A la aparición reciente de los Diarios de Abelardo Castillo y La vida escrita de Rodolfo Rabanal, se suma este año la reedición de los Diarios de Alejandra Pizarnik. Hace menos de dos años se publicaba Fragmentos de un diario de Ricardo Piglia. En la lista, también agrego Descanso de caminantes, título de los Diarios íntimos de Bioy Casares. Este último y el libro de Pizarnik fueron editados póstumamente. Esta serie me provocó una primera pregunta: ¿Estos libros fundan un corpus en nuestra literatura? La segunda excede a la anterior pero la comprende: ¿De dónde extraen los diarios su prestigio?
El primer diario
El Diario íntimo de Stendhal, que este comenzó en 1801 a los 18 años, se podría considerar el primer diario de escritor. Stendhal, seudónimo de Henry Beyle. Máscara sobre máscara, letra por letra, como el personaje de su novela autobiográfica Henry Brulard cuando describe el carnaval veneciano. En este diario se construye la figura del escritor como personaje. Piglia, en sus Fragmentos de un diario, se detiene en los bocetos, dibujos y croquis que acompañan las escenas que Stendhal narra en su Diario. Y cita una entrada al Diario de 1806, donde el autor declara que su talento depende de su capacidad de observar el detalle. Piglia señala esta cualidad sirviéndose de una metáfora pugilística que define el estilo en boxeo como lo que depende de la vista y la velocidad y lo llama “la visión instantánea”: “El Diario de Stendhal, otro ejercicio de la visión instantánea”.
Entre nos
Los diarios, los cuadernos, las autobiografías, las memorias, son géneros poco usuales en nuestra literatura. Los diarios y las memorias han sido confinados a aquellos grandes escritores que dejaban testimonio de una campaña militar. El general Paz, por ejemplo. Mansilla, en sus Estudios morales, que tiene como subtítulo Diario de mi vida y fue publicado en Buenos Aires en 1896, tiene una escritura del relato que es propia del género, aunque a veces se reduzca a una palabra; se congela en la máxima. En la literatura argentina los escritores tardaron un tiempo en apoderarse del género, que quedó como propiedad de cierta clase social aristocrática.
Si fechamos el inicio de los diarios de los que se ocupa este comentario, se puede hacer esta cronología: los Diarios de Alejandra Pizarnik comienzan en 1954, el mismo año que Abelardo Castillo; el de Piglia, en 1957, el de Bioy Casares, en 1975, y el de César Aira en 1992.
Los cuadernos abrevian el género. Son más humildes que el diario y no están sometidos a la esclavitud de escribir diariamente. Kafka se reprocha cada vez que abandona la escritura de sus Diarios y no los atiende cada día. El cuaderno puede funcionar como el doble de la obra. En los Diarios de Kafka encontramos largos fragmentos de sus obras (El desaparecido, El médico rural) intercalados en sus anotaciones.
Los cuadernos de trabajo de los escritores pueden ser o no un género de publicación póstuma. Se conocen ejemplos célebres: los Cuadernos de Flaubert, de Henry James, de Paul Valéry. La principal virtud de estos cuadernos es darle un lugar a las minucias que segrega la obra de cualquier escritor. Tanto Gombrowicz en el Diario argentino como Piglia comienzan su diario un lunes, que es el primer día de trabajo.
El Yo
Rodolfo Rabanal en La Vida escrita prefiere hablar en voz baja y se pregunta: ¿Por qué esta curiosa predilección? Su respuesta es contundente: “Se debe a que soy una persona intensamente atraída por mi yo”.
Es una respuesta posible. Pero aquel escritor apartado, llamado Rodolfo Rabanal, ¿es el mismo que publica estos cuadernos? En el tiempo transcurrido entre aquella escritura y la publicación de La vida escrita, ¿estos cuadernos son lo que el Yo del autor fue segregando, perdiendo o no, en ese recorrido de lecturas y proyectos literarios?
Alejandra Pizarnik, por lo que anota en su diario, se sitúa en las antípodas: “Esto que escribo lo he de escribir para alguien que no soy yo, puesto que yo a mí no me hablo ni me escribo ni tengo el menor interés en hacerlo”. Entonces, ¿a quién está dirigido un diario?
La extraterritorialidad
Estos fragmentos del Diario de Piglia fueron escritos en Princeton. En “El escritor argentino y su tradición”, Borges, para escapar al color local, inventa una extraterritorialidad. Aira en su Diario de la hepatitis se pierde por la Rue Rivoli en Paris. A Joyce cuando le preguntaban por qué se fue de Dublín, respondía: “Para poder escribir sobre ella”. Los Diarios de viaje de Kafka no son meras narraciones de sus excursiones sino también una manera de escapar de Praga: “La madrecita tiene sus garras”, escribió, refiriéndose a su ciudad.
