Relatoría del curso intensivo en Anfibia: Método Paco Taibo II
Paco Ignacio Taibo II (el Paco Ignacio I fue su padre) se sienta frente a los cincuenta espectadores en la redacción de Anfibia y abre una de las dos botellas de Coca Cola.
Se sirve en uno de los dos vasos blancos y cuando ve un fotógrafo en la sala, lentamente como si fuera casual, le quita las etiquetas a las dos botellas.
Al escritor, periodista y militante de izquierda le encanta el gusto de ese líquido oscuro y azucarado, pero le gusta muy poco lo que la marca representa.
“Soy catador de Coca Cola, una vez gané una apuesta en los Ángeles porque pude adivinar de qué embotelladora provenía”, dirá después.
Corpulento, no deja de fumar, ni de hablar fuerte, ni de mover las manos. Es ameno, divertido, pero por sobre todas las cosas un gran provocador. Tiene un gran bigote canoso cuya parte inferior parece teñida de rubio. No es tinta sino tabaco. Paco Taibo II fuma uno tras otros los cigarrillos H. Upman, que son negros, cubanos, pero se venden en México. El cigarrillo estará presente siempre, incluso en aquellos lugares que no lo dejan fumar. Negociará con los remiseros, buscará la forma de salir a la calle en los lugares que está prohibido y agregará, como dato de los personajes históricos que nombra, si eran fumadores.
En el restaurante donde cenará después de la charla elegirá una mesa junto a la puerta. En la hora que durará la cena, saldrá tres veces a fumar.
Le preguntará al mozo si tiene alguna bebida light.
—Pensé que pedirías Coca Cola.
— Me gustaría, pero debo cuidarme: tengo muy alta el azúcar.
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Es jueves. La Plaza de Mayo empieza a poblarse. Es el día en que las Madres caminan desde hace treinta años alrededor de la pirámide. Una escena que por repetida no deja de emocionar. Ya envejecieron todas y siguen reclamando la aparición con vida de sus hijos. Hay turistas fotografiando la escena histórica y Patricia Walsh, hija de Rodolfo, tiene que encontrarse con Paco en esa plaza. Se suma a la marcha. Recorre con ellas varias veces la pirámide. Cuando Paco llega con su equipo, el mismo que lo acompañó en los otros quince que ya grabó y que el año que viene filmará en Congo, Cuba y Europa un documental de ocho horas sobre la vida del Che, Patricia está dando una de las últimas vueltas.
Se presentan, hablan de política, de la reforma del Código Civil. No, no hablan. Patricia cuenta, Paco escucha. Los dos comenzarán a recorrer el mismo espacio que dejaron las madres, pero hablarán de Rodolfo. Patricia va a contar en forma apretada y resumida su vida como hija. Después, va a tomar distancia y va hablar de Walsh periodista, militante, escritor.
La escena que va registrando la cámara que sigue a Paco y a Patricia es parte de la agenda agitada que debe cumplir en la Argentina. Además de charlas y seminarios organizados por la UNSAM, grabó un documental para Telesur sobre Rodolfo Walsh. Un personaje sobre el que ha leído todo, y que como ha hecho con los otros va a desmitificar. “Walsh era de izquierda, pero sin ser doctrinario. Y era peronista sin ser peronista. Para mí hay una adhesión a la propuesta moral eticopolítica del Che”. Pero además destaca que se trata de un periodista de la precisión que suma su calidad narrativa al introducir los mecanismos de la no ficción. Para reconstruir la historia de Walsh, Paco fue a José León Suárez, donde se produjeron los fusilamientos que dieron origen a Operación Masacre, a la esquina del barrio de Constitución donde Walsh fue capturado y luego desaparecido, la casa de San Vicente donde pasó sus últimos meses: allí entrevistó a sus familiares, biógrafos y amigos. Quizás, para Paco, el testimonio más conmovedor fue el de Lilia Ferreyra, la compañera de Walsh. Es lo primero que le cuenta a Paloma cuando se reencuentra con ella después de un día plagado de trabajo: aquella despedida en la que ambos saben que no van a volver a verse. En la que hablan de la huerta sembrada en San Vicente, de los frutos, de todo eso que no verán juntos; de todo eso que, saben, no se repetirá jamás.
