronista un par de días antes de la inauguración. “Va a estar marcado por el sacrificio y el coraje que implica para miles de compañeras viajar a Jujuy, para hacerle frente a un gobierno nacional que odia totalmente a las mujeres. Y a uno provincial que cometió todo tipo de atropellos, sobre todo contra los pueblos originarios”. No tiene dudas: los encuentros serán clave, de acá en más, para “ponerle una traba a esta situación fascista insólita que estamos viviendo”.

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Cuando el Estado desaparece, el narcotráfico crece. Con ese pasacalle como telón de fondo, a pasos de la glorieta de la Plaza Belgrano, La Garganta Poderosa inaugura su asamblea abierta sobre feminismos villeros. Es casi el mediodía y un sol violento araña la piel. Quienes se acercan a escuchar, tratan de robar un poco de sombra a los árboles. Lxs que no pueden, se abanican con lo que tienen a mano y usan sus remeras como turbantes. La ronda sobre el pasto es más pequeña que otros años, pero igualmente potente. Y sobre todo: urgente. 

Mujeres que sostienen ollas en distintas partes del país dieron ejemplos concretos de cómo la feminización de la pobreza y el desamparo estatal se materializa en tres trabajos: el trabajo por una remuneración económica, el trabajo de los cuidados en sus hogares y el trabajo comunitario. Una triple frontera de violencias. El avance del narcotráfico como un Estado paralelo en los barrios y el aumento de los consumos problemáticos en jóvenes son algunos de los ejes contra los que se organizan. Cada vez más cansadas y con menos recursos. 

—Estoy acá para invitar al Presidente y a sus ministros a que vayan a un barrio popular, que vean que nosotras no somos el enemigo —dice Lorena, referenta del barrio 21-24— Que vean que nosotras queremos ayudarlos a pensar. A razonar. Que pisen un barrio. 

En esta ronda villera se convoca a pensar cómo construir entre todas. Si el Estado las abandonó, seguirán siendo ellas quienes acompañen a las más vulnerables. 

Paola Castro, referenta de La Matanza, destaca un punto clave: 

—No solamente tenemos que tomarnos el tiempo de pensar con qué llenar la olla. También tenemos que preguntarnos: ¿qué carajo tiene esa olla?. Estamos peleándole a un Estado totalmente ausente alimentos de mierda. ¿Por qué? porque no nos permiten cultivar la tierra, acceder al territorio. 

La que toma el micrófono ahora es Esperanza, del Movimiento Indígena. 

—Muchas de nuestras compañeras que hoy viven en los barrios populares son hijas, nietas, de quienes en algún momento han sido desalojadas de esas tierras. Por eso les digo: animémonos a recuperar la tierra —arenga— Estamos a tiempo. 

Entonces aparece una propuesta: una reforma agraria popular y feminista. 

—Es una lucha integral —dice Esperanza— no es la lucha del campo o la ciudad. Es la lucha de las mujeres de la tierra, de los bosques, de la selva, de la puna, de todos lados.

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La idea de la transversalidad entre la ruralidad y la urbanidad como una posible estrategia feminista para plantarse contra el avance neoliberal se traslada a la plaza de encuentro de las Mujeres y Disidencias de Abya Yala. La bandera palestina y la wiphala adornan el escenario. Ananás, mandarinas, sahumos, cantos tradicionales, pétalos de flores, son parte del altar, preparado por varias compañeras que combinan los pañuelos palestinos con joyas tradicionales representantes de sus comunidades.

La reunión es el sábado al mediodía a la vera de un río raquítico, que apenas tiene agua para que algunas de las compañeras remojen los pies. 

Miles se sientan a escuchar a representantes de luchas diversas, debajo del puente que cruza la plaza de Las Lavanderas del río Xibi Xibi. Desde las Jubiladas Insurgentes hasta la brigada forestal feminista Las Fuegas. Compañeras de comunidades guaraníes, mapuches y antisionistas. Experiencias que traen posibles brújulas para enfrentar un contexto de precariedad y violencias cada vez más complejo. 

Como dice Nicole, una fotógrafa que acompañó a esta cronista: “Noto que en este Encuentro hay una pelota muy grande de indignación y no estamos sabiendo muy bien cómo encauzarla”. Ella viene de participar de una asamblea de prensa donde escuchó decir a una joven estudiante que estuvo al frente de una de las tomas universitarias en Córdoba: “Sabemos que lo que está pasando ahora está mal, sabemos que es necesario tomar acciones concretas, ¿pero cuáles?”. 

—Este no es un espacio de folclore, venimos caminando desde lejos— dice Nayra Chalán, de la comunidad ecuatoriana Saraguro, antes de comenzar la ceremonia ancestral pluricultural en el ya tradicional encuentro del Abya Yala. Y pide:

—Compañeras, no aplaudan con las manos. ¡Aplaudan con los pies! Así la madre tierra sabe que estamos aquí!. 

Miles zapatean, sacuden las piedras del río seco y levantan una polvareda.

—Una señora, en una reunión sobre los pueblos preexistentes, nos dice: “Pobrecitos, hay que ayudarles, no podemos dejarlos solos en su lucha”. ¡Qué jerarquía, qué orgullo!” — comenta Nayra— ¿Su lucha? ¿Acaso ustedes no están pagando rentas altísimas y agua privatizada? ¡Bienvenidas a nuestra lucha!.

Ana María representa a Jubilados Insurgentes, el colectivo que todos los miércoles se junta frente al Congreso Nacional a manifestarse contra el veto presidencial a la Ley jubilatoria. Ella dice que agradece los palos y gases lacrimógenos que recibe, porque ponen de manifiesto la violencia estatal.

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El taller de antifascismos, que se inauguró en Bariloche 2023 con una concurrencia desbordada, fue una de las asambleas que trató de repensar estrategias urgentes.

Varias preguntas que surgieron en este debate y que todavía resuenan en la vuelta a casa, a los trabajos, a los cuidados: ¿Cómo salir del miedo paralizante? ¿cómo volver a tomar las calles, sin dejar de disputar espacios en las redes? ¿con qué herramientas? ¿con qué recursos? ¿con qué energía? 

¿Es posible reorganizar la angustia colectivamente? Frente a una sociedad cada vez más fragmentada ¿qué márgenes tenemos para abrir diálogos otros? Si los feminismos lograron conformar un colectivo transversal, plurinacional y diverso que conquistó el derecho al aborto legal y consiguió políticas públicas hoy devastadas ¿podrá esta fuerza protagonizar una nueva gesta que de vuelta el tablero? 

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Eugenia, Jose y Silvina llegan a la plaza Belgrano después de haber caminado juntas 60 cuadras. 

—Me duelen tanto los pies que siento que estoy pisando fuego— dice Eugenia y ni bien ve pasto, se deja caer para desatarse los cordones de las botas de montaña. Busca la billetera para comprar una cerveza a los vendedores ambulantes, que empiezan a recorrer el acampe de feministas agotadas. Los precios jujeños la motivan y compra tres. 

Silvina emprende una nueva aventura: aunque lo que más salen son choris, está decidida a encontrar tamales. Suena La Joaqui. Hay olor a tortillas recién hechas. Sonríen por haberlo logrado. La plaza está que arde. Se arman pogos y rondas de amigxs, se comparten fernets mezclados a dedo. 

—Chicas, pónganse de pie que suena el himno. 

Está empezando “Fanático”, el nuevo hit de Lali. Lxs encuentrerxs tienen con qué desafiar a Ji Ji Ji, el pogo más grande del mundo.

Viene a buscarme, se come mis sobras

Lo tengo encima, parece mi sombra

Na-na, na-na-na-na-na