En Caacupé los milagros se enumeran como las cuentas de un rosario infinito: enfermos terminales recuperados, accidentados ilesos, apariciones salvadoras, hijos inesperados, amores encontrados, trabajos nuevos, vidas resurgidas y adicciones superadas. Son verdades cotidianas, retazos de la memoria personal, familiar y ancestral que circulan en la ciudad paraguaya de la virgen más milagrosa. Millones de fieles comienzan a llegar y los 50 mil habitantes locales cuelgan banderas vaticanas, paraguayas y caacupeñas. Todos esperan una milagrosa bendición de Francisco.
Dicen los lugareños que nunca vieron tan lindo al pueblo. Hay calles asfaltadas por primera vez en sus más de 200 años de historia. Las fachadas, que hasta hace unos meses amenazaban con venirse abajo si había de un viento fuerte, relucen. Algunos hablan de un millón de personas, otros dicen que podrían ser tres. Y las dos cifras resultan verosímiles en boca de los devotos, que es como decir en boca de todos. Acá nadie permanece ajeno a la visita de Francisco.
La recorrida del Papa comenzará el sábado a las 9 cuando se suba al Papa Movil para hacer tres o cuatro kilómetros seguido por peregrinos a pie. A las 11.30 comenzará la misa en la que hará la consagración de Paraguay a la Virgen. Antes tendrá un encuentro personal con la patrona nacional, tocará la piedra que la sostiene y le colocará un rosario de oro que trajo desde del Vaticano. Luego, será homenajeado por un grupo de danza local y recibirá un regalo de ñandutí elaborado por artesanas de Itauguá.
Muchos esperan que tenga un gesto especial con Caacupé. Acá es bien conocido el vínculo de Jorge Bergoglio con esta virgen y sus misas en la parroquia Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé, en la Villa 21-24 del barrio de Barracas.
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Juanita Cassanello O´higgins abre las manos hacia el cielo frente al altar de la vieja casa que construyó su padre 130 años atrás y que aún reluce. Ella tiene 88, es docente desde los 17 y una de las habitantes legendarias de la ciudad que alberga la iglesia más grande de Paraguay.
-A mí me dicen que escriba un libro con los milagros que ella me dio. Pero no alcanzo a contar todos en uno solo.
Cuando estaba embarazada de su primer hijo y debían operarla por un problema en la placenta que ponía en riesgo al bebé, la virgen la ayudó. Un día antes de la cirugía, parió de manera natural. A los 3 meses caminó los 17 kilómetros que unen Ypacaraí hasta Caacupé, con el bebé en brazos. Y lo repitió, siempre sola, con cada uno de sus otros tres hijos.
La religiosidad no es anormal entre los caacupeños. Cada 8 de diciembre alrededor de un millón de personas peregrinan desde todo el país hasta esta ciudad ubicada a 54 kilómetros de Asunción, en el Departamento de la Cordillera, de clima subtropical y geografía montañosa, con un centro pequeño y bajo. Lo único que resalta es el santuario, blanco, imponente, que se divisa desde cuadras a la redonda y es el epicentro de la vida local y de la fe nacional.
Para agradecerle, para pedirle, para rezarle, o simplemente para estar cerca de ella. Los campamentos comienzan una semana antes, cada 28 de noviembre, y cuando llega el día no queda más que esperar que el movimiento de la masa los lleve hasta ella. Algunos lo logran, la mayoría no. Están entrenados para acoger a los peregrinos. Pero no estaban listos para que existiera un Francisco en la Iglesia Católica.
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-Es como si el mismísimo Dios viniera a visitarnos.
Lo dice serio. Nacido y criado en Caacupé, Álvaro Gamarra tiene 39 años y es uno de los seis amigos que, todavía a la medianoche del jueves, toman mate en la vereda de una de las más de treinta santerías que rodean el santuario. A esta hora ya no hay clientes, ni siquiera turistas curiosos, pero la fiesta que se viene justifica encuentros hasta la madrugada, guitarreada y alegría. El gobierno decretó tres días feriados para empleados públicos y privados, no hay razones para irse a dormir.
Apenas nos acercamos, agregan dos banquetas a la ronda. Cinco son amigos de la infancia, dos de ellos hermanos. Hay un sexto que es argentino: Alan Solís, un periodista misionero, de origen y de oficio, de 35 años. Los conoció por César Gómez, el más devocional de un grupo en el que todos lo son, durante la visita de Francisco a Río de Janeiro en 2013. Desde entonces comparten una vida laica dedicada a la religiosidad.
César es el único que en su biografía de fe no tiene un hito dramático: a Alan, Dios lo salvó de las drogas; a Juan Bertriz –uno de los hermanos- le “sacó los nervios” y le salvó el matrimonio; a Derlis Zárate la Virgen de Caacupé lo rescató de una depresión segura tras la muerte repentina de su madre, a los 22. Ninguno llegó ni volvió a la Iglesia entusiasmado por el nuevo Papa latinoamericano y, sin embargo, todos dicen que desde que él asumió el mundo cambió:
-Dice lo que siempre uno ha querido escuchar de un Papa. Se lo siente cerca como a ningún otro. Porque es como Juan Pablo II, pero además habla nuestra lengua-, dice Álvaro.
Juan, con dos de sus hijos dándole vueltas, cuenta otras anécdotas y pone el video de la canción oficial de la visita papal en su celular Samsung último modelo. En el parlante portátil suena “Gracias Santo Padre” del grupo Los Nazarenos. Cantado mitad en español y mitad en guaraní, el tema ganó un concurso nacional en el que se presentaron más de 90 participantes y en estos días se escucha en las radios, en los barrios y en las iglesias.
