La llamó llorando. No llegaba a hablar, lloraba nomás, encerrada en el baño. Su mamá, del otro lado del celular y a kilómetros, pensaba que le habían robado. Melisa Zulberti nunca jamás revisa los mails apenas se levanta. Pero esa mañana sí. Eran las 8 am. Encontró un correo distinto. Lo abrió. Decía: “Congratulations, y todo así”. Lo poco de inglés que habla se empañó por los nervios. “Lo leía y no entendía. Muchas veces aplicás a cosas y te felicitan igual pero para decirte que no quedaste. Cuando me doy cuenta, lo paso por el traductor de google.” A la (ex)bailarina se le acalambraron las piernas.
―Melisa, ¡¿estás bien?!
Abril 2024. Melisa aplicó sola para ir a la bienal de arte más vieja, más grande y más prestigiosa del mundo. Todo fue por Roni Isola, un amigo productor que tres días antes del cierre de la convocatoria le dijo: dale, animate. Y ella le siguió el juego, aunque no tuviera en mente ninguna obra. En tres días (y dos noches) inventó una instalación performática a la que nombró Posguerra. Otro amigo le hizo el render y otro le tradujo el portfolio. Guardó todo en una carpeta, y se mandó.
―¡Juntémonos ya!
A las 8.30 am Roni y Melisa estaban sentados en un bar. Melisa seguía llorando. ¿Y si todo era una fantasía? Releyeron ese correo juntos unas diez veces más. Por primera vez, una artista argentina era elegida por la Biennale di danza di Venezia. Posguerra se presentaría el 20 y 21 de julio de 2024 ante la élite cultural global. El suyo era el único proyecto seleccionado entre miles de propuestas que llegaron desde todo el mundo. Lo eligió Wayne McGregor, director de ese segmento de la Bienal, un coreógrafo inglés súper famoso que trabajó en la Ópera de París, en la saga de Harry Potter y hasta con Radiohead. Detrás de la emoción infantil, detrás de esa ingenuidad tan de artistas independientes, la pareja que lloraba en un bar de Buenos Aires sabía que estaban listos: llevaban la vida soñando y preparándose para algo así.
El domingo, mientras seguíamos a ´la selección en la Copa América, ellos estaban volando. La vista por la ventanilla del avión habrá sido parecida al cuadro Juan Doffo que Melisa tiene en su living: el planeta visto desde las estrellas. Ella ya hizo residencias y mostró sus obras en las principales capitales culturales. Pero en Italia, por primera vez, saldrá a escena con su propio equipo: los 16 artistas que van a representarnos en esa plataforma de artes performáticas.
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―Por Dios, qué es esto. ¿Cómo llegué al piso?
Melisa Zulberti ya había terminado el secundario y ya había dejado Tandil para instalarse en La Plata. Vivió su infancia y adolescencia arriba y adentro de unas zapatillas de punta; su intuición juvenil le dijo que el ballet era lo suyo pero que no estaba hecho para ella, tan alta, tan insumisa. Como siempre la obsesionó, también, el secreto del funcionamiento de los objetos -en especial, de las pavas eléctricas y de los autos- se anotó en Diseño Industrial. Una tarde, pasaba frente al Teatro Argentino de La Plata y descubrió un cartel: “Seminario gratuito de danza contemporánea”. Se anotó. Fue entonces cuando pensó por dios, qué es esto, cómo llegué al piso: hasta ese momento había creído que la única forma de bailar era la clásica, a paso etéreo, del centro hacia arriba, estilizada y siempre a punto de volar. Al descubrir ese otro tipo de movimiento se volvió a encontrar, se volvió a enamorar. “Ay, cuando llamé a mi vieja y le dije: Mirá mamá…”. Le contó que dejaba la carrera de Diseño industrial y se mudaba a Buenos Aires para hacer la Licenciatura en Danza Teatro en la UNA. Había descubierto otra manera de entender el cuerpo y construir poesía con él, de narrar desde otro lugar, de poner la técnica al servicio de otra cosa más allá de lo virtuoso. “Entender tu cuerpo es entender una gran forma de existir.”
