*Créditos fotográficos gestión de registros y contenidos: Cristina Avalle.
Es 13 de febrero de 2022, Plaza Congreso. Una carreta plana, abierta, expuesta, una plataforma de metal en dos ruedas. Tres hombres se acercan porque ven una forma tumbada en esa carreta plana, abierta, expuesta. Una forma blanca que parece un perro o un cordero, dos animales duros, hechos piedra. Piensan en voz alta. Uno: para mí representa la crueldad que ejercemos a los animales. El otro: es como una obra, pero terminada a los machetazos. Rodea la carreta. A la altura del rostro del objeto tumbado, se para y medita unos segundos. Estira la mano robusta y toca el objeto con la suavidad de una mariposa. El tercer hombre de la escena es Omar Estela, el autor del galgo o cordero o cosa-terminada-a-los-machetazos, integrante de Proyecto Tráiler, una iniciativa que se propone acercar el arte a las personas y alentar otros circuitos no tradicionales de circulación.
El animal inmóvil ya circuló y se corrió hacia otra escena: detrás tiene ahora una manifestación donde suenan los bombos que concentran a la gente. Es 1 de mayo de 2022. Sobre la calle Gral. Holmos, a la salida de la estación Plaza Constitución, un hombre piensa en voz alta cerca del tráiler con la pieza de mármol: A mí lo primero que me llamó la atención no es solo que está sin terminar, para mi punto de vista, sino que es algo que no se ve nunca. No se ve en todos lados. No vas a encontrar esto en otro lado. Yo a partir de acá no lo voy a volver a ver creo yo ¿entendés? Son cosas que no se ven, se ven pocas veces. Como todo artista, hay un solo público y único. No hay otro, es irrepetible.
Lo que sí repite el tráiler es la acción de salir a la calle. Es 26 de marzo de 2023 y ahora es arrastrado por sus hacedores hacia el corazón circular de Plaza Almagro. La carreta “barra” tráiler sostiene un bloque cuadrado de mármol blanco. De cerca, hundida en una fosa y a medio asomar, una calavera en proceso de desentierro. La mujer que la mira cuenta cuál es el significado de las calaveras en el lugar de donde ella viene: En una parte del Perú, antiguamente, cuando yo tenía, no sé, cinco años, siete años, las calaveras te cuidaban el hogar. O sea (...) por ahí un ser querido (...) la cabeza se llevaba a la casa para el cuidado y la protección. Y me hizo recordar eso, como que me dio impresión. Está muy bien hecho con todos los detalles que la persona que lo habrá hecho habrá querido mostrar. Muy bien hecho. Es como que la calavera te mira. Es como que te está mirando de costado. Está en una posición como que te quiere decir algo, eso, siempre de costado. La calavera de su familia tenía nombre, su abuela se la había heredado a su padre. No volvió a ver una calavera protectora desde que se fue de Perú y vino a la Argentina. Acá se reencontró con esa leyenda de la infancia en lo de una comadre de su mamá, que le hablaba y le encendía velas. Por eso se acercó a la carreta, por eso le llamó la atención: la obra de Gustavo Goldfarb, “Homo Erectus”, la hizo viajar en el tiempo.
Es miércoles 5 de abril de 2023. Una profesora de arquitectura opina sobre la calavera en carreta en el Pabellón III de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA. No te quiero mentir, pero se nota que está sumamente bien hecho y supongo que hay mucha gente que le gusta. Están de moda las calaveras. Soy de la vieja escuela, me gustan las cosas lindas, las que me dan alegría. Soy burguesita, si querés, viste, ya hay bastantes pálidas. A mí me gusta Matisse, me gusta el color, me gusta la vida, pero los felicito con lo que hacen. En la orilla opuesta de su comportamiento, las personas pasan sin mirar, con apuntes en la mano, mirando el celular, se detienen junto a la obra, pero no la miran. Son muchos los que pasan y no ven. ¿Con qué se les despierta la curiosidad?
´La obra circula en un desierto superpoblado´ dice el video donde los creadores del Proyecto Tráiler (también parte de Museo Urbano, colectivo de artistas plásticos) documentaron esa jornada en la facultad. Otros videos muestran el encuentro de las obras con el público en Plaza Congreso, Constitución y Almagro.
