Testimonios Emilia Erbetta
Video: Martín Kraut
Antes un amigo te aclaraba: “No entiendo nada de arte, pero…” y te describía su emoción al recorrer instintivamente los pasillos del MET, en Nueva York. Hoy, con esa misma extrañeza, muchos argentinos dicen: “No entiendo nada de economía, pero...” y así comienza a circular entre conocidos, parientes y compañeros de trabajo la jerga financiera. Como una contraseña, como quien comparte un chaleco antibalas se escucha hablar de Lebacs, dollar-linked, swap, inversiones.
Este #SuperMartes será clave para definir el programa económico a mediano plazo, según subrayan los analistas que también aclaran que el panorama -incluso Lebacs mediante- no es tan calamitoso como el de diciembre de 2001. Hay que controlar los frenos de la memoria, dicen, “porque en aquel momento había una crisis mucho mayor a una corrida cambiaria, era una crisis económica, bancaria, gubernamental y de representación política. El otro gran cambio -continúa Martín Alfie, magíster en Finanzas por la UTDT- es que la digitalización transformó también la cara de las finanzas: podés comprar dólares desde el celular.”
Por eso ni el tarifazo ni la corrida cambiaria ni la expectativa por el vencimiento de las Letras del Banco Central cubren de negro ni llenan de ahorristas furiosos el microcentro porteño. Todo parece tranquilo en el corazón financiero de la Argentina. Calma chicha por Florida, Reconquista, Cinco Esquinas, Diagonal. En las casas de cambio apenas si hay cinco, seis personas haciendo cola. Algunos camiones blindados esperan frente a los bancos. Las bicicletas amarillas esquivan peatones. Los arbolitos vocean sus precios. Los turistas, sin prisa. Los vendedores ambulantes exprimen su ingenio y despliegan pañuelos del aborto por cien pesos. Las publicidades de los créditos se esfuerzan en transmitir confianza para que tengamos eso que siempre quisimos: la casa, el auto, el viaje, el mejor cochecito de bebé, la chaqueta de cuero, el iPhone. Y también para poder pagar lo que necesitamos: la prótesis dental, la membrana para que no se les llueva la casa a los viejos, el viaje de estudio de séptimo grado, una cocina nueva porque la de siempre pierde gas.
Desde de diciembre de 2017 hasta hoy, la devaluación supera el 27%. Desde diciembre de 2015, llega al 150% ya que Cambiemos asumió con un dólar a $9,785. Las consecuencias económicas y sociales de esta devaluación encontraron como respuesta más ajuste, en parte solicitados por la letra chica del préstamos del FMI.
Ni bancos cubiertos de chapa acanalada ni “ahorristas y artesanos tomados de la mano”. ¿No era que a la clase media lo único que la despierta es que le toquen el bolsillo? Entre los amigos que trabajan en el sector financiero se cuentan que en estas semanas se quedan hasta tarde en la oficina para terminar los trámites burocráticos de las operaciones urgentes: los pequeños ahorristas que pasan todo a dólares porque les resulta imposible confiar en el sistema, los peces gordos que están haciendo fortunas desde hace 15 días.
“Quizás leemos que no hay reacción pero esa reacción está ocurriendo. Hay un movimiento fuertísimo que no se ve en la calle pero sucede en las oficinas donde se operan los negocios financieros -dice Matías Kulfas, economista, docente en la UNSAM, ex Gerente General del BCRA-. Como consecuencia de esta renovación de Lebacs lo más probable es que haya un salto significativo en los intereses, y esto encarece también el crédito de consumo, el hipotecario. La persona que está en proceso de compra de una vivienda ve ese efecto hoy. Para los demás el coletazo también va a llegar: en un mes sí vamos a ver cómo estos problemas se trasladan con rezago a la economía real, a la vida cotidiana de la gente. El coletazo generará menor capacidad de consumo, caída de ventas en comercios e industrias, y así se genera un círculo negativo en la actividad económica. A mucha gente los ingresos ya no les van a alcanzar para comprar los bienes que necesitan, y tendrán que hacer un ajuste dentro de sus hogares.”
