El sábado, Ruben llega triunfante a la terminal de micros montevideana con su mujer y sus dos hijas envuelto en la bandera roja, azul y blanca del Frente Amplio. Agita los brazos mientras lo vitorean desde el otro lado de las puertas de embarque. Allí lo esperan su hermana, tres sobrinas y cuatro sobrinos nietos que se le tiran encima apenas pueden. Se abrazan, se sacan fotos, se tocan las caras.
¡A ustedes no les pasa el tiempo!- dice Ruben.
Y, viste cómo es, los negros no nos ponemos viejos- le responde a las risas, su hermana.
Hace 40 años que Ruben vive en Buenos Aires y no volvía desde las elecciones pasadas.
-Venir acá a votar y poder traer a toda mi familia es como estar en el estadio y que gane Uruguay- dice con lágrimas en los ojos.
En ese momento saca su credencial y muestra, orgulloso, cada uno de los sellos. Cada voto tiene su historia. Cada voto significa una vuelta.
-El país de uno es como la casa de mamá. Uno puede vivir en la casa del vecino, pero siempre vuelve, dice antes de irse al barrio que lo vio nacer.
Algunos tienen carteles, otros ramos de flores. Sola, entre la multitud, una mujer canosa sonríe. No espera a nadie. Bajó a sacar la basura, escuchó los aplausos y se metió en la terminal a mirar la muchedumbre.
- Por mi historia, ver todo esto es importantísimo, dice- Yo soy hermana de Jorge Salerno, uno de los militantes tupamaros asesinados en la toma de Pando en el ’69.
“Esto” es la nueva peregrinación al voto de miles de uruguayos residentes en Argentina. Este año fueron entre treinta y cuarenta mil los que viajaron y la mayoría lo hizo cruzando en barco y ómnibus desde Colonia.
A unos metros, la rubia apoyada en la columna parece mirar con desdén. No está de acuerdo con que los residentes en el exterior vengan a votar.
- Yo tengo el pasaporte italiano y no voto en Italia. La gente de afuera no tiene por qué decidir la vida de los que nos quedamos –dice indignada, aunque aclara que está esperando a sus familiares, que sí van a votar.
Cuatro mujeres se acercan a los recién llegados y les entregan pines. “Uruguayos somos todos”, dicen las chapitas.
- No puedo más- dice una de las mujeres.
- Yo tampoco- responde otra.
- Ánimo, que ya falta menos… - dice la más joven.
Sólo ese sábado, estas militantes por el voto en el exterior estuvieron en el puerto por la mañana, en el aeropuerto al mediodía y todavía falta ir al Velódromo municipal, punto de llegada de quienes viajaron en ómnibus. Tienen esperanzas de que el proyecto por el voto consular, presentado por el FA y que ya está en el Parlamento, se convierta en ley. Hasta entonces, de los 116.592 ciudadanos uruguayos que viven en Argentina, según las cifras oficiales del INDEC, sólo podrán votar quienes tengan la plata para viajar.
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Varias investigaciones sobre las prácticas políticas transnacionales suelen sostener que la mayoría de los migrantes no están interesados en participar de las elecciones en sus países de origen. El caso uruguayo, sin embargo, parece apartarse de esta lectura.
“Cruzar a votar” es una acción motorizada por muchos y distintos sentidos que mezclan trayectorias políticas y migratorias, compromisos ideológicos, lealtades nacionales e intereses personales. En estos días, cualquier combinación posible de las múltiples razones y emociones involucradas en lo que suele denominarse “patriotismo a larga distancia” dialoga con las expectativas o los reparos que llegan desde Uruguay por las redes sociales. Allí se anticipan bienvenidas, reencuentros y agradecimientos o, por el contrario, se reprueba estos viajes.
