Relatoría del Seminario “Polarización política en Argentina: ¿fenómeno de nicho o fenómeno de masas?”, realizado en el marco del Ciclo ¿Por dónde salimos? organizado por la Escuela IDAES y la Maestría en Sociología Política. Este intercambio, del que participaron Gabriel Kessler, Eugenia Mitchelstein e Iván Schargrodsky con la coordinación de Mariana Gené y Luisina Perelmiter, fue el último de los cuatro encuentros realizados en 2021.
¿De qué hablamos cuando hablamos de polarización?
La polarización política está en boca de todos. Para lamentarla o para reforzarla, la encontramos en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las charlas familiares y en las conversaciones más casuales y aleatorias.
¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de polarización? Como muestran Gabriel Kessler y Gabriel Vommaro (2021), gran parte de la agenda académica sobre polarización se escribió en Estados Unidos, donde el escenario está dominado por dos identidades político-partidarias estables y cada vez más diferenciadas en términos ideológicos: demócratas y republicanos. ¿Cómo viaja ese concepto a América Latina y qué fenómenos permite hacer observables? ¿Cuál es la especificidad de lo que designa?
En Argentina siempre hubo peronistas y antiperonistas, pero antes no llamábamos a eso polarización. Podríamos argumentar que parte de la intensificación de esa contraposición entre dos polos comenzó a profundizarse en 2008, tras el conflicto entre el gobierno kirchnerista y las organizaciones agrarias, y que el escenario de competencia política actual entre dos grandes coaliciones termina de sellarla.
En ese sentido, según Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez (2021) la polarización es como la ley de gravedad de la política contemporánea, tiene un componente estructural y empuja a los partidos que quieran ser exitosos a asentarse en ella, sobre todo a la hora de disputar elecciones.
¿Pero cómo medimos esa polarización, más allá de constatar su presencia en los discursos públicos y en las diatribas encendidas de unos contra otros? Lejos de ser un asunto saldado, cabe preguntarse si esa polarización se juega en términos de identificaciones ideológicas claras o se construye en torno a temas precisos y en contextos específicos, y si divide a la sociedad indefectiblemente en un binomio.
¿La polarización es un fenómeno masivo o minoritario? ¿Está en las elites o en la sociedad en su conjunto?
¿La polarización es un fenómeno de nicho, de minorías intensas, o un fenómeno de masas? Al mirar diferentes encuestas, es claro que los grupos políticos moderados son numéricamente muy importantes, pero también son menos visibles y más difícil de ser escuchados. Diversos estudios muestran que la dicotomía ideológica en las elites políticas es singularmente relevante, y que lo es también en los grupos más politizados.
En cambio, en el conjunto de la sociedad podemos observar un fenómeno más matizado y heterogéneo. Algunos datos empujan a favor de la polarización, como lo es el aumento de las personas que se identifican con posiciones marcadas de derecha o de izquierda, que representa una novedad en términos históricos para Argentina. Pero otros nos ofrecen un panorama menos tajante, en el que la polarización se activa especialmente en torno a determinados temas que cobran centralidad en momentos concretos. Eso que Kessler denomina “takeoff issues”, como la legalización del aborto, genera momentos de mayor división y enfrentamiento entre los distintos polos, y un mayor repliegue en el propio círculo de consonancia cognitiva (tal como se observa en la dinámica de las redes sociales, de acuerdo con Ernesto Calvo y Natalia Aruguete [2020]). Las divergencias, sostiene Kessler, pueden organizarse en torno al conflicto económico-distributivo y al conflicto cultural-moral, pero más allá de eso, algunos consensos básicos subsisten en Argentina, en especial la preferencia por el sistema democrático y cierto acuerdo sobre la necesidad de la intervención estatal (aunque, por supuesto, su nivel y su intensidad sean asunto de controversia).
La polarización hacia la derecha es más prolífica y diversa
Una de las grandes novedades para atender en las dinámicas de polarización política que tienen lugar en toda la región, y en Argentina en particular, es el crecimiento y la diversificación de las derechas.
Por un lado, en nuestro país los grupos de derecha comienzan a nutrirse de jóvenes que nacieron después de terminada la dictadura y para quienes identificarse con la derecha ya no es un tabú (ni equivale a defender el autoritarismo). Por el otro, la derecha muestra expresiones muy heterogéneas, habilitando distintas combinaciones de posicionamientos en el plano económico-distributivo y cultural-moral.
Hay grupos que son liberales en lo económico y en lo cultural, otros que son liberales en lo económico pero conservadores en términos morales y culturales, otros que son conservadores económicos y liberales culturales, etc. El progresismo, en cambio, se muestra como un bloque más homogéneo, tanto en sus posicionamientos sociales como económicos. Esto nos habla de la importancia de no estereotipar a la derecha y de los mayores esfuerzos investigativos que son necesarios para comprender sus arraigos y sus alcances. Y quizá también de los desafíos del progresismo para reinventarse y captar la diversidad de temas y demandas que anidan en las sociedades actuales.
