Ensayo

¿Una iglesia conservadora después de Francisco?


El último hombre bueno

Hace 12 años, cuando Jorge Bergoglio fue elegido jefe máximo de la Iglesia Católica, el Vaticano atravesaba una crisis institucional sin precedentes: escándalos de abuso, fuga de documentos secretos, desconfianza interna y erosión de la fe, especialmente en América Latina. La mayoría de los analistas pensaba que con Francisco poco o nada cambiaría. Contra todo pronóstico, su papado lleva más de una década de transformaciones. El argentino abrió las puertas a los más necesitados, promovió una Iglesia inclusiva y la misericordia fue su faro. Su salud hoy desvela a quienes celebran la agenda reformista y a quienes acechan para volver atrás.

Cuando Bergoglio se asomó a la plaza San Pedro, en el 2013, pocos imaginaban que su papado duraría más de una década. Buena parte de los analistas creían que Francisco podría hacer poco por revertir la crisis profunda que atravesaban el papado y la Iglesia desde los últimos años de Juan Pablo II. La multiplicación de los casos de abuso, el descenso de los fieles en América Latina, las filtraciones a la prensa (los Vatileaks) y las sospechas de corrupción en el Banco Vaticano habían puesto al papado de Benedicto XVI contra las cuerdas. Su renuncia fue un grito desesperado, pero también una decisión audaz que permitió el inicio de un proceso reformista. Contra los pronósticos iniciales ese proceso logró posicionar al catolicismo en un lugar relevante frente a los desafíos sociales y políticos del siglo XXI.

En estos doce años Francisco encabezó numerosos cambios. Llevó adelante una actualización de la doctrina social católica atendiendo al “cuidado de la casa común” y denunciando el escandaloso crecimiento de la desigualdad social. Puso en marcha un proceso general de debate y discernimiento sobre la propia Iglesia -el Sínodo de la Sinodalidad- cuyas conclusiones se alcanzaron en el 2024. En el plano de la política internacional, sus viajes y frecuentes entrevistas contribuyeron a fortalecer al papado como uno de los principales representantes de un “nuevo” humanismo dirigido a moderar el impacto de las derechas radicales en auge en parte de Europa y América

Contra los pronósticos iniciales Francisco logró posicionar al catolicismo en un lugar relevante frente a los desafíos sociales y políticos del siglo XXI.

Sin embargo, el cambio más audaz y desafiante lo propuso en la propia definición de Iglesia. Como atestiguan las resistencias generadas en el ala tradicionalista y en los grupos conservadores, la Iglesia de “puertas abiertas” que defiende Francisco resulta muy difícil de tolerar para estos sectores. El argumento de Francisco es sencillo: a la luz del Evangelio nadie puede cerrarle la puerta a nadie. Esta posición enfurece a los sectores conservadores, que, por el contrario, quisieran hacer de la Iglesia un club exclusivo y amurallado, con pocos accesos e infinidad de acreditaciones y condiciones morales. Una Iglesia siempre presta a levantar el dedo en sentido acusatorio. Desde su perspectiva teológica Francisco subraya que la Iglesia no es algo que Dios necesite. Cristo no la instituye para ser adorado ni para juzgar, sino para ayudar a los hombres y las mujeres a atravesar su vida terrenal, donde empieza el Reino de los Cielos. Como amplía en su última encíclica sobre el culto al Sagrado Corazón, Dilexit nos, para los cristianos el sentido de la vida es el amor. Allí dice: “Hoy todo se compra y se paga […] Sólo nos urge acumular, consumir y distraernos […] El amor de Cristo está fuera de ese engranaje perverso […] Él es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente. La Iglesia también lo necesita, para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos […] fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades.” 

La palabra clave que mejor resume su visión de la Iglesia -y en cierto modo todo su papado- es el neologismo creado por él: “Ser Iglesia es misericordiar”.

Misericordiar según Francisco

1. En el 2018 se hizo viral la conversación entre Francisco y un niño de diez años llamado Emanuel. En el video que circuló ampliamente en las redes sociales Emanuel no se anima a preguntar en público al pontífice. Francisco, entonces, le dice que se acerque y le hable al oído. El niño, titubeante, se acerca y le comenta algo inaudible. En ese momento el clima es distendido. Los colaboradores de Francisco sonríen. A Francisco, por el contrario, se lo ve serio, compungido, sensibilizado por lo que acaba de escuchar. Francisco explica que le ha pedido permiso a Emanuel para contar al resto de los presentes su pregunta. Así, nos enteramos de que el papá del niño ha muerto recientemente y Emanuel quiere saber si está en el cielo a pesar de ser ateo. Teme que Dios no lo deje disfrutar de la vida eterna. Francisco habla despacio, sus palabras y gestos traslucen que entiende el dolor del niño. “Qué bonito que un hijo diga que su papá era bueno”, dice con afecto y da a entender que ese es, ya, en sí mismo, un veredicto casi inapelable para Dios. “Si ese hombre ha sido capaz de tener hijos así, es verdad que era un gran hombre", argumenta. Luego explica que, aunque "no tenía el don de la fe, no era creyente, hizo bautizar a los hijos", le dice a Emanuel: "Quien dice quién va al cielo es Dios" y pregunta al público: “¿Dios abandona a sus hijos cuando son buenos?". El público dice que "no". Francisco les pide que lo griten y luego dice: "Bueno, Emanuel, esta es la respuesta. Dios seguramente estaba orgulloso de tu papá, porque, además, es más fácil que, siendo creyente, se bautice a los hijos que siendo no creyente […] Y seguramente esto a Dios le ha gustado mucho". El mensaje es claro: Dios no abandona a quienes aman y son amados, no importan sus faltas ni lo que digan otros hombres, incluidos los representantes más importantes de la Iglesia. En la ocasión concluye: “Habla con tu papá, reza a tu papá. Gracias Emanuel por tu valentía”.