El viernes del 29 de octubre de 2004 todo indicaba que el Frente Amplio no tenía el número de votos necesarios para llegar a la Presidencia. Le faltaban algo así como dos puntos porcentuales y la posibilidad de que por primera vez uno de sus representantes llegara a la presidencia parecía tan cercana como poco concreta. El domingo, una vez que se contaron los votos, el resultado dio 50,4 %. En esas 48 horas, casi cincuenta mil uruguayos procedentes del exterior llegaron al país. A ellos se atribuyó ese pequeño margen que evitó el balotaje.
Cinco años después, en octubre y noviembre 2009, el proceso electoral que finalizó con la victoria del actual presidente José Mujica, repitió su ímpetu instalando en el vocabulario y el folclore político charrúa el término “voto Buquebus”, haciendo alusión a la compañía de transporte más usada para cruzar la frontera.
A esto se le sumaron los vouchers que el FA entregó en la terminal de Puerto Madero para reducir los pasajes a 300 pesos argentinos. Quienes votan en otros departamentos, tuvieron a disposición ómnibus que salen desde distintos puntos de Buenos Aires y del interior de Argentina hacia Fray Bentos, Artigas, Soriano, Salto, Mercedes y Paysandú. El pasaje cuesta 150 pesos argentinos y se compran, dependiendo el destino, en alguno de los 25 comités de base repartidos por el país.
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En el Comité Palermo del Frente Amplio de Uruguay en Argentina (FAUA), el teléfono no para de sonar. En los primeros diez días de campaña por la fórmula Tabaré Vázquez- Raúl Sendic se recibieron unas 200 llamadas. Los que atienden están estrenando jubilaciones, otros son pequeños comerciantes, empleados o encargados de edificios. Todos, con muy pocas excepciones, llevan más de 35 años de residencia en Argentina. Ninguno se vino porque quiso.
Este es el caso de Bea, que empezó a militar de cara al Uruguay en las primeras elecciones frenteamplistas de 1971, un año después de venirse. Su participación en el FA se intensificó con la detención de su hermana Raquel – presa política hasta 1985, que ahora vive en un geriátrico que se lo financia, parcialmente, el MLN- y el exilio de su otra hermana, Renné, que terminó en Canadá. Aunque nunca militó en Argentina, siempre participó en las elecciones locales. Su último voto fue para Claudio Lozano pero valora positivamente muchas de las medidas y leyes impulsadas por el kirchnerismo. Este año se tomará el Buquebus del viernes por la tarde y en su bolso de mano verde, dos pins cantarán su voto: el de la lista Espacio 609, la de José Pepe Mujica, y el del “No a la baja” de la edad de imputabilidad.
Ni bien levanta el tubo, Bea tiene que pensar un segundo si decir “PAMI” o “Frente”. Trabajó en PAMI durante veinte años, lo últimos en Pami Esucha, y ahora está aquí de lunes a viernes, entre las 17 y las 22 horas. Con extrema cordialidad y mucho training, esta pelirroja de 70 años, brinda información con su voz grave de fumadora tenaz. No suele perder la paciencia. Salvo que su interlocutor insista con una afirmación errónea.
No, señor, nunca se viajó gratis, siempre se pagó algo- tiene que repetir varias veces por día.
A pesar de las jornadas maratónicas de trabajo, en el Comité se vive la alegría del reencuentro entre quienes ya compartieron otros cruces electorales o se conocen de sus ciudades y pueblos. Pero algunos, preocupados, reflexionan sobre las dificultades que están generándose en la entrega de vouchers para viajar en Buquebus. Marta y Amanda, amigas desde su infancia en Paysandú y residentes en Buenos Aires desde hace más de 20 años, comparten su análisis de la situación:
- Si Buquebus está trancando la venta, es que “ladran sancho”- dice Marta con aires de ganadora, aludiendo a que se viene una victoria inminente.
- Claro, querida, es que nos tienen miedo. Somos muchos y saben que vamos como sea- contesta Amanda.
Cualquiera diría que son hermanas. Ambas empleadas domésticas, acarrean grandes bolsos porque “vienen del trabajo”. Visten enteramente de azul y gris. El mismo corte de cabello, bien al ras, deja ver unos aros de perlitas blancas en cada una.