El Proyecto Tráiler surgió en pandemia, en parte por la necesidad de salir a la calle a encontrarse con otros. Inspirada en las carretillas que atravesaban con su fragilidad el desierto pampeano, nació la carreta que lleva las piezas de arte a espacios abiertos, a la ciudad, para generar comunicación, para entablar diálogo con el otro, para “(…) no hacerse los otarios frente a los desmadres de la no comunidad”, escribe Mariano Abraham, integrante del proyecto. Si las obras pueden ser un abrigo para la humanidad, ¿deberían quedar encerradas en museos y galerías? se pregunta.
A Omar Estela, el creador del cordero-galgo (y uno de los miembros fundadores de Museo Urbano, en 2005), se le terminó de armar el propósito del tráiler cuando tenía que trasladar sus esculturas a lugares de exposición. El diálogo con el camionero y el guinchero –el que maneja la grúa, gente con una motriz fina realmente delicada, dice-, podía llegar a ser muy interesante, incluso más de lo que después pasaba en la galería. Comprendió que, fuera de los espacios de consagración, las personas se acercan al arte sin pretensiones, cuentan chistes, hablan de lo que les pasa.
Aunque no todos los artistas que conforman Museo Urbano participan del Proyecto Tráiler, ambas iniciativas son brazos del mismo río. Museo Urbano nace para demostrar que el arte puede –y quizás, debe- circular con libertad. Proyecto Tráiler es la vertiente móvil de ese espíritu que busca sacar las obras a la intemperie, sin ningún marco institucional ni carteles que tranquilicen con interpretaciones.
El tráiler ya recorrió e interpeló a muchas personas. Entre 2022 y 2024, obras como “S/T” (encáustica y óleo sobre gabardina) y “Sincronías” (encáustica y óleo sobre crepé) de Ramiro Sacco, “Exhalación” (óleo sobre tela) y “Árbol de la vida” (óleo sobre tela) de Germán Gárgano, “Fuente” (bronce) de Marcia Schvartz, “Rama” (talla directa, lapacho) de Omar Estela, “Cupé rancho” (madera y hojalata) de Mariano Abraham, así como los ya mencionados “Cordero” (mármol blanco de carrara, talla directa) de Omar Estela y “Homo erectus” (mármol de carrara, talla directa) de Gustavo Goldfarb, recorrieron el AMBA y se posaron en distintos espacios públicos.
Lo novedoso que están experimentando ahora es lo que ellos llaman “eventos”: dejan el tráiler y cargan ellos mismos las esculturas (el cordero de Omar Estela, por ejemplo, pesa 150 kilos). Si están en una estación de tren se paran al lado del furgón, como si fueran a subir. Ahí se quedan y esperan que la gente se acerque y les diga o les pregunte algo.
Cuenta Estela que, cuando empezaron a grabar las conversaciones con las personas que se acercaban al tráiler, descubrió que si se las filmaba, sobreactuaban o se “achicaban”. Se animaban más a hablar si sólo tenían que poner la voz. Así empezó a pensar en la palabra “vidente” y en “persona no pedagogizada”: la primera es quien comprende algo en la obra que la obra no declara abiertamente, y la segunda, es el sujeto libre de prejuicios académicos. Recuerda algo que le dijo un hombre que vivía en la calle, una vez que pasó con su escultura del cordero: “este animal fue sacrificado innecesariamente”. Cuando lo cuenta, se vuelve a fascinar como aquella vez. El objetivo del que escucha en las interacciones junto al tráiler es intervenir poco para que la gente tire del hilo que le plazca. “El pueblo no necesita saber para percibir la obra. Y le hace un bien profundo que le llegue esa obra”. El objetivo del proyecto es demostrarlo.
Omar Estela también se va por las ramas y lo sabe. Se lo toma con humor. Es un navegante, cuenta, y no es una de las tantas metáforas intrigantes y hermosas que comparte en lo que va de la entrevista. Tiene un pequeño velero con el que viajó a Brasil. En el agua sabe cómo guiarse mirando las estrellas y, ante las tormentas, aprendió a entregarse. Piensa que es eso lo que pasa en su oficio: al arte también hay que entregarse.
