Hace un año, el 10 de febrero de 2024, la revista The New Yorker publicó un reportaje que remeció al periodismo al preguntarse si los medios estaban preparados para un evento de extinción masiva. La nota era ilustrada por un collage de dinosaurios hechos con recortes del New York Times, el Washington Post y BuzzFeed, entre otros.
Por esos días yo llevaba una bucólica vida en las bibliotecas de la Universidad de Oxford, donde me habían becado para pensar durante seis meses en la forma en que se financia el periodismo independiente en América Latina. Había viajado con las altísimas expectativas de que, si me pagaban por pensar, después de un semestre iba a dar con alguna fórmula que permitiera alertar de los errores que estábamos cometiendo y al mismo tiempo proponer caminos que ayudaran a blindar económicamente a los medios. Lo primero fue fácil. Todavía estoy en deuda con lo segundo.
Si bien lo que publicaba The New Yorker era alarmante, la situación de la prensa latinoamericana es aún más crítica. Si los medios tradicionales viven sus propias crisis de financiamiento y credibilidad, a mí me interesaba analizar un grupo mucho más pequeño y vulnerable, el de los medios digitales con vocación de interés público. Se trata de medios que florecieron en las últimas dos décadas y que en general se caracterizan por ser fundados por periodistas, que crearon organizaciones sin fines de lucro con énfasis en la investigación periodística. Son pequeños medios nativos digitales que tienen un impacto desproporcionado a su tamaño, como CIPER en Chile, IDL-Reporteros en Perú, El Faro en El Salvador, La Silla Vacía en Colombia, Agencia Pública en Brasil, Armando.Info en Venezuela, Quinto Elemento en México, o Anfibia en Argentina.
Mi principal diagnóstico fue que había una extrema dependencia de donantes institucionales provenientes de países desarrollados —ONG, gobiernos y organismos internacionales, principalmente— y decía que no era exagerado afirmar que si algunos de esos financistas cambiaban sus prioridades, la sobrevivencia del periodismo como servicio público estaría en serio riesgo en América Latina. Ese riesgo es cada vez más grande y hoy podría ser terminal para algunos medios.
Cuando escribí mi reporte tenía en mente sobre todo la situación de Open Society Foundations (OSF), la enorme ONG de George Soros que en las últimas décadas se transformó en una de las principales fuentes de financiamiento para el periodismo independiente y recientemente había decidido dejar de jugar ese rol. Ahora la situación es peor. La elección de Donald Trump en Estados Unidos ha significado un cataclismo en múltiples frentes. Uno de ellos es el periodismo en países en desarrollo.
“Es como si hubiera caído nuevamente un meteorito en Yucatán”, se lamenta un colega sudamericano en referencia al evento que supuestamente extinguió a los dinosaurios de la faz de la tierra.
Quien lanzó el meteorito fue Elon Musk, el dueño de Tesla y X (ex Twitter) que Trump contrató para supuestamente hacer más eficiente el aparato público. Su brújula ha sido más ideológica que económica y una de sus medidas más radicales fue borrar del mapa a USAID, la agencia estadounidense de cooperación internacional. En una escalada de decisiones radicales, congeló el financiamiento que USAID entrega en distintos países en desarrollo y mandó para la casa a sus miles de funcionarios. El empresario dijo que USAID era una “organización criminal” y “un nido de víboras de la izquierda radical marxista” que supuestamente odia a Estados Unidos, entre otras teorías conspirativas.
USAID financia programas de salud y alimentos para combatir la hambruna, por nombrar algunas necesidades vitales en su agenda. Se trata de una organización nacida durante la guerra fría y que mostraba una imagen de Estados Unidos como un país que ayudaba al mundo y promovía la democracia, ampliando así su influencia más allá de lo militar y político. Era una herramienta del llamado “soft power” o poder blando, que se volvió muy relevante en países acechados por la pobreza.
En las últimas décadas el apoyo a la libertad de expresión y los medios independientes tuvo una creciente relevancia en la agenda de USAID, bajo el argumento de que son elementos necesarios para combatir el autoritarismo y fortalecer las democracias. Según sus propios reportes, USAID se transformó en el mayor donante a medios independientes en todo el mundo.