A ellas se suma Andrés y su mujer, ambos de unos 50 años. Ella nunca volvió a votar y se queda a un costado, pero él fue siempre. Mientras clava su matera entre la axila y su cintura desdibujada, Andrés les cuenta a las amigas que estuvo leyendo en Facebook comentarios en contra de quienes viajan a votar.
- Yo respondí que Uruguay es una República en la que todos tenemos los mismos derechos. Nosotros somos los nuevos 33 orientales.
- Hizo muy bien. Yo viajo porque lo siento como un compromiso moral. Y además porque sufragar es hermoso – le contesta un hombre moreno y robusto de unos 40 años.
Para el frenteamplismo en Argentina “cruzar a votar” no es algo nuevo ni es fácil y, raramente, es un acto individual. Desde el fin de la dictadura uruguaya en 1985, el voto transnacional no es pura nostalgia plasmada en un ritual cívico: implica tiempo, dedicación, solidaridad, compromiso, consensos, negociaciones y militancias que exceden el tiempo y los actos de campaña en Buenos Aires y otras ciudades del país.
Este año, la fórmula presidencial del FA se presentó tres veces en Buenos Aires, pero también llegaron hasta la ciudad candidatos al parlamento por los distintos sectores que componen la coalición. Entre la primera semana de agosto y la tercera de octubre, se realizaron en Buenos Aires unos 15 actos de campaña. Para muchos, “Buenos Aires” es el “el gran Canelones”, el segundo departamento uruguayo con mayor población. Por esto, en cada encuentro se pasó revista a lo realizado en los dos periodos de gobierno y se convocó a “profundizar el cambio” y a “no dar marcha atrás”. Los candidatos repitieron un mismo pedido:
- Vayan a votar. Si es necesario, crucen nadando. Saben que los pobres de Uruguay confían en ustedes.
Una vez más, el pedido surtió efecto. El Frente Amplio se llevó el 47,8% de los votos en la primera vuelta y obtuvo, raspando y por tercera vez consecutiva, la mayoría parlamentaria. Estuvo a punto de perderla: el Partido Independiente (que logró el 3,1%) pudo obtener una banca y Unidad Popular (un partido de izquierda disconforme con el FA) ya había anunciado que no le daría los votos “al amigo de Bush”, refiriéndose así a Tabaré Vazquez y a sus polémicas declaraciones. En 2011 el expresidente y actual candidato dijo que, valorando un hipotética guerra con Argentina en 2006 por el conflicto de las pasteras en la frontera, le había pedido apoyo al entonces presidente de Estados Unidos.
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- Nosotros no les pagamos los pasajes a la gente. No tenemos plata como el Frente Amplio, sólo nuestro esfuerzo- dice Gladys, la coordinadora del local del Partido Colorado en Buenos Aires, que aclara que tampoco están a favor del voto consular.
En ese espacio moderno y muy iluminado ubicado en el primer piso de la Galería Francia, en pleno Barrio Norte, hay afiches de la fórmula presidencial, un par de sillones y un escritorio, y un plasma sintonizado en un programa de chimentos. En una mesa ratona hay folletos, un libro con la propuesta de gobierno, y las listas de “Pedro”.
“Pedro”, es Pedro Bordaberry, actual senador e hijo del dictador Juan María Bordaberry. Pero desde 2009, cuando lanzó su primera candidatura a la presidencia, aparece sin apellido en los afiches. En ese mismo local, un mes atrás, cerró su gira de campaña ante unas treinta personas. Allí comparó la relación actual de Uruguay y Argentina a un matrimonio disfuncional y exhortó al público a votar para cambiar de gobierno y acercar a las patrias.
Gladys tiene 82 años y una vitalidad y carisma que la vuelve, al menos, una década más joven. Vestida de riguroso rojo y con el pelo rubio bien arreglado, esta modista de alta costura es “colorada a muerte” desde chica. Todo empezó en su pueblo “Isla Mala”, en el departamento de Florida, donde veía que quien ayudaba a los pobres era un colorado.
