Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años ahogado en una playa turca, entró en la historia. En la historia mediática, en la historia de la fotografía, en la historia de las migraciones, en la historia del fotoperiodismo. Tuvo que perder la vida para hacerlo.
Gracias a la existencia de la foto sabemos más de la vida del niño, de su hermano Galip y de su mamá Rehan que se ahogaron junto a él. Conocimos a su padre, Abdullah que logró sobrevivir. Escuchamos la voz de la fotógrafa, Nilufer Demir y lo que sintió al tomar esa imagen. Es probable que a partir de ahora conozcamos más sobre Siria y su guerra, que leamos datos cuantitativos de las muertes, de los cientos de miles de desplazados, refugiados, expulsados. Que sepamos más sobre el por qué de ese conflicto.
Dejo para historiadores y expertos internacionales hablar de la guerra en sí y del drama migratorio (o sea dejo de lado lo más importante), pero de eso no sé así que voy a hablar apenas un poco de la foto, de su circulación, de su impacto. De esta imagen extraordinariamente poderosa. ¿Qué es lo que le otorga ese poder? ¿Qué la diferencia de tantas otras que nos conmueven, nos indignan, nos movilizan? ¿Qué la transformó de un día para otro en un símbolo de la tragedia migratoria? Hay cientos de fotos que circulan y circularon sobre el mismo drama ¿Qué hay en su contenido y en su forma que la distingue de tantas otras?
La foto es desgarradora pero no es sangrienta, ni ofensiva, ni violenta. No muestra la guerra directamente, sino solo una de sus infinitas consecuencias. Con nombre y apellido, con rostro e identidad, le pone humanidad a datos que por si solos, en su terrible magnitud no logran comunicar de la misma manera la tragedia. Ya hay más de 11.000 niños muertos por la guerra en Siria (cientos de miles de desplazados, muertos, refugiados en campos). Pero una sola foto llevó el conflicto a las primeras planas mundiales. El cuerpo del niño frente al mar. Su fragilidad frente a lo inconmensurable. La muerte en el lugar en donde no debería estar. La remera roja, torcida, el pantalón azul marino, el color del mar, sus zapatillas de neopreno. Uno imagina a la mamá eligiendo el mejor calzado para su hijo. Es la imagen de la inocencia frente a lo devastador. La posición en la que el mar lo devuelve nos atraviesa. Aylan está como dormido en una cuna. Su cara, en la arena húmeda. Los brazos hacia atrás. En la orilla, donde las olas lo siguen mojando. Un nene de tres años solo en la orilla. El mar parece haberlo dejado allí como prueba, denuncia. Todos los madres y padres hemos visto acurrucarse a nuestros hijos en esa posición.
Pero no es una imagen sensacionalista: parte de su fuerza radica en que se puede mirar. Verla produce un dolor inmenso pero no nos hace apartar la mirada. Produce dolor, compasión y empatía.
Hay otras imágenes tomadas por la fotógrafa de la misma situación en las que se ve al policía que recoge al niño muerto. Con guantes de látex el funcionario alza el cuerpo. Una de las tiras de su zapatilla está suelta y su ropa mojada. El policía toma nota, lo transporta: ¿Qué representa esa otra presencia? ¿Burocracia, sensibilidad, desasosiego, impotencia? Muchos medios eligieron publicar esta otra imagen.
Otras fotos claves de la historia como la obtenida por Nick Ut de la niña vietnamita quemada con napalm en 1972 o incluso la de Kevin Carter, del niño y el buitre tomada en Sudán 1994 no tuvieron este despliegue inmediato, totalizador, mundial. Por entonces las redes sociales no existían o no tenían aún el alcance y despliegue de hoy. Pero esas otras imágenes hablan de mundos más lejanos y distantes para Occidente. En este caso no hay un lejano lugar de Asia barrido por napalm o una aldea africana arrasada por la hambruna. La playa de Turquía podría ser una playa cualquiera y el niño bien vestido no es asiático ni negro. “Pensé en mi hijo” señalaron periodistas, editorialistas, fotógrafos y hasta el policía que recogió al niño. El egoísmo como forma de entender el lugar del otro.
