Maximiliano Pullaro tiene una idea fija y la expresa sin demasiadas variantes. Puede tratarse de su política de seguridad: “Estamos siendo muy duros”. O de una promesa para los ciudadanos preocupados por la violencia y a la vez una advertencia para los presos de alto perfil: “Vamos a ser cada vez más duros”. O también de una definición personal: “Soy más duro que Patricia Bullrich”.
El gobernador de Santa Fe se presenta como el hombre duro de la política que viene a recuperar las cárceles provinciales y las calles de Rosario tomadas por las bandas criminales. En seis meses de gestión contabiliza más de sesenta amenazas de muerte y las difunde como una especie de condecoración. Ordenar y poner límites son criterios que aplican a la delincuencia y a los salarios de los empleados estatales, a los reclamos de los docentes y a la ley de jubilaciones, a las causas por violencia policial y a la composición de la Corte Suprema de Justicia de la provincia.
Pero lo que dice Pullaro es tan impactante como aquello que mantiene en silencio. No se trata de la sagacidad del político que calibra sus palabras en función del auditorio o del cálculo sobre los efectos de su discurso sino de un drama que insiste como lo no dicho en su biografía: la historia del vecino de 13 años, al que un día, en su Hughes natal y cuando era un adolescente, mató de un tiro en la cabeza.
No hubo investigación, porque pareció un accidente.
Alfonsín reversionado
El 13 de agosto Pullaro no está en Hughes y mucho menos piensa en las tragedias del pasado. Ese día la Policía de Rosario cumple 170 años y el gobernador preside el acto desde un palco montado frente al Monumento a la Bandera y una formación de policías provinciales y efectivos federales, sin más público que representantes del grupo Familiares de Víctimas de la Inseguridad. La ceremonia será un balance de su gestión a casi un año de un triunfo histórico: el 10 de septiembre de 2023 la fórmula integrada por Pullaro y Gisela Scaglia obtuvo 1.031.964 de votos en las elecciones a gobernador de Santa Fe, el 58,47%, un récord provincial.
Unidos para Cambiar Santa Fe, como se llamó el frente que reunió a la Unión Cívica Radical, el PRO, el Partido Socialista y otros partidos menores, se aseguró la mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores. El gobernador no lo desaprovechó: en los primeros cien días logró la sanción de quince leyes que en conjunto modifican al Ministerio Público de la Acusación, la policía, el Servicio Penitenciario, la persecución del narcomenudeo y la inteligencia criminal.
“Pullaro ha demostrado pragmatismo y astucia para revivir el protagonismo de la Unión Cívica Radical”, afirma Cecilia Lesgart, profesora de Teoría Política en la Universidad Nacional de Rosario e investigadora del Conicet. Las encuestas hablan: en junio, según CB Consultora Opinión Pública, Pullaro tuvo un 64,2 % de imagen positiva y fue el gobernador con mejor imagen entre los habitantes de su provincia; en julio, la consultora cordobesa Pulso Social detectó un aumento al 65 % y otra vez lo subió a lo más alto del podio; en agosto, cae apenas al 63 % y sigue siendo el mejor visto. Las causas inmediatas del fenómeno remiten a resultados en seguridad: la disminución pronunciada de los delitos contra la propiedad y sobre todo de los homicidios dolosos, que en los primeros seis meses de 2024 representan la cifra más baja de la última década en Santa Fe. Las causas profundas descubren a un político en construcción.
Hijo de Marcelo Pullaro y de Rosa Gercovich, nacido en el pueblo de Hughes el 6 de diciembre de 1974, Pullaro juró desempeñar el cargo de gobernador por Dios, por la Patria, por el pueblo de la provincia de Santa Fe “y por la memoria de Raúl Alfonsín, padre de la democracia”. Pullaro suele rubricar esa filiación con publicaciones en redes sociales que recuerdan efemérides como las de la creación de la Conadep o la recuperación de la democracia, y con imágenes de un álbum personal, entre ellas una foto de 2001 donde posa sonriente y con el pelo largo junto a Alfonsín, en los días en que la Argentina se abismaba después de la caída de Fernando de la Rúa.