- Don Perico Arem era mejor que el juez, mejor que el médico. Mejor que todos. Pero si hay alguien a quien admiro es al Dr Julio María Sanguinetti. Es el prócer viviente- dice entusiasmada- señalando una foto en la pared donde aparece ella, algunos años más joven, junto al expresidente.
Nunca dejó de extrañar Uruguay. Para ella no es un “paisito” sino un gran país al que piensa volver en algún momento. Su hijo vive en Colonia, sus nietos también. Ella hace años que va mandando sus cosas de poco.
- Vine a Buenos Aires hace 54 años y hace 54 años que estoy al servicio de mis hermanos uruguayos. Cuando empecé iba a las villas a buscar uruguayos que no tuvieran los documentos, para regularizarlos. Y ahora voy viajando en el colectivo y le doy al colectivero las listas por si conoce a algún uruguayo. Empezamos a trabajar hace años con el licenciado Roberto Vivo en un local que nos dieron los radicales. Adoro a Alfonsín.
Roberto Vivo es un empresario de medios uruguayo, íntimo amigo de Sanguinetti, y el hombre detrás de las campañas coloradas en Argentina.
La simpatía con los radicales – y el ferviente antikirchnerismo- lo confirman algunos uruguayos que se acercan a almorzar al local un sábado, dos semanas antes de las elecciones. Gladys los recibe con torta de jamón y queso, pizza cortada en cuadraditos, gaseosas y un Fond de Cave, que toman en vasos de plástico. Al local le dicen “el club”. No es tanto un espacio de militancia – funciona sólo durante las campañas electorales- pero sí de reunión.
- Yo el año que viene voy a acercarme a Lilita Carrió, es una genia- cuenta Inés, una abogada jubilada que se instaló en Buenos Aires en los ’90.
El grupo es pequeño pero diverso. Hay una empleada doméstica, una modista, un encargado de edificio, una mujer que tiene una carnicería. Casi todos viven en Argentina desde desde al menos 30 años. Todos se vinieron por motivos económicos. El más joven es Rodrigo, un electricista y masajista de 33 años. Aunque se crió aquí desde los seis siempre se quiso volver. Y por eso en estas elecciones se acercó al local. Todos van a viajar a votar y lo harán por Buquebus. Es un deber cívico y moral, concuerdan. Pero también una excusa para volver a sus pagos. No viajarán juntos ni hay nada organizado. Gladys prefiere no dar números, pero después dice:
- Viajaremos unos mil colorados. Yo anoto los datos de todos los que se acercan al local. Ahora hay algunos jóvenes.
- Los jóvenes votan al Frente Amplio porque se creen rebeldes. Pero es por ignorancia- opina Inés, que antes votaba al Partido Nacional, el otro partido tradicional uruguayo, también conocido como “partido blanco”.
- Yo al Dr. Lacalle le tengo mucha estima- dice Gladys, refiriéndose al expresidente blanco, padre del otro candidato de la derecha a la Presidencia, Luis Lacalle Pou.
- Los jóvenes votan al Frente Amplio porque se hartaron de los blancos y colorados- dice Ana, la dueña de la carnicería, que parece una frentamplista infiltrada.
En ese momento, como si fuera invocada, entra una chica al local, en búsqueda de información.
- Acordate de poner también la lista del Sí a la baja- le dice Gladys antes de despedirse.
En esta primera vuelta electoral, además de las elecciones nacionales, se hizo un plebiscito para decidir sobre la baja de la edad a de imputabilidad de 18 a 16 años. Una propuesta de reforma constitucional fogoneada por el Partido Colorado. El domingo, el 58% de la sociedad uruguaya dijo que no al proyecto. El domingo, también, el Partido Colorado tuvo su segunda derrota histórica, quedando en tercer lugar con el 13% de los votos. Un día después, oficializaron su apoyo al Partido Nacional. En el acto, el micrófono de un medio de prensa registró unas palabras de Bordaberry al asesor de campaña del Partido Nacional.
