Fotos: DyN
Desplegar un proyecto neoliberal, de ajuste y flexibilización, con el apoyo de las urnas. Ese es el proyecto político en esta etapa de “Cambiemos”. A diferencia de otros países de la región, el neoliberalismo argentino fabricó una estrategia dentro de la Constitución, ganó en 2015 y obtuvo una primera minoría nacional en estas PASO. El resultado se presta a diferentes interpretaciones. El gobierno buscó imponer una versión victoriosa en la noche del domingo 13. La guerra de interpretaciones puramente instrumentales es territorio para los dirigentes políticos y para los periodistas que integren el “voluntariado”. Pero a veces, en las comparaciones forzadas, se pierden de vista algunas cuestiones que pueden ser importantes para entender la situación.
Por un lado, el 35,9% de los votos a nivel nacional para Cambiemos puede ser leído de dos modos complementarios. Después de un año y medio de gobierno, habiendo incumplido gran parte de sus promesas de campaña, con una economía que ha dejado numerosas víctimas, el gobierno logró mantener en una legislativa un porcentaje similar al obtenido por Macri en las elecciones generales de 2015. No se trata de que la economía funcione mejor de lo que sabemos, ni de que no haya nuevos pobres. Eso implica que hay una fuerza nacional unificada, que sostiene con votos el proyecto oficialista, que no vota en función de promesas incumplidas, sino de la combinación de las políticas reales y de las expectativas que esas políticas aún generan. Esa fuerza reconstituyó la unidad del voto histórico hacia opciones de derecha, centroderecha y neoliberales en la Argentina.
Hasta ahí hay cuatro triunfos del gobierno: primera minoría, unidad, dispersión de la oposición e instalación de la idea de que es mayoría. Con esto el gobierno buscará darle perdurabilidad a su ciclo político.
Sin embargo, prácticamente todos los votos que Macri incrementó en 2015 entre las elecciones generales y el ballotage decidieron no acompañar al oficialismo en las PASO.
La idea de que casi dos tercios decidieron no acompañar con su voto al gobierno es matemáticamente cierta, pero políticamente complicada. Parte de un supuesto: de que solo había dos opciones, a favor o en contra del gobierno. Cuando en realidad había opciones vinculadas a formas muy, muy distintas de ser oposición. Y de entender al gobierno anterior. Eso parece expresar desaveniencias relevantes entre quienes no votaron al gobierno. También la entonces oposición dijo que la mayoría del país votó en 2007 contra el Frente para la Victoria. También puede decirse que en esta elección la mayoría no votó ni al Partido Justicialista ni al kirchnerismo. Las interpretaciones del voto deben ser cuidadosas, a riesgo de sólo expresar en las interpretaciones los propios deseos. Más aún frente al riesgo de creer que diciendo disparates con porcentajes puede cambiarse la realidad. Ese pecado ya se ha convertido en un hábito de algunos “encuestadores” que arrojan números con la certeza de que nadie lo recuerda. Y si salen tanto en los medios oficialistas no es casualidad.
Ahora bien, el gobierno se ha destacado el domingo en ese forzamiento de la realidad. La mayoría de los análisis políticos se escribieron cuando Cambiemos había ganado Santa Fé, donde perdió, y tenía ventaja clara en Provincia, donde faltan escrutar más de mil mesas. Es decir, antes de la medianoche había ganado todos los distritos más poblados del país (al sumarse Córdoba, Mendoza, CABA), más los triunfos relevantes en Santa Cruz, Entre Ríos y San Luis. Su derrota en Santa Fe y el “empate” de la Provincia, por supuesto, no niega los logros del gobierno. Pero anota como otro logro haber instalado una sensación de imparable ola amarilla el domingo que parece difícil de revertir. Es como si debieran reabrir todos los búnkers y hacerse de nuevo todos los discursos de cierre. Todo eso, el día que se termine de recontar Provincia. Una escena de política-ficción.
En términos políticos, no puede replicarse contra Cambiemos aquella frase de Elisa Carrió contra el kirchnerismo (“dos tercios votaron contra el gobierno”). Sucede que la fragmentación de la oposición al gobierno no es un fenómeno pasajero ni que parezca sencillo resolver en el mediano plazo (digamos, 2019). ¿Por qué? Porque expresa dos fenómenos sólidos, uno político y otro de liderazgo. Puede considerarse que hay un sector importante de la población que se opone tajantemente a las principales políticas del gobierno y que tiene la convicción de que el kirchnerismo es la única alternativa popular al proyecto actual. También existe un sector de la población que no está de acuerdo con el rumbo económico actual, pero que no quiere “volver” al kirchnerismo, sino que apoya una oposición “moderada”, que negocie. El kirchnerismo tiene el liderazgo de Cristina y fuera de eso tiene alta fragmentación. El resto de la oposición tiene fragmentación nacional y sólo tiene en común su rechazo a Cristina.