Esa imagen vale por dos: como documento del militante de Franja Morada que fue y testimonio de la amistad con Leandro Santoro, quien tomó la foto. El kirchnerismo, la bestia negra de Pullaro durante la campaña electoral de 2023, no afectó su relación con el ex candidato a jefe de Gobierno porteño. “Si uno mira las fotos de los últimos meses, Pullaro se muestra con Lousteau, con Kicillof, con Santoro, con los gobernadores el día que se firma el Pacto del 25 de Mayo, con Milei en el acto por el día de la bandera: está dispuesto a construir su liderazgo a nivel nacional buceando en una dinámica de cooperación y conflicto, de tejido de alianzas, con líderes y referentes muy distintos”, analiza Lesgart.
La figura de Alfonsín se asocia con la del socialista Miguel Lifschtiz en el panteón de Pullaro. “Si uno tiene que encontrar algún parecido, ambos reivindicaban para sí un lugar dentro de la socialdemocracia”, dice Gastón Mutti, profesor e investigador en las Universidades Nacionales de Rosario y Entre Ríos. Pero no parece el sesgo del actual gobernador: “Pullaro puede ver un parecido de familia entre ambos liderazgos; y además tuvo vinculaciones muy estrechas tanto en su conocimiento de Alfonsín como con Lifschitz, de quien fue ministro de Seguridad”.
Para Cecilia Lesgart, “la mención de Alfonsín es identitaria, como joven radical y en la historia política argentina”. Pullaro asoma en un cuadro donde también están Franco Bartolacci, compañero de cursada en Ciencia Política, y actual rector de la Universidad Nacional de Rosario; Pablo Javkin, intendente de Rosario, y María Eugenia Schmuck, presidenta del Concejo Municipal de Rosario: “Los cuatro forman parte de una generación de relevo de los viejos liderazgos del partido, se reconocen en Franja Morada, en la Universidad Nacional de Rosario y trabajan en consonancia en la construcción de poder político en Santa Fe, aunque con perfiles distintos”.
Si Pullaro conmemora la creación de la Conadep como legado de Alfonsín, también denosta a “quienes vienen a hablar de los derechos humanos y de que los presos son pobrecitos”, como dijo ante una formación de policías el 16 de mayo. En la fría mañana del 13 de agosto, ante el Monumento a la Bandera, la policía de Rosario ha movilizado hasta la sección Perros y la brigada ecológica y Pullaro refuerza aquel mensaje: “Hay dos instituciones que me marcaron en la vida. Una es mi partido, la Unión Cívica Radical, que me dio valores. Y otra fue haber trabajado junto a ustedes codo a codo, en días de frío y días de calor, y comprender lo difícil que es la profesión que han elegido”. Pero antes hay otros discursos de funcionarios y entre ellos el mensaje del pastor Salvador Fragapane, como expresión de la alianza del gobierno provincial con las iglesias evangélicas, a las que el gobernador les reconoce más que un grano de arena en el control de las cárceles.
Porque soy de Hughes
Gastón Mutti tuvo a Pullaro como alumno de la carrera de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Rosario, cuando él se desempeñaba como jefe de trabajos prácticos en materias de primer año y lo recuerda como un buen estudiante ya interesado en la política, “aunque él nunca desarrolló una militancia universitaria destacada sino que su tarea en ese sentido estuvo vinculada al partido político y a la localidad de la que era oriundo”. La historia comienza en el pueblo, por más de un motivo.
Hughes, “donde aprendí los valores de la gente de bien, laburante, que quiere progresar y crecer”, según una publicación de Pullaro en X, tiene 4794 habitantes -de acuerdo al censo de 2022- y pertenece al departamento General López, en el sur de Santa Fe. “Este pueblo me cambió, me formó, me hizo ser quien soy, porque los pueblos nos dan valores”, agregó el 19 de marzo ante los vecinos, cuando presentó un proyecto para construir el edificio de la Escuela de Educación Secundaria N° 224 “Patagonia Argentina”, donde Pullaro cursó la secundaria hasta tercer año, cuando fue expulsado por mala conducta.