- Vine para que hagan mierda a Tabaré.
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En la plaza principal de la ciudad de Carmelo, en Colonia, las banderas uruguayas se intercalan entre las tricolores del Frente Amplio y las blancas y celestes con la cara del caudillo del Partido Nacional, Aparicio Saravia.
- La grande está a 300 y la chica para el auto a 50 pesos uruguayos. Son chinas -dice el vendedor- La que se está vendiendo más es la del Frente, increíblemente. Lo que no quiere decir que tengan más votos. Lo que pasa es que a la gente del Frente Amplio le gusta exhibirse más.
Es domingo electoral en este enclave histórico del voto nacionalista (o blanco) y aquí llega Diana a votar, una carmelitana que viajó desde Tigre en la Cacciola.
Hiperactiva, prolija, pelo largo y rubio, cuando sus ojos claros miran la credencial cívica ven a “Muñeca”, como le dicen todos en Carmelo a esta podóloga y esteticista. Hace 30 años que se radicó junto a su marido en la Argentina y transita una vida familiar a dos orillas. Tienen dos hijos uruguayos y nueve nietos, cinco de ellos argentinos. Desde que se instaló del otro lado del río, siempre viajó en las elecciones.
- Es porque amo a mi país y porque acá están mis raíces, mi familia y entonces en apoyo a lo que realmente ellos creían y creen, yo apoyo el voto familiar, colaboro.
Su familia, y por lo tanto ella, votarán al Partido Nacional. Su candidato a la Presidencial, Luis Lacalle Pou, es el hijo del expresidente Luis Alberto Lacalle. ,Apodado por detractores y correligionarios como “Cuquito” – a su padre lo llaman Cuqui-, Lacalle Pou se presenta como “la renovación” tanto para su partido como para cambiar el modo de “hacer política” uruguaya y construyó un perfil que lleva como bandera el lema “Por la positiva”, iconizado con efectividad publicitaria como una tilde blanca sobre un círculo celeste. Con acusaciones provenientes del frenteamplismo que lo tratan de “conservador por su raíz herrerista” y de “nene bien criado en Carrasco”, su propuesta programática asegura “no tener complejo refundacional” proponiendo un “gabinete multicolor” y continuar con lo que “está bien” del FA pero quitando poder a los sindicatos en la gestión y “flexibilizando” el Mercosur.
- A mí me gustaba su padre porque mi hermano mellizo se hizo la casa en su gobierno. Aunque no conozco bien las propuestas del hijo, deben ser buenas si mi familia los sigue apoyando. Además Tabaré no me gusta nada. Si era Mujica es diferente porque me parece más auténtico y sencillo.
De los políticos argentinos tiene simpatía por Felipe Solá y Mauricio Macri. Pese a estar habilitada desde hace dos elecciones, en los hechos nunca apareció en el padrón de la Provincia de Buenos Aires y cuenta que una vez le ofrecieron un trabajo en la Obra social del Congreso de la Nación (DAS) pero no aceptó porque debía nacionalizarse argentina y jamás lo haría.
- Yo soy uruguaya, sentiría que estoy traicionando a mi país.
Es difícil dimensionar la incidencia de los blancos residentes en Argentina. Ellos mismos sostienen que su presencia no “mueve la aguja” en los números electorales. De hecho, en Buenos Aires no hay un local partidario y si bien los candidatos que hoy integran la fórmula presidencial cruzaron a participar de reuniones, no realizaron ningún acto de cierre de campaña. El evento más público en el que estuvo Lacalle Pou fue en el almuerzo con empresarios y políticos argentinos que a principios de octubre brindó en su homenaje brindó en el lujoso Hotel Alvear el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICyP). Un agasajo del que Tabaré Vázquez también había sido objeto semanas antes.