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Es difícil hablar de las obras de Paco Taibo. Son más de 50, de diferentes géneros, traducidas a muchos idiomas: quizás 28. Biografías, historia, novelas. Su personaje más famoso es Héctor Belascoarán Shayne, un singular detective que aparece en 10 novelas, incluida la que escribió junto al Subcomandante Marcos. También en cinco películas filmadas en México.
—¿Por qué un detective mexicano tiene un apellido vasco y otro irlandés?
—Porque si le ponía Pancho López hacía un estereotipo y no me interesaba.
Paco no sólo escribió novelas policiales sino que también, a mediados de los 80, creó la Asociación Internacional de Escritores Policiales. “Era la posibilidad real de crear una asociación de escritores este oeste, con los latinoamericanos como mediadores. Estaba la coyuntura y la olimos un grupo de autores. Consideramos que en plena guerra fría era la única posibilidad que teníamos de conectar escritores del mundo occidental con los latinoamericanos. Lo logramos: funcionó. Proponíamos encuentros, una vez en Nueva York, otra vez en Ucrania”. Paco destaca que las producciones eran muy diferentes ya que la literatura policíaca en Europa Oriental tenía una fuerte carga pedagógica, mientras que en Europa Occidental estaba la herencia del chandlerismo. “En América Latina y España estaba lo más vivo. El triángulo de las bermudas estaba entre Barcelona México y Argentina, sin poder decir que había escuelas porque nunca las hubo”.
También fue el creador en 1988 de la Semana Negra de Gijón, la que dejó de presidir en 2012 para sumarse al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que lidera Andrés López Obrador. Ha recibido numerosos premios: el Premio Grijalbo de Novela en 1982, el Premio Café Gijón y el Premio Internacional Hammett en tres ocasiones.
Antes del auge del narcotráfico, Paco ya escribía novelas policiales. Pero sostiene que en la actualidad, la parte menos interesante en México tiene que ver con el narcolibro. Sin embargo destaca los libros periodísticos, que produjeron material testimonial interesante y fueron el contrapunto a la información estatal. “La parte más sólida de la novela policial no le ha entrado todavía, hay algunos autores y un par de libros, quizás porque es necesario que el material se enfríe para poder darle ladrillo. Lo mismo pasó en Colombia hasta la llegada de Rosario Tijeras (de Jorge Franco) y La Virgen de los Sicarios (de Fernando Vallejo)”.
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Durante años la imagen del Che Guevara persiguió a Paco Ignacio Taibo II por todas partes. Una especie de fantasma que le hablaba por las noches mientras él desarmaba el mito de las remeras y la gorra y reconstruía una historia compleja sin ahorrar detalles, opiniones, ni anécdotas. “Con el Che teníamos largas charlas y él me aportaba cosas para el libro y discutíamos. Me hablaba todo el tiempo, no tenía horarios. El Che tenía un tono mezclado entre cubano y argentino, pero a mi se me aparecía y me hablaba en un castellano neutro”.
Algunas veces fantaseó con visitar la casa en la que nació Ernesto Guevara, pero sin demasiada curiosidad. Sin embargo, ahora, se encuentra de pie frente este edificio antiguo y señorial de Entre Ríos y Urquiza. Son varias plantas de una construcción de principios de siglo pasado ubicada en la esquina, que se extiende por las dos calles. Llama la atención. Es que en Rosario no son comunes las construcciones antiguas. El departamento donde nació el Che está ubicado en el primer piso y se mantiene intacto. Pero desde afuera es un acertijo distinguir cuál de todas la ventanas iguales es la que corresponde a ese departamento y los visitantes pasan tiempo parados en la vereda de enfrente tratando de adivinar. Un cartel pequeño y disimulado en la puerta del edificio indica que se trata de un lugar histórico, pero no se puede entrar. El cartel es reciente. Antes, ante la ausencia de indicaciones sobre el lugar donde nació el personaje más famoso de Rosario, el quiosquero que está frente a la casa era el referente, el que explicaba a dónde quedaba sin demasiados datos.