Hughes es un hito que trasciende el plano anecdótico. “Pullaro, como Scaglia, dice que Santa Fe no es solamente Rosario ni la capital provincial. Construye una identidad discursiva que le ha dado rédito electoral haciendo eje en que representan al interior de Santa Fe, a las pequeñas ciudades agrícolas y ganaderas, donde se asienta el trabajo diario y cotidiano que le da la fortaleza a toda la provincia. Hay todo un esfuerzo por representar a una parte de la provincia que es la agrícola y ganadera”, señala Cecilia Lesgart.
La Sociedad Rural de Rosario reconoció en Pullaro a alguien que “se crió en el campo”. El gobernador suele destacar al hombre de pueblo como un modelo y el tractor —emblema del trabajo rural— es una metáfora para describir su propia marcha, lenta pero arrolladora, y para formular su utopía, la de un país sin retenciones para los productores agropecuarios: “La Invencible Provincia de Santa Fe será el tractor de la Argentina”, dicho en su mensaje de apertura de las sesiones ordinarias de la Legislatura provincial.
“Además Pullaro hace lugar a otra cosa”, afirma Lesgart: “En la Argentina, desde el 83 a hoy, la política se piensa como la proyección de los grandes partidos y como una representación que pone su eje en las elecciones nacionales. Las provincias han sido desplazadas como espacio de producción de la política y aparecen con un sentido despectivo, ligado al amiguismo, al caciquismo, del lado de lo que atrasa. Hoy en Argentina hay más política provincial que nacional y no es casual que haya varios gobernadores que disputen la escena”. Pullaro “construye una nueva articulación discursiva: habla de los productores que se levantan todas las mañana muy temprano a trabajar, de los pequeños pueblos, nombrando actores que hasta ahora no habían sido nombrados de esa manera”.
El lado oscuro
La familia tuvo un campo y lo vendió en 1995. Según contó Pullaro durante la campaña electoral al portal Infocampo, el padre quebró “fruto de las malas políticas agropecuarias nacionales” y de “un combo climático de inundación y sequía que le hizo perder la producción”. Sin embargo, una versión agrega otro motivo a los problemas económicos de Marcelo Pullaro: la necesidad de afrontar las costas de un abogado.
La versión señala el lado oscuro de la adolescencia en Hughes, hasta ahora desconocido por las biografías y las crónicas: la historia de Javier Romero, un chico de 13 años que murió el 6 de septiembre de 1989 después de recibir un balazo en la cabeza disparado por Maximiliano Pullaro.
—Fue después del almuerzo. Mi hermano estaba con un nene de su misma edad, Pedro Torres, y salieron a tomar un helado. En la heladería se encontraron con Pullaro, quien los invitó a jugar en su casa con videojuegos —cuenta Silvina Romero, hermana de Javier.
No hubo personas mayores en el lugar ni otros testigos.
—Pullaro sacó un arma que estaba sobre un ropero, un revólver calibre 22, y lo cargó con una bala. Según el relato de Torres, se puso a jugar a la ruleta rusa con mi hermano y gatilló varias veces hasta que salió la bala y quedó alojada en la cabeza de Javier.
Javier Romero falleció en el Sanatorio Delta de Rosario. Siguieron otras circunstancias nunca aclaradas. No hubo reconstrucción del hecho ni autopsia. El certificado de defunción consignó que la muerte se produjo por una enfermedad:
—¿A pedido de quién? —se pregunta Silvina Romero.
La madre, María Cristina Mighetto, firmó poco después un documento en el que renunció a ejercer derechos e iniciar acciones, por un acuerdo entre su propio abogado y el abogado de la familia Pullaro en el marco de un juicio civil rápidamente cerrado.
—Le dijeron a mi mamá que el juicio no iba a prosperar porque el certificado de defunción decía muerte por enfermedad y le pagaron una indemnización con la que ella hizo nueve nichos en el cementerio de Hughes, uno para mi hermano y los otros para el resto de la familia —cuenta Romero, quien esperó a que pasaran las elecciones para hacer pública la historia a través de las redes sociales “y que no se mezclaran las cosas”.
Pero las elecciones influyeron por otro motivo.
