Martin Scorsese ve L’Avventura por primera vez en 1960. Vuelve al cine y la ve una y otra vez. Queda encantado para siempre por la película de Antonioni. Según él, la cinta “lanza un hechizo sobre los espectadores”. L’Avventura fue una película única en su tiempo: desconcertante, enigmática, distante; en palabras de Scorsese, indescifrable: un grupo de amigos viaja a una isla cercana a Sicilia y una mujer, Anna, en la piel de Lea Massari, desaparece repentinamente. Desaparece en el relato pero también en la película. En lo que resta, Sandro, su novio, y Claudia, su mejor amiga, emprenderán la búsqueda de la mujer desaparecida. Esa búsqueda se transforma en un pretexto para estar juntos, y estar juntos se transforma en otro pretexto: algo que moldea sus vidas y les da una especie de sentido.
Mucho de esa atmósfera inmortalizada por Antonioni en L’avventura retorna en Trenque Lauquen, la última película de Laura Citarella. Los lugares en los que L’Avventura y Trenque Lauquen se tocan son, algunos, evidentes y otros construibles. Pero hay uno fundamental: la película de Citarella también lanza un hechizo sobre los espectadores. Trenque Lauquen dura más de 220 minutos y está seriada de dos modos. Por un lado, se fragmenta en dos: parte 1 y parte 2. Y por otro, como si se tratara de una novela, se divide en capítulos. Capítulo 1: La aventura. Advertí varios días después de verla que este título dejaba una pista diáfana de la fascinación que Citarella, como Scorsese, siente por Antonioni. Sin embargo, el aire de L’Avventura se respiraba independientemente de esa huella porque en el inicio de este film, dos hombres se aventuran en la búsqueda de una mujer desaparecida. Todo ese misterio que en la película italiana se desarrollaba en el medio del Tirreno, aquí se despliega a lo largo de la ruta 5 de la provincia de Buenos Aires. La desaparecida es Laura (Laura Paredes, protagonista y co-guionista de la película), una bióloga que durante algunos meses se instala en la ciudad de Trenque Lauquen, empleada por el municipio, para realizar una especie de herbario sobre flores nativas.
Si la fuga, el misterio y una pregunta que se dibuja del mismo modo para personajes y espectadores remiten a Antonioni, hay un particular manejo del suspenso en relación a esa ausencia que remite al cine de Hitchcock. Algunas decisiones de cámara —desde cámaras subjetivas que toman la forma de una mirada hasta un primer plano sostenido de un papel que se oculta—, algunos versos musicales que recuerdan el modo en el que el inglés, asociado con el músico Bernard Herrmann, generaban ese particular estado de ánimo, entre la incertidumbre y la ansiedad, por aquello que sucedió o estaba a punto de suceder y sobre todo el lugar del misterio encarnado en la figura de una mujer que desconcierta a dos hombres: una femme fatale de la pampa bonaerense.
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¿Qué pasó con Laura? Esa es la pregunta que estructura toda la primera parte de la película. Dos hombres —su novio, Rafael, y su enamorado, Ezequiel—, como detectives salvajes, intentan responderla y, para eso, siguen pistas, preguntan, buscan, pero también tejen posibles, inventan historias y nosotros, entregados al juego de detectives que nos proponen, les creemos todo. Si en el inicio pensamos, como el novio, que Laura se fue tras la única flor que le faltó recolectar en su herbario, en el segundo capítulo de esta historia, La parte de Ezequiel, creemos que Laura se fue siguiendo una nueva obsesión. Porque la obsesión —ese rasgo tan cinematográfico— es una pieza fundamental de esta película. Cada uno tiene la suya, pero lo que le pasa a Laura con la propia es el nudo principal de Trenque Lauquen.
Durante los meses en que Laura hace su trabajo de clasificación floral para la municipalidad, sostiene una columna semanal sobre mujeres que hicieron historia en un programa de radio local. Laura pasa muchas horas en la biblioteca pública buscando biografías y materiales para construir esa columna. Allí se topa con un libro, Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada y otros textos sobre el amor de Aleksandra Kolontái. Aunque en realidad se topa con otra cosa: una carta de amor escondida entre sus páginas. Laura se obsesiona con esta historia y empieza a reconstruir con precisión científica un intercambio epistolar entre Carmen Zuna, una maestra del pueblo en los años 60 y su amante italiano. “Creo que me convertí en la única testigo de un pequeño misterio”, le confiesa a Ezequiel cuando lo vuelve cómplice de su obsesión y aliado en la investigación. Vuelve Hitchcock: ¿estamos ante James Stewart y Grace Kelly, detectives accidentales, desde su propia ventana indiscreta intentando resolver un misterio? Tenemos una primera pista de quién es Laura y tal vez de por qué se fue: una mujer que se deja conmover por el misterio y lo sigue con arrojo.
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La música en Trenque Lauquen es una variable narrativa importante. Inicia la segunda parte y un sonido “sobrenatural”, que recuerda al de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, se mezcla con una guitarra y un acordeón. Esta superposición sonora es la pista de que, aunque no abandonaremos el clima de road movie que nos trajo hasta aquí, en la segunda parte la película enterrará sin temor los pies en el barro de lo fantástico. Vemos a Laura manejando una bicicleta por las calles de Trenque. Es la primera vez que la vemos sin relatos mediadores. Si la parte 1 es la de “los hombres”, esta parte es efectivamente la suya, la parte en la que Laura se narra a sí misma y de algún modo, tal vez, sea la revancha que no tuvo Anna, el personaje desaparecido de Antonioni.
