El tren anunció su partida y Charlotte, pálida, rubia, flaca, cuenta hasta veinte y se señala a sí misma, veintiuno, estamos todos. Vuelve a contar. Tan inglesa que podría ser la imagen del subterráneo de Londres, sólo que decidió trabajar para el régimen de Kim Jong Un. Afuera nieva sin cesar y Dandong, la ciudad del sur de China que limita con Corea del Norte, se emblanquece de a poco. Por unos 600 dólares, el tour nos llevará a conocer la República Popular y Democrática de Corea (RPDC).
En el último viaje que hizo, Charlotte volvió con un turista menos, el americano Otto Frederick Warmbier, un estudiante de comercio de la Universidad de Virginia se transformó en el tercer occidental que entró con un tour y no salió: quedó preso.
En un comunicado oficial, el 2 de enero de 2016 luego de la detención, la RPDC afirmó que fue visto cometiendo un "acto hostil contra el Estado”. Su familia, por versiones de compañeros de viaje de Otto, afirma que sólo se robó un poster de Kim Jong Un. La CNN obtuvo un video en el que se lo ve siendo enjuiciado y en su declaración se pone a rezar gritando “¡Cometí el peor error de mi vida!”
-¿Por qué lo encarcelaron?
-No puedo decirlo.
-¿Pero qué tan grave es lo que hizo?
-Sólo voy a decir que violó las normas.
Apenas unos quince minutos después de salir de Dandong el tren pasa por el “Puente de la amistad chino-coreana” sobre el río Yalu y pisa vías norcoreanas en la ciudad de Sinoju. Allí, suben oficiales y piden las cámaras, los pendrives, las memorias, las computadoras, los celulares y los "buku, buku" ¿Qué? Ah, books. Se sabe que por ejemplo la Biblia o el Corán están prohibidos pero me pregunto por qué revisan con tanto ahínco las fotografías ¿Qué buscan?
Como por la amplitud del zoom no están permitidas las cámaras profesionales, el otro argentino que viaja conmigo en el contingente decidió llevarse una “pocket” que era de su ex novia. A poco de requisar, el oficial exclama:
—America…
El argentino se pone pálido.
—Iunaited esteits.
Olvidó borrar las fotos de los Estados Unidos de la tarjeta de memoria. Imágenes del país enemigo número uno de Kim Jong Un en la cámara de alguien que dice ser de otro país, de alguien que no tiene visa estadounidense en el pasaporte.
Pero el oficial comienza a sonreír.
Por primera vez en su vida está viendo imágenes de la 5ta. Avenida, del Times Square, de la Torre de la Libertad. Ahora, el oficial norcoreano y el argentino conversan en un idioma inexistente, mueca a mueca, sin entenderse, sobre el viaje que la ex novia de uno de los dos hizo a Nueva York.
Después de varias horas de requisa, el tren retoma su marcha rumbo a Pyongyang, la capital. No hay indicaciones precisas sobre si está permitido fotografiar el paisaje desde el tren, algunas crónicas de gente que viajó anteriormente testimonian que no pero la tentación es inevitable y, entonces, implícitamente todos los visitantes van asumiendo una política arriesgada cuyo lema podría ser "pedir perdón y no permiso". Al parecer el régimen habría flexibilizado la restricción. No hubo sanciones.
La constante del camino es la tierra trabajada. No hay metro cuadrado que no lo esté. Sobre la vera de las vías hay mucha nieve joven plagada de huellas, sin embargo, no se ve ni una sola persona caminando. Como si las hubieran escondido, antes de que pasáramos nosotros.
Aparecen algunos hombres. Están en cuclillas sobre una laguna congelada haciendo pequeños huecos en el hielo para dejar caer la tanza de sus cañas de pescar. Más adelante, con una correa una mujer pasea un grupo de patos como si fueran perros. Una vaca arrastra una carreta con paja mientras recibe azotes de un campesino. Luego, por más de dos horas no aparece nadie, pero en la nieve se siguen viendo huellas. Antes de arribar, tres veces más se interrumpe el paisaje para repetir con asombrosa similitud la misma secuencia, como si alguien hubiera copiado y pegado el paisaje en la ventanilla del tren: hombres en cuclillas, patos de paseo, vacas-caballo hasta que cerca de Pyongyang se empieza a ver gente trabajando en el campo, siempre de a uno, aislados.