Al mismo tiempo, la fotografía pone nombre y apellido a una tragedia familiar pero también actúa como figura alegórica. La imagen, en la que no se ve el rostro del niño, puede ser la de cualquier niño en cualquier playa. Su acusación es por lo tanto genérica y denuncia a la política europea en materia de refugiados en su conjunto.
Podríamos pensar también que fue la imagen que 'rebasó el vaso'. La foto no llegó de manera aislada, la vimos después de haber visto decenas, centenares de imágenes terribles de las balsas de emigrantes que vienen de África, de los miles que se ahogaron en el Mediterráneo. En ese sentido se puede decir que no es que la foto despertó una repentina conciencia mundial sobre el drama de las migraciones, sino por el contrario, que la foto se asentó en una condena moral extendida y pre-existente, sobre la inacción de los gobiernos (culpables a su vez de haber desencadenado las tragedias) que dejan morir seres humanos ahogados como si fueran accidentes naturales. Y de hecho empujó a silenciar o a retrotraer -por lo menos en lo inmediato- posturas reaccionarias y xenófobas contrarias a recibir inmigrantes.
La mejor tradición de la fotografía humanista y documental volvió a escena a partir de esta imagen. Volvimos a preguntarnos interrogantes que fueron usuales en el período de entreguerras o durante la guerra de Vietnam: ¿para qué sirve la fotografía periodística? ¿Cuál es el deber de los fotógrafos? ¿Cuál es su límite? Los medios de comunicación construyeron a lo largo de su historia otras imágenes-íconos que lograron denunciar el hambre, las guerras, las injusticias. Muchos reporteros gráficos eligieron este oficio pensando en ideales de justicia, en un camino para mostrar el mundo 'tal cual es', como una forma de contribuir a mejorarlo. Pero hasta ayer nomás el debate que atravesaba el fotoperiodismo era si sobreviviría a una crisis existencial o no, con planteles de fotógrafos de diario reducidos al mínimo, usos expandidos en la prensa de fotografías tomadas por aficionados con sus celulares, de agencias independientes desaparecidas. El fotoperiodismo afronta severos desafíos de mercado, periodísticos y tecnológicos. Tal vez este caso tenga también repercusiones colaterales en ese sentido para demostrar que no está muerto como muchos auguraban.
La foto provocó innumerables repercusiones mediáticas y en las redes sociales. Posibilitó que se reaviven debates de ética periodística: ¿Se debía publicar? ¿Cuál era la más conveniente para mostrar? ¿Las que mostraban solo al pequeño sobre la playa o las que retrataban al policía que se llevaba el cuerpo ya sin vida? Estos debates se multiplicaron también en los muros de Facebook. Los argumentos a grandes rasgos se dividían en dos: no se debía publicar la imagen por su crudeza, para no utilizar sensacionalmente la muerte del niño, porque su reiteración provocaría insensibilidad o, por el contrario, había que publicarla porque los medios tienen que “reflejar lo que sucede”, porque la foto podría contribuir al debate sobre la magnitud del drama humanitario, despertar conciencia, movilizar y en el mejor de los casos ser un aporte para que algo cambie. Los medios optaron por uno u otro de estos argumentos pero en este caso sucedió algo más. La foto que produjo un impacto en la opinión pública mundial impulsó a que muchos medios visibilizaran (o simularan visibilizar) los debates que suscitó el armado de sus primeras planas y a explicar el porqué de su publicación. Muchos periódicos en el mundo entero dieron cuenta de la discusión que se produjo en sus redacciones e hicieron públicos los motivos de la decisión tomada.
Para dar algunos ejemplos: el diario El Mundo de España publicó un video que muestra la reunión editorial en la que se decidía la tapa. El título era “Así se debatió” y sin embargo, lo que se veía en el mismo era un montón de gente de acuerdo: de acuerdo en que los filmaran en una reunión de edición (en ningún diario ni revista se filman las reuniones de edición) y de acuerdo en simular que se estaba decidiendo algo que ya se había decidido antes (como lo dice Virginia P. Alonso, adjunta del director, al final del video: esa foto ya se había publicado en la versión online del diario esa mañana).
