Crónica

Tomás Rebord en la era de la postelevisión


Podemos hablar

En la era de la postelevisión, un militante político recibido de abogado se convierte en el anfitrión de casi 50 entrevistas de más de dos horas con personajes a los que la TV no les destinaría más de 15 minutos. Aprovechando la plasticidad del streaming -sin agenda, cortes, ni reloj- trae de vuelta un espacio faltante, el de la conversación política argentina. En la delantera de la nueva comunicación, Tomás Rebord desata la reacción conservadora del periodismo y edifica, desde la parodia, la nueva tribu peronista wanna be.

Tomás Rebord

Investigación: Agustina Pilar Galvez

Marzo de 2018. Un pibe camina entre las góndolas de un supermercado. Una bufanda negra le envuelve el cuello. Unos anteojos negros y una musculosa le completan el disfraz, el artificio. Lleva puesta una gorra de la campaña Scioli presidente. 

Habla sin romper la cuarta pared: no nos mira. Mira hacia adelante, asumimos que a una platea presunta, imaginaria.

—¿Qué pasa, nunca vieron un personaje público? —dice, sobreactuando el fastidio.

Después corta el cuadro para volver a aparecer sobre un fondo blanco, como si estuviera dando una entrevista.

Lo que quiere mostrarnos es un personaje: el de la estrella sin éxito constatable, el aspiracional, el fracasado, la criatura que, en la jerga massmedia, sin precisiones, con poco ajuste, suele ser nombrada como “un famoso”. En este caso, es un famoso sin fama. O mejor: la parodia de un famoso sin fama. Esa clase de sujeto con capacidad para avergonzarnos. Un rey del cringe.

Al final del video, un grumo de su realidad, la realidad que vendría a ser “su verdad”, se le cuela: una señora, manguera en mano, riega las plantas de su jardín. Él, recortado por el 1:1 de Instagram, la mitad de la cara en closeup, como construyendo el fondo de la mujer frente a sus macetas, dice: 

—Ma, soy un personaje público. ¿Sabías? 

—Sos un pelotudo, Tomi. ¡No sos un personaje público! Te pedí que riegues y mirá cómo está el jardín. 

Es la madre que, de espaldas, le habla a su hijo. El hijo se llama Tomás Rebord.

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¿A cuántos peronismos asiste, durante su existencia, un argentino promedio? ¿Cuánto peronismos nos tocan en una misma vida? Tomás Rebord nació en 1993, llegó a este mundo (a este país) en la fiesta del dólar a un peso y le festejaron los 10 años en 2003, cuando Néstor Carlos Kirchner inauguraba el peronismo siguiente. La vida de su generación está matrizada en el ancho tremendo de esta curva. Arrancó militando en La Mella, izquierda filo peronista estudiantil con la referencia de Itai Hagman. De ahí pasó al Nuevo Encuentro de Martín Sabbatella, autopercibido progresismo popular. Y finalmente recaló en el Grupo Bicentenario, cantera de cuadros para un albertismo que todavía soñaba con ser.

Vamos de vuelta: ¿Cuánto peronismos nos tocan en una misma vida?

El Método Rebord aprovecha la plasticidad de YouTube para hablar sin agenda y sin cortes y sin reloj. El tiempo tirano de la televisión fue ejecutado en vivo por el tiempo… ¿Cuál es el antónimo de tirano? ¿democrático?

Siguiente escena: en plano medio, vemos a Rebord —que podría ser cualquier otro chico— cubierto de naranja, azul, rosa, tierra, espuma, papel. Tomás se acaba de recibir de abogado. Sin embargo, en la foto con la que anuncia su flamante diploma, no sonríe. No hay ningún indicio de que el título que lo dejó ahí, mirando a la cámara con el ceño fruncido y embadurnado, sea el de abogado. 

Tomás usa el epígrafe como sobrándolo: “Para consultas legales o problemas jurídicos, mandar DM”, pone, y ancla la foto con ubicación en la Facultad de Derecho de la UBA. A nueve días de recibido en la ciencia matriculada de la ley, Rebord anuncia su primer programa de radio.