Una maqueta enorme.
En todo el trayecto vemos un solo camión, tirando muchísimo humo negro: al escasear la gasolina combustiona a carbón.
Cerca de Sinouj, un ciclista al que no se ve muy entrenado pedalea fuerte y consigue superar al tren cuando este ya se aproxima a su velocidad máxima. A pesar de que la distancia entre Sinoju y Pyongyang es de sólo 223 kilómetros, el viaje dura más de cinco horas. El ritmo de viaje da tiempo para sacar fotos del paisaje sin que salgan movidas.
A bordo, hay más pasajeros. Unos treinta norcoreanos que, según dicen, viven en China y vuelven a visitar a su familia. Están vestidos con ropa de marcas europeas como Lacoste o Polo Ralph Lauren que en Corea del Norte no se consiguen. Cada uno de ellos lleva como equipaje varias bultos de mercadería: televisores LCD, aspiradoras inalámbricas, computadoras, frutas del sudeste asiático (guardadas en heladeras), whiskies importados de Escocia, vinos de Francia, cigarrillos norteamericanos. Ni a la salida de China ni a la entrada de Corea pasan por la Aduana.
Al llegar a la estación central de Pyongyang, esperan al contingente la señorita Song y el señor Jong, los guías. En cada pecho, sus distintivos: la efigie de los líderes.
Ella con un tapado negro hasta los pies, la sonrisa nerviosa, sin maquillaje, con un acné adolescente. Él de perfecto traje, camisa blanca y corbata azul.
No nos dejarán solos ni un momento. Se dividen los roles: ella guía el recorrido, él responde las preguntas.
En su primera intervención a Song le juegan en contra los nervios. Al referirse a la Avenida de los Científicos afirma: “fue construída hace pocas horas, perdón, hace pocos años”.
***
¿Y si entre nosotros hay un soplón de Kim Jong? Entre nosotros debe haber un soplón de Kim Jong. Un turista simulado que detecte profesiones prohibidas. Si Alejandro Cao, un español, hace años se enamoró del régimen de Kim Jong Il y se transformó en el único occidental en su ejército, puede haber otros, secretos, que sean como agentes de inteligencia. ¿Será alguno de los tres canadienses que dicen venir desde Moscú en el Transiberiano? Hay un español que dice trabajar en Radio China Internacional. El otro argentino no para de hacer bromas. ¿O alguno de los cinco británicos? Sus conversaciones se dan en un inglés tan perfecto que su charla parece una lección de listening, aunque no, quizás la estrategia es despistar y hayan puesto un soplón norteamericano: ¿Lo capturaron y como castigo lo pusieron a trabajar para ellos? Hay uno en el grupo que tiene pasaporte mexicano y vive en Hong Kong. A último momento llega un indonesio, usa sus pantalones dentro de las medias para que se gasten menos. Hay también un colombiano casado con una rusa que conoció en China. ¿Serán agentes de Kim?
¿Serán espías rusos?
¿O sólo son un grupo de turistas plagado de periodistas que dicen ser otra cosa para poder entrar? La República Popular y Democrática de Corea (RPDC) y la paranoia son una misma cosa.
***
El rostro de los líderes queda reservado para bustos y pinturas relevantes, los carteles de propaganda desacralizan su imagen, por eso, sólo contienen frases.
"Reiremos, a pesar de las dificultades", dice uno.
¿Dificultades? Aquí, al menos en el paseo que nos están dando, no parece haber dificultades…
En la Avenida de los Científicos, la principal de Pyongyang, y en los edificios oficiales no hay una sola luz en la calle. En invierno, después de las cinco de la tarde, no se ve más nada. El bus, que traslada al contingente de turistas de la estación al hotel, parece circular como por un túnel en el medio de edificios apagados y estacionar en una nada que de repente se rompe cuando se encienden decenas de luces del lobby de un hotel. Las de los pisos 21, 22, 23 y 24, solamente, también. En esas plantas distribuirán a los que estamos a bordo del micro, el resto del edificio será una inhabitada penumbra.
