Crónica

Roberto Jacoby, el letrista de Virus


El hombre invisible

Roberto Jacoby, que hoy cumple 80 años, se está poniendo nostálgico. “Me gustaba cuando las cosas no estaban tan permitidas, es otra la excitación que se genera cuando estás haciendo algo clandestino”, dice. Un artista que nunca hizo alarde de su rol como letrista de Virus, una de las bandas más emblemáticas de la música popular argentina. La emergencia de la dupla que hizo con Federico Moura provocó, dentro de la escena del rock, un cambio de reglas: proponían poner el goce y el cuerpo por delante de todo. Imanol Subiela Salvo conversó con él y lo retrata en este texto.

Track 01. Mirada speed

Está ahí parado. Siempre estuvo ahí y lo sigue estando. Es como un director de orquesta sutil. Ordena todo y hace sonar la música, pero no desde el medio del escenario sino desde una posición invisible, inmaterial. Arma escenas, configuraciones. Crea ambientes: puede poner a dialogar a personas de distintos mundos. Hace obras y escribe canciones. Está presente desde hace décadas, mantiene conversaciones con el mundo de las artes visuales y también con el de la música popular, con una suerte de rock travesti que no es propio de chicos rudos, sino de chicos finos, elegantes, ambiguos y misteriosos. No se puede pensar, ni narrar, la historia reciente del mundo de la cultura sin hablar de él, de Roberto Jacoby. Sus ojos vieron pasar décadas de producciones artísticas: desde el Instituto Di Tella hasta el Centro Cultural Rojas, pasando por el Parakultural y Cemento. Su figura funciona como un centro gravitacional alrededor del que flotan imaginarios claves para entender lo que pasa en Buenos Aires —y más allá de la General Paz, también—.

Roberto Jacoby produjo infinidad de obras para el mundo del arte, desde sus comienzos en el Instituto Di Tella y hasta la actualidad, pero su faceta musical es tan pregnante como esa otra. Desde los años ochenta —y hasta hoy— escribió decenas de letras que se convirtieron en hits de la banda Virus, que fueron incluídas en discos de otros músicos, como Leo García, o que interpretaron las voces de artistas como Gabo Ferro. Hasta él mismo se puso a cantar: en 2018 publicó un disco en el que interpretó sus letras por primera vez. “Cuando arranqué con Golosina caníbal, un álbum que hice con Nacho Marciano, pensé en qué otros cantantes podían interpretar las letras. Y probamos, probamos, probamos, pero ninguno funcionó. Por eso decidimos que fuera yo quien cantara”.

No se puede pensar ni narrar la historia reciente del mundo de la cultura sin hablar de Roberto Jacoby. Su figura funciona como un centro gravitacional alrededor del que flotan imaginarios claves para entender lo que pasa en Buenos Aires.

De su experiencia como letrista apareció Superficies de placer. Mis letras para virus y otras canciones, un libro en el que Jacoby repasa todas su canciones, comparte las letras y cuenta la historia que hay detrás de cada uno de esos versos. Es, a su vez, un pequeño cuaderno de apuntes con distintas teorías acerca de cómo hacer letras. Escribe Jacoby en relación a la canción “Dije”, incluída en Golosina caníbal: “Las ideas para una canción pueden empezar por cualquier lado: una palabra oída al pasar, una frase pegadiza, un juego de palabras, o un concepto tomado de una lectura teórica”. Y con respecto a “Leche”, incluída en un álbum suyo de 2010 llamado Tocame el rok, escribe: “Una canción (y el arte en general) puede tener un abanico de tonos: desde lo más elemental y directo hasta lo hermético, todas las inflexiones pueden tener función y significado. Saberlo es necesario para no incurrir en una falsa concepción de poeticidad”. Así, este libro funciona como una bitácora musical para recorrer la producción de Jacoby y entender qué hay detrás de esos versos escritos por un artista que nunca hizo alarde de su rol como letrista de una banda emblemática de la música popular, a pesar de que sus versos consiguieron intimidar corazones con su fugaz mirada speed.

