Ensayo

Silobolsas, dólares y crisis económica


Hacer bolsa la economía

Con una bolsa llena de soja se puede pagar insumos para la siembra, arrendar campos, comprar camionetas, maquinaria, hasta casas y departamentos. El silobolsa, una tecnología aparentemente sencilla creada con recursos del Estado argentino, permite almacenar una moneda de cambio. Una herramienta con la que hacer política y poner en jaque la economía del país.

Casi 14 mil millones de dólares en soja retenidos en establecimientos rurales. Mientras, el Banco Central intenta detener un nuevo debilitamiento de la moneda extranjera. Otra vez, los silobolsas irrumpen en la trama política argentina.

Estas tecnologías plásticas, en apariencia sencillas, forman parte de la dinámica productiva de cada campaña agrícola desde hace más de dos décadas. Cuando asoman en la escena pública exhiben el peso en la economía nacional de un sector que se fortaleció (aún más) gracias al uso extendido y popular de estas bolsas en el campo argentino.

¿Cómo se gestó esta excepcionalidad argentina en la cual unos pocos miles de sojeros retienen un bien estratégico para la economía nacional en bolsones plásticos a la intemperie en sus establecimientos? ¿Qué relación hay entre los distintos momentos de incertidumbre cambiaria que vivió nuestro país en los últimos años y la generalización del uso de silobolsas en una actividad tan competitiva como la producción de soja?

Con ayuda del Estado

El silobolsa fue creado en la Alemania Occidental a finales de la década del ’60. Era una solución práctica y económica al almacenamiento de alimento para ganado. Su desarrollo continuó en los Estados Unidos durante las décadas del ‘70 y del ‘80 y aterrizó en la Argentina diez años más tarde gracias a un fabricante de maquinaria agrícola de la ciudad de Tandil.

Luego de demostrar sus aptitudes para la producción lechera y ganadera local, profesionales del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) realizaron la innovación que modificó las capacidades de los silobolsas para siempre: podrían también almacenar granos secos. Los bolsones plásticos no eran ya sólo capaces de acopiar plantas o granos húmedos para alimentar a los animales. También permitieron atesorar la inmensa cantidad de cultivos –como el trigo, el maíz y la soja- que, en cada campaña, se cosechan en los campos de nuestro país.

Un organismo estatal ofrecía un artefacto idóneo para cubrir la falta histórica de almacenamiento fijo generada en 1970 por el proceso de agriculturización y agravada, dos décadas después, con al auge de los cultivos transgénicos. A medida que los agronegocios se volvían hegemónicos, ya en el siglo XXI, los silobolsas para granos secos ganaron posiciones como soporte tecnológico de la inmensa cantidad de cultivos que brotaban a base de semilla alterada genéticamente, glifosato y siembra directa.

Más acopiadores

Los tiempos en los que la Junta Nacional de Granos se encargaba de erigir y gestionar centralizadamente instalaciones de acopio fundamentales para intervenir en el mercado de granos local quedaron lejos. Como coletazo de la desregularización del sector rural en los años ‘90, en el nuevo milenio gran parte de la infraestructura para almacenar cultivos se edificaba a partir de la voluntad de productores rurales que, fragmentariamente, cubrían los márgenes productivos que presentaba cada campaña agrícola a través de blancas bolsas para silo.  

Gracias a las novedosas tecnologías plásticas, los agricultores transformaron la forma de comercializar los granos. Si antes necesitaban de los acopiadores y las ventas se concentraban sobre todo en épocas de cosecha gruesa (entre marzo y junio), la aparición de los silobolsas permitió que gran parte de ello pudiera también lograrse durante los segundos semestres. 

Los transgénicos generaron un cambio drástico tanto en el sector rural como en la economía argentina, cada vez más dependiente de las divisas generadas por la exportación de la soja y sus derivados. Los productores ganaron posiciones como mediadores entre las cosechas de la oleaginosa y el polo agroindustrial del área costera del Río Paraná, el Gran Rosario. Si, desde hace más de una década, multinacionales como Cargill, ADM, Bunge, Cofco o Dreyfus exportan desde allí aproximadamente un tercio de los dólares que ingresan a la economía argentina, la facultad de los sojeros de intervenir  dentro de esta lógica se acrecentó gracias a los bolsones plásticos.

Luego de la desregularización del sector rural en los años ‘90, gran parte de la infraestructura para almacenar cultivos se edifica a partir de la voluntad de algunos productores rurales.  

Los silobolsas extendieron la lista de actores rurales capaces de retener un elemento estratégico en la generación de dólares para la economía nacional, la soja. Un mayor espectro de agricultores podía conservar tenencias en grano en sus propios campos. Agricultores con plantas de almacenamiento fijas, firmas acopiadoras o exportadores pudieron inmovilizar parte de las cosechas de cada campaña. También los grandes productores rurales que consiguieran un excedente productivo considerable. 

Política y silobolsa

La tecnología de acopio creada por el INTA permitió potenciar y difundir el uso de la soja (aunque también de otros cultivos) como moneda de cambio. Con ella es posible pagar insumos para la siembra, arrendar campos, obtener maquinaria y camionetas o, incluso, comprar casas y departamentos. Aunque también sirvió para acrecentar los niveles de especulación con el precio del producto de sus cosechas. Esto reforzó la tendencia de muchos productores agropecuarios argentinos de “sentarse arriba de los granos”.

Durante el conflicto en torno a la resolución 125 del año 2008, la capacidad de almacenamiento que ofrecieron los artefactos plásticos hizo materialmente posible los ceses de comercialización de granos por parte de los productores. Esta acción medular mostró la incidencia política del silobolsa: permitió posicionarse contra el régimen de retenciones móviles que intentaba establecer la administración encabezada por Cristina Fernández de Kirchner durante sus primeros meses de mandato.

Desde entonces, un simple artefacto de polietileno podía condicionar políticamente a un gobierno nacional. El mercado cambiario, durante el tercer mandato kirchnerista, estuvo marcado por  regulaciones restrictivas del dólar oficial, mayor protagonismo del dólar paralelo o blue, y por una progresiva pérdida de reservas internacionales de divisas debido a un conjunto de corridas cambiarias y de pagos de deuda externa. La escasez interna de dólares no solo fue producto de la ralentización de operaciones al exterior accionada por los exportadores de granos y derivados. Unos pocos miles de agricultores capaces de almacenar sus excedentes granarios en silobolsas por períodos más amplios de tiempo también intervinieron en la suerte del mercado cambiario.

Esta inclinación no se revirtió luego de la asunción, en diciembre de 2015, de un gobierno más amable con los designios del sector rural. El gobierno de Mauricio Macri implementó un conjunto de medidas económicas que combinaron la reducción de retenciones con una histórica devaluación del peso. Aún cuando esto aumentó considerablemente los márgenes de los agricultores, la práctica de la retención de granos en silobolsas no pudo ser totalmente desactivada en esos primeros días de mandato.

Gran parte de los productores agrícolas mostraron no solo su capacidad para intervenir sobre la acción de un gobierno con el que no simpatizaban, como el kirchnerista. Tenían la facultad de hacerlo con cualquier administración que intentase manejar la cosa pública. 

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Esa fuerza reverbera durante estos días. Afinar la precisión y la habilidad para desarticular la difundida práctica de retención de granos en bolsones de polietileno es necesario para evitar las siempre perjudiciales consecuencias de una brusca devaluación de la moneda nacional para las grandes mayorías de nuestro país.