Publicado el 21 de diciembre de 2021
El último tiempo ha sido un tiempo de “sorpresas”. Así se llama, desde el sentido común, a aquello que no pudimos prever, al acontecimiento. Aunque cosas raras se venían registrando a nivel global, en Chile este tiempo se inaugura -con propiedad, de manera innegable- a partir del estallido social, sobre el cual vino la pandemia y todo se volvió inverosímil, o solo verosímil en los códigos de la ciencia ficción (en este sentido el film Joker fue un umbral de interpretación).
En términos del actual proceso eleccionario chileno hace un mes tuvimos otra sorpresa: en primer lugar, la alta votación de Kast (la extrema derecha) y luego la de un candidato “virtual” (Franco Parisi, independiente y apolítico, que hizo su campaña por internet desde Estados Unidos sin poner un pie en Chile) que obtenía la tercera mayoría luego de Boric.
¿Cuál fue la sorpresa de las elecciones del pasado domingo 19 de diciembre? No que ganara Boric (hasta las casas de apuesta anunciaban ese resultado). En realidad, la duda estaba en el porcentaje que obtendría por sobre Kast.
¡Histórico! El domingo, la exclamación le ganó a explicación. Cuando se gana, creemos que no necesitamos explicarnos nada. Que simplemente funcionó.
Si hubo realmente un momento de incertidumbre respecto de su triunfo fue recién pasado el mediodía. Todo indicaba que había una suerte de boicot del gremio de los transportistas confabulado -quizá- con el gobierno, activando el miedo, abriendo un espacio para esa pequeña épica de conductores que se ofrecían a transportar votantes en sus automóviles sin importar el bando. (El sistema de transporte público suele ser un desastre en Chile, pero también persiste en la memoria social aún el recuerdo del infame rol que jugó dicho gremio durante el gobierno de Allende: el paro de octubre de 1972, financiado por la CIA, con que bloquearon el sistema de abastecimiento nacional). El incidente sigue sin explicación sepultado bajo la alegría del triunfo de Boric.
La sorpresa esta vez fue otra: el inédito porcentaje de participación (8.270.318 votos, de los cuales 4.620.671 fueron para Boric y 3.649.647 para Kast, el resto nulos y blancos). ¡Histórico! Esta es la exclamación que ha ocupado el lugar de la explicación. Es que cuando se triunfa -o se cree haberlo hecho- uno ya no necesita explicarse las cosas: simplemente funcionó.
“En Chile la esperanza le ganó al miedo”, dijo el presidente electo en su discurso al final de la jornada. Desde luego no se le puede pedir explicación a un discurso triunfal, el problema es que la acumulación de consignas y clichés -en un país en que la mayoría no puede leer más de diez líneas- ha demostrado producir una sedimentación de sentido que obstruye la comprensión, tal como funcionó el “Chile despertó” … hasta que nos explotó en nuestras narices los porcentajes de Kast y Parisi, que tampoco “vimos venir”.
Si se puede aprender algo, si no de la historia al menos de la experiencia contigua, debiéramos saber enfrentarnos con hipótesis de lo que ocurrió menos reconfortantes que las opiniones que han circulado en lo inmediato: que en el fondo somos un pueblo que se levantó a parar al fascismo, que hemos concluido un proceso de aprendizaje político (exprés) y se ha copado la plaza pública, que ya no somos consumidores sino ciudadanos. Apenas transcurridas veinticuatro horas pareciera que dejamos muy atrás a un país que estuvo durante un mes produciendo y alimentándose de sus propios miedos.
¿En 24 horas se puede dejar atrás a un país que estuvo produciendo y alimentándose de sus propios miedos?
Imagino, o me gustaría pensar como historiador, que en un futuro alguien tendrá que poner en una mesa (o pantalla) todas las declaraciones, debates y estadísticas, pero sobre todo los memes y posteos de este último mes para tratar de entender qué pasó. Y lo que podrá verse ahí son dos cosas. Primero, la construcción de dos demonios; uno nazi y el otro comunista-bolivariano-feminista. Segundo, la evidencia de una campaña (la de Boric) que prácticamente se autoprodujo a nivel de redes sociales, ludificando el proceso y proyectando lo que cada cual quería en un espacio discursivo en que, a diferencia de Kast, casi todo cabía (probablemente el extremo de esta expresión sea el posteo de un viejo funcionario comunista ligado al aparato militar devenido ahora animalista).
