Esta nota es una adaptación de la entrevista realizada por Hinde Pomeraniec a Camila Sosa Villada en su programa de radio Vidas Prestadas, que se emite por Radio Nacional.
— ¿Estás ahí, Camila?
— A tu lado, Hinde, a tu lado.
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Su risa explota el silencio de la noche por el juego de la frase, un código compartido por quienes vivieron los 80 y vieron la película de María Luisa Bemberg pero también por aquellos que conocen la historia de amor, escándalo y muerte de Camila O’Gorman y su enamorado, el sacerdote Ladislao Gutiérrez, en tiempos de Rosas. Camila Sosa Villada se ríe y quiere hablar de literatura y de su vida, un domingo en cuarentena; un “no tiempo” que nadie imaginaba y para el que no hay anecdotario familiar que enseñe cómo se hace para convertir en dóciles y amistosos días tan ásperos.
Alejados los cuerpos, hay herramientas nuevas que buscan acercarnos y otras que creímos definitivamente olvidadas y que regresan en la necesidad, como el teléfono, que vive un shock de vitalidad inesperado. En la ausencia del contacto físico las voces se resignifican; tonos, matices, emociones que se adivinan en las palabras.
Estoy sola dentro del estudio de Radio Nacional y una voz desde un departamento de Córdoba capital responde mis preguntas con un abanico de recursos: risitas, interjecciones, tics muy elaborados. Lo primero que se distingue es un acento, una tonada mexicana de telenovela que elige usar porque sí: “Yo creo que es muy bonita y muy musical, muy erótica para la poesía. Como actriz me sirve más decir algunas cosas con esa tonada y no con la cordobesa. Los hombres se rinden ante esta tonada: me dicen a todo que sí, entonces la uso como un arma”.
Escucho por teléfono la voz de una actriz, de una escritora. Es la voz de una ensayista, de una poeta. De una travesti que se prostituyó para sobrevivir y que asegura que su primer acto oficial de travestismo fue escribir. Es la voz de Camila Sosa Villada, autora de libros de ensayo y de poesía y de Las malas, un libro inclasificable que puede ser novela, ensayo, crónica, poesía, autobiografía, todo lo que el lector quiera o necesite; un libro que cuenta la historia de Tía Encarna, una travesti que pasa sus noches en la zona roja del Parque Sarmiento, una suerte de gurú y madre colectiva que cobija en su casa a otras integrantes de la comunidad travesti que “se mostraban los moretones de las noches de guerra” y compartían allí sueños inconfesables, novelas brasileñas por TV y “recuerdos de infancias diezmadas que dejaban los corazones expuestos como recién nacidos desnudos bajo la helada”. Las mismas que, como dice la narradora, van por el mundo con toda su vida encima, “que cabe en una carterita de mala muerte”.
Camila es el nombre que eligió para darse vida, así como eligió alguna vez “La novia de Sandro” para un blog que ya no existe y que sigue utilizando para intercambiar y también para provocar desde las redes sociales. Como Camila firma sus libros, actúa en teatro, en cine y en televisión: vive de eso luego de años de tormento, desbordes y rechazo. Como Camila también interviene en las discusiones públicas como la reciente polémica por los derechos de autor, desatada luego de que en una populosa página de FB seguida por miles de autores y lectores circularan versiones electrónicas de libros de reciente publicación. Fue con el nombre de Camila que les escribió y los llamó forros, en guerra por sus regalías, ese dinero que por primera vez le permite vivir de otra manera.
Fue prostituta, vendedora ambulante y empleada doméstica. Hoy es una de las escritoras más celebradas de los últimos años en la Argentina. Fue la vergüenza de la familia y hoy se reconoce como la madre de sus padres.
Lo que sigue es el diálogo que mantuvimos semanas atrás; una suerte de charla modelo Manuel Puig siglo XXI: conmovedora, sentimental, durísima. Con risas, llanto y clima de bolero. Irrepetible.
— Hola Camila, qué gusto tenerte al otro lado del teléfono, una alegría en estos días tan extraños.
— Ay, qué bueno. Bueno, mira, aquí se acaba de desatar una tormenta con un viento y un olor a azufre…Igual a mí las tormentas eternamente me han fascinado, sabes.
