Escriben Julieta Canneva, Sol Hurtado, Santiago Moya, Paula Serpe y Nahuel Spinoso del Programa de Estudios Rurales y Globalización (IDAES/UNSAM)
Greta Thunberg, una joven sueca de 16 años, entra al edificio de la ONU en Nueva York y ve pasar al jefe de estado de uno de los países más contaminantes de la tierra. El país es Estados Unidos. El jefe, Donald Trump. Greta se sienta en un sillón blanco, mira a la cara a los líderes mundiales y da un discurso tan corto como contundente. En apenas cinco minutos del 23 de septiembre de 2019 pondrá al Cambio Climático en el centro de la agenda mediática.
—Vienen a nosotros, los jóvenes, buscando esperanza, ¿cómo se atreven?
A 4800 kilómetros, en un pueblo del norte argentino, Silvia vuelve de trabajar y ve pasar la Hilux blanca del empresario responsable de las fumigaciones aéreas que produjeron la leucemia de su hijo en los primeros años de vida. Se enfermó en 2002. Los médicos le dijeron que podía estar vinculado a los agroquímicos que se aplicaban en las plantaciones de la zona. Se acordó de la avioneta que pasaba cerca de su casa, a la que ella salía a saludar con su hijo bebé. Entendió lo que pasaba y se reunió con un puñado de vecinos que también notaron una frecuencia inusual en los casos de cáncer en personas jóvenes. Salieron a buscar el respaldo de otros sectores: organizaciones no gubernamentales, médicos, científicos y algunos políticos. Armaron una “movida ambiental” y en 2011 colaron un recurso de amparo para impedir las pulverizaciones aéreas y terrestres en las zonas linderas al casco urbano.
Silvia entra a su casa, llama a su abogado y le pregunta si la causa se mueve o no. Poco después del recurso, el empresario encontró una oportunidad para hacer negocios y pasó a hacer “Buenas Prácticas Agrícolas”. Las fumigaciones se corrieron 500 metros, pero por la ruta se ve, en el campo del empresario, el hangar de los aviones. “La movida” se desactivó, la causa se cajoneó y él ahora transita tranquilo con su camioneta por el pueblo.
—Los ojos de todas las generaciones futuras están sobre ustedes. Mi mensaje es que los estaremos mirando —dice Greta en la Cumbre de Acción Climática de la ONU
Greta y el argentino Bruno Rodríguez lograron en Nueva York instalar con fuerza dos puntos: primero, que el Cambio Climático es un fenómeno global, pero que no se expresa de la misma manera en todos lados, no todas las poblaciones lo problematizan de igual forma y no todos los humanos son igualmente responsables de su propagación. Y segundo, que no basta con reducir las emisiones para enfriar el planeta a futuro, porque en el medio están las sociedades que hoy sufren el aumento de las lluvias intensas, las sequías y las temperaturas extremas.
Los planteos de estos jóvenes nos hablan de las dificultades de pensar un futuro en un contexto de crisis climática. Al sur del continente, también nos preguntamos por las condiciones de vida hoy. Las escuelas rurales son fumigadas por los aviones aplicadores de biocidas mientras suceden las clases. Las madres, maestras y asambleas vecinales reclaman por un presente habitable, donde no tengan que pedirle al aplicador que avise cuándo va a pasar el avión así al menos llegan a cerrar las ventanas de la escuela.
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En 2002 el químico atmosférico y premio nobel Paul Crutzen planteó en un breve artículo que la humanidad habría entrado en una nueva era geológica a partir de la revolución industrial, el antropoceno. La acción humana se habría convertido en una fuerza transformadora de escala geológica. El concepto trascendió las fronteras disciplinares de las ciencias de la tierra e interpeló a distintas tradiciones de las ciencias humanas, la filosofía, el arte y los movimientos ambientalistas. En ese debate se plegaron miradas más críticas como la de Jason Moore, que sitúan el origen del problema no en la era industrial sino en el propio origen del capitalismo y su expansión imperial. A este período le dio el nombre de capitaloceno. La diferencia estriba en el “nosotros” de la fuerza transformadora, no ya la humanidad como especie sino en una parte de ella: en las empresas responsables del mayor porcentaje de emisiones de CO2 en los últimos 150 años.