Sin embargo, los blancos en la Argentina se interiorizan sobre la política uruguaya, viajan, votan por su partido y regresan. Para muchos de ellos ir a votar significa “seguir siendo uruguayo/a”. Y, en actitud de rechazo y antagonía con respecto a lo que sucede con el “voto colectivo” que genera la red frenteamplista, aseguran que viajan “por la libre”, que “no se hace mayor uso de Buquebus”, que “no los lleva nadie”.
Esto no significa que detrás de esa necesidad más individualista de ir a elegir representantes no haya pasión partidaria ni organización. En tiempos de sueldos en pesos argentinos y costos en pesos uruguayos, el esfuerzo es grande e implica planificación y “trabajar más” y la logística incluye viajes compartidos con familiares, amigos o vecinos en auto a través de los puentes del litoral; el cruce más barato por Cacciola o con micros, e incluso hay quienes, aunque se reniegue, viajan de “incógnito” por Buquebus aprovechando los vouchers del FA.
En el local partidario donde los militantes ensobraban la "lista completa” con la papeleta del “Sí a la baja” de la imputabilidad. Con su lista en la mano, llega a votar a la Escuela N° 6, frente a la plaza donde se venden las banderas. Mientras espera para entrar al cuarto oscuro, se encuentra con compañeros de la escuela y el secundario. Al principio le cuesta reconocer caras pero enseguida la charla toma la fluidez de siempre. A la salida se siente “famosa” por un rato, posando para la foto.
Para ganar en Colonia, al Partido Nacional no le bastó que el clima eliminara por completo el rojo de toda la fila de banderitas del FA que acompañaban el trayecto por la calle de ingreso a Carmelo, quedando solamente las blancas y celestes. En un club partidario blanco, se recuentan lo votos locales, se habla de “un buen desempeño naiconalista” y las culpas se depositan sobre la “pésima elección colorada” que dificulta las probabilidades de éxito en un ballotage. A nivel local, Lacalle Pou quedó en segundo lugar con 37,4. A nivel nacional con el 31,1%.
- Nosotros ya sabíamos que había segunda vuelta. Yo tengo fe y voy a volver a votar. Tenemos que ganar. Cumplí con mi país, cumplí con la patria y voy a seguir cumpliendo.
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En la terminal de micros de Tres Cruces la fila es larga y la ansiedad por avanzar choca con el letargo y las caras de sueño. Son las siete de la mañana del lunes postelectoral y ya es hora de emprender la vuelta. Por el clima general, se diría que los pasajeros que viajan a Colonia para tomarse el barco no son los victoriosos frenteamplistas. Laura, una médica que vive en Buenos Aires desde hace diez años está visiblemente malhumorada.
- Siempre es lindo venir a votar porque Uruguay es un ejemplo de Democracia. Además de ver a la familia. Pero toda esta campaña del Frente Amplio de traer gente me parece muy mal. Ni hablar de las militantes por el voto en el exterior. Yo no estoy a favor del voto consular.
Tres días atrás, en el barco de ida, Laura vio cómo algunas mujeres de la Ronda Cívica por el Voto en el Exterior repartían pines entre los pasajeros. Indignada, les informó a los de seguridad para que las detuvieran.
- ¡Hay que frenarlas! ¡Estamos en plena veda electoral!- gritaba Laura.
Las mujeres resistieron. No estaban haciendo nada ilegal.
A pesar de su indignación por el incidente del barco y de no estar a favor en el voto en el exterior, Laura dice que va a volver para votar en la segunda vuelta.
Capaz que les ganamos- suspira.
En ese momento, la fila se vuelve un caracol y dos hombres se miran. Desde sus bolsos asoman, discretas, las banderas frenteamplistas hechas un rollito. Y no pueden evitar decirlo:
- Nos volvemos con la mayoría parlamentaria debajo del brazo.
- Esto fue por nuestra culpa, vo.
Agradecimiento a Victoria Molnar Revol.