Melisa tiene 34 años. Su mamá es Indiana Gnocchini, que también es artista y dirige el Museo de Bellas Artes de Tandil. Sigue siendo la persona que la calma.
Agosto 2017. Melisa ya no disfruta estar en el escenario, ni descalza ni en el aire ni en el piso. No le alcanza con ser intérprete de otros imaginarios. Prefiere escuchar a los directores: cómo piensan, por qué toman tal o cual decisión. Melisa se retira de la danza, del movimiento o como se llame. Decide tomarse ocho meses para estudiar medicina china: lo suyo es la acupuntura. En una de esas tardes de pausa, dibuja una estructura con forma de caja y piensa: le recorto unas ventanas, dejo que el espectador circule libremente, espíe y arme su propio relato. Así surgió Todo Dentro, estrenada en el Teatro San Martín, elegida para el 11 FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires). Ese fue su big bang. Después llegaron, entre otras obras, Sobre sí mismo, La continuidad de los Cuerpos y Dentro.
“La Biennale define a los artistas que selecciona como alquimistas del movimiento. Dicen que su trabajo está impulsado por una curiosidad insaciable por explorar y experimentar, tanto en el proceso como en la interpretación; a través de la improvisación, la instalación soma-sensorial, el minimalismo radical o en sorprendentes desviaciones de la forma y el contexto.”
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Como aquella idea de la caja, las ventanas y el público, todas las obras de Melisa Zulberti empiezan con un objeto, con las preguntas sobre su funcionamiento, y luego mundos raros, modernos -y algo oscuros- se tejen a partir de él. Construyen relatos a partir de gestos, sonidos, luces, máquinas y proyecciones.
Cada vez que empieza a diseñar una obra, se compra un cuaderno. Lo llena de palabras sueltas, conceptos, “partituras de las bailarinas”. Su casa se llena de papelitos con posibles dramaturgias que se prueban, se combinan, se descartan casi como en un experimento genético. “Soy muy manual, hago croquis, pongo, saco.”
Junio 2024. Hoy falta exactamente un mes “para Venecia”, y Posguerra aún no tiene forma definitiva. El ensayo es en cheLa (Centro Hipermediático Experimental Latinoamericano), espacio de investigación artística que ocupa 5 mil metros cuadrados donde alguna vez hubo una fábrica. Ella -altísima, gorrita con visera, jogging y buzo negro XXL (N.d.R.: el buzo está al revés), borcegos, pelo largo caoba- mira a las intérpretes experimentar con 16 placas espejadas que están ubicadas en todo el escenario, como un laberinto o como un dominó. Estos dispositivos son enormes -dos metros de alto, uno de ancho-, parecen un paredón -pesan más de 20 kilos- y están en constante interacción con ellas.
Chicas no usen las manos.
Fernanda empezá a crecer. Buscá comodidad en el contrapeso.
Las bailarinas serpentean los espejos, los enfrentan, los sostienen, los empujan, los trepan, a veces los dominan y otras veces las aplastan. Fernanda Brewer, Abril Ibaceta Urquiza, María Kuhmichel Apaz, Victoria Maurizi y Gabriela Nahir Azar buscan formas, construyen una historia. Todavía no se cortaron el pelo cortito, todas igual, ni saben que el traje será un catsuit blanco y gris, de guerreras, atravesados por arneses. Sí saben que la vestuarista los está pensando. Sí saben que, cuando se estrene, mientras ellas se estén moviendo habrá un efecto de neblina que en algún momento combinará pigmentos rojos y azules para generar una sensación de 3D. Sí saben que las imágenes que registran las cámaras ubicadas en sus cascos se proyectarán en vivo, en la pared que está frente al público, para aportar una profundidad entre onírica, maquínica y de control satelital, para generar una ilusión de metaverso.