Track 02. Salir del agujero interior

El artífice de su encuentro con Moura fue el artista Daniel Melgarejo (para Jacoby, uno de los mejores dibujantes de la historia argentina). Melgarejo era amigo de Moura y fue quien lo conectó con las letras de Roberto. Así cuenta el episodio en Superficies de placer: “Ya en 1980, mi adorado Daniel Melgarejo, dibujante extraordinario y autor de la imagen y las tapas de Mandioca, sello fundador del rock nacional, volvió a Buenos Aires desde Barcelona y nos encontramos en la Galería del Este. Le conté que estaba escribiendo unos textos medio literarios, poemas y letras de canciones. Por su lado, Federico le había pedido referencias de alguien que escribiera porque estaba preparando un disco con su nueva banda, pero no se sentía del todo conforme con las letras. Muy pronto, estuvo en mi monoambiente de Pasteur y Rivadavia mirando el material que yo había producido en los últimos años. Tomamos té, fumamos y hubo mucha afinidad. Fiel a su estilo convincente y ejecutivo, Federico dio por sentado que haríamos algo juntos”.

El surgimiento de esta dupla provocó, dentro de la escena del rock, un cambio de reglas: “Nos acusaban de todo en ese momento. Yo creo que en el fondo no lo decían, pero lo que veían, o lo que se imaginaban, era que todos éramos un grupo de putos y nos criticaban por el lado de la moda, la frivolidad, es decir, por todas las cosas que se achacan a los maricas. Eso ahora no pasa porque los maricas son musculosos y miden dos metros cincuenta”. La dupla Jacoby-Moura proponía poner el cuerpo, el goce y el placer por delante de todo. La canción “Hay que salir del agujero interior” se convirtió en todo un símbolo de esa invitación; como señala Roberto en su libro, “es el cuerpo y el llamado a la acción” lo que aparece en primer plano.

El surgimiento de la dupla Moura-Jacoby provocó, dentro de la escena del rock, un cambio de reglas: proponían poner el goce y el cuerpo por delante de todo. La canción “Hay que salir del agujero interior” se convirtió en todo un símbolo de esa invitación.

En relación a la propuesta estética de Virus, la investigadora Daniela Lucena dice: “La experiencia estética era utilizada como un resguardo, como un deseo de protección y resistencia y a la vez como potencia. Virus es un caso muy interesante: “hay que salir del agujero interior” es una frase que se dirige en esta misma dirección. Federico Moura, primer vocalista del grupo, fue pionero en levantar las butacas de los teatros donde se hacían los recitales de rock, para que los jóvenes pudieran bailar y moverse en libertad. Fue muy disruptivo, en esos años donde el miedo y la parálisis permeaban las relaciones sociales, la apuesta por crear una comunidad política desde la alegría y el placer, por fuera de la tristeza o la inacción.”

Con Agujero interior (1983), el tercer disco de Virus, Jacoby identificó que “la libertad corporal, el disfrute sensorial y el baile tenían un significado político progresivo”. Décadas más tarde, ya entrados los 2000, el artista afinó aún más la idea de las “estrategias de la alegría” que aparecían de Agujero interior. Según escribe, “es posible pensar que las estrategias de la alegría hoy forman parte de un amplio repertorio de prácticas con el que contamos para enfrentarnos a distintas formas de opresión y autoridad, y que, como tales, son reconocidas como herramientas políticas y sometidas a una necesaria indagación cada vez que se presenta la posibilidad de uso o aplicación”.

Virus no convocó a Jacoby como letrista para el disco Relax (1984). Sin embargo, su regreso coincidió con el momento en el que la banda abrazó al mainstream: fue el encargado de producir cinco de las ocho letras que integran Locura (1985), tal vez el disco más famoso de Virus.

“Cuando volví para Locura sentí que había una urgencia por producir. Yo no tengo un método para hacer canciones, no tengo una fábrica de letras —dice Jacoby—. Ellos estaban haciendo un disco; había que terminarlo y había que entregarlo. Ahí entendí que la presión, a veces, es muy buena para componer”.

