Fotos: Gastón Miranda
En Rosario desde el jueves a la noche no hay colectivos. Hasta hace tres días tampoco había taxis. El 8M no hubo marcha y hoy no habrá escuelas ni universidad. Lo que tiene más vida en el mediodía de domingo cansino no son los parques públicos sino las estaciones de servicio. Es ahí donde se forman filas culebreras de autos que esperan por la carga. No, no se trata de ganarle unos pesos a un nuevo aumento del precio del combustible. Lo que se anuncia es un paro de estaciones de servicio que terminará por inmovilizar a toda la ciudad. La causa: el asesinato de Bruno Bussanich, un playero de 25 años que trabajaba en Mendoza y Circunvalación.
Rosario está quieta. Rosario está anestesiada. Rosario está dormida. Rosario está hundida en el desasosiego. De a poco, las estaciones que hasta hace minutos tenían largas hileras de autos se vacían. Se encierran con un contorno de cintas de peligro; algunas hasta hoy, otras hasta el martes. Rosario está encintada, como la escena de un crimen. Nadie avanza, nadie puede pasar, nadie se mueve.
Antes del playero, asesinaron a dos taxistas, balearon una comisaría y atacaron a un colectivero que falleció el domingo a la tarde. La sensación es que los crímenes pueden ocurrir en cualquier parte y al frente de cualquier oficio. El dato común: acribillan a trabajadores.
¿Quién será el próximo? ¿De qué rubro? ¿De qué oficio? ¿Quién no vivirá mañana? ¿O peor, a quién matarán esta misma noche? ¿Escuelas, supermercados, bares? ¿Cuál será la siguiente zona de sacrificio?
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Una maestra carga nafta en su moto antes de que comience la medida de fuerza y cuenta que desde hace un tiempo no usa guardapolvos para salir a la calle.
—Somos el blanco fácil. Lo que antes nos protegía, hoy nos hace sentir regaladas —dice.
Lo único que estuvo repleto en Rosario este domingo fueron las cajas de supermercado y no escapa a cierta lógica de la época: hay descuentos en la segunda unidad y un poco más si se paga con tarjeta. Los parques y la costa, en cambio, se vieron vacíos. Lo mismo pasó con las cervecerías artesanales de Pichincha. ¿La gente tiene miedo o no tiene plata? A esta altura, todo junto.
Alguna vez Rosario tuvo el sueño europeo de de ser “la mejor ciudad para vivir” o al menos reconvertir el mote de la Chicago por el de la “Barcelona argentina”. Esa idea de la marca Rosario de inicios del año 2000 ya fue. Los pocos vestigios de ese tiempo se pueden encontrar navegando en YouTube y dando con un spot grabado en 2011 con Lionel Messi aún joven. La publicidad tiende un puente imaginario u onírico entre la ciudad que bordea al Paraná y la que balconea al mar de la Barceloneta. En los minutos del audiovisual se ven corridas de toros en la avenida de la costanera norte, trabajadores de la construcción remover una paella en vez de controlar un asado. La publicidad terminaba con una imagen de Messi en la cama, amaneciendo y una frase: “Soñé que no estaba tan lejos”.
Hoy estamos más que lejos. Hay cierta desazón entre la expectativa de fines de los 90 y principios de los 2000 y el desastre que fuimos viendo hasta llegar a esta decadencia. ¿Es posible recuperar aquel hipotético legado? Todo hace pensar que Rosario está pulverizada, pulverizado el proyecto de ciudad y pulverizado el relato. Está demostrada la falta de eficiencia de las áreas en el espacio público, se siente tanto en los servicios más elementales como en la prevención de la violencia pero también hasta en la noche cultural que también supo hacer la mística rosarina.
En septiembre de 2012 asesinaron a Martín “Fantasma” Paz, integrante de una banda narco y meses más tarde, en mayo de 2013, mataron casi como un vuelto al líder máximo de Los Monos, Claudio “Pájaro” Cantero.
Pero antes, en enero de 2012, habían asesinado por error a tres jóvenes militantes, en lo que se conoció como el Triple Crimen de Villa Moreno. Todos los que estudian el tema ubican en esa franja temporal el vórtice de violencia que aún sigue engullendo vidas y tranquilidad en la ciudad.
