2014. La entrada de la Cámara de Diputados de Brasil, en Brasilia, estaba repleta. Periodistas, amigos y familiares del exdiputado Rubens Paiva asistían a la ceremonia en la que se inauguraba su estatua en el recinto. Se trataba de un homenaje póstumo a un hombre que defendió siempre la democracia en el país y que fue asesinado por los militares durante la dictadura.
La emoción del momento fue interrumpida por un diputado hasta entonces considerado un radical. Jair Bolsonaro. Con un pequeño grupo de amigos y sus hijos (hoy también diputados), el que se convertiría más tarde en presidente de Brasil avanzaba a pasos firmes en dirección al acto de homenaje. Al llegar, gritó en dirección a la estatua:
–¡Rubens Paiva tuvo lo que se mereció! ¡Comunista desgraciado, vagabundo!
No satisfecho, Bolsonaro escupió la estatua que recién se inauguraba. Un escupitajo en medio de un homenaje a un colega diputado brutalmente asesinado. Un escupitajo a la lucha contra la dictadura.
No era de extrañarse. Durante los más de veinte años que fue diputado en Brasil –aunque hoy prefiera fingir que fue un outsider de la política–, Bolsonaro dijo que el error de la dictadura militar fue “no matar más”. También aprovechó cada instancia que pudo para elogiar al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, uno de los más sanguinarios responsables de la maquinaria de tortura del régimen, quien torturó madres en frente de sus hijos, puso ratones y cucarachas vivas en la vagina de mujeres, posibilitó violaciones y torturas con electroshocks. Según Bolsonaro, él era un “héroe”, y por eso tiene hasta hoy, en su velador, un libro con su historia.
La rabia de Bolsonaro hacia Rubens Paiva viene de mucho antes. El líder de la extrema derecha brasileña pasó parte de su infancia en Eldorado Paulista, donde la familia Paiva tenía una gran influencia social y política. En su biografía y en distintas entrevistas, Bolsonaro ha dicho que los Paiva “disfrutaban de lujos inaccesibles”.
Ahora, su rechazo hacia ellos se incrementa. Ya no es 2014. Brasil ya no está viviendo la crisis política y económica que posibilitó el impeachment de Dilma Rousseff y el auge de la extrema derecha y de Bolsonaro. Brasil vive otro momento de su historia.
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Conseguir entradas para la película fue imposible durante una semana consecutiva. Las salas en São Paulo estaban llenas, sin importar el horario o el día de la función. Algo que se ha repetido en distintas ciudades de Brasil.
Cuando finalmente logramos ir, a mi lado se sentó mi papá, hijo de un exiliado político chileno. Se contuvo las lágrimas en varias escenas y, al terminar, me dijo:
–Tremenda.
Al frente nuestro, un grupo de cinco mujeres también comentaba lo que habían visto las últimas dos horas.
–Dictadura nunca más –dijeron, al unísono, tres de ellas.
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En un país que, durante los veintiún años que duró su dictadura, exilió a los principales artistas que la condenaban, como Chico Buarque, Caetano Veloso, Rita Lee y Gilberto Gil, ha sido el arte, justamente, el que supo hacerse un espacio.
–Sin acciones efectivas del Estado, necesitamos de personas como la familia Paiva y de cineastas para contar nuestras historias –dijo Ivo Herzog, hijo del periodista Vladimir Herzog, asesinado durante la dictadura.
Ainda estou aqui (Aún estoy aquí, como la tradujeron en Argentina) cuenta la historia de Eunice Paiva, esposa de Rubens Paiva, desaparecido en 1971 durante la dictadura, torturado y asesinado. Eunice nunca desistió de buscar la verdad sobre lo que había ocurrido con su marido. Fue presa y torturada durante doce días. Cuidó sola a sus hijos y se reinventó: estudió Derecho, se volvió experta en derechos humanos de los pueblos originarios y fue consultora del gobierno federal, del Banco Mundial y de la ONU.