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Aquel diciembre de 2001 tuvo muchas escenas tan inolvidables como traumáticas. Una anécdota: la generación de pibes de clase media que se quedaron sin regalito en el árbol de navidad. Ellos son hijos de esa crisis, testigos del trauma familiar que tiene por piezas de la misma escena a los bancos, al helicóptero presidencial como la sombra del Demogorgon, a las llaves de su casa repiqueteando para no ser entregadas, a la cacerola abollada a golpes de cucharón, a los Reyes Magos declarados en quiebra. Esa generación entonces tenía, como mucho, 20 años. Vieron la caída de De la Rúa con el buzo de egresados puesto. Aprendieron a gestionar sus primeros sueldos en un país con inflación crónica. Ahora la viven: la crisis ya no es algo que les pasa a sus padres.
- Yo pertenezco a esa generación sub 35. ¡Éramos tan jóvenes en el 2001!
Martín Kalos, Licenciado en Economista por la UBA, y reconoce: “Es la primera crisis de este tipo desde que somos laburantes, independientes económicamente. Por primera vez son nuestros ahorros los que están en juego. Muchos amigos me preguntaron si sacaban la plata del banco, lo que implica un reflejo adquirido en aquella crisis, el miedo a un corralito, una reacción en el sentido equivocado porque se preocupan por variables que no son las que estallan hoy”.
Esta semana, entre la cantidad de WhatsApp que recibió Kalos relacionados con la coyuntura, abundaron fotos de camiones de Prosegur en Ezeiza: “Se están llevando la plata!!!”, decían. “Tenemos esta idea de que trasladan el dinero afuera. Pero para ver esa escena tendrían que mandarme la foto de la pantalla de una computadora en el momento en el que se realiza una transferencia bancaria, es decir, con una mano apretando enter. Esa es la imagen -avisa Kalos, director de EPyCA Consultores-. En realidad, tendrían que ser transferencias entre fideicomisos, fondos fiduciarios, cuentas off-shore: esa es la verdadera fuga grosera, no la que está en el imaginario popular, la de los camiones de los ricos.”
Por algo se dice que la fuga de capitales es casi un deporte nacional, una epidemia estructural. Muchas transnacionales y empresarios argentinos prefieren que sus ganancias descansen en paraísos fiscales o inversiones inmobiliarias fuera del país, generado una de las causas del subdesarrollo interno y la excusa política para recurrir al endeudamiento.
Kalos ya se imagina otra foto más, una que a mediano plazo va a mostrar los efectos colaterales de esta semana negra. Y es el tendal de desempleo que va a provocar la baja del gasto en la obra pública. “La construcción en ese sector es una fuente de trabajo primordial en muchas localidades del Conurbano y a nivel federal.”
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Si Mariana fuera un país sería uno de esos que sirven como ejemplos de sanidad fiscal: sin déficit y sin deuda, con las cuentas ordenadas. Igual que a su mamá, no le gusta tener plata en el banco porque siente que una vez que la deposita ahí deja de ser suya. Tiene 38 años y cuatro trabajos, todos freelance, en el área de comunicación.
Durante la crisis de 2001 vivió de cerca la angustia familiar cuando a los ahorros de años se los devoró el corralito. Hoy Mariana compensa: a la seguridad económica no la busca en un trabajo en blanco sino que la encuentra en una renta, invirtió en el “dollar linked”. Desde hace tiempo tiene un contacto sofisticado en su agenda: un “asesor financiero” recomendado por su contador. Sus últimas vacaciones fueron en Nueva York, cuando el dólar todavía estaba a $20 y ella se amargaba pensando que seguro treparía a $21.
El especialista le recomendó a Mariana ponerles cepo a sus gastos y aplicar una disciplina financiera estricta: no gasta más de lo que factura, no usa tarjeta de crédito ni paga en cuotas, resiste las tentaciones del supermercado y controla sus salidas al máximo. Ir al gimnasio le parece un lujo; entrena en el living de su casa mirando videos por YouTube.
Ella decidió no contarle a nadie que hoy iba a probar con las Lebacs, estar entre el 27% de pequeños inversores que como ella juegan a ser Lobos de Wall Street especulando con la ganancia que le dejará su capital en 30 días, mucho mayor a la de un plazo fijo, mucho mayor también a la de un fondo de inversión. A Mariana le da bastante culpa patriota subirse a esta bicicleta.