Varias veces por día Pyongyang pestañea. Cada dos horas, la luz se corta en toda la ciudad y vuelve a los quince minutos, como si un generador se reseteara cíclicamente. Durante uno de los cortes, varios de los integrantes del contingente se quedaron atrapados en el ascensor. Cuando volvió la luz, bajaron al primer piso a toda velocidad. Sin que las puertas se abrieran, el ascensor rebotó y subieron hasta el 30. Recién entonces, más despacio, la máquina se detuvo en el piso 20, adonde querían ir para comer.
Cuatro rodajas de tomate y dos de pepino natural, sin condimentar, cortadas en julianas: la entrada está servida. El plato principal es un panqueque relleno de arroz con pollo. Para tomar, la cerveza inventada por Kim Jong Il que, según dicen, no genera resaca. A la mañana del día siguiente varios de los turistas comprueban empíricamente lo contrario.
¿Estaremos dentro de una especie de The Truman Show?
Al mediodía siguiente almorzamos en un lugar sin ventanas, un restaurante con la luz tenue y titilante. Las mesas son cuadradas. En el medio hay un hueco con una pequeña parrilla sobre la que se cocinan pequeños pedazos de una carne bordó, parece carne vacuna.
—¿What is this? (¿Qué es eso?)
— Dagck. (Prato)
—¡¿What?! (¡¿Qué?!) ¿Dog or duck? (¿Perro o pato?)
— Dagck. (Prato)
La mesera no pronuncia bien en inglés.
La comida del contingente y la información sobre la misma mejoran en las siguientes comidas y aparecen platos típicamente coreanos como el Jigae, un guiso de pasta de soja o el Jeongol una sopa con fideos, hongos de pino, pulpo, tripas y verduras.
El agua caliente del hotel funciona sólo dos horas por día y la calefacción es inexistente. Hay que comer abrigado, con gorro y bufanda.
La mejor forma de calefaccionarse es metiéndose dentro de las camas, disfrutando el confort que brindan unas mantas eléctricas conectadas a 220 voltios. Cuando la ciudad pestañea, el confort de la cama también.
Por las calles, algunos de los transeúntes caminan a oscuras, saben el camino de memoria. Otros llevan linterna, son los que logran vencer de alguna manera ingeniosa el desabastecimiento de baterías.
Hay excepciones para los cortes programados. Los bustos iluminados de los Líderes Supremos no pestañean jamás.
***
Cuando Jong responde preguntas, en voz muy bajita Song canta.
—¿Te llamas realmente Song o te pusiste ese nombre a propósito?
Se ríe, lo toma como un cumplido pero no lo aclara. Todas las canciones no norcoreanas que sabe las conoció escuchando la melodía muda del Karaoke, sin escuchar la versión original.
Un inglés que forma parte del contingente se ofrece a dejarle un pen drive con música, pero Song se resiste. No dice que no quiere, no dice que no puede, simplemente afirma:
—No, gracias.
La cara de Song se ilumina cuando entona, un aura que no tiene cuando guía el recorrido y por ejemplo explica que la cantidad de moldes de granito que tiene la torre de Pyongyang es "26.550, la misma cantidad de días que vivió Kim Il Sung, el Presidente eterno".
En Corea del Norte no hay boliches. Se baila en bodas o eventos oficiales donde además se suele pasar sólo música hecha en Corea del Norte. La diversión entre amigos queda reducida al Karaoke de los pocos bares que lo tienen.
Song aprendió inglés y trabaja con turistas, una combinación que le permitió encontrar un software de Karaoke con canciones del exterior.
—A muchos el karaoke ya les aburrió —dice Song aprovechando que Jong está lejos.
Porque a la manera de los juegos de la escuela "a priori parece divertido hasta que uno se da cuenta que sólo es lúdico".
Todos los dispositivos que en Oriente y Occidente fueron diseñados para el entretenimiento, son deliberadamente de adoctrinamiento, allí la RPDC intenta reproducir las ideas Juche (la filosofía que domina a cada aspecto del país, "que no se puede explicar porque se tiene que vivir" y, como ningún extranjero lo puede hacer, tampoco la puede entender). Los norcoreanos sólo pueden hacer karaoke con canciones partidarias e himnos patrios, las tablets sólo tienen trivias sobre el Juche, los programas de la tele son noticias sobre la actividad presidencial o recitales de bandas con repertorios nacionalistas, las películas de cine son las del Korean Film Studio.