—La historia revivió. No podíamos prender el televisor porque en todos lados aparecía su imagen; una nena le llevó la boleta a mi mamá, una amiga de otro pueblo la felicitó porque el nuevo gobernador era de Hughes —recuerda Silvina Romero—. Para nosotros es un infierno. La mayoría cree que fue un accidente, porque se habló de lo que había pasado durante un par de meses y después siguió el olvido. Mis hermanos y yo hicimos una especie de pacto para no llorar delante de mi mamá. Nos quedamos mudos y dejamos el camino allanado para que nadie supiera nada.
El silencio se impuso pero los hechos se inscriben en secuencia con otro episodio: la expulsión de Pullaro de la escuela secundaria al año siguiente de la muerte de Javier Romero, por lo que cursó cuarto y quinto año en Wheelwright, el pueblo vecino. El olvido también retoca el suceso en relatos de vecinos que infantilizan al protagonista y atribuyen la sanción a “travesuras que hacía en el aula o en el patio”.
La tragedia no hizo que Maximiliano Pullaro rechazara el uso de armas. En la campaña electoral anunció que tramitaba un permiso para portar armas porque había sido amenazado; al asumir, dijo que “la policía tiene un arma en la cintura y la va a usar” y que el Ejército debía intervenir en el mismo sentido contra las bandas criminales; Santa Fe es la primera provincia en anunciar el equipamiento con pistolas Taser. Y en el debate sobre la baja de imputabilidad se declaró a favor de sancionar a un menor sin que importe su edad.
—Cuando murió mi hermano él tenía 14 años. Según su parecer, un niño de esa edad se da cuenta de lo que hace y es responsable —dice Romero—. Solo queremos que nos cuente su verdad, la que sea. Su familia nunca se acercó, nadie nos dijo una palabra. Después de tanto tiempo quisiéramos aliviar el dolor.
Con el uniforme puesto
Elegido diputado provincial por el radicalismo en 2011, Pullaro saltó a la escena mediática el 12 de agosto de 2012 al denunciar la “presencia del narcotráfico” en el sur de Santa Fe. “Construyó su carrera política alrededor de las cuestiones de seguridad, principalmente en torno al narcotráfico. Pullaro carecía de experiencia y formación en seguridad pública antes de asumir como ministro”, dice Javier Gañán, profesor de Introducción a la Seguridad Ciudadana en la Universidad Nacional de Rosario.
Carolina Losada, rival en la interna de Unidos, sacó a relucir la historia de Alejandro Druetta, el Jefe de Inteligencia de la policía de Drogas que simuló ser un policía implacable contra el delito mientras regulaba una red de venta de drogas en Rosario, Villa Constitución y Venado Tuerto. Ignacio Actis Caporale, condenado por narcotráfico, declaró en un juicio de 2021 que la estructura completa de la policía de Drogas explotaba el narcomenudeo. Los “afiliados” o “abonados” al sistema pagaban una mensualidad y tenían que entregar “positivos”, como llamaban los policías a los procedimientos truchos en que caían consumidores y pequeños vendedores, a fin de preservar al mismo tiempo el simulacro de la estadística y el negocio del narcotráfico.
—¿Qué significaba ser abonado a Drogas Peligrosas? —preguntó el fiscal federal Federico Reynares Solari, durante el juicio en el que Druetta terminó condenado a diez años de prisión.
—Tener impunidad para la venta de drogas —respondió Actis Caporale.
El caso Druetta “es de gran relevancia”, destaca Javier Gañán, “porque fue ascendido por Pullaro en 2015 a sabiendas de que era investigado por un fiscal desde 2012 y de acuerdo a escuchas telefónicas puso a disposición cobertura de su equipo de abogados y se comprometió a gestionar respaldo del gobierno provincial”.
Carolina Losada, sin embargo, no se interesó por tanto detalle sino por generar ruido en la disputa interna; y Pullaro no le contestó, como tampoco hizo comentarios sobre la desaparición y muerte del albañil Franco Casco en la comisaría 7ª de Rosario hasta que la Justicia Federal absolvió —por el beneficio de la duda— a los policías implicados; entonces dijo que los uniformados “fueron víctimas de una injusticia”.