La territorialidad
Para Bioy, su diario es el testimonio de un paseo por un territorio conocido y lo dispone como una conversación grata, animada por la narración de brevedades que puede construirse con frases epigramáticas, sueños, relatos cortos, y dísticos. A veces, tímidamente, lo visita una contingencia dolorosa y desgraciada como la referencia a la muerte de Cortázar. La crítica de Borges al género, -lo consideraba como falta de un argumento que con honestidad intelectual, el mismo Bioy anota en el prólogo-, le trajo dudas respecto a practicarlo. Aquí surge la figura del “primer lector” del diario que habitualmente es otro escritor, como Max Brod lo es, en el caso de Kafka, para Bioy es Borges.
El ideal de sinceridad
“Miento hasta cuando digo la verdad”, escribe en su diario Abelardo Castillo. Y agrega: “Una novela, un cuento, unas memorias, hechos exclusivamente para ser publicados, aunque parezca contradictorio, pueden llegar a ser mucho más sinceros que esto”.
Es cierto, se puede decir la verdad mintiendo. Es la misma exigencia que Gide pretendía para su diario. Castillo declara que en las cartas “renuncio a las imágenes, a las metáforas… ¿por qué? Por miedo a no parecer sincero. En las cartas se explica, pero en un diario… No parecer sincero, a quién”.
Ya sea bajo la forma de una afirmación o una negación, la sinceridad es un tópico en los diarios. Gombrowicz lo formula como una pregunta que involucra a quien está dirigido el diario y revela, a la vez, una posición contradictoria: “Escribo este diario sin ganas. Su insincera sinceridad me fatiga. ¿Si tan solo es para mí, por qué sé imprime? ¿Y si lo es para el lector por qué finjo conversar conmigo mismo? ¿Hablar con uno mismo para que lo oigan los demás?”.
El empleo del tiempo
La pregunta es inevitable: ¿cuándo un escritor concluye un diario? Habitualmente con la muerte. Gide no sabe cómo ponerle fin al suyo. La temporalidad del diario es autónoma del tiempo real, se rige por otro tiempo que es el de escribir. Algunos escritores anotan minuciosamente cuándo lo abandonan y cuándo vuelven a él. El diario se personifica como un ser querido. Se lo ama o se lo odia. Esto último sucede cuando se transforma en el testigo insoportable de la dificultad de escribir. Kafka con vergüenza confiesa escribiendo que ese día no ha escrito nada. En su Diario, Aira se refiere al tiempo que le llevó a Joyce escribir Ulises. Un tiempo enorme, eso lo horroriza. Por eso el género lo apura en una justificación y escribe inmediatamente: “Hoy trabajé bien”.
Pero el diario, como se advierte, le roba tiempo al escribir, en eso reside su temporalidad. Se lo toma y se lo deja. Un comienzo que no termina.
La descripción de una lucha
Es una función del diario registrar cada cosa. Piglia lo llama una manía de dejar todo por escrito. Los Diarios de Kafka son un ejemplo de esto último. Refiriéndose a su juventud, Piglia escribe: “Me gustan los primeros años de mi diario justamente porque allí lucho con el vacío”.
El vacío es un tópico del género. En el Diario de la hepatitis de Aira, hay una entrada donde menciona otra función del diario: está escrito para que algo de la obra se pierda pero que esa pérdida quede registrada. Se vale de una cita de Lezama Lima: “Lo expulsado por el vacío creador”, para nombrar una de las economías de la escritura del Diario: el vacío: “Digo entropía por decir algo, cualquier cosa. Estuve hojeando esa enciclopedia de cosas útiles. No sé para qué pierdo el tiempo, lo olvido todo inmediatamente”.
Lo íntimo
Lo íntimo es asimilado a lo interior pero no son asimilables entre sí. Lo íntimo queda de manera inmediata ligado al secreto y a la confesión. Es el caso de Gide, que en la continuación de su Diario, publicado con el título de La suerte está echada, confiesa veladamente sus estremecimientos ante sus inclinaciones homosexuales. En el prólogo a su Diario, Piglia declara que sería ridículo buscar un secreto en esas páginas. Abelardo Castillo opone lo íntimo a lo público: “Los diarios íntimos son una farsa. Hay en ellos una embozada ansiedad de trascender, de otro modo no se explican”.
El otro diario
Kafka escribe en sus Diarios una frase enigmática, aunque probablemente esté referida a los Diarios y anales de Goethe: “Solo aquel que lleva un diario no está en una posición falsa ante el diario del otro”. ¿El que lleva un diario solo puede leer del diario de otro? Abelardo Castillo cita el de León Bloy. Gombrowicz anota: “En casa leí el diario de Kafka”. La referencia a Kafka parece insoslayable. Leemos en los Diarios de Pizarnik: “El estilo nace de la necesidad, está en la frontera de mi cuerpo y del mundo. No obstante, ¿qué pasa par ex, con los Diarios de Kafka escritos por pura necesidad?”.