La polarización política organiza el trabajo periodístico
La polarización del espacio público condiciona fuertemente el trabajo de las y los periodistas de la política. La lógica de mercado en la organización de la producción y consumo de noticias supone aceptar que “los medios” son un escenario que refracta, en alguna medida, los términos de los debates que ciertos públicos aceptan y desean escuchar. Así, las estrategias para captar y retener ciertos públicos parecerían conducir a la reproducción de la polarización política. Pero ésta, a su vez, es efecto de esas estrategias.
La comunicación política está fuertemente marcada por esta circularidad, una suerte de jaula de hierro donde parecería no haber escape a la reducción binaria de las posiciones y los debates. Si el rating baja cuando se entrevista a alguien del “bando contrario” al del público de cierto programa o canal de noticias, si las minorías intensas se molestan cuando advierten que una línea editorial supuestamente “afín” es “tibia”, ¿de qué modo y con qué recursos prácticos el periodismo político puede contribuir a la consideración de los matices y los claroscuros? Y aún si lo hace, ¿qué efectos podemos esperar?
Así como la “avenida del medio” parece ser inconducente en términos electorales, tampoco resultaría prolífica en la industria mediática de gran escala. Sin embargo, así como se les pide a los políticos que no gobiernen o hagan campaña sólo mirando encuestas (porque les puede ir mal), también sería factible echar un manto de duda sobre los dispositivos de medición que certifican el éxito mediático, sugiere Iván Schargrodsky. ¿En qué medida las métricas del minuto a minuto y el rating son indicadores confiables de las preferencias sociales? Más allá de eso, argumenta Schargrodsky a partir de su experiencia, no se puede apelar a la “responsabilidad” periodística sin asumir que estos tienen muy poco margen para eludir la polarización que está en la sociedad o, más precisamente, en el lenguaje de las dirigencias políticas. Los medios performan la grieta porque acompañan a su audiencia.
La polarización política funciona como un supuesto en la lectura de noticias
La polarización política condiciona también el modo en que los públicos interpretan las noticias. Como apunta Eugenia Mitchelstein, en base a una investigación, la idea de que el espacio público está polarizado genera una matriz de interpretación acorde, desde la cual es muy difícil creer que hay posibilidades de dirimir la veracidad de ciertos acontecimientos. “Cada canal de noticias, cada diario o revista dirá lo que sus públicos quieran escuchar”, parece una idea que también recorre a los consumidores de noticias. Esto produce un distanciamiento cínico respecto del propio espacio público: “los medios dicen cosas tan distintas que no sabemos en quién confiar”.
En el extremo, parecería que el a priori de la lectura de noticias es la “fake news”. La idea de que las noticias mismas están polarizadas genera desconfianza, lo cual puede ser un escudo para la desinformación pero también para cualquier piso común desde el cual reconocer al adversario y a la argumentación como una estrategia plausible en la intervención pública. En ese sentido, sostiene Mitchelstein, esta lectura “polarizante” de noticias va horadando las condiciones del intercambio democrático.
¿Un obstáculo o un atajo para la representación política?
Todavía cabe preguntarse: ¿en qué medida la polarización es productiva para la práctica política? Desde el punto de vista de la competencia electoral, sobre todo en tiempos de crisis, es posible pensar que facilita el trabajo de generación de discursos, de simplificaciones que abroquelan personas en torno a malestares y hacen legibles a los grupos sociales. La polarización se asienta en la vitalidad de los extremos y los colores plenos, capaces de ofrecer explicaciones fáciles y chivos expiatorios para problemas complejos.
Sin embargo, la polarización política no necesariamente conduce a la producción simplificada de opciones electorales. Como señalan Gabriel Kessler y Gabriel Vommaro, no siempre refiere a la totalidad social, sino que está segmentada por temas o issues. En ese sentido, describiría más una lógica binaria de los debates que una división del campo político en dos. En cualquier caso, una vez que las elecciones se ganan, los problemas siguen ahí y requieren consensos mínimos.
En países democráticos, la dinámica de gobierno exige acuerdos y negociaciones, un trabajo artesanal donde las posiciones extremas e irreductibles en general no prosperan. Gobernar requiere, muchas veces, contar con los adversarios. Si los discursos polarizantes se traducen en decisiones incapaces de advertir matices; si el modus operandi de los vínculos políticos en la trastienda de las instituciones es polarizado, el resultado puede ser la parálisis El costo lo paga la sociedad.
Para seguir profundizando
Calvo, Ernesto y Natalia Aruguete (2020), Fake news, trolls y otros encantos. Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales. Buenos Aires, Siglo XXI.
Kessler, Gabriel y Gabriel Vommaro (2021), Polarización, consensos y política en la sociedad argentina reciente. Buenos Aires, Documento de trabajo, Fundar, disponible en: https://www.fund.ar/publicacion/polarizacion-consensos-y-politica-en-la-sociedad-argentina-reciente/
Boczkowski, Pablo y Eugenia Mitchelstein (2015) La brecha de las noticias: La divergencia entre las preferencias de los medios y el público. Buenos Aires, Ediciones Manatial.
Quevedo, Luis Alberto e Ignacio Ramírez (2021), Polarizados. ¿Por qué preferimos la grieta? (aunque digamos lo contrario). Buenos Aires, Capital Intelectual.