La palabra clave que mejor resume su visión de la Iglesia -y en cierto modo todo su papado- es misericordia.

2. En 2021, Francisco envió una carta de puño y letra al sacerdote norteamericano James Martin, conocido por su labor pastoral con la comunidad LGBT, fuertemente resistido por los sectores conservadores. En canales de streaming de esa orientación se lo califica directamente de “charlatán”, “hereje”. En la carta, Francisco escribe: "El estilo de Dios tiene tres rasgos: cercanía, compasión y ternura. Esta es la forma en que se acerca a cada uno de nosotros. Pensando en tu trabajo pastoral, veo que continuamente buscás imitar este estilo de Dios. Sos un sacerdote para todos y todas, como Dios es Padre de todos y de todas. Rezo por vos para que sigas así, siendo cercano, compasivo y con mucha ternura". En la carta, además, Francisco señala que también reza por su comunidad. "Rezo por tus fieles” y “por todos aquellos que el Señor ha puesto a tu lado para que los cuides, los protejas y los hagas crecer en el amor de nuestro Señor Jesucristo"."Por favor no te olvides de rezar por mí. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide", concluye Francisco. Como en la escena anterior, Francisco no repite leyes o normas sino que “discierne” sobre la realidad. La lógica que ensaya no es contable. Su propósito no es colocar en el debe o en el haber los supuestos pecados de la grey, sino recordar el mensaje central de los Evangelios: Dios ama a todos los hombres y mujeres.

3. Durante ese mismo año 2021, durante la Jornada Mundial de los Pobres, en Asís, Italia, Francisco escuchó varios testimonios de personas en situación de pobreza y marginalidad. Entre ellos, sobresale el testimonio de Sebastián, un joven que  después de salir de la cárcel por tráfico de drogas vivió en la calle. Sebastián narra su sufrimiento, su tristeza y desesperación, pero también la esperanza que encontró en el descubrimiento de la fe.  Francisco, visiblemente afectado por las palabras del hombre,  le estrecha las manos y señala luego que “ya es hora de que los pobres vuelvan a tener la palabra, porque durante demasiado tiempo sus demandas no han sido escuchadas. Es hora de que se abran los ojos para ver el estado de desigualdad en el que viven tantas familias. […] Es hora de volver a escandalizarse ante la realidad de los niños hambrientos, esclavizados, náufragos, víctimas inocentes de todo tipo de violencia. Es hora de que la violencia contra las mujeres se detenga y de que se las respete y no se las trate como mercancías. Es hora de romper el círculo de la indiferencia y descubrir la belleza del encuentro y del diálogo”.

Francisco no repite leyes o normas sino que “discierne” sobre la realidad.

4. En 2023, luego de una fuerte bronquitis que lo tuvo internado. A la salida del Policlínico Agostino Gemelli en Roma -el mismo en el que actualmente está convaleciente-, Francisco hizo detener su auto para consolar a una pareja cuya hija había fallecido recientemente. Francisco, todavía visiblemente debilitado, sale del auto lentamente y abraza a la madre, que deja recostar su cabeza en él. También le da la mano al padre de la niña que se acerca algo más dubitativo envuelto en lágrimas. Su rostro transmite un dolor profundo, muy hondo, algo más contenido, tal vez, pero justamente por eso, quizás, absolutamente inconmensurable. El papa se queda con ellos, pregunta el nombre de la niña y reza una oración para luego darles la bendición. ¿Eran los padres católicos? Es probable que sí, entre otras cosas porque el padre le cuenta que en 2019 la niña lo había conocido durante una de las visitas del papa al Casal Bertone, uno de los barrios populares de Roma y destino habitual del pontífice. Francisco en ningún momento pregunta por la fe de los padres, ni siquiera tiene en cuenta la cuestión. Ante el dolor y el sufrimiento, parece decir Francisco, la Iglesia no está para pedir cédulas de identidad ni exigir ningún carnet con la cuota al día.