De acuerdo a Reporteros Sin Fronteras, en 2023 USAID apoyaba a 6.200 periodistas, 707 medios no estatales y 279 organizaciones de la sociedad civil que fortalecían a la prensa independiente. Para este año el Congreso había aprobado US$269 millones para respaldar a “medios independientes y el libre flujo de información”.
Aún no está claro cuántos de esos fondos llegaban a América Latina (no todos los medios mencionados más arriba recibían grants de Estados Unidos). A comienzos de 2024 armé una base de datos sobre el financiamiento de 40 medios con orientación de interés público en la región. De ese grupo, sólo dos declaraban recibir fondos directamente de USAID en los últimos años, pero eso no quiere decir que hayan sido los únicos. USAID entregaba grants más grandes, pero gran parte del dinero se canalizaba a través de otras organizaciones, como Internews, que actuaba como intermediario, y de instituciones que eran financiadas por USAID y a su vez entregaban fondos más pequeños a medios.
La “generosidad” de USAID no siempre ha sido bien vista en América Latina y hay medios que no postulan a sus fondos para evitar cualquier sospecha de influencia del gobierno de Estados Unidos. Otros no publicitan el origen de su financiamiento, lo cual ahora los deja en peor posición. Y a veces los intermediarios funcionaban como cortafuegos de cualquier conflicto de interés y los receptores ni se enteran del origen de los fondos.
Un caso particular es el del National Endowment for Democracy (NED), una institución privada sin fines de lucro creada por fuerzas bipartidistas del Congreso estadounidense que es mayoritariamente financiada con fondos estatales. Sin bien sus grants suelen ser menores que los que entrega de manera directa USAID, es muy popular entre los medios latinoamericanos. En mi base de datos conté 13, es decir, sólo OSF y la Fundación Ford registraban más beneficiarios.
Luego de que Trump congelara el dinero para la cooperación internacional, la llave de la NED se cortó inmediatamente: avisaron a sus beneficiarios que no podrían desembolsar más fondos y a algunos les dijeron que incluso aquellos que ya habían sido transferidos no podían gastarse. Según reportes de prensa, el Departamento del Tesoro bloqueó las transferencias de fondos ya aprobadas por el Congreso a la NED por orden de Musk.
El primer grito de socorro que recibí en mi correo fue del mexicano Jordy Meléndez, fundador de Factual, RedLatam y de Distintas Latitudes, organizaciones que forman periodistas, hacen trabajo colaborativo y organizan un festival anual de periodismo. “El terremoto Trump nos golpeó directamente”, decía el asunto de su newsletter del 28 de enero, donde explicaba que “el golpe es durísimo y compromete la existencia misma de nuestra organización, nuestros proyectos y el funcionamiento de nuestro equipo en lo inmediato”. Agregaba que no bajarían la cortina sin pelear y hacía un llamado para recibir donaciones.
Esta semana vi por redes sociales cómo el director de Anfibia, Cristian Alarcón, literalmente vendía los muebles de la recién inaugurada redacción de la revista, infinanciable tras la pérdida de un grant de la NED. Me cuenta que el apoyo de la NED ayudó, desde 2019, a formar a cientos de periodistas en América Latina y gracias a ello Anfibia se consolidó como uno de los centros de formación de líderes de medios de mayor prestigio de la región. Alarcón asegura que “en ningún momento ese trabajo implicó que la Ned interviniera en la orientación de la línea editorial de la revista o ninguna otra de nuestras producciones”.
Conversar hoy con líderes de medios de toda América Latina es encontrarse con un panorama bastante desolador, con posibles despidos y hasta cierres si no logran atraer nuevos donantes. Temen que esto produzca una reordenación de las prioridades en otras organizaciones y la competencia por financiamiento se vuelva feroz. Algunos ya venían sintiendo en los últimos meses cómo el modelo se agotaba, tras la salida de OSF y de otras organizaciones en países donde la extrema derecha se acerca al poder.