—Siempre pensé en que vendría, me pararía, me sacaría la foto. Y nada más. Siempre supe que el hecho de nacer en Rosario no lo marcó ni para bien ni para mal.
Paco Taibo se pone para la foto y sonríe.
— ¿No hay museo? —pregunta.
No hay museo. Una plaza a la que llaman la plaza del Che, pero es la de la Cooperación, un parque en el que se levantó una estatua del Che, pero es el parque Irigoyen.
—Esto que pasa es muy pero muy Che—. Se ríe.
En el cierre de su extensa biografía sobre Ernesto, había escrito: “Y qué bueno que la memoria se deposite en lugares básicamente irreverentes, donde la memoria no se corporativiza en tazas, en vasos, en remeras. La memoria es esa materia terca que viaja a través de los tiempos, construida por información, sensaciones, percepciones. Y esa memoria, la memoria de un personaje irreverente, es el tiempo de un personaje que se burla también de sí mismo”.
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Noviembre de 2004. Suena el timbre. Un mensajero llega a la casa de Paco en el DF. Es un hombre que lleva puesto un sombrero, el que se saca para saludarlo, en señal de respeto y se vuelve a poner rápidamente.
–Le traigo una carta del Subcomandante Insurgente Marcos.
Paco lo hace pasar y sin detenerse lee con intensa curiosidad la carta del Subcomandante. Le propone escribir una novela policial a cuatro manos. Paco, sin titubear, acepta.
La segunda carta viene en manos de otro mensajero, que también lleva sombrero y hará el mismo ritual que el anterior. Allí aparecen algunas reglas de cómo se desarrollará la escritura: cada uno escribirá un capítulo que se publicaría todas las semanas en el periódico La Jornada. También sugiere un título que Paco cambia por “Muertos Incómodos”. El mensajero le da en mano el primer capítulo escrito por el Subcomandante, cada una de las páginas firmada para certificar que provenía de su pluma. La condición era clave: no podía reescribir una línea.
Con el texto en la mano, Paco podía empezar su parte. Luego, enviársela a Marcos y a su vez al periódico. Entre el fin de un capítulo y la entrega del nuevo al periódico había quince días, que con el viaje al campamento zapatista se reducían a siete.
Pero tener noticias del Subcomandante no era fácil. “Creamos una serie de mecanismos para comunicarnos, una especie de método de espías coreanos, como dejar una mensaje en una plaza bajo una piedra. Incluso a él se le ocurrió encriptar los textos con un método ruso, lo que ya me pareció una locura”.
Cuando sale el primer capítulo, el diario se agota, la red colapsa. Hay grandes expectativas y todo tipo de rumores. Uno de ellos sostiene que se trata de una propuesta clandestina Zapatista, que va a marcar el nuevo plan de acción. “Yo desde la primera conferencia de prensa dije: «Hasta donde yo sé compañeros, esto es una novela»”.
Fueron doce semanas de sorpresa tras sorpresa, tratando de equilibrar el libro para que tuviera coherencia como novela. “Me preocupaba porque Marcos a veces se desataba en el discurso político y había que amarrarlo”.
Paco destaca que la novela policial tiene muchas más reglas que las otras. “Exige más arquitectura. Se escribe de principio a fin y luego del fin al principio para ir ajustando. Pero esta, por la forma, sólo la escribimos de principio a fin”.
Para que la historia tomara forma, Paco le pidió al Subcomandante que dedicara los primeros capítulos a consolidar su personaje: Elías Contreras. “El mío era Belascoarán Shayne que ya estaba consolidado en otras nueve novelas”.
El problema comenzó cuando el capítulo siete que debía escribir Marcos no llegaba a manos de Paco. Y fue entonces cuando apeló al sistema clandestino de comunicación para saber qué pasaba. La respuesta fue un fax que decía: “El burro ya dejó la realidad pero está lloviendo mucho”.