Un relato en primera persona de Laura nos lleva a sus primeros días en la ciudad y a su trabajo como bióloga en el campo. La búsqueda obsesiva de flores, la contemplación a través de un lente que las amplifica, el quehacer de quien mira la tierra con la precisión de los que podrían mirar el cielo, las estrellas, el universo. Mientras realiza su trabajo, Laura se encuentra con una mujer misteriosa que le pide unas flores particulares. Detrás de ese pedido hay un suceso que conmociona a la población local: “algo” aparece en la laguna que da nombre al pueblo (Trenque Lauquen en mapuche significa “laguna redonda”). Una criatura de la que no se puede determinar su naturaleza. ¿Es un ser humano? ¿Es un animal? ¿Es una planta? ¿Un extraterrestre? La mujer que pedía flores era la científica encargada de determinarlo. El encuentro anuda a Laura a un nuevo misterio, a una nueva obsesión. Laura descubre que Elisa (Elisa Carricajo), la científica, está embarazada y empieza a seguirla por toda la ciudad. Quienes miramos seguimos la mirada de Laura con la misma intriga: ¿qué pasó con la criatura? ¿Quién es esta mujer? ¿Qué oculta? ¿Quién es la mujer con la que vive? Laura se irá mimetizando con este universo como lo hace con todo lo que la rodea. No sabemos bien cómo, pero establecerá con estas mujeres y con “eso” que apareció en la laguna, y que ahora esconden, una relación fascinante e hipnótica. Fascinante porque Laura demanda pocas explicaciones de eso que no puede ver, de ese ser inclasificable. Se enamora de estas mujeres, vive con ellas. Se ofrenda a ese trío que comienza a tejer su propio mundo doméstico sin cuestionar el misterio que le es propio. ¿Dónde queda la clasificación de flores, las cartas de amor de la maestra, Ezequiel, la columna en el programa de radio, el novio? Esa es “la aventura” a la que se lanza Laura: la de la mímesis con lo que le es ajeno y el abandono de lo que le es propio.
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“Cuando todos me estén buscando, yo voy a estar bien. Voy a estar haciendo lo que quiero hacer, o lo que nadie piensa, ni siquiera, que yo podría estar haciendo”
Así empieza el mensaje que Laura le deja a una amiga antes de fugarse. Aunque Trenque Lauquen no se enmarca en lo que tradicionalmente se considera “cine feminista” (películas con registros mucho más declamativos), lo es a su manera, se deja ver por esa mirada. Si nos limitamos al tópico, contar la historia de una mujer que desaparece, habilita un abanico amplio de películas posibles. Casi todas las que imagino, cuentan a una mujer víctima de una desaparición que solo podría ser forzada. Trenque Lauquen se escapa de la película que podría haber sido: tiene el gesto feminista de la fuga. No solo el de Laura, su personaje fugado, sino también el de su propio argumento: la película fuga, se emancipa —como Kolontai en el libro que obsesiona a la protagonista— de ese lugar predecible, para proponer otra historia, otra razón, en definitiva, otra mujer posible.
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“Las cosas que se me ocurren no se me presentan por su raíz, sino por un punto cualquiera situado hacia el medio”
Esa declaración de Kafka dibuja un mapa perfecto de Trenque Lauquen. Así empieza esta película, en un punto cualquiera de una historia, en apariencia, sencilla. Así aparecen los personajes, en medio de un misterio que intentamos resolver. Así se repone el tiempo, entrecortado, en un vaivén. También “lo que pasa”, que a veces existe y a veces se ficciona, se inventa. Pero así también Trenque Lauquen dispara hacia los que la miramos: que pensamos en Laura a la vez que en Lea Massari, en Ezequiel y a la vez en Hitchcock, en Trenque Lauquen y a la vez en Sicilia, en Aleksandra Kolontái y a la vez en Franz Kafka.
A primera vista se puede decir que Trenque Lauquen es una película que funciona como una serie de cajas chinas: una historia que contiene a otra, que contiene a otra, y así hasta el final. Sin embargo, la estructura de la película es un poco más compleja que una caja grande que contiene a otra más pequeña porque no refleja esa metáfora lineal de las jerarquías. Como en esos tallos subterráneos a los que hace referencia Kafka, que no se aferran a la tierra y son difíciles de atrapar, su estructura no tiene una raíz que da origen a otra cierta cantidad de relatos, es rizomática: crece indefinidamente, cuenta con varios nudos a partir de los cuales surgen múltiples brotes. Más allá del tiempo propio en el que la película es montada —cuando empieza y cuando termina— la narración no tiene origen ni final.
En un film de más de 4 horas, exhibido en dos partes, seriado a través de capítulos y con un intervalo en el medio, el tiempo es una variable muy vívida para los espectadores. Y lo que la película propone, en paralelo a un anclaje muy real en una sala de cine durante un tiempo específico y extenso, es una salida del tiempo, una fuga del tiempo lineal, clásico y narrativo en el cine para ofrecer un esquema muy distinto. Regresa, de algún modo, la escena inicial de La Flor (otra película del Pampero Cine) en la que el director Mariano Llinás explica mediante un dibujo cuál sería la estructura de su película a lo largo de las siguientes 14 horas. Trenque Lauquen no requiere el dibujo explicativo de Llinás, y sin embargo su estructura, como la obsesión primera de su protagonista, también es botánica.
Trenque Lauquen se puede ver en el cine de Malba los sábados de marzo y abril a las 20.00hs