Jacoby escribió cinco de las ocho letras que integran Locura (1985), tal vez el disco más famoso de Virus. “Ahí entendí que la presión, a veces, es muy buena para componer”, dice.

Locura fue un éxito. Se estima que se vendieron unas 200 mil copias y cada una de ellas incluía las siguientes canciones escritas por Roberto: “Tomo lo que encuentro”, “Pecados para dos”, “Destino circular”, “Dicha feliz” y “Sin disfraz”. Un puñado de temas que sonaron en todos lados y que al día de hoy siguen sonando, como si alguien las hubiese loopeado hasta el infinito. Pero más allá de la exposición que generó para los integrantes de la banda esta producción, Jacoby seguía pensando en escribir. Y en escribir junto a Federico: “Yo no tenía ninguna expectativa cuando hice esas canciones. Yo no quería ser famoso. No quería nada, no quería ganar plata, ni tenía ninguna idea preconcebida. Era simplemente una cosa que estaba haciendo porque me divertía hacer cosas con Federico”.

Con las canciones de Locura, Jacoby profundizó esa ambigüedad que ya venían teniendo las letras que hacía con Moura, sumando algunos guiños a sus referencias teóricas: un poco de psicoanálisis, otro poco de la lógica del amo y el esclavo de Hegel y la burla a la New Age. Sin embargo, el pico de confusión se generó con “Tomo lo que encuentro”. Cuando se lanzó, la relacionaron con el consumo de cocaína y, según escribe Jacoby, es una lectura posible: “Los autores no somos dueños del sentido”. Pero el nudo del misterio circulaba alrededor de la palabra incluída en el primer verso de la canción: “no me imaginaba que eras tan Lelouch”. Esa palabra generó una catarata de hipótesis sobre qué era ser “tan Lelouch”. Pero la respuesta a la incógnita era bastante menos grandilocuente que todos los rumores que se generaron: simplemente hace referencia al apellido del director de cine francés Claude Lelouch.

Track 03. Danza narcótica

“La superficie es lo contrario de un calabozo o de la clandestinidad”, dice Jacoby cuando se refiere al título de la canción que también le dio nombre al disco de Virus —y a su libro—, Superficies de placer, editado en septiembre de 1987. A pesar de que la banda se apropió de las críticas que le hacían —esas que los acusaban de hedonistas—, el clima alrededor de la producción de estas canciones no era necesariamente un jolgorio. “La sensación que teníamos era muy indefinida. Fue un contexto enrarecido, como de crisis. Imaginate que te digan que tu amigo, que también es la persona con la que estás trabajando, la más importante, tiene una enfermedad mortal. Eso fue lo que me dijeron cuando me enteré que Federico tenía VIH. Una mierda, y más cuando es algo que no para nunca, porque fue Federico y después otro y otro y otro”.

Ya entrada la década del ochenta, con el mismo frenesí que se vivía el “destape” de la postdictadura, también se extendía por Buenos Aires el virus del VIH. Ese clima del que habla Roberto se tradujo también en las letras que se incluyeron en aquel disco, el último que llegó a grabar Moura. En “Danza narcótica”, segundo tema del álbum, se percibe ese desánimo generalizado.

“Lo peor de aquel momento era la paranoia, porque era un temor a algo sin objeto. Ni siquiera se sabía qué era eso a lo que temíamos —dice Jacoby—. Era como una especie de sanción por ser homosexual. Era un castigo. Era un invento de los laboratorios yanquis. Era una maldición divina. Qué sé yo. Era cualquier cosa. Decían cualquier cosa.”