— ¿Ah sí, por qué?
— No sé, no les tengo miedo, al contrario, me parecen muy bellas. Aparte vivo en un departamento muy alto, en el piso 11, entonces yo las veo formarse; veo toda la formación de la tormenta, cómo rodean la ciudad y van cercándola por encima y se van poniendo cada vez más oscuras, más plomizas. Eso me fascina. Luego, cómo llegan los olores, o la tierra o el azufre, sabes. Entonces me gustan mucho. Cuando era chica también, desde siempre me dan la sensación de seguridad, de que cuando hay tormenta siempre una está adentro, ¿verdad?
— Bueno, en estos días estás y estamos adentro mucho más que en otros tiempos, también.
— Sí, pero con un sentir tan descarnado, sabes tú, que es lo menos parecido a un refugio que yo he podido interpretar, eh. No me siento a salvo ahorita yo dentro de mi casa la verdad; más allá de estar a salvo de la pandemia, y colaborando con lo que una puede hacer, que es quedarse en su casa, etcétera, yo de ninguna manera me siento a salvo. No sé si tiene que ver con algo colectivo, pero yo me siento muy vulnerable. De todas maneras disfruto de estar en casa, soy una persona muy emocional y que además disfruta de estar yendo y viniendo constantemente de un extremo a otro. Me siento una especie de traficante de la paz a la rebelión, al alboroto, pero hay que tener el cuerpo muy acostumbrado para que esto no te signifique que se te caiga todo el pelo o que te brotes íntegra: la primera semana me broté integra, tenía la cara llena de granos como una adolescente.
— ¿Te había pasado alguna vez?
— No.
Esta noche Camila Sosa Villada no se reconoce ni poeta, ni actriz, ni narradora, ni autora del libro estrella de la última Feria del Libro presencial. Es todas ellas y es ninguna. A veces le fastidia que le hablen sólo de trabajo. Como cuando le escriben por Instagram para decirle que tal cosa de Las malas o que tal otra de su obra de teatro, y ella responde: “basta, no hablemos sólo de mi trabajo”. Aclara: abrió esa cuenta justamente para desenchufarse, poner música, bailar, conectarse con amigos.
“Soy una persona muy acuariana.” El zodíaco parece funcionar para ella como reflejo de identidad. Nació durante el primer decanato de acuario, el 28 de enero. Siente que su signo la explica: por eso es una persona que vive tratando de correr los límites, traficando de un sitio a otro información, literatura, música, emociones posibles de traducir en los diferentes lenguajes del arte.
Soy la que está buscando, me dice. Necesito tener un relato, me dice. Nunca voy a reconocer quién soy, me dice también. “Pero puedo sí decirte quién no soy, que es algo muy saludable y lo aprendí hacer escuchando a Marlene Wayar.”
— Yo no soy una persona que golpee niños, no soy una persona que robe, tengo un margen enorme para desplazarme por todas las posibilidades infinitas que tiene la cultura para existir, y para fugarse también. Me sucede en el amor: yo siento que me están reconociendo y me desenamoro porque no quiero que nadie se enamore de una cosa que se cristaliza. Yo he ido cambiando constantemente, sabes. Por diferentes cosas que han pasado en mi vida…
— En un momento de Las malas aparece una frase que dice: “Irse de todos los lugares, eso es ser travesti”.
— Ahhh, qué bonito es, ¿verdad? Es una frase muy linda.
— Otra muy bonita es: “Nuestro cuerpo es nuestra patria”, otra: “El lenguaje es mío”, todas cuestiones que tienen que ver con la afirmación, como definiciones de identidad.
— Exactamente, sabiendo que es una de las cosas más mortíferas que existe, la identidad, el ideal del Yo es algo que causa muchísimo dolor en las personas, por eso en algún momento me relajé y dije bueno, estoy siendo de esta manera, posiblemente puedo cambiar…
Hace un tiempo se definió como transescritora, a propósito de su libro de ensayos El viaje inútil: ahí sintió que estaba sucediendo algo, dice. Era 2017 y ya estaba escribiendo la historia de la Tía Encarna, la protagonista de Las malas.