Las sociedades contemporáneas experimentan de manera cada vez más recurrente y virulenta el impacto de fenómenos climáticos extremos, los cuales producen desastres de origen hidrometeorológico y geológico, generando pérdidas humanas y materiales importantes.
Desde la agenda global, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) señala que los riesgos de desastres resultan de la interacción entre fenómenos meteorológicos o climáticos extremos y fenómenos sociales como la “vulnerabilidad social” y su distribución en el territorio, alterando la organización de las comunidades involucradas. Entre otras cuestiones, este grupo de expertos indica que la tierra es un recurso crítico como proveedor de alimentos, agua y salud, pero actualmente la agricultura, la producción de alimentos y la deforestación son los mayores forzantes del cambio climático. Estima que hasta el 37% de todas las emisiones de gases con efecto de invernadero provienen de la cadena agroalimentaria global. Este sistema industrial contribuye al cambio climático mediante la deforestación, el uso de fertilizantes, el transporte, el procesamiento, la refrigeración y los desperdicios generados.
La relación tierra-clima se vuelve crítica a la hora de pensar el cambio climático y la producción de alimento. El IPCC afirma que “la degradación de la tierra socava su productividad, limita los tipos de cultivos y merma la capacidad del suelo para absorber carbono. Ello exacerba el cambio climático y el cambio climático, a su vez, exacerba la degradación de la tierra de muchos modos distintos”. En su último informe advierten que el cambio climático afecta los pilares del sistema alimentario: la disponibilidad (rendimiento y producción), acceso (precios y capacidad para obtener alimentos), utilización (nutrición y preparación de alimentos) y estabilidad (alteraciones de la disponibilidad).
Hay acuerdo sobre estos puntos, pero los distintos actores involucrados proponen distintas soluciones. El movimiento campesino internacional, la Vía Campesina, plantea un cambio de modelo hacia sistemas alimentarios locales en manos de las comunidades campesinas e indígenas con un enfoque agroecológico para preservar la calidad de los suelos y la biodiversidad. Del otro lado están las empresas que actúan en los distintos eslabones de la cadena agroalimentaria, desde las proveedoras de insumos (Bayer - Monsanto, Syngenta, Basf, y la lista sigue) hasta las grandes supermercadistas (como Carrefour, Wal-mart). Estas empresas toman la agenda ambiental mediante adaptaciones técnicas, el pago de multas que buscan cubrir los costos económicos de los daños que producen o a través de los llamados “mercados de carbono”, que les permite contaminar donde producen a cambio de invertir en la conservación de áreas protegidas en otros lugares del mundo. Los terceros en discordia son los organismos internacionales, como la FAO y la ONU, que buscan comprometer a los Estados Nacionales mediante tratados sobre cuestiones puntuales, como la reducción de gases de efecto invernadero a través del famoso Acuerdo de París, por ejemplo.
Argentina firmó esos acuerdos. Entre ellos, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) entre 1992 y 1994, que entró en vigor para el conjunto hacia 1996. Los compromisos asumidos por Argentina ante la comunidad internacional fueron ratificados con la firma del Acuerdo de París a través de la Ley 27.270, promulgada en septiembre de 2016. En esta línea, se crearía en 2016 a través del Decreto 891/2016 el Gabinete Nacional de Cambio Climático, agrupando algunos (entonces) ministerios nacionales involucrados en políticas climáticas, bajo la órbita de Jefatura de Gabinete de Ministros, y con participación de las provincias a través del Consejo Federal de Medio Ambiente (COFEMA). El país tiene asignadas las “Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional”, que comprenden acciones de “mitigación” para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y “acciones de adaptación” para adaptarse a los impactos producidos por este fenómeno. En 2016 se llevó adelante un proceso de revisión de estas Contribuciones nacionales a través de Planes de Acción Sectoriales de Cambio Climático respecto a energía, bosques, transporte, industria, agricultura, ganadería e infraestructura y territorio para la construcción de un “Plan Nacional de Respuesta al Cambio Climático”.