Sin embargo, el disco también incluyó algunas canciones que le daban la espalda a ese final de algo, como ocurrió con “Mirada speed”. La letra del tema que abre el álbum intentaba reflejar las sensaciones de una larga conversación que Jacoby había tenido con un amigo, una discusión sobre literatura y teoría. Como era de esperar, los oídos obvios y los opinólogos de turno jamás pensaron que los versos que componen la letra trataban de dar cuenta de ese encuentro que habían tenido dos personas que hablaron sin parar hasta el amanecer: todo fue para el lado del sexo, drogas y el rocanrol. Pero como señala Jacoby, “esas son novelerías del siglo pasado o quizás del anterior”.

La letra de “Mirada speed” que abre el álbum intentaba reflejar las sensaciones de una larga conversación que Jacoby había tenido con un amigo, una discusión sobre literatura y teoría.

Federico Moura falleció un año después de la publicación de Superficies de placer. Roberto colaboró una vez más con Virus, haciendo las letras de dos temas —“El de moño negro” y “Despedida noctura”— que se incluyeron en Tierra del fuego, el primer álbum sin Federico al mando: el músico solo pudo ir dos veces al estudio y dejar grabadas las voces para las canciones “Un amor inhabitado” y “Lanzo y escucho”. Durante la presentación del disco, Luis Alberto Spinetta subió a cantar “Imágenes paganas” —cuya letra también es de Jacoby— y Charly García tocó el piano cuando sonó “Despedida nocturna”.

Después de eso, Jacoby siguió escribiendo, pero sus letras no se publicaron inmediatamente. La habilidad que desarrolló para crear letras que unieran mundos inconexos, que refieran a la teoría académica y la cultura pop, se mantuvo intacta hasta el día de hoy. Esta es la particularidad de Roberto Jacoby: unir cosas, ideas y mundos. Es un artista que pone los hipervínculos que lleva encima en versos. Es una internet humana. 

Track 04. Ambiente

“Para trabajar yo necesito de otros. Hice muy pocas cosas solo. Necesito una conexión, que pase algo entre las personas, que circulen otros pensamientos, otras actitudes, otras cosas afectivas. Me gusta que haya admiración hacia la persona con la que estás trabajando y por eso trabajo con otros que me gusten y que me produzca placer estar con ellos. Trabajar solo es, más bien, una tortura, es un horror”.

A mediados de los años 60, Roberto Jacoby armó esta manera de producir que sostendría por el resto de su vida. En 1966 junto a Eduardo Costa y Raúl Escari escribió el manifiesto Un arte de los medios de comunicación, que marcaría el pulso de la actividad de este grupo. Desde entonces, Jacoby ha tenido un sinfín de asociaciones —algunas lícitas y otras, seguramente, ilícitas—, entre ellas la que armó con Federico Moura. Roberto es un imán de gente, de artistas que se adhieren a él para pensar, producir, escribir, tocar, cantar. “Desde que tengo uso de la memoria siempre trabajé con grupos o con equipos. Las primeras cosas que hice, fueron con otras personas. He hecho cosas con una persona, con dos y a veces con cincuenta”.

Hacia finales del milenio, en 1999, lo echaron de su trabajo —era director de marketing de una agencia de publicidad—  y con la indemnización decidió alquilar una quinta en Parque Leloir. A ese lugar lo bautizó como Chacra 99 —un crítico literario definió la iniciativa del artista como “un proyecto infanto senil”—. Esa casa se transformó en un desfiladero de músicos, artistas, fotógrafos y djs de la escena independiente. Entre las personas que se acostaron en el pasto de la Chacra 99 estuvo Leo García, que compuso su primer disco, Vital, entre aquellos árboles. Ahí se incluyó una letra de Jacoby, la del tema “Como un mantra”. El músico también grabó otra letra de Roberto, “Corazón bonsai”, que fue editada en un compilado lanzado por el sello Índice Vírgen en ese mismo año. 