Sofía Fernández, la productora artística, mira el ensayo junto con Nicolás Sánchez (aquel amigo que le hizo el render), que sonríe con un gesto de paz mientras sus manos arman y desarman, apuradas, un cubo rubik. La sala de ensayo está helada. Google dice: en Parque Patricios, la sensación térmica es de 8 grados (en Venecia, de 38). Este campamento huele a óleo 31 y tiene un animal de compañía: un galgo que cada tanto se cuela y corre entre las bailarinas y las placas, y después es corrido para que no distraiga (hoy falta exactamente un mes “para Venecia”, y Posguerra aún no tiene forma definitiva).
Fijate dónde empieza el movimiento. Con qué gesto. Cómo evoluciona.
Ojo, más despacio: no te desesperes.
El proceso creativo de Posguerra es sinfónico, caótico y singular. Pero tiene un método guiado por la disciplina de una ex bailarina clásica y por un consejo materno: “Meli, confiá en tus prácticas”.
UN ESTADO Es lo primero que imagina Zulberti cuando crea obra. Con Posguerra no busca hablar de un conflicto armado en particular sino de esas guerras que se libran contra una misma, o sobre nuestros cuerpos, o después de una pandemia.
EL OBJETO llegará después, para representar a ese estado, para traducirlo en escenas. Generalmente no existe, es un invento de su imaginación, entonces hay que diseñarlo. Melisa investiga materiales, formas y mecanismos.
LOS CUERPOS de lxs bailarinxs deben ser capaces de dialogar con esas estructuras. En el caso de Posguerra, se convocaron por una audición abierta. “Quería que también fuera una oportunidad para otrxs.”
LO AUDIOVISUAL es tan protagonista como los cuerpos y objetos. “Me gusta que el público sienta que mira una película.” Visuales y arte sonoro, ejecutados en vivo.
LA TECNOLOGÍA ocupa los bordes pero está y deja su mensaje.
EL ESPACIO donde mostrarse puede ser cualquier lugar. Zulberti crea experiencias nómades y plásticas, listas para presentarse en teatros alla italiana, en la Noche de los Museos, en boliches de música electrónica, el subte o la Semana de la Moda en París.
LA ÉPOCA “El presente social me atraviesa, me obliga a repensarme como creadora.” La danza es un lenguaje abstracto, por eso la engancha a temáticas que nos resuenen a todos.
Posguerra sucede en cinco climas. Por momentos, la lucha contra esos bloques disparan ecos que te llevan a pensar en escenas tan antagónicas como los cuerpos de sobrevivientes y rescatistas en el atentado de la AMIA, a la ciudad zombi de El país de las últimas cosas de Paul Auster, a la composición de Stalker, de Andrey Tarkovsky, al vértigo que daba ver a Mayra Bonard caminando entre vidrios en Mi fiesta. A Melisa le encantan las películas que al principio no se entienden, pero después te hacen un clic. Le gusta el cine de Bong Joon-ho y vio mil veces The zone of interest. También Björk y el trabajo con el movimiento que hacen la compañía Peeping Tom y el bailarín Yoann Bourgeois.
La agranda lo que le dijo una vez Julián Tenembaum, que está a cargo de la música: que sus obras hacen llorar a la gente, que tiene facilidad para conmover. Se conoce y acepta y le encanta que sus obras no sean “punchi” sino que tengan “una temporalidad de acumulación narrativa”. No hace obras funcionales. Una de sus instalaciones performáticas anteriores, estrenada justo antes de la pandemia, fue Dentro. ¿De qué hablaba? De cuerpos aislados, sobreviviendo en una burbuja.
“Hoy, que el mundo está en este estado de posguerra, en esta obra el cuerpo es el campo de batalla: trata de resistir al afuera y de sobrevivir a sí mismo. Una pregunta que recorre la perfo es ¿y si perdemos la guerra? ¿Cómo hacer surgir un futuro prometedor? Necesito creer que hay un futuro mejor para todos nosotros.”