No todos los afectados han reaccionado de manera pública. Muchos de estos medios hacen un tipo de periodismo que incomoda a los poderes, lo que los vuelve blancos permanentes de ataques y no quieren exponerse aún más atrayendo la atención sobre fondos que vienen de Estados Unidos, aunque su trabajo sea garantía de independencia editorial.
El golpe ha impactado a algunos de los medios más respetados y premiados de América Latina. Pienso, por ejemplo, en Armando.info, un sitio de investigación periodística venezolano que tiene a gran parte de su redacción trabajando desde el exilio. Siempre han sido muy transparentes con sus fuentes de financiamiento y según lo que publican en su página web tienen apoyos de NED, Internews y del Institute for Peace and War Reporting, y es miembro de Capir y de OCCRP, todas organizaciones afectadas por el congelamiento de lo fondos.
Además del periodismo, se han visto afectadas las organizaciones de la sociedad civil, incluyendo aquellas que defienden la libertad de expresión e indirectamente la supervivencia de los medios. Una de ellas es el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), basado en Perú, conocido por organizar el Congreso Latinoamericano de Periodismo de Investigación (Colpin), el más importante de Iberoamérica. “Vemos con preocupación lo que está pasando en la región con los medios y las redes de defensa de la libertad de expresión que han sido esenciales en los países donde ésta no existe”, me dijo Adriana León, directora del área de Libertades Informativas del IPYS.
Pese a que he pensado y analizado muchísimo las virtudes y los problemas del financiamiento institucional extranjero del periodismo independiente en América Latina, confieso que no preví que Estados Unidos pudiera retirar los fondos de un día para otro. Obviamente era esperable una variación en los énfasis y los montos de la cooperación con un cambio de gestión, pero no la desaparición de donantes clave para el periodismo en el mundo en desarrollo. Una demanda presentada por The Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP), una red de periodismo con importante financiamiento de USAID, inició acciones legales por el congelamiento de los fondos y obtuvo un primer triunfo legal este viernes. Pero eso difícilmente libere los grants o sea una solución definitiva.
El directorio de la Red Global de Periodismo de Investigación (GIJN, por su sigla en Inglés), que reúne a algunos de los más destacados profesionales de todo el mundo, emitió una declaración llamando a restablecer los fondos de USAID: “Esos fondos, que ayudan a financiar investigaciones periodísticas sobre corrupción gubernamental y malas prácticas han jugado un rol crítico para que las autocracias y las oligarquías rindan cuentas sobre sus actividades globales rapaces —dice la declaración, que advierte que se no se podrán hacer investigaciones que son muy relevantes—. El ataque a esos medios y al financiamiento de USAID por parte de autócratas y oligarcas demuestra qué tan efectivas esas redacciones han sido en sus coberturas”
En América Latina el caso más evidente de la incomodidad que le provoca a los líderes cuando el periodismo independiente los fiscaliza es el de Nayib Bukele, presidente de El Salvador. “La gran mayoría de los periodistas y medios ‘independientes’ son, en realidad, parte de una operación mundial de lavado de dinero”, dijo hace unos días Bukele, agregando que lo que buscan “es impulsar la agenda globalista, junto con las ONG financiadas bajo el mismo esquema”.
Bukele se ha quejado con Trump de que Estados Unidos financie a medios y organizaciones defensoras de derechos humanos que cuestionan a su gobierno. Al cortar los fondos de USAID ese problema queda solucionado y la alianza entre ambos gobernantes se fortalece.
En muchos países el periodismo ha dejado de verse como un elemento esencial de la democracia, en parte por gobernantes como Trump y Bukele, que han hecho una campaña mentirosa, agresiva y sostenida contra los medios. Ahora una de las prioridades de los medios debería ser convencer a esos ciudadanos de que el periodismo es importante, que los dirigentes políticos deben ser fiscalizados y que las democracias necesitan contrapesos.
Si algo está más o menos claro a estas alturas es que el periodismo no puede depender de gobiernos, de la publicidad y ni siquiera de las donaciones de organizaciones extranjeras. Se requiere un mix que garantice independencia, pero en esa mezcla una parte muy importante deberían llevársela las audiencias, que se benefician de nuestro trabajo. Es a ellos a quienes hay que convencer.
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