Jong había comentado que hay lugares para ir a cantar y bailar: las escuelas de baile. Pero Song, siempre lejos de Jong, explica que son escuelas militares, con disciplina militar y las exhibiciones son eventos con formato militar. Himno, presentación prolija al extremo, aplauso medido. Song prefirió aprender a cantar por su cuenta y le encanta Moranbong, el grupo musical más popular de Corea del Norte. Hacen Pop fusionado con sonidos sinfónicos y del rock, desarrollan una puesta en escena moderna, usando un atuendo poco tradicional, blanco, muy similar al que usan las enfermeras y con la falda por encima de las rodillas, algo que ni Jong ni ninguna de sus amigas se anima a mostrar.
Un emblema del pop reciente, el Gangnam Style del cantante PSY, símbolo del K-Pop (Korean Pop) y que supo estar de moda en todo el mundo, nació en Seúl (Corea del sur) a poco más de 500 kilómetros de la casa de Song. Pero ella nunca lo escuchó ni tiene idea de qué se trata. Ya van tres generaciones norcoreanas que no accedieron a otra cosa que a información oficial y entretenimiento patrio.
Song estudió turismo en la Universidad de Pyongyang. A diferencia de otros países, capitalistas, en dónde se enseña la configuración de la industria del turismo, el programa de estudio norcoreano sobre el tema tiene sólo dos ejes: las bondades turísticas del país y el aprendizaje del idioma inglés. De esta manera se aseguran que los graduados sean en realidad voceros del régimen hacia el exterior. De todos los que se postulan para estudiar la carrera, muy pocos lo consiguen. Estudiar otro idioma, dice Song, es lo que un día permitirá viajar. Hoy, menos del 5% de la población habla otro idioma y menos del 1% salió alguna vez del país.
—¿Adónde te gustaría ir?
—A París. Me he cansado de escuchar que es bellísima pero nunca fui porque no tengo tiempo.
Legalmente, Song no puede salir. Sólo se les da visa de salida a algunos hombres, casados y con hijos, que tengan una misión puntual para hacer en el exterior. "Afín a las necesidades del país y la revolución", aclara Jong.
Pollera larga aun en verano, medias de nylon complementadas con medias de algodón en los pies y blusa hasta el cuello, es un look habitual de las mujeres norcoreanas. Está mal visto que beban alcohol y su tarea, aunque muchas trabajen, es la de criar a los hijos. La mayoría se casa muy joven porque es la manera de salir de la casa de sus padres y de concursar para que el Estado les otorgue una vivienda propia.
Song tiene 24 años: todas sus amigas ya se casaron y eso la angustia no sólo porque siente que “ya es tarde" y "no va a encontrar a nadie" sino sobre todo porque, debido al trabajo, ya no ve tanto a sus amigos. En el año nuevo chino la costumbre es juntarse con los amigos por la noche y al día siguiente almorzar con la familia. Song esta vez no puede. Nos tiene que guiar. Dice, al menos, disfruta de tener una habitación para ella sola en el hotel que aloja al contingente. No le importa que no tenga calefacción. Está acostumbrada.
***
Ni el calendario chino ni el gregoriano rigen la vida cotidiana, aunque se festejan los años nuevos. Estamos en el año 105 de la era Juche. Se comienza a contar desde el momento en que un espermatozoide del papá de Kim Il Sung dio con el óvulo de la mamá. En ese momento, concibieron al Presidente Eterno.
El año está marcado por hitos, todos feriados nacionales. La concepción de Kim Il Sung, el nacimiento de Kim Il Sung, la muerte de Kim Il Sung, el nacimiento de Kim Jong Il, la muerte de Kim Jong Il y el cumpleaños de Kim Jong Un. También son días festivos el Día de la Revolución y la Fiesta de la Primavera (así le dicen al año nuevo Chino) que tiene como emblema la “Kimjongilia", una flor introducida a través de un regalo del gobierno de Indonesia en la década del 80.
La filosofía Juche es promocionada como una corriente de pensamiento con una extensa obra bibliográfica pero sólo tres personas escribieron sobre ella. Kim Il Sung, su hijo y sucesor Kim Jong Il y su nieto Kim Jong Un, actual Líder supremo. A las estatuas de los primeros dos los turistas están obligados a demostrarles adoración:
-Ahora todos nos inclinamos ante los líderes en señal de respeto-, dice Jong.