— Ese año también estaba empezando a entrar a mi vida el feminismo, comenzando a entender algunas cosas que me sucedían, interpretándolas como algo social, como algo mucho más grande que no tenía que ver solamente conmigo sino con una cosa estructural. Y yo pensé en la trans escritura como un modo de hablar de qué sucede en la escritura cuando arriba una travesti, cuando una persona lee a una travesti porque verdaderamente la formación es inusual, es absolutamente inaudita para el resto de la sociedad, el acercamiento que pueda tener una travesti con el lenguaje, con la palabra, con la mentira, con el relato, con la ficción…
— ¿Incluso en una travesti que, como vos, estudió Comunicación en la universidad?
— Sí, totalmente, sí, sí, es más pero además yo escribí algo así como que había aprendido a hablar como ellos, que es una cosa que a mí me resultaba muy sencilla, decir lo que ellos tienen ganas de escuchar. Cuando digo “ellos” digo todo el mundo que no era travesti, entonces yo sentía que era muy fácil. Había un par de cosas muy sencillas que hacer, que tener en cuenta y es con lo que inmediatamente decían: “ah, mira, pero qué chica, es travesti pero mira que interesante que es, mira qué leída…”
— Qué culta.
— Qué culta, da gusto, no parece travesti.
— En un momento en Las malas hay otra frase muy fuerte que dice: “a las travestis no nos nombra nadie salvo nosotras”.
— Sí, también está muy bien esa frase.
— ¿Te gusta escuchar que lean tus cosas?
— Algunas, sí. Yo creo que durante mucho tiempo fue tan silenciado todo y sigue siendo tan silenciado que seguimos pidiendo que se nos nombre en los discursos políticos, que se nos nombre así como se dicen varones, mujeres, que también se diga travestis; seguimos pidiendo que reconozcan si nos desean, que reconozcan si nos cogen, que reconozcan que nos persiguen, que nos matan, yo digo, bueno, estamos reclamando verdaderamente que nos digan, que nos nombren, y que dejen de decir también “las travestis”, que allí resumen una infinita diversidad de personas que están transitando de una manera tan diferente.
— Claro, claro.
— Es como cuando hablan de Las malas: a mí me molesta mucho cuando dicen “la historia de las travestis”, “el sufrimiento de las travestis”. Me da la sensación de que esto es un engaña pichanga, yo no puedo aprender nada como escritora de una devolución como esa, ¿entiendes?... Preferiría que dijeran que es la historia de la Tía Encarna, que es una travesti que se encuentra un bebé en el parque Sarmiento y de todas las travestis con las que ella se encontró desde ese momento en adelante…
Dice eso y enseguida resuenan títulos familiares. Cuando leí Las malas, enseguida pensé que si tuviera que pensar en un género sería algo así como surrealismo mágico, con esas alas de García Márquez que aparecen en una de las chicas o como el personaje de la lobizona, todo en medio del realismo más pedestre y descarnado. Cuando escribía Las malas, cuenta Camila, escribía las cosas que veía o que ve deformadas, supone, por su propia imaginación, por su propia creatividad. Si piensa “esta persona parece un pájaro”, inmediatamente empieza a leer a esa persona en esa clave, o se figura la historia completa de alguien a quien conoce poco.“Suponte mi vecino: me figuro toda una existencia y hasta una vida estética con los pequeños datos que voy obteniendo de cruzarme con él en el ascensor o en la despensa. Hay algo del vicio de la ficción que no encuentra límites, sabes.”
Camila sigue jugando con la tonada mexicana mientras cita a Frida Kahlo y la toma como referencia. “Cuando a Frida le preguntaban si su pintura era o no era surrealista, ella siempre daba la misma respuesta: que sólo había pintado su realidad.”
Pocas veces en la vida tuvo la sensación, la certeza de poder decir: éste es mi lugar. Una de ellas ocurrió cuando empezaba la escuela de teatro en la universidad. Tenía 21 años y se abría la puerta de un espacio sin exclusiones, una amorosa novedad para ella: “A ver, cómo puedo relatar esto. La sensación fue: yo me tengo que quedar aquí. Aquí la gente me trata bien, no tiene asco de mí, no siente rechazo. La gente me busca, quiere ser mi amiga, entonces yo me tengo que quedar aquí. Esa era una sensación tan nítida en mí carne”.