Cae la noche del domingo. No hay recolección de residuos y los contenedores están detonados del fin de semana. La calle San Luis, que es algo así como El Once rosarino, terminó a oscuras. Lo mismo sucede cuando se avanza a lo largo de avenida Pellegrini desde Ayacucho hasta la zona portuaria que desemboca en el río Paraná. Hay cortes de luz en estas zonas por la tormenta con granizo del viernes, pero también por la falta de coordinación entre la poda y escamonda municipal y el servicio de la Empresa Provincial de la Energía. Todo es una gran boca de lobo que parece devorarse a la ciudad. Se escuchan cacerolas en los balcones y las terrazas. Se mezclan el hartazgo, el cansancio, la impotencia, la rabia de diciembre de 2001. Se funden el silencio, la zozobra, la quietud y un encierro similar al de 2020. Plena Fase 1.
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Rosario es un territorio arañado, mordisqueado, corroído. Desde hace años el río Paraná —ese mismo que deslumbró a Federico García Lorca cuando visitó la ciudad y preguntó: “¿Tenéis un río? ¿Y por qué lo has encerrado?”— es un balcón caníbal; se traga algunas partes de la costanera central. Los bordes se derrumban con el paso de los años, con el avance del agua, con el envejecimiento de los pilotes que sostienen estructuras inmensas. Y con los fondos de inversión que llegan tarde, mal o nunca.
—Hay 38 puertos sobre el río Paraná, concentrado en lo que se conoce como departamento Rosario y departamento San Lorenzo. Ahí entra y sale cualquier cosa, no hay controles. Tras la desarticulación del último elemento controlador que era el Senasa, la Aduana parece ser la más clara síntesis —dice Carlos Del Frade, diputado provincial y periodista de investigación.
Se estima que el mercado narco, en Rosario, maneja 111 millones de dólares por año. Eso se lava en pleno centro de la ciudad: en mesas de dinero, en casas de cambio, en bancos. Lo hace gente de saco y corbata o delincuentes de guante blanco.
M. es un artista visual que preferiría el café, la tarde, la calma a esta escena en la que ve a sus vecinos horrorizarse ahora que el gobierno cambió de signo.
—Antes no decían ni mu —dice. Le llama la atención la intensa circulación de drogas, el habitus pastillero de los centennials de clase media y la naturalizada conexión entre barras, falopa y fútbol.
“Un acuerdo tácito de negación colectiva”, lo llama. Por ejemplo, cuando mataron a la bailarina árabe o al arquitecto de Arroyito.
Esta semana Argentina y Estados Unidos firmaron un Acta de Inicio del Memorándum de Entendimiento. Se trata de un acuerdo entre la Administración General de Puertos (AGP) e ingenieros de la hidrovía del río Misisipi para intercambiar información y capacitaciones sobre hidrovías y ríos. Según detallaron ambas partes, el acuerdo le brindará eficiencia y transparencia a las actividades portuarias entre los países y fortalecerá los procesos administrativos para garantizar su funcionamiento. Además, se abrió la posibilidad de colaborar en el futuro en materia de seguridad y protección de navegación.
Para Carlos Del Frade no es más que una especie de prueba piloto para ensayar bajo la mirada atenta de las fuerzas armadas y de seguridad federal:
—Es una brutal entrega de la soberanía. Por eso la excusa del combate al narcotráfico servirá para garantizar esta nueva etapa de saqueo feroz y dependencia absoluta. El gobierno de Santa Fe, en tanto, hace silencio de radio.
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Luciana Ginga es politóloga por la Universidad Nacional de Rosario y maestranda en Criminología. Parte de una idea de la socióloga Tosca Hernández para explicar las violencias que atraviesa Rosario: “Siempre que se disparan situaciones de violencia en una sociedad las inicia el Estado”.
¿Pudo la foto en modo Bukele que mostró el gobierno de Santa Fe la semana pasada desatar esta violencia espiralada en la ciudad? ¿La imagen cenital de los cuerpos verdugueados en la cárcel de Piñero tiene conexión con los cuatro crímenes ocurridos estos últimos días?
—Desde el inicio de la gestión el gobierno provincial cuenta con gran legitimidad de votos y todavía goza de buena imagen en la opinión pública. Pero luego de las balaceras al personal del Servicio Penitenciario que iba en colectivo tras la requisa a los presos, el gobierno escaló una violencia con una simbología muy fuerte basada en la humillación. Eso fue un punto de inflexión. Desde la cátedra lo juzgamos como un acto de una profunda irresponsabilidad. Ser gobierno implica una responsabilidad mayor al ejecutar las intervenciones —dice Ginga.