Es el pasaje mas autoritario del viaje. ¿Qué pasa si nadie lo hacía? ¿Acaso seguíamos los pasos del estasdounidense Otto?
El último libro de Kim Jong Un se titula "Llevemos a feliz término la causa revolucionaria del Juche enalteciendo al gran camarada Kim Jong Il como eterno Secretario General de nuestro partido" y el anterior se titulaba "Logremos un cambio trascendental en la administración territorial conforme a las exigencias de la construcción de un Estado Socialista poderoso y próspero".
El lema de la filosofía Juche es "El hombre es el centro de todo". Las decenas de miles de páginas escritas por los líderes para desarrollar el concepto no hacen más que repetir la misma idea con distintas palabras, sin explicarla, un material destinado a ser aprendido de memoria. El método de enseñanza que se utiliza en la Universidad de Pyongyang tiene esa estructura, no existe en los textos el concepto de introducción-demostración-conclusión. La filosofía Juche de la vida evita construir argumentativamente. Evita las ideas.
A “el hombre” que está en el centro no se lo edifica etimológicamente.
—¿A qué se refieren con “el hombre”, Jong?
—Bueno, a cualquier hombre. A Kim Il Sung, por ejemplo.
***
Al caminar por Pyongyang llama la atención lo que no se ve. No se ven personas obesas, ni minusválidas. Nadie tiene perro, gato, ni pájaros: lo más cercano a mascotas son los patos paseados por mujeres en el campo. No se ven indigentes ni viviendas precarias.
En las calles de la capital nadie se detiene a conversar, nadie habla entre sí en público, todos caminan en una dirección precisa, nadie parece pasear o deambular, los transeúntes no miran a la cara a los turistas, hacen como si no existiesen, pero luego, unos veinte metros más adelante, se detienen a mirar para atrás. Si los norcoreanos presienten estar en el cuadro de alguna de las cámaras de los turistas se corren rápidamente.
En el metro hay atriles con la tapa de los periódicos de la última semana, todos se detienen a leer pero nadie puede llevarse un ejemplar. No hay manera de llevar un archivo con las noticias.
Como es un refugio frente a bombas atómicas, no se ve dónde termina la escalera mecánica: el túnel es de 90 metros de profundidad y entonces el viaje (de la superficie a la boletería) dura unos cuatro minutos. Son diecisiete estaciones pero ningún extranjero visitó jamás más de dos y eso alimenta uno de los mitos del exterior para con la RPDC: “El metro no existe”. Sin embargo, centenares de personas se suben hacia un lado y al otro de los andenes ambientados a la Stalin de las dos estaciones visibles, las 15 estaciones restantes (de las que tampoco se ve la boca de entrada durante el recorrido del micro) son un misterio incomprobable ¿Acaso el mito es cierto y los pasajeros son actores? ¿O el metro abre solo los días que van los turistas y entonces la gente sale a pasear? ¿Y si simplemente exhiben las dos estaciones mejor arregladas y ya? La República Popular y Democrática de Corea (RPDC) y la paranoia son una misma cosa.
Otro de los mitos gira alrededor de los supermercados. La película "The Interview" (2014) generó muchísima polémica luego de su estreno, en ella un famoso presentador norteamericano es elegido por Kim Jong Un para que lo entreviste, lo invita a la RPDC, juegan al basket y se hacen amigos pero todo se rompe cuando el presentador descubre que los supermercados son de cotillón. Sin embargo, en Pyongyang uno grande al menos es real, tiene cuatro niveles, se consiguen todo tipo de frutos de mar congelados (como rayas), una importante variedad de vestimenta producida localmente, artículos de librería, televisores, lavarropas y hasta se puede almorzar en su extenso y colmado patio de comidas. Los clientes suelen gastar un equivalente a 15 dólares en llenar el changuito, o sea el 75% del sueldo único (20 dólares). Jong dice que los extranjeros pueden comprar Wons (la moneda local) y consumir en el supermercado pero deben gastarlo todo porque es un delito para un extranjero salir del país con dinero norcoreano, tampoco se pueden doblar los billetes por la mitad porque se estruja la cara de algún Gran Líder. Algunos aprovechan para comprar la versión de la Coca-Cola norcoreana, tiene el mismo diseño pero un gusto similar al de los jarabes para la tos. Los números de los tickets finales en las cajas suelen equivaler a los salarios únicos.