Cuando siente que sus bailarinas no pueden más, les dice que se apoyen en la mirada y en la energía de sus compañeras.
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En una entrevista le preguntaron cuánto había de sacrificio, de talento y de suerte para desarrollar una carrera como la suya. “La suerte no existe si no te agarra trabajando”, respondió.
¿Todo esto por 45 minutos? Más allá de lo que dura Posguerra, en la Bienal de Venecia Melisa Zulberti espera:
• conocer la ciudad haciendo lo que más le gusta
• hablar con Wayne McGregor
• sentir cómo es estar en un teatro tan grande, con tanta gente, tan profesional todo
• aprender mucho
• sentir cómo es estar en un teatro tan grande, con tanta gente, tan profesional todo
Llevó sus obras a distintos lugares del mundo. En Río de Janeiro armó su elenco a través de una convocatoria abierta: “Pasó algo loco porque bailó gente formada en universidad, gente que bailaba en la favela y personas que venían de la cárcel. Nadie conocía la trayectoria del otro, no importaba”. En Suiza, antes de otro estreno quiso pegar cinta en el piso del escenario para empezar a ensayar y la frenaron: había una persona contratada para eso, era una ofensa que ella lo hiciera, era como querer sacarle el trabajo. “No levanto una bandera del sufrimiento pero siento que en países donde está todo resuelto falta corazón. Acá producimos porque tenemos el deseo y la necesidad de exteriorizar y comunicarnos, y después vemos cómo aparece el dinero. Ahí está la fuerza.” Melisa no deja de ser cazadora de diseños. De aquel viaje a Suiza hay algo más que no olvida: en la calle vio tachos de basura con boca cuadrada, para reciclar cajas de pizza. Esta vez no se inquietó por el funcionamiento de ese objeto; se siguió preguntando por los usos del tiempo y de las ideas en países con realidades tan diferentes a las nuestras.
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A pocos días de enterarse de su nominación, Melisa Zulberti junto a su equipo de producción vinieron a la redacción anfibia (al espacio temporario que ocupamos, en el mismo edificio pero dos pisos más arriba) a compartirnos este hecho artístico único. Nos propusieron ser parte a través de nuestro Laboratorio de Periodismo Performático. Cuando estaba por terminar la reunión, como quien entra en confianza y se va por las ramas, nos contaron que estaban en plena búsqueda de la identidad gráfica de Posguerra, del “póster”. Nos mostraron referencias desde sus celulares: fantaseaban con una imagen en blanco y negro, con cuerpos despersonalizados o fuera de foco, con una locación que contagie incertidumbre, destrucción pero también movimiento. Entonces les dijimos: vengan. Agarramos la llave de la oficina incendiada, bajamos por escalera y les mostramos que ese lugar existía, estaba ahí. Las primeras personas -sin contar a periodistas y bomberos- en volver a entrar a nuestra redacción fueron estos artistas.
“Esto le da un colchón conceptual al trabajo. Cuando hablamos de incluir material de archivo, de resonancia social, de un tiempo de época, es esto. Haber hecho las fotos en la redacción incendiada hace que este viaje se transforme: cada vez que se muestren las gráficas se contará lo que pasó con la revista.”
Así nacieron las imágenes que hoy ilustran el catálogo de Posguerra que se repartirá en una feria visitada durante ocho meses por un millón de personas. El título de este año es Straieri Ovunqui (Extranjeros por todas partes), el curador es el brasileño Adriano Pedrosa, y el denominador común de su agenda son las migraciones contemporáneas, con mirada decolonial. Entre más de 300 artistas de todo el mundo, la presencia argentina es contundente, con nombres como Luciana Lamothe, las tejedoras Silät y Claudia Alarcón, La Chola Poblete y Mariana Telleria. Incluye espacios para “el activismo de la diáspora” y “la desobediencia de género”. No sólo contó con la visita del Papa Francisco sino que el Estado del Vaticano eligió como su representante a Maurizio Cattelán: el autor de la banana pegada contra la pared y de La Nona Ora, una escultura en la que al papa Juan Pablo II lo aplasta por un meteorito. Cattelán pintó un mural para el pabellón de la Santa Sede, ubicado en una ex cárcel de mujeres.