-¿Viste lo que dijo de las mujeres paraguayas? Que son las mejores del mundo. ¿Sabés lo que es eso en un país machista como este? Y lo que dijo de los argentinos… Con unas palabras logró que los miremos de otra manera-, enumera Martín, el dueño de la santería.
César recuerda los primeros gestos de humildad y sencillez del argentino al llegar al Vaticano y Derlis dice que la expresión de su cara se ha tornado tan luminosa que hasta se le ve que Jesús está dentro suyo. Los demás acotan otras frases y gestos. Por unos minutos es como si ya no estuviéramos ahí; se pierden en la conversación con la pasión de una charla futbolera entre maradonianos. No hay crítica ni tropezón; todo es excepción, heroísmo y singularidad.
-Francisco es lo que más cerca que podemos estar de Dios-, dice Derlis.
Les pregunto qué sacrificios estarían dispuestos a hacer por su fe.
-Todos los necesarios.
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Carlos es un cura tercermundista angoleño. Lleva siete años en Sudamérica y desde hace dos está instalado en Tembiaporan, en el Alto Paraná. Dice que la llegada del Papa no es una actividad más.
-El Paraguay es un pueblo más mariano que trinitario, sin por eso ser hereje. Hablar de Caacupé es hablar del todo. Ella no lleva a Dios. Ella es un camino y un fin en sí mismo. Hasta los que no son católicos son devotos de ella. Ahí hay otro gesto: el de la Iglesia que demanda de las masas.
Nilda Daiub tiene 57 años y es dueña de una de las santerías más antiguas de la ciudad, que es también la entrada a su casa. Ahí estaba en 1988 cuando Juan Pablo II visitó Caacupé y ella fue una de las privilegiadas que llegó hasta su lado y recibió uno de los rosarios que entregó. Mientras lo cuenta, interrumpe el relato para traerlo, pero no quiere sacarlo del sobre en el que lo guarda porque está medio desarmado y tiene miedo de que se le pierda alguna parte.
-Es emocionante tenerlo a Francisco aquí. Pero yo creo que a él no le va a gustar que pongan tantas vallas alrededor. Si lo dejaran, el Papa vendría a tomar el mate acá.
Está lloviendo fuerte en la mañana del viernes. Y mientras habla, Nilda cubre con un nylon la mesa de la vereda con decenas de imágenes, de todos los tamaños, de la virgen de rulos castaños que la leyenda oficial consagró como la protectora de los conversos, porque salvó a un indio evangelizado perseguido. Aunque en cada altar, la historia se cuenta con matices diversos.
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Flora Ramona Adorno se protege del chaparrón repentino debajo de un techo mínimo frente al santuario. Espera a que se hagan las 12 para poder entrar en la explanada sobre la que Francisco dará misa mañana. Todavía falta una hora y ya empiezan a reunirse los primeros grupos de fieles, entre los que resaltan las banderas y los cantos de los argentinos. Jóvenes de congregaciones de distintos lugares de Paraguay reparten diarios sonrientes y otros, como juglares, se detienen frente a cualquier transeúnte o vecino y le leen la Biblia.
La mujer llegó temprano con mucho abrigo, una bolsa con comida, una silla y el bastón con el que camina por los problemas de rodilla que le dejaron más de 50 años de trabajo en el cultivo de flores. Ella es de Cabañas, una localidad distante 5 kilómetros pero a una hora de ómnibus, famosa por la producción orquídeas, rosas, gladiolos y crisantemos. La agrícola-ganadera a pequeña escala es la principal actividad productiva de la zona junto a las artesanías en cuero y la producción de dulces. Salvo una embotelladora de agua y las actividades comerciales, la economía funciona por el turismo que genera la devoción a Caacupé.
Ahora, a los 71, Flora vive de lo que le mandan sus seis hijos, instalados en España desde hace una década.
-¿Jubilada? Me dijeron que eso existe en Argentina, pero acá nada. Yo espero que el Papa venga a decirle algo a nuestros políticos. Sobre todo a este Horacio Carlés, que nos tiene cada vez peor. El no escucha al pueblo. Tenemos la esperanza de que quizá lo escuche a Francisco.
Flora vio por televisión el discurso con el que ayer el Papa cerró su visita a Bolivia y en el que volvió a concentrarse en atacar al capitalismo como responsable de la injusticia y la degradación en el mundo. Lo reconstruye como si repitiera los mandamientos: ayudar a los excluidos, terminar con la injusticia, unirse los pueblos, acabar con la pobreza y dejar de pensar sólo en el dinero.
Como un gran eco que va rebotando entre los fieles, las últimas palabras de Francisco van y vienen en la vigilia: se comentan, se enaltecen, se agradecen y hasta se especula con la posibilidad de cambiar el mundo y la historia.
El padre Paublo Giménez Santos, oriundo de Altos, camina acompañado de unos jóvenes misioneros brasileños que llegaron desde San Pablo. En su pueblo los feligreses le dicen: “Padre, ¿vio que el Papa habla como usted?”.
-¿Revolución? Sí, pero no porque esos no sean los valores de nuestra Iglesia. Si no porque es la primera vez que un Papa los dice en voz alta y con esa claridad para todo el mundo. Francisco viene de la calle. Es uno de los nuestros.