La plataforma Netflix incorporó recientemente entre sus propuestas una suerte de reality show que gira alrededor del diseñador, fashionista e influencer Santiago Artemis. Más de lo mismo: una suerte de tautología eterna sobre el espíritu emprendedor. Lo novedoso y propositivo es patinar todo de fresco, libre, excéntrico y vertiginoso, muy vertiginoso todo, tan urgente que le dice a una obrera “este mes necesito seis vestidos tuyos” y no hay tiempo ni para hablar de las condiciones de trabajo ni para mostrar agradecimiento. Lo diferente es en exceso indefinido: “no creo en los géneros”. Y así se licua lo colectivo de las posiciones identitarias que han venido interpelando a los Estados para estar donde sea que estemos. ¿En qué medida o desde qué parámetros se nos invita a ser parte? “No hay tiempo para la vergüenza”, que es como se titula la serie, nos pretende en eterna producción y comunica así sobre el cómo lo no-identitario le hace pinkwashing a un socius progresista cuando se le anima a lo patriarcal y neoliberal respecto del generar constantemente basura humana.
La vergüenza es un sentimiento bicéfalo.
Una cabeza nos habla de la vergüenza que “debemos” sentir por ser lo que somos (pecado, enfermedad y crimen) y viene atada a los juicios sociales: ser travesti, marica o torta es malo. Y sobre esto la respuesta colectiva de las disidencias sexo/genéricas ha sido Orgullo. Ante el oprobio de una sociedad que nos construye como identidades cloacalizadas (diría Lohana Berkins) oponemos Orgullo de ser mismidad y nostredad. Otras preferirán autoconvencerse de que si ellas no se dicen en las infinitas nominaciones de la basura humana simplemente no lo son.
La propuesta de hiper-productividad y sobre adaptación tiene un quiebre. Quienes se estremecen con la matanza de animales para lo suntuoso usan piel sintética y ya, pero sobre las condiciones de producción de la obrera sólo hay silencio absoluto con un pedido victimista: “Necesito seis vestidos tuyos”.
La otra cabeza nos habla en rigor de la vergüenza como resultado de una acción propia y concreta. Su voz nos hablaría de manera condenatoria con mayor o menor dureza: ladrona, explotadora, violadora, golpeadora, abandónica, mala amiga, etc. Y por tanto es una voz necesaria porque para acallarla hay que transformar nuestro accionar y reparar en la medida de lo posible. Necesaria porque sin ella no tendríamos registro del daño infligido y continuaríamos con el mal actuar. Así están las cosas, un poco de tiempo para la vergüenza siempre hay que tener. Pero el programa en cuestión, ya desde el inicio, se atreve a dañar desvergonzadamente:
- Me llego a caer en tacos y soy UN trava boludo, UN trava de once.
Hablamos como pensamos. ¿Qué piensa Artemis de sí mismo? Que está de pie y firme en lo humano y no mucho más. Que elige no pensar nada de su mismidad, se le cuela solo gracias a su espíritu emprendedor. Que nada le pre-existe: es su propio artífice tapando la historia de la moda y la historia de la industria de la moda y todos los cuerpos que desde sus oficios son condiciones de posibilidad para su existencia en tanto diseñador. ¿Creerá en verdad que está haciendo de la nada, que puede jugar frívolamente y expresar “yo no creo en los géneros”, pues a partir de él y sólo de él la sociedad comienza a pensarse inclusiva de las disidencias sexo/genéricas? ¿Pensará que importa en medida alguna que él se calce una pollera o tacos mientras que los cuerpos que imagina para sus trabajos, que se suben a la pasarela y van a fiestas vestidas con sus diseños son de mujeres que pueden pagarlos? ¿Será que él sabe que es una abeja obrera con buen packaging y que para disimular esto que le brota hiere, duele y ofende? El no-género para construir su título nobiliario imaginario en lugar de hablar de él hace que prefiera socavar a las travas que compran en Once sus uniformes prostibularios dejándolas sin apoyo y expuestas a hundirse más en el basurero.