El programa es bautizado como @rroban pero hacen. Poco tiempo después aparece Caricias significativas porque, como hemos visto, el enunciado rebordiano es paródico ya que solo puede ser paródica la comprensión de un tiempo cuya unidad del enunciado es el meme.

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Son las 19 horas del 16 de diciembre de 2021. En el Complejo C Art Media hay algo así como mil personas.

En el entrepiso, donde está la gente que produce el evento, está Tomás Rebord en cuero, con un pañal blanco y unas alas de ángel. En los pies, unas cintitas blancas atadas con nudos completan el look.

Suena Enae Volare Mezzo, de Enya, cuando Rebord cae haciendo piruetas sobre el arnés y todos aplauden. 

Intratables encontró el sonido argentino de la charla pública y supo convertirlo en aire de pantalla: todos gritan, todos gritamos.

En la reunión de Caricias, el programa que Rebord hace con Elisa Sánchez y Cristian Ciminelli, hay oyentes que buscan entender el peronismo de hoy. Hay “colegas” de Rebord, periodistas. Hay clubes de fans ya constituídos: los hagoveros y los rebordistas. Ah, y también está Amado Boudou.

Cuando Rebord llega al escenario, la gente levanta las manos haciendo una Vé con los dedos, y algunas gorras, remeras y buzos dicen “gente”. Que es como decir “oyentes de Caricias”.

Caricias Significativas termina el año haciendo una fiesta, y Tomás Rebord también, porque logró un lenguaje propio y único, logró reconocimiento y logró interpretar eso que siempre soñó: ser un personaje público sin que nadie entienda bien qué es lo que busca.

La línea terrible de aquella madre que regaba el jardín, “sos un pelotudo, Tomi. ¡No sos un personaje público!”, ha caído derrotada.

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El nacimiento de Twitter, en 2006, nos puso a hablar de microblogging. La expresión tramitaba un trayecto: el que iba del posteo perenne del blog, aquella sucesión facebookeada de párrafos desinteresados en permitirse la discusión sobre su propio largo, hacia una forma sumaria de la escritura -aunque corresponde decir del enunciado: escribías 141 caracteres y de golpe no podías publicar. Micro: la historia pisaba la marca de un prefijo como el atleta pisa el punto de eyección que impulsa su salto. Y no hay forma de que el salto no sea hacia adelante.

Instagram redujo aún más la extensión del paquete de sentido directamente retirando la escritura de él, dejándola en una sub condición complementaria, epigrafista, rebajando su grado de significación en la escala de las jerarquías, y colocando el enunciado en el campo de la comunicación visual y sus dinámicas de percepción. Luego, el vector de abreviación quedó perfectamente rubricado con el triunfo de Tik Tok. 

Rebord rompe con esta lógica: en Youtube, en 2021 y 2022, fue el anfitrión de 47 conversaciones de dos horas en promedio, pero sin un formato preestablecido, sin un límite específico. De golpe, las conversaciones duran lo que tienen que durar: de un poquito más de una hora con Cumbio, la joven vieja gloria del fotolog, a tres horas y 45 minutos con Máximo Kirchner. El Método Rebord aprovecha la plasticidad de YouTube para hablar sin agenda y sin cortes y sin reloj. El tiempo tirano de la televisión fue ejecutado en vivo por el tiempo… ¿cuál es el antónimo de tirano? ¿democrático? Okay, ponele: ejecutado en vivo por el tiempo democrático de YouTube.

¿Qué hacen estas charlas de dos horas triunfando en el campo de las narrativas digitales? En el punto cero de la fabricación del producto Rebord hay una decisión: la de domar el tiempo de la comunicación, desvanecer el mandato de su cronómetro y hacer postelevisión en la pospantalla de Youtube, que a esta altura podemos nombrar como nuestro formidable postelevisor.

El Método Rebord trajo de vuelta un espacio faltante: el de la conversación política argentina. Un entrevistador, uno o dos entrevistados, sin productores zumbando en la cucaracha el minuto a minuto ni marcas de vino o relojes para vender, ni clips en el medio.