“Esto es algo que soñé toda mi vida. Una está acostumbrada a producir con menos recursos. Aparece este monopolio y me digo a mí misma: no te engolosines, no pierdas la identidad.”
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Julio 2024. Otra vez en cheLa, como todas las mañanas de los últimos tres meses. Falta una semana para que Argentina juegue la final con Colombia. Falta una semana para que el equipo de Posguerra se suba a ese avión. Esta pasada es especial: es con público. Hay cincuenta adolescentes sentados en el piso, son estudiantes de colegios secundarios con orientación artística.
Al terminar el ensayo abierto, las Posguerra quedan disponibles para responder preguntas. Melisa Zulberti ya está en otra dimensión; concentrada, técnica, quirúrgica habla con la sofisticación de quien conversa, por ejemplo, con Wayne McGregor.
(Alerta Spoiler)
“Lo que vieron al principio es el preludio: sucede mientras el público entra, y lumínicamente la obra también está pensada en placas porque las luces van directo a los espejos, y solo ves dos placas hasta que viene el batallón y aparece la idea de la multiplicación y tres cuerpos construyen una multitud, arman un ejército, y ahí aparece el recurso tecnológico: con ellas que se meten en un multiverso, un universo paralelo, y se construye una película en vivo con las cámaras de sus cascos, y ese batallón termina siendo chupado hasta que queda un solo cuerpo que se despide de esa película de terror, y viene un juego lumínico al que llamamos sismo y se genera un caos visual, y todo parece girar, marea, hasta que se derriban esas estructuras y viene el final.”
Queda tiempo sólo para la última pregunta. Una piba levanta la mano.
—¿Cómo te llamabas?
“El arte es lo mejor que nos puede pasar: nos hace reflexionar. Incluso cuando ves algo que no te gusta o no entendés. A mí muchas veces me pasa que veo algo y no lo entiendo. Digo seré yo, que me falta cultura. Seré yo, que me falta leer. Y escucho a otros. Cuando algo me gusta trato de entender por qué me genera empatía. Incluso cuando algo nos incomoda siento que nos educa, nos permite conocernos.”
Tras la experiencia en Arsenale, Posguerra y su batallón resiliente llegarán a Buenos Aires para estrenar en el FIBA en octubre de 2024.
POSGUERRA cuenta con el apoyo de:
La Bienal de Venecia, FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires), Fundación Williams, Fundación PROA, Fundación Santander Argentina, cheLA, Artlab, Revista Anfibia y el Laboratorio de Periodismo Performático.
Ficha técnico artística
Concepción y dirección: Melisa Zulberti
Performers: Fernanda Brewer - Abril Ibaceta Urquiza - María Kuhmichel Apaz -
Victoria Maurizi - Gabriela Nahir Azar.
Composición de partitura sonora y música en vivo: Julián Tenembaum
Diseño audiovisual y video en vivo: Federico Castro
Diseño de luces: Pedro Pampín
Diseño de vestuario: Sofía Romero
Diseño de sonido: Federico Lucas Lafuente Paez
Diseño de sistema de video: Luciano Simone
Dirección técnica: Mariana Castellucci
Asistente de dirección: Lucia Fernández Santoro
Fotos: Flo Pasquali
Coordinación de prensa: Marisol Cambre
Comunicación gráfica y visual: Carlos Martínez - Nicolás Sánchez
Producción artística: Sofía Fernández
Coordinación de producción: Roni Isola
Coproducción: FIBA, Buenos Aires International Festival