Me gustaría también que el nuevo gobierno aceptara que en la movilización por miedo, o por la autoproyección en las redes, no es posible reconocer a un pueblo sino a una masa, y que hay mucho por hacer todavía. Mucho o demasiado para ser franco, pues todo lo que he señalado hasta acá ha sido pensando solamente en una proporción de esos ocho millones de votantes. Pero la población chilena llega hoy a los diecinueve millones, de la cual quince están en condiciones de votar. ¿Quiénes son esos otros?
Hay un país que ni siquiera logramos ver en las marchas y manifestaciones, una mitad de la población que hemos extraviado y que muy probablemente es la que emerge a diario por entre los episodios de violencia del guión mal intencionado de nuestros noticiarios.
Una pista: un reciente informe de The World Inequality Lab señala lo siguiente sobre Chile: “la mitad de la población con menos recursos acumula una riqueza aproximada al 0 por ciento del total, mientras que el 1 por ciento más rico posee casi la mitad de ella (49,6 por ciento). De hecho, la riqueza acumulada del 50 por ciento menos rico es negativa, del -0,6 por ciento, por la cantidad de población endeudada en este sector”.
Hay un Chile que ni siquiera vemos en las marchas, una mitad de la población que hemos extraviado.
Un gobierno sin pueblo es un gobierno sin base social que lo sostenga, pero que tendrá que soportar los embates de los grupos de poder, lo que sin base social ni grupo político cohesionado -y ampliable sólo en dirección de unos viejos partidos deslegitimados- probablemente implique ir cediendo paulatinamente, con las cortinas retóricas pertinentes.
En este sentido la derecha no ha sido derrotada, de hecho creo que es posible sostener que apostó por dos vías. “Track one”: la elección de Kast, un candidato más impuesto por la realidad que escogido, un sujeto algo inconveniente por su círculo “ultra” y destemplado, poco convocante y nada lúdico. “Track two”: la elección de Boric. ¿Por qué? Habría que recordar en este punto aquella “paradigmática” entrevista que el empresario Nicolás Ibáñez concedió a la sección Economía y Negocios de El Mercurio, el domingo 17 de octubre de 2021, titulada “Tenemos que hacer todo lo posible para que salga Boric (…) Desenmascarar a la izquierda extrema, que ellos intenten hacer gobierno”.
La apuesta del empresario era tolerar el “fracaso” del eventual gobierno como una fase transitoria de la recomposición del orden. La periodista pregunta: ¿Va a votar por él? E Ibáñez responde: “No lo sé. Si veo que está ganando Sichel o Kast voy a votar por Boric. Por una visión de más largo plazo. Los lectores son muy inteligentes y van a entender”. (Ibáñez no contaba en aquel momento con la noticia de que el Senado quedaba empatado. Tampoco con que 3.649.647 de chilenos/as estaban dispuestos -por más miedo que convicción- a ir tras alguien que les da lo mismo si es o no un nazi).
Quizá la derecha empresarial, la de los grandes negocios, la que finalmente mueve los hilos de sus políticos, sea la única en condiciones de seguir proyectando su accionar. Y de hacerlo de verdad, no de manera puramente imaginaria, al menos a un rango temporal medio, mientras la izquierda no puede vivir sino improvisando. El “presentismo” no está igualmente distribuido en la sociedad, es un fenómeno que se sigue dando, como tantos otros, dentro de “marcos sociales”.
Puede sonar extraño, pero me parece que no estamos en condiciones aún de saber de quién es el gobierno de Boric, ante quién debe responder. Tomará un tiempo, hasta que comience la lucha de un gobierno por su sobrevivencia, allí en un país que está en un lugar determinado del planeta y con unas estructuras subyacentes que nos convendría comenzar a mirar.
Fotos: Telam