Para el gobierno provincial no se trató de la foto, sino de una respuesta reactiva a su política carcelaria aplicada a 200 presos de alto perfil de los 11 mil que están dentro del sistema, y en particular sobre los 60 o 70 más peligrosos. Confinamiento exhaustivo, reducción extrema de contactos con el exterior y con otros presos, y la vigilancia directa y total cuando se permiten visitas son los componentes del plan.
Por un lado, las fotos como propaganda política exponen el polémico cumplimiento de las garantías expresadas en las convenciones de derechos humanos. Pero por el otro, ratifican un consenso social a través de esa gestualidad. Sin embargo, no todo quedó en la imagen. También las declaraciones de los funcionarios fueron provocadoras. El ministro de Seguridad Pablo Coccocioni salió a la pública con un mensaje que además exagera el tono por el uso del lenguaje tumbero: “No vamos a sentarnos a la ranchada a negociar” y advirtió a los presos de alto perfil que “cada vez la van a pasar peor”.
—Esta escalada de violencia la esperábamos —dice Ginga—. No hay que ser experto para entender que se desencadenarían esta serie de hechos que nos tiene de rehenes a todes. No sólo hay sensación de zozobra, también impide cualquier negociación que tendría que darse. Con esto se queman los puentes y se genera algo más preocupante, que es el Comité de Crisis sumando a las fuerzas armadas.
Para algunos cuesta imaginar que una banda narco salga a matar gente con la excusa de sentirse humillada por una foto o por la explícita provocación de los funcionarios. Para otros es la respuesta directa. El mismo gobierno niega dicho efecto, pero en sus dos niveles sigue apelando a una narrativa que en los comunicados de este domingo incluyó, como nunca antes, la palabra terrorismo en el caso del mensaje oficial de la Municipalidad de Rosario y de la Oficina del Presidente.
Para Ginga lo que no hay que perder de vista es que las bandas están compuestas por personas civiles pero que no dejan de tener una pata policial, lo que algunos especialistas llaman los “narco policías”. Se trata de agrupaciones que no cuentan con una hiper profesionalización, ni con una escala tecnológica super organizada. Tal es así que los profesionales que trabajan sobre este tema advierten que no existe ese nivel de perfeccionamiento o de narco terrorismo. En todo caso la pregunta que le surge a Ginga es acerca del portal que se abre con el desembarco de las fuerzas federales, ¿no? que se anunciaría este lunes con la presencia de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y el ministro de Defensa, Luis Petri, en Rosario.
—La convocatoria de las fuerzas armadas tiene visos de ilegalidad porque de acuerdo a la Ley de Seguridad Interna, que rige desde el alfonsinismo, lo que se planteó es la no intervención de las fuerzas armadas. No es un dato menor porque de lo que hablamos acá es de la calidad de la democracia. Hay un gobierno municipal y un gobierno provincial en jaque y una de las soluciones fue armar este Comité de Crisis para plantear la acción de fuerzas federales y fuerzas armadas. Sabemos que esta es una puerta que se abre y que luego es difícil de cerrar —dice.
Para Ginga no todo se resuelve con una respuesta securitaria. La otra cara de esta fuerte intervención policial es la ausencia estatal en materia social.
La desfinanciación y el vaciamiento de los principales programas sociales, como fue el valioso Nueva Oportunidad que en los últimos cuatro años pasó a llamarse Santa Fe Más, y el de obras de infraestructura en la periferia como el Plan Abre. El retiro de la pata más social del Estado en los barrios es notable desde hace unos años. Y aunque el gobierno provincial actual intentó restablecerlos todavía no se ve el empuje el dinamismo, ni la vitalidad con la que sí se asumen cuestiones que tienen que ver con la violencia y la intervención represiva del Estado.
Algo que había advertido hace un año la ex ministra de Seguridad nacional, Sabina Frederic, cuando fue consultada acerca de los ataques repetidos a distintas escuelas de Rosario: “Es indispensable que la policía santafesina recupere credibilidad porque no se puede pedir siempre la asistencia de las fuerzas federales. Sabemos que el de la violencia no es solo un tema policial, sino la falta de políticas culturales, deportivas, educativas”.