Esto no es menor: en un contexto regional de avance de fuerzas de derecha, en el contexto argentino con una concentración de poder muy fuerte en manos del gobierno (institucional, mediático y económico), en una relación de fuerzas muy desfavorable para los intereses populares, las desaveniencias de la oposición parecen hoy irreductibles. Algunas se refieren a concepciones políticas, otras a intereses corporativos o partidarios y otras a pasiones, tanto en su forma de amor como de rechazo visceral. No resulta realista creer que hay chances de unificación de la oposición. Más que hacia una articulación de diversidades, hoy pareciera continuar el proceso centrífugo.
Por un lado, en el balance parcial que permiten las PASO (al final, sólo octubre tendrá impacto), se confirma la tesis de que Cristina tiene un piso muy alto y un techo muy bajo en la Provincia de Buenos Aires. Las innovaciones en el estilo de campaña no parecen haber rendido frutos por ahora. Habrá que ver cuál es su lectura de los resultados y cómo define la estrategia de los próximos dos meses. No hace falta una consultora de comunicación para detectar que si pretende lograr una mayor cantidad de votos en octubre enfrenta desafíos que no se resolverán sin modificar la conceptualización de su campaña.
Por eso, el hecho de que la mayoría no apoye con su voto al gobierno actual no significa que existan condiciones para que apoyen juntos otra opción. Para los votantes no existieron dos ni tres opciones claras. Si el gobierno logró la primera minoría, sectores de las oposiciones que han apoyado leyes centrales en el parlamento han obtenido un importante, aunque muy disperso caudal de votos. Los balances del gobierno anterior continúan teniendo un peso relevante en la elección.
Sin establecer un diálogo respecto de las críticas más habituales, es dificil que Cristina pueda perforar significativamente el techo actual. ¿Será contraproducente o le generaría réditos expandir esa alusión del acto de cierre de campaña respecto de que no siempre predominó la humildad? El gobierno ya anuncia que su campaña para octubre será apuntando a los votos “anticristinistas” de Massa. ¿Dónde buscará nuevos votos Unidad Ciudadana? ¿Hay realmente muchos más votos “antimacristas”? Si quiere lograr más votos, tendrá que comprender cómo piensa el tercio que no los votó ni voto a Cambiemos y escoger un camino de acercamiento a esos votantes, más que creer que los votantes se acercarán si ellos permanecen en el mismo lugar. ¿Qué sucedería si Cristina acepta algunas entrevistas con periodistas no kirchneristas que son críticos de este gobierno? ¿Podría ampliar su mensaje y la llegada de su mensaje?
Después, parece haber desafíos para toda la oposición, en su heterogeneidad. En primer lugar, el límite de la moderación como proyecto político. En 2017 ninguna versión “correctiva” del proyecto neoliberal consiguió atraer nuevos votos, más bien todo lo contrario. Los electores de ese espacio prefirieron la versión original. Para quienes son opositores al neoliberalismo queda la pregunta de cómo hablar con mayor impacto de los efectos de las políticas actuales. Parece claro que ni el recurso de la hipérbole, ni el de levantar el volumen de la voz van a rendir nuevos frutos. Me explico: no siempre es bueno denunciar hambre ante el recorte del poder adquisitivo, porque puede suceder que muchas personas afectadas por el ajuste no pasen literalmente hambre. El uso excesivo de la hipérbole puede reducir su efectividad. Frente a eso, gritar más fuerte a veces permite que otros escuchen. Otras veces genera que otros se tapen lo oídos. Todo esto vale la pena analizarlo ahora, incluso si parece que construcción de alternativas al neoliberalismo llevará su tiempo.
El pequeño problema de la unidad parece tenerlo resuelto sólo el gobierno. Incluso la izquierda, que realizó una buena elección nacional, mostró cierta dispersión entre candidatos y frentes. Los próximos dos años mostrarán quiénes se conforman con lo obtenido y quiénes tienen ambición de ir más allá. Por lo pronto, el gobierno sí tiene esa ambición.
“Los argentinos apoyan el Cambio”, o algo por el estilo, será el slogan del gobierno, que buscará mejorar su desempeño en octubre y con ese capital político hacer pasar su proyectos de flexibilización laboral, de reforma tributaria regresiva y muchos otros. Así, con algo más de un tercio sólido hablará en nombre de todos los argentinos para presionar sobre la oposición más dialoguista. Es un neoliberalismo con votos, pero no con la mayoría. Y frente a ciertos intentos de proscripción o frente a lo sucedido en el escrutinio de la Provincia de Buenos Aires, uno tiene derecho a preguntarse qué sucederá si en el futuro ya no tienen la primera minoría.
Por eso, no está de más insistir en que las elecciones libres son una conquista popular. Siempre será preferible perder una elección, antes de que sean canceladas o suspendidas. Esa es una tarea de todas las oposiciones. La democracia electoral no es suficiente para construir un país más justo, pero es una condición necesaria.