Los 2000 también trajeron decenas de letras que, finalmente, salieron a la luz en el año 2010. “No hay que confiar en la habitual sensación de que todo lo que uno escribe es pésimo y que, por lo tanto, es mejor tirarlo a la basura. Conviene, en cambio, guardarlo en alguna caja, olvidarlo y quizás alguien pueda volverlo a la vida en el momento menos pensado”, escribe Roberto sobre las 13 canciones que se incluyeron en su disco Tocame el Rok. A raíz de la retrospectiva que tuvo en el Museo Reina Sofía de España, esas letras fueron publicadas con la música y la voz de diferentes artistas. Ya quedó claro: Roberto nunca trabaja solo. Con la producción de Nacho Marciano, los temas fueron interpretados por: Sergio Pángaro, Francisco Garamona, Pablo Dacal, Dani Umpi, Gabo Ferro, entre otros. Sobre este último Jacoby dice: “El tema que hice con Gabo Ferro, ‘Presente’, me gusta mucho y creo que es una de mis mejores letras”. Lo más curioso de este proyecto fue el formato en el que se presentó: junto al diseñador Alejandro Ros crearon una piedra que adentro llevaba una memoria USB con todos los temas —se hicieron 13 “rocas” seriadas y firmadas—. A lo largo de su vida hizo cosas muy diversas, pero siempre pensando en cómo unir en su trabajo cada una de esas disciplinas. Este es sólo un ejemplo de eso, de la conversación que Jacoby mantiene con el mundo de la música y el mundo del arte contemporáneo, ese mundo donde una roca puede ser un disco.

Track 05. Presente

“Para que yo pueda hacer una letra tiene que haber un mínimo enganche con algo, con alguna cosa. No me sale de la nada. Nada sale de la nada —dice Roberto sobre su manera de hacer canciones—. Con las artes visuales me pasa lo mismo, tengo alguna ocurrencia que después se transforma en algo más concreto. Digamos que se me viene algo a la cabeza. No quiero exagerar, pero son pequeñas iluminaciones que en general tienen que ver con cosas del lenguaje, con palabras o frases que suenan igual pero quieren decir cosas distintas”.

Después de décadas en la que diversas voces cantaron sus ocurrencias, Jacoby se puso a cantar un puñado de letras que tenía escritas, publicó Golosina caníbal y hasta realizó algunas presentaciones en vivo. “Cantar en vivo y cantar no es lo mismo. Cuando sos un cantante profesional te da igual dónde estás cantando. Pero cuando no lo sos, como es mi caso, lo que te salga depende de cómo es el día, la sala, la relación con el público. Hay veces que canté en vivo y me sentí feliz. Otras veces fue una tortura”.

La idea original no era que él cantara sus propias letras, de hecho intentó grabarlas con diferentes cantantes. Sin embargo, nada le terminaba de gustar y gracias a esa insatisfacción, Roberto empezó a tomar clases de canto y a entrenar sus cuerdas vocales para ponerse a cantar las canciones del disco:  “Yo ni contemplaba cantar porque creo que soy una persona musicalmente deficiente. Sin embargo, se demostró que tenía menos problemas de los que creía. Yo pensaba que no iba a poder afinar nunca. Pero al final a veces afino”. 

De la sociedad con Nacho Marciano nació otro disco más: Lastima: miniserie en cinco episodios. De vuelta el juego con el lenguaje, el título del disco, según cómo se acentúe y diga la palabra, puede significar una cosa u otra: “lastima” no es lo mismo que “lástima”. Este otro álbum, el último publicado hasta ahora con letras de Jacoby, tiene aires de bolero, de drama y pasión. “Yo siempre digo que hice un posgrado en rock, o un doctorado en rock. Por eso ahora estoy con otra cosa y por eso me gusta haber hecho algo más tipo bolero, algo distinto. Me gustan muchísimo los temas nuevos que hago”.

Bonus track

Cuando a Roberto Jacoby le preguntan si es nostálgico dice que antes no solía serlo, pero ahora sí. “Está mal que diga esto, pero me gustaba cuando las cosas no estaban tan permitidas, ni tan aprobadas. Es otra la excitación que se genera cuando estás haciendo algo clandestino. Siempre me llamó lo clandestino. Y sobreviví, que ya es bastante”.