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Las últimas cuatro semanas, Viviana y su marido apenas durmieron. Discutieron, lloraron, miraron al techo pensando qué hacer. Llegaron a preguntarse: “¿Y si rechazamos el crédito?”. De día chateaban sin parar, intercambiaban capturas de pantalla siguiendo la cotización del dólar. Tienen 40 años. Él es empleado en una compañía de telecomunicaciones, ella dirige una escuela, pero en este contexto apenas pudieron prestarle atención a otros temas.
Habían pedido un crédito UVA en el Banco Nación en junio de 2017. La casa que eligieron salía u$s100 mil: $1.700.000. Se lo confirmaron en marzo de 2018 y terminaron pagando más de $2 millones.
En el banco rogaron la posibilidad de buscar una casa más barata porque no llegaban a cubrir la diferencia de dinero, pero si lo hacían el trámite volvía al principio y corrían el riesgo de no conseguir la financiación. Decidieron seguir, pero para eso tuvieron que sacar dos préstamos personales. Viviana y Ramiro están más angustiados que durante los 12 años que alquilaron. Saben que no zafan: la preocupación crónica se mudará con ellos.
“A los sectores de ingresos medios, los que ahorran pesito a pesito para un consumo más durable o para invertir en un activo físico, este escenario les va a hacer todo más difícil -dice Corina Rodríguez Enríquez, economista, investigadora del Centro Interdisciplinario para el Estado de Políticas Públicas CIEPP de CONICET-. Por un lado, se encarecen los mecanismos de financiamiento y esto afecta de manera negativa a quienes han tomado créditos. Por otro, cada vez van a poder ahorrar menos por el aumento de precios y la pérdida del poder adquisitivo. Lo que esta situación vuelve a confirmar es la dolarización de la economía para aquellos sectores con escasa capacidad de ahorro que quieren apostar a un modelo menos rentable pero más seguro.”
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“Es una victoria del neoliberalismo creer que todo esto sucede por un orden natural, pensar que no hay personas detrás de estas decisiones. De hecho sí las hay: hay grandes grupos que toman decisiones de distribución de los recursos entre ricos, pobres, grupos locales, externos. También tenemos que pensar quién es la clase media. Muchos de los que estamos en CABA nos creemos parte de la clase media y es verdad, a veces compramos dólares, compramos Lebacs, pero esta no es la realidad de la clase media. Por ejemplo: quienes trabajan en el microcentro están dentro del 20% de la población que más gana en la Argentina”, dice Lucía Cirmi Obon, economista feminista y becaria doctoral del CONICET.
En una de esas oficinas de La City donde se cocinan a la vez que impactan muchas de esas decisiones trabaja Juliana (35). En estos días no tuvo ni chance de escuchar música: ella ahora sintoniza la radio en su smartphone para seguir la transmisión interna de la cotización del dólar. Trabaja en un banco público y comparte edificio con una sucursal del microcentro.
El jueves 3 de mayo, cuando empezó la escalada, a Juliana la traicionó la memoria. Recordó todo el tiempo su ingreso al banco, en 2008, en otro momento crítico. “¡Ese año el dólar terminó en 3,47!”, cuenta Juliana. Entonces también se restringieron algunos créditos y se enloquecieron las tasas: muchas estallaron así, como en estos días.
Hoy a Juliana le toca consolar a uno de sus compañeros, desesperado porque se acaba de anotar en un crédito hipotecario, y también a sus jefes, que la agarran para hacer catarsis, colapsados porque el clima en la sucursal está tenso y los clientes desbordados por miedo a perder el fruto del trabajo de una vida en ésta, la crisis que ya dicen que pone fin al primer macrismo.
¿Y con respecto al día de mañana? “Más allá de los resultados del #SuperMartes el día de mañana será malo -sostiene Lucía Cirmi Obon-. Las soluciones que podían ser más cuidadosas con la gente no se tomaron. Nos espera discutir ajuste sí o ajuste no en vez de pensar qué modelo profundizar para que ésto no vuelva a pasar.”