El mensaje, que venía desde Monterrey, no era claro para Paco. “Yo pensaba que en una acción clandestina se habían colgado de las líneas y que me llegaba una metáfora que no entendía”. Apeló nuevamente al sistema de comunicación clandestino y le contestaron que el burro había salido ya del poblado de La Realidad, pero no podía seguir porque estaba lloviendo mucho. Un día después llega a casa de Paco un personaje de sombrero que traía el esperado manuscrito. Después de saludarlo, el hombre le dijo: “Hola, soy el burro”.
La experiencia fue única, pero Paco asegura que era tanta la tensión que no llego a disfrutarla. Está seguro: no volvería a hacerlo. “Si el libro hubiese sido malo él seguiría siendo el Subcomandante, y yo un mal escritor”, comenta. Nunca conoció a Marcos en persona, ya que los dos encuentros pactados se frustraron por distintas razones. Hay un archivo secreto que no aparece en el libro que son las conversaciones entre Paco y el Subcomandante, que quizás alguna vez se editen. “Nunca podrán decir que me quedé mirando”, dice reflexivo.
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Muchos de los periodistas jóvenes que están sentados en el aula de la Facultad Libre de Rosario han leído la biografía del Che y algunos libros que han bajado de la web en forma pirata, porque pese a tener biografías y libros policiales traducidos en más de veinte idiomas, en Argentina son muy pocos los que se han editado. Las charlas de Paco son entonces un reductor de fanáticos entusiastas que no están dispuestos a perderse una palabra.
En esta institución, además, se ejerce algo que Paco reivindicará a lo largo de toda su estadía en la Argentina: la educación no formal.
En la primera fila de todas las charlas que dará en la Argentina estará sentada Paloma Saiz Tejera, su mujer desde hace 42 años que, ahora, alza la Tablet para poder grabarlo. Durante toda la exposición, Paco Taibo II va a interpelar a Paloma, consultarla y ver el guiño cómplice de la mujer con quien comparte la Brigada para leer en Libertad, un proyecto editorial que busca que los libros lleguen a la mayor cantidad de lectores: una página web, libros gratis, ferias de libros baratos y la creación de bibliotecas.
La charla comienza con el relato de una manifestación que realiza en México la Orquesta Sinfónica que él cubre como periodista. Hay músicos. Y policías esperando el turno para pegarles. Y también están las vendedoras ambulantes, con sus muñequitos, testigos ocasionales de la protesta de los músicos. En un momento, los músicos comienzan a tocar en la calle. Las mujeres se acercan. Es la primera vez que escuchan una orquesta sinfónica. La lluvia comienza a caer y los policías se apartan, como si la música fuera capaz de ahuyentarlos. Para Paco, la protesta quedó atrás. Sólo las caras de las vendedoras ambulantes escuchando la orquesta llenarán las páginas de su crónica. “La palabra escrita sólo sirve para contar cosas que sino las cuentas te atragantas, te envenenan, te destruyen, mueres”.
Si bien estudió Sociología, Literatura e Historia y fue profesor de la Facultad de Antropología e Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), atribuye su formación a las lecturas que comenzó a los cinco años y que nunca abandonó.
Su infancia la pasó simulando enfermedades que le permitieran no ir a la escuela para sumergirse en los libros de Emilio Salgari y Alejandro Dumas –nunca va a dejar de nombrarlos– con quien viajaba a islas exóticas y vivía aventuras increíbles. Sabía simular la tos, una seca y otra más cargada. Sabía calentar el termómetro, provocarse dolores de estómago, todo lo que le permitiera quedarse en la cama leyendo. A esas lecturas le debe su formación, esquivando la escuela. “Me cago en el pensamiento racional, en todos los manuales de marxismo que leí en mi vida, me cago en la educación formal. A mí lo único que me altera, me sacude, me estremece, es la educación informal”. Y en ese terreno está la literatura, “que construye la columna vertebral de los humanos que conozco y ocupa el maravilloso espacio de la construcción del pensamiento crítico, la educación informal, la apertura de nuevos espacios”.
Sobre esa educación informal cuenta una anécdota que sirve para hacer un pequeño catálogo de los libros trascendentes que una persona está obligada a leer. “Miguel Bonasso reflexionaba sobre la capacidad de resistencia de los torturados en la Esma y decía que resistían un poco más los que habían leído “Los tres Mosqueteros”. Yo le decía no jodas, esto es metáfora de la metáfora frente a la profundidad de la tortura que te va destruyendo y eres otro y ya no queda nada de los que fuiste. ¿De qué te protegen los Tres Mosqueteros?”.