El ministro Pullaro armó el equipo de seguridad del gobernador Pullaro, encabezado por Pablo Cococcioni, antes secretario de Asuntos Penitenciarios y ahora ministro de Seguridad y Justicia, el ex gendarme Omar Pereira, secretario de Seguridad, y el ex policía Marcelo Albornoz, de la Policía de Investigaciones a la subsecretaría de Investigación Criminal. Javier Gañán observa un corte con la política de seguridad democrática que declamaban los gobiernos del Frente Progresista mientras la policía santafesina se balcanizaba y pactaba con bandas: “Pullaro no tiene un discurso vinculado al progresismo en tanto conducción política de las fuerzas de seguridad sino una fuerte defensa de la policía. Incluso dijo que en Santa Fe la policía iba por un lado y el narcotráfico por otro después de las situaciones que hubo con Druetta, con los hermanos Martín y David Marcelo Rey (de la Policía de Investigaciones, empleados del narco Esteban Alvarado) y Daniel Corbellini (denunciado por cobro de coimas del juego clandestino), hoy funcionario en el Ministerio de Educación”.
El perfil policialista y los mensajes a la policía santafesina no pueden ser más claros. “No los voy a dejar solos”, dijo Pullaro a los policías de la provincia en el acto donde puso en funciones a los nueves jefes. “No queremos otro caso Nocelli. Es ilógico que condenen a un policía por cumplir su función”, agregó en alusión a Luciano Mariano Nocelli, “el Chocobar rosarino”, un policía del Comando Radioeléctrico condenado a 25 años de prisión por el asesinato de un joven que había robado una cartera y de su pareja, cuando estaban en el suelo, el 21 de mayo de 2019.
El 13 de agosto, en el día de la Policía de Rosario, Pullaro se dirige a los efectivos que comparten el auditorio, les dice: “Tenemos la mejor estadística criminal de los últimos diecisiete años”; y asegura que son ellos quienes lo consiguieron.
Pero los crímenes de trabajadores ordenados desde las cárceles señalaron una crisis. Entre el 5 y el 9 de marzo fueron asesinados con balas de la propia policía santafesina los taxistas Héctor Raúl Figueroa y Diego Alejandro Celentano, el chofer de la línea K Marcos Iván Daloia y el playero Bruno Bussanich; hubo balaceras contra una comisaría y una escuela y una sábana flameó en el ingreso a Rosario por la ruta 9 con la promesa de “muertes de inocentes, taxistas, colectiveros, basureros y comerciantes”. La ciudad quedó inmersa en el miedo y en coberturas bizarras de la televisión porteña; no hubo clases, ni recolección de residuos, ni transporte público, ni servicio de taxis. Pullaro, sin embargo, enfrentó la situación, conformó un comité de crisis, reforzó el patrullaje callejero y el aislamiento de los presos de alto perfil y ofreció una recompensa millonaria que llevó a la detención de un menor de 15 años y a una revelación inesperada: los crímenes fueron perpetrados por un grupo de menores que recibieron el encargo de matar a cualquiera y pudieron filtrarse una y otra vez en las redes de vigilancia urbana, entre los gendarmes, los policías provinciales y federales, los operativos de saturación y los controles en corredores seguros. El gobernador de Santa Fe hoy puede exhibir como logro la identificación y captura de la mayoría de los implicados.
En su discurso del 16 de mayo, durante una entrega de patrulleros, se reivindicó como politólogo pero dijo que “no iba a discutir de cosas intelectuales”, en referencia a las denuncias por torturas contra presos en la cárcel de Piñero. La realidad de Santa Fe lo ha transformado en el político que debe ser, según su explicación: “Cuando uno ve a una persona que fue víctima de un delito violento, de un delito contra la vida, cambia la forma de ser y la forma de pensar”, dijo.
Es la política, interpreta Gastón Mutti: “Pullaro plantea que no solo hay que quedarse con lo que nos gustaría sino con las cosas tal cual son. Aun cuando es politólogo, hace ese corrimiento desde su rol como estudiante y conocedor de la ciencia política al de un político práctico ante lo que demanda la sociedad”.