En Argentina “lo ambiental” también se lee asociado a cuestiones concretas: problemas de salud de las poblaciones que viven pegadas a campos con producciones agropecuarias que aplican agrotóxicos; pérdida de biodiversidad a causa de los desmontes; la complicación de las condiciones de vida de quienes sufren el aumento en frecuencia e intensidad de las inundaciones; la contaminación y uso desmedido del agua de la megaminería; la explotación del fracking que utiliza millones de litros de agua y químicos, toneladas de arena y afecta tierras destinadas a la producción frutícola. En torno a estos focos se organizan colectivos de vecinos que, en colaboración con ONG y algunas redes de científicos, cuestionan las consecuencias ambientales de un modo de producir que prioriza el lucro sobre la vida. Los reclamos se dirigen al Estado Nacional, pero los que dan la cara son los municipios. Algunos se suman al reclamo, como el caso de la Red de Municipios que Fomentan la Agroecología o la Red Argentina de Municipios contra el Cambio Climático.
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Graciela sube el volumen de la radio: el pronóstico anuncia varios días de lluvias y tormentas con probabilidad de granizo. Hace veinte años que vive en el mismo barrio, a pocos metros de un río que recorre parte de la provincia de Buenos Aires. Para ella, el futuro no es 2050, es lo que pasará mañana. ¿Tocará en su municipio de la provincia de Buenos Aires? ¿O en uno vecino? ¿Cómo estarán los campos? ¿De dónde vendrá el agua esta vez? Hace dos días que llueve sin parar. El río desbordó: el agua ya llegó a la esquina de su casa.
—Los bomberos me dijeron que en el pueblo de al lado ya llovieron 100 mm - le avisa su vecina Nelly por un grupo de whatsapp.
Mientras le abre la puerta a su hijo mayor, Graciela ve una de las camionetas de la municipalidad cortando la calle. Esta mañana se suspendieron las clases. Su hijo empieza a levantar los muebles y ella piensa quién se quedará en casa esta vez, quiénes se irán a lo de su cuñada, quiénes al centro de evacuados. ¿Será esta inundación como la de hace 10 años, como la de hace 5, como la de hace 4, o como la de unos meses atrás?
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“Todo esto está mal. Yo no debería estar acá. Debería estar en la escuela, del otro lado del océano. Pero vienen a buscar a los jóvenes en busca de esperanza, ¿cómo se atreven?. Ustedes robaron mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías y eso que soy una de las afortunadas”
Greta nació el 3 de enero de 2003 en Estocolmo, Suecia. En abril de ese año, la ciudad de Santa Fe atravesó una de las peores inundaciones de su historia: 23 muertos durante la emergencia, alrededor de 130.000 evacuados, un tercio del territorio urbano inundado. No pasó mucho tiempo hasta que los movimientos de protesta se hicieron escuchar, cuestionando la postura de autoridades que adjudicaban la inundación a un capricho de la naturaleza -por lo tanto, inevitable-. ¿Quiénes eran y dónde estaban los responsables?
Para esa época, el agronegocio se estaba expandiendo por el campo argentino. Entre 1980 y 2005 la soja como cultivo paradigmático de este modelo pasó a ocupar de 2 a 17 millones de hectáreas del área cultivable nacional. Es decir, 170.000 km2, un poco más que lo que la superficie total de la provincia de Córdoba (165.321 km2). Madres, vecinos y maestras rurales en zonas periurbanas de Chaco, Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe notaron que los casos de cáncer crecían entre los habitantes de las zonas próximas a los campos con producciones agropecuarias extensivas que utilizan agroquímicos. En algunos de esos pueblos, los campamentos sanitarios de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario registraron un incremento de casos de cáncer entre cuatro y hasta siete veces en los últimos quince años. Se generaron redes y colectivos para exigir a las empresas y productores que paren de “externalizar” sus “costos ambientales” sobre las poblaciones. En esa disputa, las asambleas vecinales dieron forma a las Unión de Asambleas Ciudadanas. También se sumaron profesionales que entendieron que su papel era trabajar para el pueblo, no las corporaciones, como la red de Médicos de Pueblos Fumigados, la Red de Salud Ramón Carrillo y la Red de Abogados de Pueblos Fumigados. Un ejemplo emblemático es el caso de la ciudad cordobesa de Malvinas Argentinas donde la Asamblea Malvinas Lucha por la Vida se alió con la Red Universitaria de Ambiente y Salud (RUAS) y frenaron la instalación de una planta de Monsanto en 2015.