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¿Qué oportunidades quedan en una ciudad poblada de batallas y contrastes? ¿Qué posibilidad existe de apaciguar la pobreza de estos corazones? ¿Cómo se viven estos días en Rosario? ¿Qué movimientos se recortan?
Un periodista cuenta que desde que empezó a salir de la pandemia su rutina cambia poco a poco. Vive en el centro, donde las balas todavía no llegan, pero sí las esquirlas. Su familia, en cambio, vive en un barrio que el año pasado se levantó tras el asesinato de un nene, Máximo Jerez, que jugaba al fútbol en el club Los Pumitas.
—Cambié mis hábitos, trato de volver a mi casa antes de las ocho, quedarme adentro. No me relajo en los semáforos y estoy alerta todo el tiempo —cuenta.
La vida cambia al atravesar los bulevares. Cuando nos desplazamos desde las grandes torres que miran al río hacia la ciudad otra, la sensación también se modifica. ¿Cuándo morir no es suficiente? ¿Cuánto cuesta vivir, cuánto matar?
L. vive con miedo a que lo maten. Es farmacéutico de la red de salud municipal. Reparte su tiempo entre las clases en la facultad de Medicina, la atención en un centro de salud y un hospital público. El terror se le activa todos los días. Cuando espera el colectivo, cuando baja en el barrio, cuando atiende a las madres que llegan con los pibes volando de fiebre a buscar una medicación gratuita.
—No estoy tranquilo. El miedo es constante y las ganas de irme también. Estoy pensándolo cada día más seriamente —relata.
Los mensajes de whatsapp que alarman sobre dónde será el próximo ataque se multiplican en cada teléfono celular. Las fake news se mezclan con las verdaderas noticias de nuevas balaceras. Los grupos, las listas de difusión, los contactos son el oráculo de lo que está por pasar y nunca es un buen augurio. Pero también sirven para sembrar terror como las imágenes que la policía difunde del crimen del playero y que algunos medios más preocupados por la primicia no se cuestionan difundir. ¿Cómo informar a la ciudadanía? ¿Cómo hacerlo con responsabilidad? ¿Cómo hacer equilibrio entre el terror y la suma de likes en redes sociales? Una hoja de cuaderno escrita a mano con letra similar a los anónimos hallados en la escena del crimen anuncia en los grupos de mamis y papis que mañana el blanco serán las escuelas secundarias de tres zonas de la ciudad, otro dice que habrá balas en un hospital. Nadie está tranquilo. El Sindicato de Prensa de Rosario recuerda un protocolo para estas coberturas: “Es fundamental no convertirnos en un canal que colabore con las acciones extorsivas a través de la difusión de mensajes narco criminales”.
El silencio se interrumpe con un cacerolazo convocado por redes. Frente al Monumento a la Bandera, un puñado de personas también se reunió a través de las redes sociales para reclamar justicia por los crímenes. Son pocos, tienen un equipo de sonido pobre, un micrófono de mano, y carteles caseros pintados con fibrón: “Rosario sangra”, “Justicia”, “Paren de matarnos”, “Que no sea uno más”, “Queremos vivir”, “PAZ”.
—Esto debería ser una pueblada —dice un señor del coqueto Barrio Martin. Pasea un perro caniche frente a la marcha minúscula.
Una mujer que se vino de la zona sur con toda su familia cuando vio la manifestación autoconvocada por un canal de noticias porteño. Vive en Uriburu y Oroño y cuenta que está asustada y angustiada. Cuando habla se le quiebra la voz. Dice que cada noche montan todo un dispositivo familiar para que su marido entre o saque el auto del garage que está unido a la casa. La mayoría de sus vecinos en los últimos años optaron por dejar los autos en la calle para evitar la peligrosa maniobra y que su hija no quiere mandar a los nietos a la escuela por miedo a que los maten.
—Lo más triste es ver los pocos que somos. Si esto era para festejar un campeonato o un triunfo deportivo explota de gente.
“El miedo solo sirve para perderlo todo”. La frase es de Manuel Belgrano y está estampada en la puerta del Concejo Municipal en diagonal al Monumento. Sólo una calle adoquinada separa el lema labrado en acero de los cuerpos rotos y asustados. De las vidas que no importan.