¿A quién se le ocurre montar sobre la autopista del tráfico digital una charla que no baja los 120 minutos? Ni la de Pagni, ni la de Vaca Narvaja, ni la de Maslatón. En el nodo fundante de la fabricación de El Método hay una determinación a contraépoca, una opción por el desapuro, un decidido y sostenido acá se viene a conversar.

Podemos ver esa decisión como un plantado constitutivo, una parada inaugural. El método Rebord regestionando la época, desandando el tranco de la propia ansiedad, tirando fuerte el rebaje, de algún modo yendo contra sí misma. El Método Rebord como un acontecimiento correctivo de la época cuya conversación política hacia el interior de sí misma, hasta acá, ha sido intratable.

De hecho, Intratables, el programa de televisión, encontró el sonido argentino de la charla pública y supo convertirlo en aire de pantalla: todos gritan, todos gritamos, esos somos, eso miramos cuando miramos Intratables. Fueron, desde enero de 2013 hasta mayo de 2022, nueve años de ruido y discusión en el barro de la televisión abierta. Fue un hallazgo la reproducción de esa galleta hecha de Brancatellis y Viloutas, la puesta magnífica en acto de un enredo y una emplazamiento: el de la dificultad de comunicarse. El período conducido por Santiago del Moro fue el del esplendor. El de Fabián Doman, el del mantenimiento. Y Alejandro Fantino vino porque alguien tenía que bajar la persiana y apagar las luces.

El Método Rebord trajo de vuelta un espacio faltante: el de la conversación política argentina. Un entrevistador, uno o dos entrevistados, sin productores zumbando en la cucaracha el minuto a minuto ni marcas de vino o relojes para vender, ni clips en el medio. 

Si la televisión-mueble se entregó al formato fijo de una hora, cortes comerciales, búsqueda de famosos y títulos, el streaming vino a liberar el formato audiovisual. En YouTube, Rebord puede hablar durante más de dos horas con Marcela Feudale,  Paulina Cocina, Pepe Rosemblat o Guille Aquino, figuras a las que ningún programa de televisión les destinaría más de cinco minutos. Tal vez quince, si fueran protagonistas de un escándalo público. E Intercalar a esos invitados con Carlos Corach o María O´ Donnell. Y charlar con todos en el mismo registro, sin afectar la modulación de la voz.

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El mainstream, si lo conocía, lo ignoraba. Hasta que Fernando Vaca Narvaja, en una entrevista de tres horas y catorce minutos, contestó que “la Contraofensiva Montonera fue un éxito”, porque “había un proceso de ofensiva (...) un proceso de resistencia ”.

Existe algo que hacen los periodistas, sobre todo en los espacios trazados por la convención narrativa de los medios clásicos, que se llaman editoriales. Es una instancia, el editorial; un momento: el de una presunta híperverdad. Como cuando alguien en un casamiento golpea el vidrio de su copa con la cucharita y pide la palabra. Un apresto. El anuncio de que lo que será dicho a continuación, será dicho especialmente en serio. 

Después de que Vaca Narvaja pasó por El Método Rebord, Alejandro Bercovich, desde su micrófono en Radio con vos, construyendo el momento de su editorial, mentó la “muy fallida entrevista que hizo Tomás Rebord”. Dijo Bercovich que en ese lugar había faltado rigor periodístico y re pregunta. Después, Bercovich dixit, propuso no dar por necesariamente bueno “lo joven, lo nuevo, lo irreverente”.

Rebord respondió:

—Hacen largos y solemnes editoriales literalmente titulados “por qué ya no nos creen” consumando sin darse cuenta la fase más aguda del meme: la autoparodia.

Fue inevitable, entre ellos, un cruce de tweets en trance de riña varonera, inevitable para todos nosotros asistir al espectáculo de dos tipos midiéndose el largo de sus posteos. Mucho más enriquecedor, en cambio, es lo que puede ser leído, extraído, exhumado de esa colisión.