Lo póstumo
Los diarios son habitualmente una publicación póstuma. La decisión de publicarlos en vida es arrebatarle un pedazo de vida a lo que Gide decía: “escribir es poner algo a salvo de la muerte”.
Con la publicación póstuma, surgen las figuras del albacea, el editor y el heredero, que pretenden, como se dice actualmente, “establecer el texto”; con lo cual el diario, que es una práctica inestable, termina por institucionalizarse. De esta manera, el diario ocupa como documento literario un lugar dominante.
Diario argentino
El Diario argentino de Gombrowicz inicia una serie que posibilita en nuestra literatura la existencia de otros diarios. Gombrowicz le otorga una legitimidad al género situándolo del lado de lo poético. Esta filiación le arroga un derecho inclaudicable: “Este diario, a pesar de las apariencias, tiene igual derecho a la existencia que un poema”.
Gombrowicz, en el prólogo a La seducción, legitima esta poética en la subcultura, y en el mundo de los desperdicios donde nace una cierta comprometedora hermosura, su estética y su mirada extranjera lo ubican en una posición ectópica en relación a los medios literarios locales. Esa posición posibilitó que cualquier escritor pudiese escribir y publicar un diario. Sin duda, la emergencia de Gombrowicz en nuestra literatura fue un exceso. Está anotado en su Diario: “Witold Gombrowicz, estas dos palabras que llevaba sobre mí, ya realizadas. Soy. Soy en exceso”.
La autonomía del diario
El diario, ni íntimo ni de trabajo, queda excluido de la necesidad del autor y de la obra. El género tiene una autonomía, ¿pero dónde situarla? Podemos responder: en el estilo. Citemos el prólogo de Piglia: “Escribía muy bien en esa época, dicho sea de paso, mucho mejor que ahora. Tenía una convicción absoluta y el estilo no es otra cosa que una convicción absoluta”.
Para Piglia no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Pero tampoco confunde la vida con lo vivido porque no pertenecen al mismo registro de relato: “A veces, cuando lo releo, me cuesta reconocer lo que he vivido. Hay episodios que he narrado que he olvidado por completo”. ¿Y si el diario perteneciera más al territorio del olvido que al de la memoria?
¿Pero qué es la vida? Es posible que no sea lo que uno vive. Al menos, para un escritor es lo que cuenta y lo que no cuenta de ella. En el diario de Piglia, en el fragmento publicado en su Antología personal, podemos decir, parafraseando a Graham Greene, que hace mención a esa especie de vida: “Difracción. Forma que adquiere la vida al ser narrada en un diario personal. En óptica, fenómeno característico de las propiedades ondulatorias de la materia. La primera referencia a la difracción aparece en los trabajos de Leonardo da Vinci. Según su observación de la laguna del Fiori bajo el Sol del mediodía, la luz, al entrar en el agua, se extiende imprecisa y su resplandor ondula en un sistema concéntrico de anillos claros y oscuros hasta el lecho barroso. No es una ilusión óptica, es un milagro. Los días se suceden y se pierden en la claridad de la infancia y él solo alumbra apenas los recuerdos”.
Pudorosamente se puede agregar: ¿acaso hay otra descripción más bella e “imprecisa” de qué es una vida? Continúa Piglia con sus episodios: “Existen en el diario pero no en mis recuerdos”. Esta afirmación indica ya cierta autonomía del Diario. Lo escrito ya no es propiedad del autor sino del diario. El escritor ha devenido un personaje más del diario. Piglia reafirma la autonomía del Diario: “Tengo la sensación de haber vivido dos vidas. La que está escrita en el Diario y la que está fija en mis recuerdos”.
Entonces hay tres instancias: la del olvido, la de la memoria, y la vida que está escrita en el diario. De esta autonomía surge la idea de que el diario exige, pide a aquel que lo escribe, ser escrito. Esta exigencia la encontramos en Kafka, en Gide, en Gombrowicz. En Piglia hay un movimiento de inversión que modifica la perspectiva de la escritura y de la lectura del Diario. Está convencido de que si una tarde no hubiera comenzado a escribirlo, quizá nunca habría escrito nada. No escribe el Diario como paralelo a la obra sino que escribe la obra para justificar la escritura del Diario: “Por eso hablar de mí es hablar de ese Diario”. En este caso, mí no es Yo: “Todo lo que soy está ahí. Pero no hay más que palabras”.
¿Pero en qué reside el suspenso que impone el diario a la monotonía de los días? Reside en una promesa. Promete una clave de la vida o de la obra del autor, pero es solo una máscara detrás de otra. Perec decía: “Avanzo enmascarado”. Es posible que un diario progrese de la misma manera.