Ensayo

A 50 años de su partida


¿Qué queda de Perón?

¿Qué es hoy lo vivo y lo muerto del pensamiento y accionar de Perón? Vivimos en un mundo y un país muy distintos y el movimiento atraviesa una de sus crisis más profundas. ¿Sobrevivirá esta fuerza a las condiciones de esta nueva etapa signada por la antipolítica? Descartando la profecía de la desaparición del peronismo, que ha superado situaciones más dramáticas, Darío Pulfer analiza las distintas alternativas de este tiempo.

Ayer

El 2 de julio de 1974 Noticias tituló “¡Dolor!”. En la bajada, en apretada síntesis, despidieron al presidente de la nación de la siguiente manera: “El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos 30 años, murió ayer a las 13.15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional”. Los principales diarios del país, con sus estilos, hicieron lo propio:

“Inmenso dolor popular por la muerte de Perón” (Clarín)
“Juan D. Perón dejó de existir ayer: asumió la vicepresidente” (La Nación)
“Sin palabras, Patria, Pueblo, Perón” (Crónica)
“Luto nacional” (La Razón)
“El pueblo vela a su conductor” (Mayoría)
“Perón ha muerto, ¡Viva Perón!” (Así)

Muchedumbres apesadumbradas. Largas filas. Congoja. Lluvia intermitente. “Incesante desfile popular tributa su homenaje a Perón”, reconocía La Nación el 3 de julio. “Sin consuelo”, decía Crónica en su tapa junto a fotos del desfile. La revista Cuestionario se hacía una pregunta: “Y ahora ¿qué?”. Poco después, Crisis, en su entrega de agosto, lo destacó como “un líder de la patria grande” y publicó los testimonios de Sebastián Borro, histórico dirigente sindical de la resistencia, el historiador Rodolfo Puiggrós, ex rector de la UBA, Arturo Enrique Sampay, constitucionalista e inspirador de la reforma del ‘49, y de dos ex presidentes: el boliviano Hernán Siles Suazo y el brasileño Joao Goulart.

Perón había ganado las elecciones de septiembre de 1973 con el 62 por ciento de los votos. Pese a haber acumulado el poder suficiente para gobernar solo, convocó a los partidos políticos: la UCR, el Partido Conservador Popular, Partido Popular Cristiano, el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Frente de Izquierda Popular, la Alianza Popular Revolucionaria, entre otros. Alentó el diálogo de “La hora del pueblo”, un documento multipartidario lanzado en 1971 y orientado por Héctor Cámpora. Con actos concretos buscó mostrar que no era el mismo, desarrollando implícitamente una severa autocrítica en relación a los rasgos que había asumido su segundo mandato (1952-1955): daño de la pauta pluralista de convivencia con otros partidos, propaganda abusiva, confusión entre doctrina nacional y partidaria, imposición de textos escolares, control de los medios de comunicación. Durante este breve período dio entrevistas de prensa sin agenda (como esta a Jacobo Timerman, director del diario Opinión, y a Sergio Villarroel y Roberto Maidana, periodistas de Canal 13), no hegemonizó los medios, dialogaba con los referentes partidarios, visitaba la CGT para instruir a los dirigentes y apoyó a su ministro de Economía, José Ber Gelbard, a la hora de contener la inflación, reindustrializar al país, aumentar las exportaciones y diversificar los mercados.

Perón buscó refundar el sistema político mediante la construcción de una cultura política que superara un estadio de politización facciosa. El 1 de mayo del ‘74 —en un evento que quedó deslucido, opacado u oculto por el conflictivo acto de ese mismo día en el que Montoneros se retiró de Plaza de Mayo durante el discurso del presidente— presentó en el Congreso un documento bajo el título Modelo argentino para el proyecto nacional. Una síntesis del último Perón, difundida más tarde como su testamento político. En ese trabajo, donde habían colaborado distintas manos —pero que era, en expresión y en detalles, un trabajo suyo—, Perón incorporó lo nuevo: ecología, cambios demográficos, avances de la ciencia y la tecnología, rol de los medios, apertura al Este y una complejización de la idea de democracia. De forma simultánea, reiteraba algunos tópicos basales de su pensamiento, como la necesidad de una ideología propia de corte tercerista, el diálogo y la concertación de los actores políticos, económico-sociales y la apertura hacia unidades mayores en miras al continentalismo y el universalismo.

Con su gracia singular, Perón decía que para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos. En alianza con el radicalismo y otras expresiones políticas menores (el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Partido Popular Cristiano, el Partido Comunista Argentino, la Alianza Popular Revolucionaria, el Frente de Izquierda Popular y el Partido Conservador Popular), buscó acumular más poder político para confrontar con quiénes consideraba que eran obstáculos a su propuesta de Plan Trienal para la reconstrucción y la liberación nacional. Al mismo tiempo, Gelbard y su secretario de Ganadería, Horacio Giberti, enviaban al Congreso una ley de impuesto a la renta normal y potencial de la tierra.