Veinticinco años después de la desaparición de su esposo, Eunice Paiva obtuvo su certificado de óbito y el reconocimiento de que la muerte de Rubens Paiva estuvo vinculada con la dictadura, pese a que nunca pudo recuperar su cuerpo. Eunice falleció en 2018, con Alzheimer.
La película –inspirada en el libro homónimo de Marcelo, hijo de Rubens– es un verdadero fenómeno en el país. Los brasileños se reunieron en bares y restaurantes a ver los Globos de Oro y, este último fin de semana, en los Oscar. El premio a mejor película extranjera llegó en medio del carnaval y lo celebraron como si Brasil hubiese ganado el tan soñado hexacampeonato mundial.
El fenómeno de la película ha movilizado a Brasil en distintas capas. La historia de Eunice y Rubens también ha inspirado a jóvenes menores de treinta años a compartir en TikTok historias de padres y abuelos torturados, exiliados y perseguidos en la dictadura. Posteos virales, con más de cinco millones de visualizaciones.
–El impacto de ver esa película siendo hija de un preso político de la dictadura que hoy tiene Alzheimer en estado avanzado –publicó Maria Petrucci, de 22 años, con una foto de su padre en manos.
–Fue imposible no emocionarme y pensar en lo que mi papá enfrentó –compartió Luana Lungaretti, de 22 años, cuyo padre Celso fue detenido en 1970 y torturado con shocks en los testículos y en los oídos.
Aún estoy aquí re-encendió el debate sobre los crímenes perpetrados en el país y en Latinoamérica entre 1964 y 1985. Puso el foco en la impunidad.
Mientras tanto, también se viralizó en redes sociales un video de Jair Bolsonaro llorando porque no pudo ir a la ceremonia de investidura de Donald Trump en Estados Unidos.
–Infelizmente no podré estar allá. Obviamente que sería muy bueno para mí, al presidente Trump le gustaría mucho, porque me invitó. Estoy triste y shoqueado –afirmó Bolsonaro.
Se le olvidó decir que no puede salir del país porque la Policía Federal lo calificó como el principal sospechoso de la intentona de golpe de 2023 y de liderar un plan para asesinar a Lula da Silva, a Geraldo Alckmin y a jueces de la Corte Suprema. Así, Bolsonaro se convirtió en el primer presidente elegido en el régimen democrático brasileño en ser acusado por intentar abolir ese mismo régimen democrático.
Ahora, Bolsonaro y sus seguidores dicen que son víctimas de una “persecución política” y piden “amnistía” por sus actos en distintos eventos internacionales celebrados en Brasil. Mencionan la Ley de Amnistía de 1979, olvidándose de todo lo que esta significó para el país.
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Brasil empezó a investigar oficialmente los crímenes de la dictadura recién en 2011. En 2014, la Comisión de la Verdad, instaurada a tal fin, reveló que 20.000 brasileños fueron secuestrados y torturados entre 1964 y 1985 y que al menos 434 ciudadanos fueron asesinados y desaparecidos durante ese periodo. La cifra, sin embargo, es ínfima si comparada con las estimaciones más recientes: un estudio organizado por el exdiputado Gilney Viana reveló que al menos 1654 personas (52 de ellas niños y niñas) murieron o desaparecieron durante la dictadura.
Desde ese momento la memoria de la dictadura militar no estaba posicionada de forma tan central en el debate público como ahora, tras el estreno de Aún estoy aquí.
–Es uno de los grandes triunfos de la película. Estamos teniendo la oportunidad colectiva de debatir ese tema. Ahora eso es más importante que nunca, después de lo que pasó con Bolsonaro, una figura pública que construyó su vida política reivindicando la dictadura –dijo Gabriella Abreu, gestora de memoria del Instituto Marielle Franco, a Agência Brasil.