5. En 2024, a pesar de su salud deteriorada,  Francisco se desplazó el jueves santo a una cárcel en Roma donde desde su silla de ruedas lavó y besó los pies de doce mujeres presas. El gesto supuso romper la tradición ya que, si bien había lavado los pies de musulmanes y mujeres en varias oportunidades, era la primera vez que lo hacía exclusivamente con mujeres. Toda una definición en medio del Sínodo de la Sinodalidad, uno de cuyos grandes temas de debate fue el diaconado femenino. Varias de las mujeres, visiblemente emocionadas, rompen en llanto. Francisco las mira, sonríe, y declara que Dios no se cansa de perdonar y que se puede volver a empezar tantas veces como uno quiera.   

Una Iglesia para “todos, todos, todos”

Las imágenes de la Iglesia de puertas abiertas de Francisco se multiplican al infinito. En 2019, por ejemplo, viajó a Canadá donde pidió perdón por el apoyo brindado por la Iglesia a la política de exterminio cultural del Estado canadiense con sus pueblos originarios. Francisco lució incluso un sombrero obsequiado por las comunidades indígenas y participó de una ceremonia interreligiosa. Este gesto, como otros durante sus viajes en América Latina, le valió la acusación de “herejía”, “sacrilegio” y “paganismo”. Francisco evita responder a los ataques, pero explica que, en sintonía con el Concilio Vaticano II, hay diferentes formas de llegar a Dios y subraya que Jesús no pregona el integrismo y la violencia sino la fraternidad y el amor.

Durante 2023, en su visita a Portugal en la Jornada de la juventud dio, probablemente, una de sus definiciones más claras de lo que entiende por Iglesia de puertas abiertas. Allí afirmó sin medias tintas: “Amigos, quisiera ser claro con ustedes, que son alérgicos a la falsedad y a las palabras vacías: en la Iglesia hay espacio para todos, para todos. En la Iglesia ninguno sobra, ningún está de más, hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso, Jesús lo dice claramente cuando manda a los apóstoles a llamar al banquete de ese Señor que lo había preparado. Dice: vayan y traigan a todos: jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores. Todos. Todos. Todos. En la Iglesia hay lugar para todos. Padre, pero hoy soy un desgraciado, soy una desgraciada ¿hay lugar para mí? Hay lugar para todos. […] El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos; es curioso, el Señor no sabe hacer eso (señalar con el dedo), sino que hace esto. Nos abraza a todos. Nos lo muestra Jesús en la cruz, que tanto abrió sus brazos para ser crucificado y morir por nosotros. Él nunca cierra la puerta, nunca […] Jesús recibe, Jesús acoge. […] Dios te ama; Dios te llama”.

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Al interior de la Iglesia las tensiones crecen. Para los grupos tradicionalistas, Francisco es resultado de la expansión del virus modernista. Según el sacerdote norteamericano Charles Murr, Francisco ha exacerbado el relativismo teológico. En la misma sintonía, para el arzobispo emérito de Hong Kong, el cardenal Zen, las cosas son aún más catastróficas. En su opinión, que más de noventa “no obispos” -entre ellos 34 mujeres- hayan participado del Sínodo demuestra “que el objetivo” del papa “es derrocar la jerarquía de la Iglesia e introducir un sistema democrático”.  Para Zen, los cambios que alienta Francisco son “aterradores”: si tiene éxito, desde su perspectiva, supondría el fin del catolicismo. Cardenales como Robert Sarah de Guinea o Raymond Burke de EEUU comparten esta mirada. 

Ante el dolor y el sufrimiento, parece decir Francisco, la Iglesia no está para pedir cédulas de identidad ni exigir ningún carnet con la cuota al día.

Desde la vereda de enfrente, los sectores más progresistas, como los de la vía sinodal alemana, consideran que se ha hecho demasiado poco. Francisco habló mucho y dejó muchos gestos valorables pero no pudo avanzar suficientemente con las reformas necesarias. Para el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el cardenal Georg Bältzing, Francisco debería acelerar el ritmo de los cambios. 

En el medio, teólogos como Víctor Fernández y Emilce Cuda evalúan estas posturas como demasiado extremas y subrayan, por el contrario, la capacidad del papa para fortalecer la cultura de diálogo y apertura dentro de la Iglesia. Para ellos, como para el propio Francisco, esto es más importante que los cambios en concreto que se hayan alcanzado, porque una actitud de escucha y diálogo dentro de la Iglesia, desde abajo hacia arriba, asegura que las reformas continúen debatiéndose en el futuro. Un enfoque que recuerda la interpretación del pontífice sobre el Concilio Vaticano II. En este punto, sus adversarios le dan la razón. Para conservadores como Murr, esta es precisamente la definición más peligrosa de su papado -mucho más que la de un programa progresista propiamente dicho- porque llena de historia la vida de la Iglesia y la concibe en una dialéctica permanente con el tiempo y la cultura.

A finales de 2024, en una entrevista en Santa Marta, la periodista Bernarda Llorente le preguntó a Francisco cómo imaginaba que iba a ser recordado. Francisco responde haciendo un rodeo y aprovecha para insistir, una vez más, en su concepción abierta de la Iglesia: “cuando estoy en la intimidad, me digo una verdad a mí mismo, que soy un pobre desgraciado al que Dios le tuvo mucha misericordia… así, con esta verdad, creo que puedo ser recordado muy bien. La misericordia de Dios es genial”.