-¿Se gastan toda la plata acá?
Song y Jong no responden, están indignados porque escucharon lo que se dice sobre los supermercados norcoreanos y porque los ingleses les contaron el final de la película “The interview” en donde el presentador norteamericano mata al Gran Líder.
Y se preguntan “¿qué pasaría si nosotros hiciéramos un film en el que un norcoreano asesina a Obama?”.
Ese cuestionamiento es exactamente el mismo que le hace el español Alejandro Cao, único occidental del ejército norcoreano, al periodista español Alvaro Longoria, director del documental “The propaganda game”, estrenada por Netflix hace pocos meses, cuando se habla de la película “The interview”.
Como si nuestros guías, el guía de cualquier turista, tuviera un guión, un discurso escrito que debiera aprenderse de memoria y repetir, palabra por palabra, para construir sentido.
***
Jong probó por primera vez alcohol a los 8 años. Luego de que todos se habían ido a dormir, con su primo juntó todos los restos de Soju, el alcohol de Soja que el padre y sus amigos dejaron en la mesa, y se los tomaron.
—Por favor no le cuenten a nadie —Pide Jong.
Podríamos pensar que se está saliendo del guión, lo cierto es que ya tomó dos cervezas.
El padre lo descubrió.
—¿Te reprendió mucho?
—Me torturó.
—¿Te torturó?
—Era muy chico, necesitaba aprender que no debía hacer más eso.
—¿Pero cómo que te torturó?
—Fue una lección difícil pero había que aprenderla.
—¿Qué te hizo Jong?
—Me enseñó a no hacerlo más.
—¿Cómo te torturó?
—De la manera correcta.
—¿Volviste a tomar alcohol?
—A los 13 años todos mis amigos tomaban alcohol. Era difícil no tomar también.
—¿Hoy sigue siendo así?
—Estoy seguro que sí, se empieza a beber de niño pero espero que mi hijo no haga lo mismo.
—¿Y si lo toma harías lo mismo que tu padre?
—No, yo intento enseñarle inglés y mi padre no quería que estudiara inglés, mi esposa también trabaja en turismo y muchas veces hablamos inglés entre nosotros para que él no entienda y se interese en aprender. Así puede saber de qué hablamos.
—¿Pero si toma alcohol lo torturarías?
—Sé que no haría lo que hizo mi padre.
La mamá de Jong fue premiada en los 70 como "mamá héroe" por tener cuatro hijos. Es un tipo de condecoración que luego, durante la década del noventa, se les dio a muchas madres, pero por tener solo uno. Se trató de la etapa más dura en la historia de Corea del Norte luego de la Guerra de Corea. Entre 1994 y 1997: luego de la caída de la URSS los regímenes cerrados que dependían en gran medida de la ayuda soviética atravesaron un proceso marcado por el hambre, la escasez y las presiones por abandonar el sistema comunista, en el contexto de duras sanciones y bloqueos comerciales que con un mundo cada vez más unipolar recibieron por parte de los Estados Unidos. Fue el mismo lapso de tiempo que en Cuba se denominó "período especial".
Aunque las cifras oficiales hablan de 250 mil personas se calcula que dos millones personas murieron, lo que representaría al 10% de la población total. A principios de la década del 2000, Unicef publicó que, debido a la desnutrición, el 60% de los niños menores de siete años estaban “atrofiados” física o mentalmente.
El hijo de Jong tiene diez años y es el mejor de su clase en matemática. Si sigue ese camino y se dedica a la ciencia puede llegar a trabajar en alguna de las investigaciones y vivir en la Avenida de los Científicos, la más importante de la ciudad. Allí, viven los más leales.
En la República Popular y Democrática de Corea no hay clases sociales pero sí, tipos de personas. Los leales son el tipo de persona ideal: investigadores, maestros, militares, hijos de los combatientes en la Guerra de Corea y contra Japón, junto a su familia y descendencia.
Luego vienen los vacilantes: familiares de los traidores o aquellos sobre los que el Gobierno no tiene confirmada su lealtad y por lo tanto no les extendió el certificado que necesitan para, por ejemplo, postular a una vivienda en la capital u obtener mejores raciones de comida.