“La gente está sufriendo, la gente está muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos al comienzo de una extinción masiva y sólo pueden hablar es de dinero y cuentos de hada de crecimiento económico eterno, ¿cómo se atreven?”
Greta reclama. Enumera con seriedad todos los aspectos a tener en cuenta más allá de la emisión de gases que aceleran al Cambio Climático: “puntos de inflexión, la mayoría de los círculos de retroalimentación, calentamiento adicional oculto por la polución tóxica del aire”. En Argentina los discursos del Cambio Climático, la Crisis Ambiental y el Desarrollo Sustentable llegaron después que sus consecuencias. Aunque las poblaciones afectadas vienen respondiendo antes de que los problemas se nombraran de este modo. Tejieron redes para mitigar los daños de las inundaciones y se organizaron para reclamar por las enfermedades y muertes que producen las actividades humanas y aceleran el cambio climático, como la producción agropecuaria. Solo después apareció el Cambio Climático: primero para explicar lo que les estaba pasando, y luego como argumento para litigar ante los distintos estamentos del Estado. Principio precautorio, bien gracias.
Estas experiencias no eran novedosas. Ahora, cada nuevo evento, cada nueva afectación, vendría a ofrecer una nueva evidencia del cambio climático y la urgencia de tomar medidas al respecto. Llamados de atención que reavivan disputas de significado. Los reclamos toman fuerza, algunos traspasan el ámbito municipal y forman parte de las agendas mediáticas; otros llegan a instancias judiciales. Con la inundación de abril de 2013 en La Plata se reconfiguró la atención y el tratamiento otorgado a la problemática en la provincia de Buenos Aires. Frente a las inundaciones de fines de 2018 y principios de 2019 en el NEA proliferan en los medios de comunicación artículos y entrevistas a “expertos” respecto a la variabilidad y el cambio climático, el fenómeno de El Niño, entre otras cuestiones. En noviembre de 2018 la justicia provincial de Entre Ríos prohibió las fumigaciones en los alrededores de las escuelas rurales, con restricción de 1.000 metros en caso de las pulverizaciones terrestres y 3.000 en las aéreas. Se apeló al derecho elemental a la salud y al cuidado del medio ambiente. También este año en Pergamino se comenzó una investigación en torno a los efectos de los agroquímicos sobre las poblaciones, mientras se establecieron áreas de restricciones de fumigaciones como las de Entre Ríos. Aunque muchas veces la veta judicial tiene sus trampas que dilatan los conflictos a la espera de una resolución.
La cuestión es por demás compleja, ¿es compatible la agenda ambientalista con la de la economía? Mauricio Macri sentó su posición en reiteradas ocasiones. Como cuando se pronunció en la Sociedad Rural de Gualeguaychú en contra del fallo que prohíbe las fumigaciones en los alrededores de las escuelas entrerrianas. Pero para una agenda que busca representar a todos los sectores de la sociedad, se le presenta una encrucijada que no es fácil de resolver en un país en crisis que tiene responder ante los compromisos de deuda y las demandas de empleo por parte de la población. ¿Es posible pensar escenarios de transición hacia modelos de desarrollo donde las poblaciones locales no vean perjudicadas sus condiciones de vida en favor del crecimiento económico?
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Miguel maneja su moto por un camino de tierra del noreste de Santiago del Estero. A ambos lado sólo ven fincas con maíz y soja. Hace menos de 20 años esta zona era monte.
—¿Sentís el calor? ¿Ves la diferencia? Hemos venido por un costado de monte y un costado de campo. Ahora vamos por el medio de dos campos. Sentí la diferencia del calor. Yo tenía once años cuando empezaron a hacer la finca esa. Yo acompañaba a los ingenieros a hacer la picada esa. Paraban en casa. Los acompañaba hasta aquí. ¿Sabés la cantidad de corzuelas que había en esta finca? Por acá, por el camino este, había infinidades. Han matado animales a mansalva: hasta vacas han matado aquí. Empezaban a laburar a las 5.30 de la mañana con las máquinas y las vacas estaban echadas. Y hacían así: la cadena, una máquina iba por acá y abarcaba cien metros para allá, y la otra iba por acá, la cadena venía por atrás. Y la vaca cuando los sentía por aquí, disparaba para allá, pero quedaban en el medio y las agarraban con las cadenas. Impresionante. Eso no es que me han contado, eso he visto yo. Las corzuelas salían quebradas para acá.