Con Aún estoy aquí también ha habido un llamado social a que los crímenes realizados durante la dictadura y que quedaron bajo el manto de la Ley de Amnistía, sean punidos. Ha sido el mecanismo de impunidad más utilizado por quienes reivindican el régimen.
La ley de 1979 impuso una condición innegociable para el proceso de redemocratización brasileña: el perdón a todos quienes cometieron crímenes políticos o vinculados con estos (incluyendo agentes de la represión que cometieron torturas, asesinatos y desapariciones), entre 2 de septiembre de 1961 y 15 de agosto de 1979. Con su aprobación, fueron puestos en libertad 100 presos políticos y alrededor de 2.000 exiliados pudieron volver a Brasil.
Hoy, defensores de derechos humanos y especialistas piden la revisión de la ley, argumentando que los crímenes contra la humanidad no pueden ser amnistiados.
En 2010 el historiador Daniel Aarão Reis Filho dijo en la clase inaugural del programa de historia de la Fundación Getúlio Vargas:
–La ley de amnistía estableció tres silencios: el silencio sobre la tortura y los torturadores; el silencio sobre el apoyo de la sociedad a la dictadura y el silencio sobre las propuestas revolucionarias de la izquierda, derrotadas entre 1966 y 1973.
El historiador comentó que nunca hubo voluntad política o presión social en un sentido fuerte para levantar ese gran velo que ocultaba los horrores de la dictadura. La revisión de la ley, por ejemplo, siempre estuvo confinada a la esfera de las víctimas y de sus familiares, apoyados por grupos de defensores de los derechos humanos. Además, aún no se condena del todo la tortura como método: esta todavía es práctica común en las cárceles, en las comiserías y en los abordajes policiales contra personas negras y pobres en Brasil.
¿Puede Aún estoy aquí mover el cerco de la justicia?
El 24 de enero la justicia brasileña rectificó el certificado de óbito de Rubens Paiva. Ahí aclaró: “Causa de muerte no natural; violenta; causada por el Estado brasileño en el contexto de persecución sistemática a la población identificada como disidente política del régimen dictatorial instalado en 1964”.
–Ya hay comentarios de que la repercusión de la película va a producir algo en los procesos judiciales –dijo Rodrigo Roca, abogado de varios exmilitares de la dictadura, a la revista Veja.
–Lo importante no es solo responsabilizar a las personas del pasado, sino decir que el país no acepta ningún tipo de impunidad –expresó al mismo medio Eugênia Gonzaga, presidenta de la Comisión Especial sobre Muertos y Desaparecidos Políticos.
La Comisión fue cerrada durante el gobierno de Bolsonaro, quien argumentó que ya no había nada más que hacer con ese periodo de la historia brasileña. Lula la reabrió en 2024.
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–Hay algo que me parece muy interesante –me dice mi papá–: al decir “aún estoy aquí”, podemos asustarnos porque el fascismo sigue aquí, algo que es real, o alegrarnos, porque la memoria y la lucha de Rubens Paiva de defensa por la democracia sigue presente.
–Me muevo por lo segundo –le contesto.
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–Nuestra película es un abrazo a la democracia –dijo el actor Luiz Bertazzo al enterarse de las nominaciones al Oscar.
Yo añadiría que es también un abrazo para no caer en los discursos de odio. Durante toda su vida, Eunice Paiva hizo énfasis en que no quería que ella y su familia fueran consideradas víctimas. En una escena de la película, mientras es fotografiada por un medio extranjero que quiere contar la tragedia de su familia, Eunice impulsa a todos a sonreír. Que la maldad no vea el sufrimiento que causó.
En 1995, cuando obtuvo el certificado de óbito de su marido, Eunice y el general Alberto Cardoso se abrazaron. En una entrevista publicada en el diario Folha de São Paulo en la ocasión, el general dijo:
–Me impresionó el equilibrio y la simpatía de aquella mujer que, lógicamente muy dolida, no exhibió el menor rencor.
Frente al escupitajo, la sonrisa. Aún estamos aquí.