Por último, están los traidores. Se puede acceder a esta categoría por haber sido acusados (no juzgado) de delitos contra el Estado o por ser familiar directo de un exiliado o un traidor por delito grave.
Human Rights Watch denunció que los traidores viven en campos de concentración. Ha habido funcionarios traidores, como el general Ri Yong-gil, jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército del Pueblo, que fue acusado por Kim Jong Un como culpable de enriquecimiento ilícito y recibió la pena de muerte.
Jong niega que lo de Ri Yong-gil sea cierto.
Después de las dos cervezas, dirá que la medida no le parece injusta.
—Con semejante hereje.
***
La maqueta más grande del Museo de Ciencias es también la más grande del mundo, dice un cartel. Está en el centro de los cinco niveles del enorme edificio dedicado a la difusión científica. Es un cohete que replica en tamaño real el satélite Estrella Brillante IV lanzado en Febrero y que, según la NASA, llegó a estar en órbita solo algunos segundos. Nada se dice de los otros cinco lanzados desde 1980 pero que fracasaron.
Hay dos mil computadoras conectadas a Intranet aunque los estudiantes crean que eso es Internet. Hay muchas láminas y maquetas que dicen que Corea del Norte está clonando animales y estudiando vacunas pero sobre todo que ya desarrolló la Bomba H. La bomba nuclear de Hidrógeno que según la ONU, de ser usada podría destruir toda la costa oeste de los Estados Unidos. Jong asume el dato como cierto.
— Pero si Estados Unidos o Corea del Sur o Japón y mucho más los tres juntos lo desean pueden hacer desaparecer Corea del Norte en un suspiro.
Desde 1945, Estados Unidos hizo 1.032 ensayos nucleares, Rusia (contando URSS) 745, Francia 210, Reino Unido y China 46. Corea del Norte sólo cuatro.
La política exterior de este país es una de poder sin poder. Kim Jong Un se sustenta en su condición de garantía frente a la amenaza de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, Estados Unidos y todo el sistema de bases militares que desplegó en Asia se presentan como una garantía frente a la amenaza de Kim Jong Un. China coopera con la RPDC, pero al mismo tiempo escucha las quejas de la ONU e intenta mantener el equilibrio porque una caída del régimen supondría un exilio generalizado a su país ya de por sí superpoblado pero una guerra nuclear los afectaría directamente. Corea del Sur tiene un PBI cuarenta y seis veces más grande que su vecino del Norte, una caída del régimen generaría un ejército de reserva y de refugiados que distorsionaría el mercado. Rusia tiene en Pyongyang un tapón formidable frente a los Estados Unidos. Kim Jong Un sostiene que su país quiere reunificarse con Corea del Sur, pero no es imaginable un escenario de reunificación con él en el medio.
Detrás de ese juego geopolítico complementario vive gente. Como Song, como Jong y como veinte millones más, de los cuales 15 millones no tienen posibilidades de obtener alimentación nutritiva y variada y entre ellos cerca de medio millón de niños menores de cinco años están crónicamente malnutridos, según la Encuesta Nacional de Nutrición de 2014. Mientras, el país destina el 16 % de su presupuesto (del que se desconoce el origen de su composición) en gastos militares.
—Es una medida fundamental para seguir existiendo —dice Jong.
Segundos antes de volver en tren a Sinoju, Jong se toma el tiempo de despedir uno por uno, como un presidente que saluda a una delegación, como si asumiera que no es un guía sino un representante oficial.
Reproduce la misma secuencia para con cada visitante, toma fuerte de la mano derecha, mira a los ojos fijo y pide por favor que le crean antes de decir:
—No lo olvide, diganselo a todos, somos un pueblo de paz.
Charlotte, la guía inglesa, es la última en despedirse en camino a la frontera y subir a la formación.
—Chau ¡Nos vemos en el cumpleaños de Kim Jong Il!
La próxima vez que regrese encontrará a los mismos guías en el mismo lugar, esperándola para repetir la misma secuencia.
—¿Te quedarías a vivir acá Charlotte?
—Sin dudas, me gusta este país.
—¿Tu familia que opina?
—No me hablo con mi familia, no me gusta Londres, prefiero esperar en China el próximo contingente.
Charlotte se relaja y cierra el telón de su ventanilla. El tren anuncia su partida. Cuenta hasta veinte y se señala a sí misma, veintiuno, estamos todos.