Con Las malas, ya se había apropiado de la idea de que en el terreno de la escritura podía hacer lo que quisiera, sin un solo límite, pura creación, inventar una historia de punta a punta, levantar con sus palabras el mundo que ella quiere que exista.
“Es la única manera de sentirme única, ¿sabes? La única manera que tengo de saber de que soy una persona irremplazable en la escritura. Hasta ahora supongo que no habrá sucedido un acontecimiento así, es decir, que una travesti sea leída de esta manera, entonces siento que soy única.”
Mientras hacía teatro había tenido una sensación parecida. Hace 11 años, Camila estrenó el biodrama Carnes tolendas dirigida María Palacios, una de sus mejores amigas de la universidad. La idea nació con el proyecto de hacer una adaptación de Yerma de Lorca, en la que la protagonista era una travesti cuyo marido no quería adoptar un hijo. Buscaron como asesor al director Paco Giménez, quien les inyectó ambición. “¿Por qué sólo Yerma y no todos los personajes de Lorca?
¿Por qué no Bernarda Alba, que reprime a las hijas que usan vestidos de colores? ¿Y por qué no también la vida de Camila?”, las entusiasmó.
Así surgió la obra: la vida de Camila entretejida con momentos de La casa de Bernarda Alba, Doña Rosita la soltera, Yerma. Los ensayos y preparativos se extendieron durante un año. “A la vez, María hacia un trabajo de asistencialismo conmigo porque no era que yo llegaba drogada, sino que de pronto un cliente me había robado, o me había pegado…”
— ¿Cuando hacías Carnes tolendas todavía estabas ejerciendo la prostitución?
— Cuando estábamos creándola, sí, exactamente. Entonces hicimos las funciones que pedía la universidad para aprobar el trabajo y todo el mundo estaba “ay, pero esto es una maravilla”. Recuerdo que en el preestreno de la obra habían ido mis amigos y todos habían terminado llorando y había sido una cosa muy fuerte para ellos ver la historia, entonces hicimos la primera función y fueron, suponte, 40 personas, a la segunda función fueron 80 personas; en la tercera función quedó gente afuera, en la cuarta función volvió a quedar gente afuera y a pedir que la volviéramos a hacer. Y la hicimos y volvió a quedar la gente afuera y empezamos a hacer funciones dos veces por semana, luego tres, luego cuatro y yo en ese momento era única, y yo en ese momento no quería extinguirme por nada del mundo porque era tan respetada. Me sentía querida…
— Leí una frase tuya muy impresionante. Era algo así como que ya de adulta pariste a tus padres… Creo entenderlo, pero explicame un poco ese concepto.
— Bueno, mira, nuestra familia era muy pequeña porque éramos tres personas solamente, mi padre, mi madre y yo, vivíamos en una especie de silencio que era solamente interrumpido por las demandas y las órdenes de mi padre, ¿sabes? Él había aprendido el mundo de esa manera y le quedaba cómodo eso, vivíamos una especie de silencio donde no se podía decir nada porque las respuestas eran muy violentas, entonces yo pocas veces tenía posibilidad de decir qué me estaba sucediendo a mí como ser humano. Qué me había pasado a mí siendo niña, siendo adolescente y habiendo asistido a un acontecimiento como éste, que yo no pude evitar de ninguna manera. Nunca se me ocurrió ni siquiera qué podía haber una alternativa de evitar ser travesti, ¿entiendes? Pues fijate que yo era muy pequeña y tenía 15 años en un pueblo de 5 mil habitantes donde todo el mundo se conocía y era profundamente homófobo y yo sabía que mi padre no me lo iba a perdonar nunca y sin embargo lo hice. Entonces, cuando hice Carnes tolendas y pude contarles qué me había sucedido a mí -porque además todo el tiempo yo había escuchado ‘esto que nos haces’, ‘esta traición que tú cometiste’, ‘esto que tú te estás exponiendo a que te encontremos en una zanja’, ‘tú que haces esto para qué’, ‘por qué me haces esto a mí’, etcétera-, de repente tenía una versión diferente, que era la mía…
— Tu palabra.
— Mi relato. Lo que yo había visto y cómo lo estaba contando yo, y para ellos fue encontrarse con ellos mismos también. Mira, mi padre vio la obra tarde, como tres o cuatro años después.