Paco comienza entonces a analizar la novela más famosa de Alejandro Dumas. “Son buenos espadachines. Niegan la aritmética, porque Los Tres Mosqueteros son en realidad cuatro, y adoptan la causa de una reina muy puta que anda tirándose a un embajador inglés y compromete a su patria acostándose con un enemigo de su país. Defendían la honra de la reina, que no era para defenderla. Pero la virtud intrínseca de los mosqueteros es que el malo era un cardenal y para mí, que fui criado fuera de la iglesia, eso es fantástico. Los malos siempre eran cardenales”, sostiene.
Hasta allí la aventura. Sin embargo Paco analiza que en la construcción ideológica geográfica de la izquierda, Los Tres Mosqueteros no existen, o mejor dicho están clandestinos. “Porque todos los llevamos dentro, pero ninguno se atreve a decirlo. Nadie dice leí Lenín, Trosky y Los Tres Mosqueteros”.
“Pero el meollo del asunto que Miguel no volvió a repetir está en otra parte. En el «Todos para uno, uno para todos. No pasarán», esa es la construcción del lazo solidario. Y en una sociedad como la actual, donde el concepto honor casi no existe, la fidelidad, fraternidad, igualdad, la solidaridad, son todas las premisas de la revolución francesa, que hay que recuperar en lo más profundo y que los mosqueteros trasmiten todo el tiempo”.
Sin embargo para Paco, el primer libro por donde hay que comenzar a leer es Robin Hood. La causa es clara, el héroe robaba a los ricos para darles a los pobres. “Que te puedo decir. Ni el más sesudo análisis de Ho Chi Ming es tan claro”.
Otra lectura indispensable, dice, es el Diario de Ana Frank, porque enseña que el destino es terrible y no se puede evadir, a la vez que genera una empatía con el personaje femenino que está condenado a muerte.
Y el cuarto libro es «El Conde de Montecristo». Y en pocas palabras describe las tragedias por las que pasa el protagonista, que termina en la cárcel y se hace amigo de un preso quien le indica el lugar en el que se encuentra un tesoro con el que se hace rico. “Pero no hace lo que hace la burguesía en nuestro país, no compra acciones, ni un equipo de fútbol. Con su dinero se fabrica una personalidad secreta, toda una elaboración basada en la mentira con la que puede maltratar a la oligarquía a su gusto. Y qué hace, una lista de sus enemigos y empieza a construir un complot. Quién de nosotros en el último año no tiene la lista.” Montecristo arma la venganza. “Mis amigos políticamente correctos dicen, no Paco la Justicia y yo digo, sí la Justicia pero luego la venganza. Por eso escribí la biografía de Pancho Villa, es el arquetipo de la venganza. Yo llego a la literatura cargado de todo esto”.
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Después de dos charlas y de la visita a la casa del Che, llega el momento del agasajo para Paco. Un asado en la Facultad Libre. El vino no lo seduce. Y si bien degusta del buen asado, no se aparta nunca de su botella de Coca Cola.
Después de la comida, una joven con una guitarra interpreta “El Mayor”, de Silvio Rodríguez y un repertorio compuesto por los temas de los rosarinos Jorge Fandermole y Adrían Abonizio. Paloma pide un tema muy argentino: “Zamba de mi esperanza”. Cantan juntos, como si nunca la hubiesen dejado de cantar.
Sin decirlo, los dos recuerdan aquel 1979 cuando sus amigos exiliados argentinos los invitaron a comer a la Casa Argentina en México. “Habían hecho unas empanadas muy feas”, contará Paco después. “Y cantaban Zamba de mi Esperanza. La cantaron como ocho veces”. “Sentíamos que algo raro pasaba, se sentía y no sabíamos qué era”, dirá Paloma. A los pocos días, los amigos argentinos se embarcaron hacia la contraofensiva montonera. Esa zamba era su despedida. Nunca más los volvieron a ver.