Sus dichos golpean a toda una comunidad y allí coadyuva a hundirlas más en donde no quiere caer él: el basurero humano. Así el sistema alimenta la ilusión de ser, pertenecer y trascender soltando la mano a un colectivo entero y alimentando la distancia con el basurero, logrando hacernos cómplices de esta reificación. Del mismo modo en que puede maltratarse masculinizando a un colectivo que se afirma políticamente en femenino, solo por ser pobre y no haber tenido acceso en igualdad de condiciones a un medio tan masivo de comunicación, se les puede dejar morir en las neveras para migrantes de Estados Unidos sometiéndolas a condiciones infrahumanas; se les puede fusilar de manera sumaria en Nicaragua o Colombia por fuerzas armadas, para-militares o revolucionarias; se les puede matar y emitir por YouTube las torturas que la lleven hasta esa muerte en Brasil, Perú o Bolivia, en favelas o barrios populares. Pueden ser esas muertes en manos de vecinos, de amantes o extraños, pueden suceder de noche o a la luz del día. Les pueden matar en Argentina en manos de policías o guardia-cárceles; en cualquier parte del continente les puede matar su propio padre.
Así la argamasa en que nos oprime el sistema, seamos arena, cemento o cal, la constituye nuestros dichos y acciones, y no sería de trascendencia sin los diferentes aparatos que la conforman dentro de la gran institución de la sociedad, las distintas instituciones en que se nos organiza la vida. Una de ellas son los aparatos educativos-comunicacionales.
Netflix legitima el discurso pues es “progre” y tiene una ética de no discriminación. ¿Tiene una ética? Por los hechos, al parecer, una bastante laxa y más pegada al show business que a la responsabilidad social. Y en ese sentido se ha vuelto crucial la reacción de la platea ante lo sensible de un tema a tratar o retratar y lo violentada que se sienta al menos una porción de ella.
Las travestis somos un número ínfimo y entre los pseudo democráticos aparatos comunicacionales debemos ser una porción aún más insignificante. Esa insignificancia es despoder, no somos la comunidad judía o afrodescendiente, no somos cis mujeres gritando “el violador eres tú, y la culpa no era mía, ni por dónde estaba, ni por cómo vestía”; la culpa continúa siendo nuestra o no importa y no hay tiempo. Las travestis somos muy exageradas y ya somos inquiridas: “¿no se ríen de ustedes mismas? ¿de un pobre, de un judío, de una lesbiana, de una niña rica y blanca? ¿nunca les pasó, nunca lo hicieron? ¿son todas corderitos del señor? ¿todas moralistas? ¿o todo ese discurso de respeto lo aprendieron ahora que nos estamos, como dicen, DECONSTRUYENDO? Son todos muy inquisidores, todo lo llevan a juicio, no se puede decir”.
Otras amigas opinan “esa desclasada no es el enemigo”, como si por señalar estuviésemos condenando y como si por exigir buen trato estuviésemos traicionando no se qué corporativismo. Demasiado. Cambiemos al sujeto del maltrato, deconstruyamos: ¿se pueden hacer humoradas antisemitas, racistas, misóginas y continuar en la misma plataforma? Se me ocurre una por segundo camino al trabajo, no las digo, me doy siempre tiempo para la vergüenza, registrar a la otredad y ver mi responsabilidad en la reproducción de violencia. ¿Qué se les juega en la interpelación travesti a Netflix? Pretender callar a las travestis es una constante, minimizar nuestro dolor también. Es más cómodo cuando hablamos en abstracto: de sistema, policía, militares o personalizamos en personajes bien malos como Bush, Trump, Bolsonaro. ¿Nadie puede contemplar la posibilidad de autocrítica? ¿Es mucho trabajo intentar que Netflix entre en diálogo? ¿Qué pasa si no responde y nos ignora a todes, si fracasamos?
Si no están con predisposición a intentar transformar el estado de cosas, a soportar la frustración y el maltrato de la des-contemplación, deberían llamarse a silencio ustedes. Sería mejor que nos ignoren. No nos lean. No nos usen con sentido caritativo. No perpetúen el cinismo. De todos modos somos la más pobres e insignificantes. ¿Qué daño les podemos hacer? Bájense de nuestras redes. “Muerto el perro se acabó la rabia”. Tomen la responsabilidad de dejarnos solas, solas masticaremos esa rabia mientras los índices de violencia crezcan. Es vuestro privilegio gozar de sus privilegios. Buen provecho.