Perón privilegió el tiempo a la sangre y no contó con él: “Demasiado tarde para mí, demasiado temprano para ustedes”, les decía a los “jóvenes apresurados” a quienes buscó persuadir, a través de distintos mediadores, hasta último momento. El pueblo era declarado su único heredero. Por eso se despidió, el 12 de junio, con un sentido mensaje: en su retina llevaría grabado el maravilloso espectáculo del pueblo trabajador y, en sus oídos, la más maravillosa música, que era, para Perón, la palabra del pueblo argentino.

Moría así el fundador del movimiento popular más importante del siglo XX argentino y quien había ocupado la centralidad de la escena política durante tres décadas. El organizador del estado de protección en el país, coincidiendo con los “treinta gloriosos” del capitalismo occidental, en el que parecía que las sociedades marchaban parejas hacia el desarrollo, la democracia y la igualdad.

Su muerte se convertiría en un elemento traumático para los peronistas: “Hemos quedado solos en medio de esta muerte, como niños perdidos Dios sabe en qué caminos”, recitaba el poeta mayor del movimiento. Se instalaba, a la vez, el fantasma de la desaparición de esa fuerza política, tantas veces mentada, tantas veces desmentida.

Lo que siguió es triste y conocido: una Triple A desatada, Montoneros en la clandestinidad, los intentos desesperados de reflote por parte del ala política del peronismo de un gobierno errático y debilitado, el “Rodrigazo”, la huelga de la CGT y la salida de López Rega. El naufragio de un gobierno popular. Tiempo después, el terrorismo de estado, la desindustrialización, el aumento exponencial del endeudamiento y la distribución regresiva de la renta. En suma, la erradicación de las bases del populismo, como proclamó Martínez de Hoz el 2 de abril de 1976. El desprestigio en el que había quedado sumido el peronismo parecía, para sus enemigos históricos, la ocasión propicia para dar por finalizada esa experiencia.

La represión se encarnizó con los delegados y las comisiones internas de fábrica. El Partido Justicialista denunció a la dictadura ante la Comisión Interamericana que visitó Buenos Aires en 1978. Los sindicatos reunidos en la Comisión de los “25” (SMATA, Caucho, Taxistas, Ferroviarios, entre otros) encabezaron la primera huelga en abril de 1979. Ubaldini y las marchas a San Cayetano pidiendo paz, pan y trabajo. Progresivos avances de la multipartidaria. Después de la Guerra de Malvinas, el peronismo llegó a la transición sin autocrítica, con una dirigencia dividida y con un peso determinante del gremialismo al interior del movimiento.

El “partido más grande de Occidente” perdió en las urnas. Debió aceptar las condiciones de esa derrota y aprender a no ser mayoría automática. La crisis interna, expresada en documentos, congresos y diversas agrupaciones, desembocó en una presentación dividida en las elecciones parlamentarias de 1985. El peronismo se enfiló hacia una renovación que resultó hegemónica y que reconcilió definitivamente al espacio con la democracia de partidos en la línea esbozada por Perón a su regreso, con los derechos humanos, con la rehabilitación de la participación de las mujeres, con concepciones y formas renovadas de sindicalismo. Llegó, finalmente, el momento de la autocrítica, de saldar cuentas, de procesar un duelo largamente demorado. La interna Menem-Cafiero se dio al interior de ese proceso.

El intento de refundar la identidad peronista valiéndose de los nuevos aires de época que traía el pensamiento único resultaron fallidos. El peronismo parecía organizarse bajo una idea confederal: gobernaciones provinciales de distintas orientaciones, sindicalismo dividido e inicio de los movimientos sociales como reacción a las políticas económicas.

En el marco de otras orientaciones de política pública, que buscaban volver sobre las huellas de los legados más perdurables del peronismo (la intervención estatal, la reindustrialización, la creación de empleo y las paritarias junto al desendeudamiento), en los años kirchneristas se desplegaron iniciativas de ampliación de la base de sustentación como la transversalidad o la concertación plural que convocaba a otras fuerzas políticas a sumarse a la coalición de gobierno, integrando referentes del radicalismo, del Frente Grande, de los restos de las agrupaciones de izquierda tradicionales como el socialismo y el comunismo.

Hoy

Vivimos en otro mundo y en otro país. Muy distintos a los que le tocaron a Perón en su momento y a los argentinos en períodos más recientes. Mientras las redes configuran el capitalismo informacional, en el país se vive una extensión inusitada de la pobreza, la desigualdad, la exclusión social, el industricidio y la reducción del Estado con el aumento del desempleo y la retracción de ingresos que configuran un escenario conflictivo.

Con dos derrotas electorales recientes en sus espaldas, el peronismo vive una crisis profunda. La primera, algo previsible por la configuración de sus contrincantes, contra la alianza Cambiemos y la segunda, impensada un año atrás, frente a La Libertad Avanza trajeron sus consecuencias: crisis de conducción estratégica y de liderazgo, reacciones deshilvanadas frente a los ataques del gobierno, desarticulación de los distintos espacios de gestión institucional o de sectores, aturdimiento, desconcierto.