Greenpeace estima que en 2018 en Santiago del Estero se desmontaron 34.751 hectáreas, de las cuales 23.910 hectáreas eran bosques protegidos. Sólo ese año, el total de la superficie deforestada en las provincias de Salta, Santiago del Estero, Formosa y Chaco fue de 112.766 hectáreas. El 40% de ese total (40.965 hectáreas) fue en zonas de bosques protegidos por la Ley de Bosques (clasificados en las Categorías I – Rojo y II – Amarillo). La superficie de desmontada ilegalmente es el doble que la de la ciudad de Buenos Aires.
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“Los ojos de todas las generaciones futuras están sobre ustedes. Y si eligen fallarnos, nunca los perdonaremos. No dejaremos que sigan con esto. Justo aquí, ahora es donde trazamos la línea. El mundo se está despertando. Y se viene el cambio, les guste o no.”
El viernes 27 de septiembre las “generaciones del futuro” van a manifestarse en las calles de las principales ciudades de Argentina y el mundo. Jóvenes de diversas organizaciones y procedencias sociales, donde se destacan las y los Jóvenes por el Clima y Alianza por el Clima y Jóvenes cartoneros de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, se van a unir en la lucha contra el Cambio Climático. Aún con las complejidades del asunto, el tema ambiental vino para quedarse.
“Por más de 30 años, la ciencia ha sido clara, ¿cómo se atreven a mirar para otro lado?, ¿Y decir que están haciendo lo suficiente, cuando las políticas y soluciones necesarias siguen sin estar a la vista?”
La comunidad científica internacional y local acuerda que el Cambio Climático es un problema grave que existe y es provocado por las actividades humanas. Si bien puede ser cierto que Argentina “contamina muy poco en términos comparativos”, como dijo el canciller Jorge Faurie, es proveedora de materias primas (en 2018 el país exportó alrededor de 69 millones de toneladas de granos, harinas y aceites) que circulan por un sistema agroalimentario que provoca en su conjunto alrededor del 50% de las famosas emisiones de gases de efecto invernadero que producen el calentamiento global. También a esto hace referencia Greta cuando dice que la reducción de emisiones de gases no es suficiente. Se necesita más. Porque el cambio climático interroga al modelo de desarrollo, la dinámica de acumulación del capital y las bases mismas de la modernidad, sustentada en la dualidad naturaleza/sociedad. Las respuestas de la naturaleza en forma de catástrofes ambientales como las sequías, las inundaciones o las olas de calor nos recuerdan en cada episodio los límites de la intervención humana sobre el planeta.
El problema del antropoceno y del cambio climático es también un problema filosófico y epistemológico (y con esto queremos decir político), al colocar la mirada sobre aquella relación dual y de exterioridad establecida con la naturaleza. En estas circunstancias, ¿podría considerarse la tecnología la solución a la crisis ambiental global? Hay quienes sostienen que los desarrollos científico-tecnológicos en el campo de la geoingeniería pueden conducir a una solución, a través, por ejemplo, de las técnicas de siembra de nubes y la dispersión de aerosoles en la atmósfera para reducir la radiación solar, o la captura de co2 atmosférico.
Por nuestro lado, el de las ciencias sociales seguimos pensando acerca de los procesos socio-históricos que hicieron posible el Cambio Climático y sobre lo que desencadena. E intentamos imaginar campos de posibilidad para que podamos seguir habitando este mundo. Sin dudas esos campos de posibilidad se habilitan a partir de disminuir las condiciones de desigualdad que se siguen profundizando. Por eso debemos problematizar los modelos de desarrollo que convierten todo en mercancías y que postulan el crecimiento ilimitado como necesidad para lograr la inclusión nunca alcanzada de las mayorías.
Si bien las posibilidades de realización de un capitalismo sostenible están en discusión, la ecología, las luchas feministas, la justicia social y la equidad son temas que hoy generan organización, agitación y acción. Frente a la fuerza totalizadora del capital global, el movimiento de los trabajadores, el feminismo, el ambientalismo, el movimiento urbano y otros movimientos sociales necesitarán combinar sus luchas para producir reformas democráticas en la economía, la política y la sociedad. ¿Por qué es más difícil imaginar el fin del capitalismo que el fin del mundo?
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