Ensayo

Elecciones en Chile: nuevo proceso constituyente


Siga participando

Todo el domingo 7 de mayo el escritor chileno Felipe Cussen escuchó voces. En las primeras elecciones del nuevo proceso constituyente de su país, en su cabeza rebotaron poemas de César Vallejo, canciones de Quilapayún, textuales de Ernesto Rodríguez Serra y de Inés Erazo. Escuchó los resultados frente a la tele, con los ojos cerrados, como quien sigue definiciones a penales. Cómo digerir el triunfo de los republicanos. Cómo bucear del enojo a la resistencia.

Me pidieron hace unos días que escribiera una columna para hoy, que ojalá reflejara optimismo, esperanza democrática. En lo primero que pensé fue en un hermoso poema en prosa de César Vallejo: “Voy a hablar de la esperanza”. Su título, por supuesto, es irónico. El más triste de todos los poetas escribe únicamente del dolor, un dolor sin explicaciones, sin causas: “Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente”.

Aún no he terminado de salir del estupor que me provocó el rechazo el 4 de septiembre pasado. Me sentí tonto, iluso, ciego y, para más remate, ñuñoíno. Pero he vuelto a leer el texto constitucional y no me arrepiento de haberlo apoyado.

Durante la semana estuve muy atento a varias opiniones que recomendaban anular el voto. Leí muchas argumentaciones, y le encontraba la razón a prácticamente todas: que el proceso está amarrado, que ha sido poco democrático, elitista, que no merece ser validado. Me molesta, sin embargo, la certeza absoluta de algunas de sus opiniones, así como el mansplaining de Gabriel Salazar en sus entrevistas. No soporto a esas personas a las que les satisface siempre tener la razón aunque los resultados sean nefastos para los demás. Prefiero equivocarme. 

Ayer en La Tercera analizaron las razones del fracaso de la Convención anterior. Enumeraban varios hitos críticos, como la mentira de Rojas Vade, y señalaban también las fake news, pero no se hacían cargo para nada del nefasto rol que cumplieron los medios difundiéndolas.

Ayer domingo me desperté animado, como siempre que toca elección. Un día así, en mi cabeza, es igual que un partido de la selección, la Teletón o el Festival de Viña: no me lo quiero perder. Vi noticias toda la mañana, tan irrelevantes y reiterativas como siempre al inicio de una votación. Me animé con la declaración de Inés Erazo, de 105 años: “Espero que no voten nulo”. No sabía quién era y una amiga me informa: música, feminista y activista que participó en el movimiento para el sufragio femenino y ayudó las familias de presos de la dictadura de Pinochet.

Siempre voy a votar, y siempre marco una opción, aunque casi siempre sea “el mal menor”. Tengo demasiado presente esas elecciones con muchos votos nulos y blancos,  o con alta abstención, tras las que los políticos decían que habían escuchado el mensaje. Nunca lo escucharon. Hoy tampoco lo escucharán. 

***

Llegamos bastante tarde a la Estación Mapocho, nuestro nuevo local. Llevo puesto mi poncho de Quilapayún, grupo injustamente vilipendiado últimamente por un ignorante, pero me da mucho calor. La luz está preciosa. Tomamos fotos, y en el fondo de ellas aparece un militar armado.

Cuando se conocen los primeros resultados en la tele cierro los ojos, con el mismo reflejo que me provocan las definiciones a penales. Las cifras son analizadas con argumentos absurdos y se proyectan en base a ecuaciones inverosímiles. Ya está claro, sin embargo, que hay un alto porcentaje de votos nulos y blancos. No soy un ingeniero electoral y no sé cuánto de ese porcentaje corresponde a votos que podrían haber ido a la lista de izquierda, pero no me convencerán que este gesto sirvió para algo.

Se suman los resultados y los comentaristas se esmeran en inventar expresiones estrafalarias, como “el tsunami republicano”. Pero este no es sólo el triunfo de los republicanos, es también el triunfo de los matinales, de la desinformación de las noticias, su exacerbación de la inseguridad y el odio. 

Este es, también, el fracaso del Partido de la Gente, sus papitocorazón y sus criptomonedas. También es el fracaso del extremo centro, de los demócratas y amarillos, de aquellos tan buena onda que llamaban a rechazar para escribir “una nueva y buena”, “una que nos una”. No veo a Ximena Rincón, Javiera Parada o Cristián Warnken por ninguna parte. 

¿Y qué hacer con el fracaso de la izquierda? Me provoca una risa nerviosa imaginarme que ahora tendremos que ocupar ese discurso melifluo que escuchamos antes, arrodillarnos para pedir que no nos pasen la aplanadora. Y rogar que la comisión de expertos, que tanto nos molesta, nos salve de los maximalismos republicanos. O quizás sólo nos quede rechazar. Pero rechazar con amor. 

Me entero que justo hoy acaba de morir Patricio Bañados.

Hace unos meses murió también Ernesto Rodríguez Serra. El miércoles pasado fui al lanzamiento de su libro póstumo. Fue una de las personas más entusiastas que he conocido. Muchas personas lo consideran su maestro, algunas de ellas me caen mal. Me imagino que si me lo encontrara en la calle ahora me diría que no me tomara esta derrota tan a pecho, y yo me habría enojado mucho. Al leer sus notas, sin embargo, se encuentran más turbulencias de las que se advertían desde afuera. Una de las palabras que más se repite es “resistir”, y así la define: “Persistir, resistir los embates, hacerse duro, durable. Estar vivo significa poder decir, con ánimo alegre: resisto”. Más adelante precisa: “Estar en la época y al mismo tiempo no aceptarla”. Me enojo al leerlo justo hoy, pero me enojo más porque creo que tiene razón.

Me aferro a un recuerdo de niño, a esos helados o esos yogurts de los que uno esperaba un premio y solo encontraba esta frase: “Siga participando”.