Frente a ello pueden plantearse algunas alternativas teóricas, que de algún modo se insinúan en el escenario. Aquí las estilizamos y las esquematizamos a los efectos de facilitar la explicación.

Existe, por un lado, la opción de una reacción de repliegue identitario. Casi tautológica: lo que hace falta es pe-ro-nis-mo  pe-ro-nis-ta. Sería la refundación del peronismo ídem: identidad cerrada y autorreferente, autocomplaciente y triunfalista. Cierta vuelta a la doctrina como algo fijo en el tiempo, en sentido contrario a como fue concebida por Perón, para ser actualizada en distintas circunstancias y frente a nuevos desafíos. En lo económico, propuestas industrialistas de orientación mercadointernistas, sustentados en acuerdos sectoriales.

Otra de las alternativas recorre el camino de la renovación de las propuestas nacional-populares en el marco de la agenda progresista, revitalizando alianzas políticas y estableciendo un nuevo vínculo con sectores de las clases medias dañadas por el proceso económico-social.

Por último, podría postularse una tercera opción, anclada en la recuperación y actualización de lo que podríamos llamar la “hipótesis de Perón”, volviendo la mirada sobre su legado. Si “la crisis de Argentina es política”, la salida, entonces, está en recomponer el poder político rehabilitando la acción de los partidos, desde una refundación ética de los mismos; y está, también, en reinventar el republicanismo popular para darle contenido a la democracia y superar el “militantismo”, mediante la formación sistemática de cuadros políticos con alta densidad profesional, orientados a la administración pública. Es fundamental, como lo hacía Perón, contar con una ideología (principios pétreos y estratégicos) que se distinga de la doctrina (forma de ejecución que se adecúa a distintas situaciones). Por eso, para él era clave “institucionalizar la lucha por la idea”.

En las condiciones actuales, en esa línea, algunos proponen revitalizar el ámbito intelectual y activar la imaginación política. Insisten en los dotes visionarios de Perón, que miraba hacia el siglo XXI. En la actualidad, dicen, la crisis de la Argentina es la ausencia de propuesta de futuro. El mundo vive en constante “evolución”, pensaba Perón y proponía leer los signos de la época con claves propias, recuperando la idea de planificación, de modelo y de proyecto de país para pensar la integración estratégica a la región y al mundo. Hoy, entonces, habría que desplegar un modelo diversificado que ponga en un lugar central el trabajo formal e integre las actividades del agro, la explotación sostenible de los recursos naturales, la potenciación de la industria (en sus distintas instancias hasta llegar a la 4.0) y la economía popular o social, integrando la agenda de derechos en su emergencia sucesiva (ciudadanos, sociales, económicos y de reciente generación). En ese camino, sostienen, es imprescindible validar liderazgos, constituyendo una dirección para el conjunto de ese movimiento. Ello supone la reconstrucción de la autoridad mediante mecanismos democráticos electivos. En la transición, se sugiere la constitución de una conducción colegiada que luego pueda quedar como consejo partidario con representación igualitaria de las ramas tradicionales (gremial, juvenil y política) sumando la representación de los movimientos sociales de base territorial.

La alternativa de aquellos dirigentes que actuaron en el espacio peronista y que haciendo alarde de un pragmatismo no-ideológico, buscan configurar un peronismo libertario, así como en el pasado otros quisieron armar un peronismo macrista que los llevó a perder su propia identidad de origen, es una opción práctica y en curso, aunque mínima, por lo que no la listamos entre las anteriores.

Mañana

Descartando la enésima profecía de la desaparición del peronismo, que ha demostrado sobreponerse a situaciones más dramáticas en el pasado, habría que interrogarse sobre algunas proyecciones. El “regeneracionismo” de esta fuerza, postulado por algunos teóricos como signo distintivo, parte de la idea de cierta perdurabilidad dada por un “plus” mítico de ese movimiento, que lo pone en una relación abierta con los sectores que dice representar. Esto es, como manifestación de una unidad política abierta de lo nacional-popular, con un fuerte contenido teológico-político.

Esos procesos, se ha visto así en el pasado, no resultan algo natural, dado por la trascendencia o surgido por arte de birlibirloque. Para que esa recomposición y renovación se produzca resultan necesarias las mediaciones. En todos los casos requiere de ciertas condiciones, debates, puestas en acto, aggiornamientos y movilización de actores.

¿Cuál de las opciones o posibles combinaciones de ellas ofrecerá las respuestas a la crisis que vive el peronismo para enfrentar otro radical proceso de confrontación con la Argentina grande que soñó San Martín? ¿Sobre qué fundamentos se realizará esa virtual reorganización? Escenario abierto para sus protagonistas y para los analistas.