— Vos ya eras conocida como actriz.
— Exactamente. Como la obra tenía un desnudo, él no quería verla todavía, un hombre de tantos años, verdad. Entonces la vio en Catamarca, habíamos salido de gira y la vio ahí, y ¿sabes qué? A mitad de la función él empezó a sangrar por la nariz.
(Al otro lado del teléfono una mujer habla y llora. Dan ganas de salir a darle consuelo, pero, ¿cómo se hace para abrazar una voz?)
“Empezó a tener una hemorragia que terminó con su suéter de salir y su camisa de salir… Bañado en sangre. Yo llegué al camarín, entró mi mamá muy nerviosa y me dice: tu papá tuvo una pérdida de sangre por la nariz porque se ha puesto muy nervioso cuando te ha visto. Entonces después al rato él entró, por supuesto lleno de lágrimas, y yo entendí finalmente que ese parto había terminado, que yo había terminado de sufrir y que los había traído al mundo de nuevo, sabes.”
— Es muy hermoso lo que decís.
— Y yo después de eso me dediqué a cuidarlos, a enseñarles de nuevo muchísimas cosas, a restituirles algunas alegrías que ellos habían perdido en el camino porque habían aprendido a odiar a su hija.
— Les llevó mucho sufrimiento a ellos también, definitivamente
— Exactamente, exactamente, entonces yo me congratulo porque he hecho una buena cosa, y digo: bueno, quién es el hijo, quiénes son padres. Yo creo que lo hice bien.
— Hablamos de hijos y padres. Recién mencionabas la esterilidad de Yerma y acabás de publicar también Tesis sobre una domesticación en una colección en Página/12 en donde aparece la maternidad. En Las malas aparece la maternidad casi colectiva, ¿no?, con ese bebé que llaman El brillo de los ojos y que es un poco el hijo de todas. ¿Cómo es el tema de la maternidad para vos?
— Sí, más que la idea de la maternidad es la idea de hacer una familia, de hacerla por fuera además, no por dentro, no como Almodóvar, suponte, cuando hace una madre travesti que finalmente tiene un hijo con Penélope Cruz, eso no, ¿entiendes?
— Porque es muy difícil para alguien que se está yendo todo el tiempo, como decíamos antes, armar una familia en ese sentido.
— Exactamente, mira, a veces me llegan guiones que tienen la forma más primitiva de feminizarnos, que es pensarnos como madres también. Buena, cariñosa, que aceptamos cualquier destino para no terminar prostituyéndonos, cualquier migaja está muy bien, entonces me mandan algunos guiones donde la travesti que es la protagonista adopta un niño o por alguna situación se encuentra con un niño y en todas pasa lo mismo, que ellas aceptan su destino sin un sólo pero. Yo digo ¿éstas mujeres no tienen una vida? ¿No tienen un novio, no tienen un amante al que ahora no pueden ver porque tiene un niño? ¿No tienen un hobbie que antes tenían y ahora no pueden tener? Entonces yo digo “bueno vamos a ver a una travesti verdaderamente en la maternidad” o por un fulgor, como el de la Tía Encarna, una iluminación que sucede en medio de la noche, algo que no tiene explicación social, que lo mete en una cartera y se lo lleva… O para dárselo a un gran amor, como en el caso de la actriz de Tesis…
— ¿Te imaginás como madre?
— Ay, no, por favor. Ay, no, mira yo sólo puedo cuidar a las plantas, adopté un perrito y lo tuve que devolver porque a la semana me di cuenta de que no iba a poder con él.
— O sea que la maternidad aparece sólo como elemento en tu literatura.
— Para joder, para molestar, porque hay que ocuparlo todo. Hay que ponerlas a las travestis como doctoras, madres, esposas, hijas, vecinas, analistas, cirujanas. Ya que no existen las posibilidades sociales, políticas y culturales para que eso suceda, y como sí tengo la posibilidad de inventarlas, hago historias de travestis por el gusto de molestar y de ver qué cosas suscitan en las personas, los diferentes colores que empiezan a aparecer. Mira qué diferentes que son las travestis que aparecen…
— Como el resto de la humanidad.
— Exactamente.
***
— ¿Sigue lloviendo?
— No, pero hay un viento...