El hombre duro de la política nacional advirtió ante las comisiones de Legislación Penal y de Seguridad Interior del Congreso que la Ley Anti Mafias de Patricia Bullrich tiene “un exceso de garantismo” y les pidió que “no se queden cortos”. Bajo su mando, Santa Fe dejaría de ser un ejemplo de desgobierno, “con índices de violencia superiores a la media nacional durante los últimos quince o dieciséis años”, para convertirse en modelo de persecución contra el delito porque “con algunas reformas importantes que comenzaron en diciembre del año 2023, muchas cosas empezaron a cambiar y la violencia comenzó a bajar de manera considerable”.
El martes 26 por la mañana, en una conferencia de prensa en Rosario, la ministra Patricia Bullrich anunciará junto al gobernador un descenso del 64% de los homicidios en relación al año pasado: “Hemos logrado control territorial y encapsulamiento del problema, que no se extendió a otros lugares. Trabajamos muy fuerte en la decisión de tomar el control territorial, que la ley y la constitución estén por encima de la ley narco que manejaba el territorio”. Pullaro la abrazará emocionado. Le dirá “Mi querida amiga”. Aflojará el perfil duro por un momento y hablará al borde de las lágrimas: “Podemos decir que logramos algunos objetivos y que no vamos a descansar hasta que Rosario sea la ciudad que fue”.
Para Ariel Larroude, director del Posgrado de Política Criminal de la Facultad de Derecho (UBA), es prematuro sin embargo sacar conclusiones sobre la baja de homicidios dolosos en Santa Fe. “Es posible que haya habido en la superficie un reacomodamiento en el trabajo preventivo de las fuerzas de seguridad y, en lo subterráneo, un acuerdo tácito entre las agencias policiales desplegadas en Rosario con ciertos sectores de la delincuencia y que eso haya hecho mermar los homicidios”, plantea el también director del Observatorio de Política Criminal.
Larroude sostiene que “es muy difícil mantener este tipo criminalidad a raya, más en un contexto de pobreza extrema y de aumento notable del consumo de drogas, no solo en Rosario, sino en toda la Argentina” y también relativiza los efectos de la adhesión de Santa Fe a la ley de desfederalización de estupefacientes: “El microtráfico se puede controlar con una policía en condiciones de regular lo que pasa en la calle para que nadie se vaya de mambo. El problema en Rosario es que hasta hace tres meses tenías una policía que no solo no controlaba la calle sino que, además, los malos policías potenciaban y participaban del delito que debían reprimir. Por lo que darle ese poder a esa policía podría ser aún peor”.
La construcción del político que representa el hombre que viene de Hughes está en progreso y dependerá de lo que logre en seguridad. “Pullaro aspira a ser un relevo importante de los liderazgos radicales a nivel nacional —destaca Cecilia Lesgart—. Además, en una Argentina polarizada, con conflictos políticos intensos, que aparezca dialogando con sectores y liderazgos muy diferentes, lo muestra no sólo como un pragmático sino también, astutamente, como un joven que no se para en la polarización e intenta superar la grieta”.
El 13 de agosto no solo comparece la policía de Rosario. Pullaro también compromete a Gisela Scaglia como presidenta del Senado; a Clara García, presidenta de la Cámara de Diputados y a María Cecilia Vranicich, fiscal general del Ministerio Público de la Acusación, en el espaldarazo a la policía provincial. Es un día de frío y viento, el hombre del orden proclama que “fue la policía de Santa Fe la que demostró que aquí no iba a haber impunidad” y pide, otra vez y por si hiciera falta, mano dura. Ninguna palabra sobre los policías a los que un fiscal llamó “narcos de uniforme” después de que plantaran armas para mediar en una disputa entre narcos, y tampoco sobre los que reciben coimas de chatarrerías clandestinas y los que proveen armas y municiones a la delincuencia; nada sobre los policías que se alzaron con 77 mil dólares en una casa, sobre los que pasaban datos a narcos y barrabravas de Newell’s, sobre los que protegieron a la banda La Mafilia. Otra vez lo dicho se entreteje con lo no dicho, ahora en el Monumento a la Bandera, de espaldas a la ciudad que parece ignorar lo que allí se celebra.