Con una normalidad que roza lo impúdico, el director de Arte de El Mundo, Rodrigo Sánchez, comentó: “Puede ser el hijo de cualquiera de nosotros porque no está disfrazado de ninguna etnia rara. Está totalmente occidentalizado: un niño con unos shorts, una camiseta, pelo corto. Podría ser el hijo de cualquiera, de cualquier europeo”. La discriminación es explícita: no se preocupa en ocultarla. La foto sólo es mercancía. Si no fuera un niño occidentalizado, ¿nos conmovería menos?
Luego, como si no estuviera en la reunión de un diario que al día siguiente publicará noticias en una acotada cantidad de páginas, el director adjunto del diario Agustín Pery dijo en una declaración antológica que debería quedar inscripta en una placa a la entrada de la redaccción: “Yo creo que a la realidad no hay que editarla”.
El diario inglés The Independent señaló que publicaban estas imágenes “porque, entre las palabras a menudo simplistas acerca de la 'crisis migratoria actual', es muy fácil olvidar la realidad de la situación desesperada que enfrentan muchos refugiados". En el periódico alemán Bild se escribió: "Nosotros no soportamos estas imágenes que se han hecho habituales, pero queremos, tenemos que mostrarlas para documentar el histórico fracaso de nuestra civilización en esta crisis de refugiados". El director del diario La Stampa de Italia, Mario Calabresi, escribió: "¿Se puede publicar la foto de un niño muerto en la primera página de un diario? ¿De un niño que parece dormir como si fuera uno de nuestros hijos o nietos? Hasta ahora mi respuesta ha sido 'no'; pero ahora, por primera vez, he pensado que esconder esta imagen significaba mirar hacia otro lado, disimular como si nunca hubiese ocurrido, y tomarnos el pelo para garantizarnos otro día de tranquila ignorancia". Muchos contaron el proceso que lo llevó a elegir una u otra de las imágenes disponibles. El diario ABC de España decidió no publicarla en tapa: la sacó en la página dos “porque podía herir la sensibilidad de los lectores”.
La pregunta clave es: ¿Puede esta imagen servir para cambiar algo de la crisis migratoria? ¿Podrá impedir que otros niños se ahoguen? ¿Puede mejorar la vida de los miles de expulsados por la fuerza de sus hogares? ¿Puede una foto cambiar la actitud de los gobiernos frente a los migrantes? Algo de lo que produce la indignación de la opinión pública mundial indignada generó algunas reacciones. La canciller alemana Ángela Merkel y el presidente francés François Hollande se reunieron para revisar (o por lo menos para declarar que revisarían) sus políticas migratorias y distintos gobiernos anunciaron que recibirán “refugiados” (la sola nominación del término ya estigmatiza).
Por supuesto que no es a la imagen a quien hay pedirle estos cambios. Pero justamente lo que la fotografía demuestra es el poder que aún tiene cuando es reproducida miles de veces en distintos soportes para producir hechos, para ser un “acontecimiento visual” en términos de Didi-Huberman. La foto despierta compasión, en algunos casos deseo de involucrarse más, de saber más, de expresar indignación (aunque sea a través de comentarios en las redes sociales), de transformar el dolor en creatividad. Cientos de dibujantes, fotógrafos, escritores, poetas, periodistas produjeron algo a partir de lo que les provocó la imagen. Un despliegue de creatividad estalló en las redes.
Hay mucho para seguir estudiando al respecto. Por su parte los grandes medios seguirán haciendo lo que hacen. Los sensacionalistas seguirán publicando fotos impactantes y como en este caso se cubrirán de un supuesto humanismo 'sin fines de lucro'. Otros aportarán a la reflexión, al debate, al conocimiento. Lo mismo va a suceder con quienes miramos las fotos. Los xenófobos lo seguirán siendo y los que nos conmovemos ante los dramas de la humanidad nos seguiremos conmoviendo. No es la foto lo que cambiará eso. Pero si hay algo que la imagen provocó, es que la muerte del niño no quedó relegada a ser tragedia individual. Tuvo un destino mediático y una repercusión planetaria.