El Proyecto Tráiler tiene mucho de ese espíritu: Omar dice que lo dejaron ser. Y ahora les gustaría que toda esa investigación y experiencia llegue a oídos de otros colegas. Están editando un libro para ese público especializado, con fotografías de las diferentes obras en los distintos lugares donde estacionaron el tráiler, así como los testimonios de los artistas que participaron.
En abril habrá una inauguración en el espacio cheLA. La intención es que tenga ciertas características: que sea sólo con invitación y que dure pocos días, esperarán a los invitados con un choripán y habrá charlas y debates que se organizarán en el momento entre los artistas y los críticos.
Después, la idea es que la muestra sea itinerante. El tráiler se convertiría así en el nuevo medio para expandir el espíritu y una de las fervientes creencias que pulsan dentro de Museo Urbano y de este proyecto: la obra, bajo la mirada colectiva y anónima de la ciudad, cura la soledad. Cada espectador encuentra su propia historia en la pieza de la carreta, y la pieza encuentra así su propósito.
Que el tráiler federalice su ruta quizás sea una buena forma de conmemorar los veinte años que cumple Museo Urbano, desde la primera vez que pusieron una obra en un espacio público: en una fotocopiadora frente a la Facultad de Medicina de la UBA, que les prestó la vitrina a la calle.
Después de esa primera experiencia, probaron en hospitales: en la sala de espera, donde muchos aguardan solos, instalaron una vitrina, sin publicidad ni auspicios, sólo una línea que declaraba “Museo Urbano” y, dentro, una escultura. El primero en aceptar fue el director del Hospital Vélez Sarsfield. Les dijo que para él la salud era una cuestión cultural. Expusieron obras incluso muy caras, sin seguro. Jamás tuvieron problemas. El director les ofreció poner otra más. Pero mantener las obras –limpiarlas, conservarlas en forma- es un trabajo arduo, por eso lo hacen sólo bimestralmente.
Hoy se pueden encontrar vitrinas de Museo Urbano en siete hospitales de la ciudad. En algunos de ellos tienen un buzón donde les dejan mensajes de agradecimiento y les comentan sobre la belleza de la obra. También les cuentan de la falta de limpieza en los baños del hospital. Cosas que pasan cuando el arte se mezcla con la vida.
No es populista: es popular. “La obra de arte, para nosotros, está construida de una entidad que es el pueblo”, explica Estela. Es algo que para él sucede: el pueblo no va a donde se exponen las obras ni las compra. “Hay una frase que usamos, a mí me gusta mucho, dice: ‘El museo es de todos, pero nadie lo sabe’”. Da un ejemplo: si el museo es una de las mejores instituciones de la sociedad, debería estar lleno del mejor tipo de seres humanos. Pero en un museo, probablemente sea un empleado de seguridad el que nos reciba, se nos indique un circuito, no podremos acercarnos a las obras y los textos que las explican, muchas veces, nos parecerán jeroglíficos: “Salís sintiéndote un imbécil”. Lo dice por experiencia.
Piensa que hay un fuerte declive en el mundo de las artes que ya se percibía en el 2005. Y una sobreproducción de obras que en vez de ser “resonancia”, son “réplica”. Recuerda que, en su barrio, cuando era chico, había sastres y modistas que reproducían los modelos extranjeros que la gente recortaba de las revistas y llevaba al taller. Muchos artistas también hacen eso. Estela usa la palabra “colonial”. Dice que no se trata de tradicionalismos. Habla del tango y explica que, si bien no es de Buenos Aires, tiene una identidad porteña muy fuerte y así se exportó al mundo. Una réplica, en cambio, sería apenas los ecos de un fenómeno más grande, pero ajeno. Como el Cubismo o el Surrealismo en Argentina.
Y si hay algo que según el escultor debería ser un artista es “soberano” (hacer lo que se le canta), decir lo que otros no dicen. “El Sistema no te permite decir hoy día ´arte colonial´ porque parece que sos un viejo de mierda, con un lenguaje setentista”. Aun así, se pregunta: ¿puede haberse ido el mundo a donde está y el arte no?