Tuvimos que perforar esa primera carpeta de la ofuscación mutua para encontrar, en la napa de cada uno, lo que verdaderamente estaba poniéndose en disputa. ¿Y qué era eso? Bueno, dos modelos de comunicación y sus respectivas pertenencias de época.

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—Por qué todos los jugadores hablan con Ibai. Me pone nervioso. ¿Quién es Ibai?

En 2021, Gustavo López, un comentador futbolístico que lleva años en la trama del estándar convencional de los medios audiovisuales, sencillamente no podía acomodarse a la existencia de un campo emergente de la comunicación como Twitch.

Esta declaración llevó a López al New York Times. Ibai tiene un formato que se llama Charlemos tranquilamente, dos horas de conversación con el Kun Agüero, Gerard Pique, Duki o Tini. El streaming había matado a la estrella de la vieja televisión. 

—Es un streamer gamer —le aclaró a un colega. López respondió:  

—Si me gana Ibai, me tengo que retirar.

En la respuesta de López, escondido, viaja el desprecio por las vanguardias. Y en el desprecio por la vanguardias, escondido, viaja el temor frente a la amenaza de la finitud. Ibai Llanos fue el primero en entrevistar a Lionel Messi cuando Lionel Messi salió de Barcelona y llegó a París. ¿Quién necesita a ESPN? Es una pregunta que Ibai pudo íntimamente haberse hecho, del mismo modo que Bizarrap puede no tan íntimamente preguntarse: ¿quién necesita un sello discográfico? O Rebord: ¿quién necesita una programación de radio?

¿Quién necesita a ESPN? Es una pregunta que Ibai pudo íntimamente haberse hecho, del mismo modo que Bizarrap puede no tan íntimamente preguntarse: ¿quién necesita un sello discográfico? O Rebord: ¿quién necesita una programación de radio?

Entonces, de lo que podríamos estar hablando acá es de la reacción conservadora de un estado de las cosas frente a un nuevo estado de las cosas.

Por otro lado, las tensiones y la fricción, pareciera, son parte de una disputa por los límites de un oficio, de una profesión. El sociólogo Andrew Abbot argumenta que las profesiones se definen por los campos en los que pueden desarrollarse. Los abogados pueden litigar, los legos no. Los psiquiatras pueden medicar, los psicólogos no. ¿Qué pueden hacer los periodistas que no pueden hacer Ibai o Rebord? ¿O cualquier otra persona con una laptop, un micrófono y una conexión a internet? Antes el espacio profesional del periodismo estaba defendido por la dificultad de acceder al público: llegar a una radio, a un programa de televisión, a un diario. Ahora esas barreras de entrada no existen, o son mucho más bajas. Tan bajas que un abogado de menos de treinta años puede entrevistar a políticos, comediantes y famosos desde un estudio. Y argumentar que ni siquiera quiere hacer periodismo. Que le preocupa “la historia”, pero especialmente “el encuentro de dos almas”.

Pero, pero, PERO: que las barreras de entrada al periodismo hayan bajado no significa que el periodismo haya perdido su relevancia. Que Rebord conteste que él no hace periodismo es casi trivial: habla con personalidades de la política y otros ámbitos sobre temas de actualidad. Él pone las preguntas y marca el ritmo del encuentro. Que lo llame “encuentro de almas” no impide que las conversaciones no sean consumidas como información.

La noticia la puede producir Bercovich o Rebord, pero sigue teniendo una función social: presenta una versión de la realidad para toda la ciudadanía. Una versión cada vez menos neutral, y más segada, como se ve en la pantalla de LN+, TN o C5N, espacios que tampoco se caracterizan por repreguntar. El periodismo se hace para seguidores, y el modelo de suscripción fomenta esa identificación. Si el medio publica una opinión que no me gusta no le pongo un centavo más. 

A Rebord también lo sigue una tribu.

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El jueves 1 de septiembre a las 21 horas le gatillaron dos veces a la vicepresidenta de la Nación. Las balas no salieron pero el video se replicó y nos dejó pensando, una y otra vez, qué hubiera pasado si. Al día siguiente, decretado feriado nacional, más de medio millón de personas marcharon a Plaza de Mayo en defensa de la democracia y como muestra de apoyo a Cristina Fernández de Kirchner. 

En esa marcha donde había dirigentes sindicales, funcionarios, agrupaciones partidarias y ciudadanos que fueron por su cuenta, hubo un grupo de personas que trasladó un cartel hecho de cartón, grande y elemental en medidas iguales, que decía “HAGOV”. Sin logo ni una trama de colores específicos, ni elementos tipográficos que nos lleven a algún lugar: un cartón escrito con letras grandes, en imprenta, con la marca del fibrón gastado de tanto pasar por un mismo lugar.

En el cartel hay una forma de viajar a otro lugar, a una persona: HAGOV significa “Hacé a la Argentina grande otra vez”, pero en este caso específico, ese día y en ese lugar, podrá haber significado: “acá está el multiverso Tomás Rebord”.

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Tres horas y cuarenta minutos después, Máximo Kirchner le hace entrega a Tomás Rebord de un muñequito de Mike Wasowski. Parece un caos la charla, pero tiene su orden. La arrancó Rebord, allá en el comienzo, cuando el invitado todavía era una incógnita, dejando caer una línea que fue una jactancia:

—Hicimos el formato más poderoso del presente.

La terminó Máximo Kirchner jugando sobre la mesa la carta formidable de Monster Inc.

En el medio, trece mil conectados y el Método más largo de todos los Métodos producidos hasta acá.

Como en un festival, acá también hay más de un escenario donde pasa más de una cosa: está la mesa que tiene a Rebord y a Máximo Kirchner en charla abierta, el escenario principal, digamos. Y está el chat que los comenta. Quedó todo colgado en Youtube, así que puede verse mil veces, pero si solo pudiera elegirse una pasada, en ese chat de haters, trolls y perucas dinamita está el rock rebordiano que vinimos a escuchar;

Está Máximo? Messirve / cuidado Perón vigila / pasó el cuñado de rocky y dijo que Mínimo no puede ser tan vago / ​Quién tiene un buen tranza, aca? / el último Método del año es con casi Cristina / ÚLTIMO MOMENTO SE MATO BERCOVICH / el Método 678 / todos hablan de la lealtad y nosotros somos la lealtad, así que qué me vienen a hablar de la lealtad / tirás un chori en este chat y no toca el piso / preguntale qué rango tiene en el fornite / qué viejo está juandinatale / aWANTE LA CASTA AMEO SE LA PUDRIMOS A TODOS / decile que ponga el pan dulce en ahora 30 / ​dale rebor pudrila lo tenes en frenteeeeee.

A la 1:42:14 hay uno que simplemente escribe, en mayúsculas, tres palabras: Fernando Sabag Montiel.

El chat es tierra de MAdMAx, un sitio sin ley, una jungla distópica donde nadie es alguien y la palabra sale gratis.

Hay una nueva delantera de la comunicación que le está dando a esta Argentina del trastorno inflacionario nueva letra, nueva charla

Mientras tanto, en el escenario uno, Máximo y Tomás viajan por toda clase de tópicos: la traducción del apellido Kirchner, el mundial de básquet Argentina 90, la renegociación de la deuda externa. Dice Máximo que Elon Musk pagó por Tuiter lo mismo que el FMI le prestó a Macri. Que podríamos pensar, dice, que si Macri ganaba en el 2019 hoy Tuiter era propiedad del Estado Argentino. Risas.

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Luquitas Rodríguez es capaz de conducir en el Gran Rex un espectáculo sobre la nada misma cuando hostea la presentación de Hasbulla. Carlos Maslatón valida la evasión frente a la opresión del Estado recaudador y llama a eso Barrani -de paso, construye slang. Julio Leiva inventa en Caja Negra un nuevo perro verde y Tomás Rebord edifica siglas como MAGA o Hagov en modo parodia para traccionar discurso y tribu peronista wanna be. Hay una nueva delantera de la comunicación que le está dando a esta Argentina del trastorno inflacionario nueva letra, nueva charla. Habrá que ver si para hacerla grande otra vez. O no.