When the four corners of this cocoon collide
You´ll slip through the cracks hoping that you´ll survive
Gather you wind, take a Deep look inside
Are you really who they idolize?
To pimp a butterfly
Kendrick Lamar, Wesley´s Theory, 2015
Hace un tiempo, una amiga escribió en su muro de Facebook:
Saldé la deuda del monotributo y terminé de rendir todos los seminarios de la maestría. Luego de respirar y sonreír, toca el timbre el administrador y me dice que debo 2500 pesos de expensas. (…) Todo, todo es en cuestión de instantes, menos el endeudamiento. Eso permanece, se oculta, huye, escapa, pero después te toca timbre y te dice: acá estaré, con vos, siempre.
“Quien controla el crédito maneja la economía del país con mucha más eficacia que el gobierno”, decía Arturo Jauretche hace más de cuarenta años. En 2013 Maurizio Lazzarato escribió:
El poder de la moneda como estructura de financiación no proviene de un poder adquisitivo más grande, y la fuerza de un capitalista no depende del hecho de ser más rico que un obrero. Su poder obedece a que maneja y determina la dirección del flujo de financiación, es decir que dispone del tiempo como decisión (96).
El Eclesiastés decía que no había nada nuevo bajo el sol y mucho tienden a pensar así, olvidando, por ejemplo, que las estaciones modifican la temperatura solar: ni siquiera el sol bajo el cual nada se modificaría es capaz de no modificarse. Desde la crisis del 2008 vivimos una ofensiva del capitalismo financiero que supone, entre otras cosas, el desfonde de una manera de concebir el tiempo social (Fumagalli et a. 2009; Marazzi 2013, Lazzarato 2013ª 2013b). Aquel vínculo originario que la economía había establecido con la futuridad está encontrando nuevas particularidades y una intensificación que, se nos va haciendo evidente, modifica las condiciones sociales. Si el dinero es deseo indeterminado, forma estructural y cifra que viene a desfigurar toda imagen concreta, se diría, retomando la obra reciente de Lazzzarato, que el gobierno de las finanzas es la operación específica de anticipación neoliberal, su apuesta por procesar (debería decir: exorcizar) la futuridad en términos de futurización capitalista. ¿Podría decirse que, como parte de la lucha abierta a principios de los años setentas, el neoliberalismo avanzó, a través de la moneda, más que con una imagen de futuro, con una operación- el endeudamiento generalizado- mientras el pensamiento progresista comenzaba a abandonar un registro futurizante de su vínculo con la futuridad social?
“El crédito es un medio de privatización y la deuda un medio de socialización”, sostienen Stephano Harney y Fred Moten en Undercommons, un libro de 2013. En efecto, controlar el crédito es, en la actualidad, un modo de diseminar un gobierno de lo social que exceda una noción restringida – espacial y temporalmente- de economía. Es la forma en que el capital financiero ensambla la futurización y futurabilidad bajo el principio de la ganancia económica, es decir, sometiendo lo posible, los trayectos y los proyectos sociales al valor monetario. Tendemos a captar rápidamente el sentido de la crítica al realismo capitalista, según el cual “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, porque a lo que éste apunta es a producir una homologación entre futuridad y futurización/futurabilidad neoliberal.
La deuda es el momento de máxima dominación del dinero capitalista sobre el futuro, en el sentido de una fuerza social a la que deberemos someter nuestra existencia. Ese imperativo ha encontrado en el gobierno neoliberal de las finanzas un modo dislocado, eufórico e infinito, casi “una adicción final, óptima y solo posible gracias a un aparato ideológico y publicitario que oculta cualquier imagen concreta que ayude a asumir sus consecuencias” (Borisonik, 2017:21). Desde esta perspectiva, el imperativo de la máxima ganancia, que asume en las finanzas una velocidad inédita, puede ser pensado como un corrimiento sistemático de la línea de figuración. Si, por un lado, soldó la potencia humana al dinero, prometiendo todo lo imaginable siempre que pasara por su cifra, hasta convertir a la propia cifra en la potencia, por otro intensificó la potencia del dinero llevando a nuevos límites su función de endeudamiento.
El tiempo se salió de sus goznes cuando el dinero se salió de los suyos. En el capitalismo financiero, como nunca antes en la historia, es imposible detectar una imagen de futuro, un proyecto definitivo. Esa futurización sin figura concreta – salvo la del dinero- es la que define el modo específico en que el dinero declina el devenir en la actualidad. Si, por ejemplo, los totalitarismos estatales del siglo XX funcionaron a partir de un control estricto de la población sobre la base de postulados ideológicos, procedencias sociales (de clase, raciales, etc.) y destinos nítidos; el actual totalitarismo de mercado, sin deshacerse de lógicas previas de control, produce un escenario financiero absoluto, ilimitado en tiempo y espacio, una de cuyas fisonomías principales (espacialmente en zonas periféricas del mundo) consiste en lo que Diego Hurtado llamó “un entorno de inseguridad: inseguridad laboral, inseguridad en la calle, inseguridad en la salud y la vivienda”.
De ese modo, el gobierno financiero, propiciando y manipulando esas materias primas de la incertidumbre social para beneficio de su gerenciamiento capitalista, habría disuelto toda imagen fija, cristalizando, en cambio, una operación. Tal es el parecer de Berardi, para quien “la ética de las finanzas no es un tema legal, una regla moral o una inyección política, sino que más bien está inscripta en las reglas técnicas que deben ser necesariamente obedecidas para ganar acceso al sistema” (2017, 59%). Dicha ética es una operación técnica cada vez menos evitable. Dicha operación consiste en consolidar una lógica según la cual “la economía de la deuda es una economía que requiere un sujeto capaz de responder de sí mismo como futuro” (Lazzarato 2013). En otros términos, requiere de un sujeto – individual o colectivo- compelido a futurizarse, a proyectar su existencia, en términos de endeudado/pagador. Es una operación proyectiva y no una mera visión, visión, puesto que existe toda una infraestructura a partir de la cual dicha futurización apuesta a embridar concretamente la existencia. Cuando se habla de ingeniería financiera debería tenerse en cuenta esta dimensión de su funcionamiento, su materialidad fina.
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Surge así un agente prometedor en condiciones vertiginosas definidas por patrones altamente estables: la recurrencia financiera. Ese agente que no es el asalariado (explotado y, a la vez, formalmente libre) ni el consumidor (forjado en un presente de goce) ni el incluido social (signado por el riesgo de la caída excluyente) ni el expulsado (desprendido de toda red social). Es el endeudado, una presencia transversal a dichas posiciones, capaz de funcionar como soporte de una molecularización de la valoración monetaria que apuesta a la omnipresencia. Del mismo modo en que la insistencia del marketing tiene como objetivo ir empujando al potencial comprador o usuario a una situación en la que las opciones de salida impliquen algún desembolso, la dinámica consolidada del capital financiero procura producir un sujeto que podrá cambiar sus estrategias de pago (es decir, podrá conseguir los recursos de diversas maneras, incluida la de reendeudarse) pero no podrá escapar de ese futuro donde debe responder y de este presente donde debe futurizarse bajo los términos del crédito financiero.
Si el gobierno del trabajo en tiempos industriales se organizaba bajo una orden que podría expresarse así: “hacé esa tarea específica para producir esta cantidad de valor”, el gobierno de las finanzas dice “pagá. Como puedas”. De hecho, volviendo a Weber y su Ética protestante, la deuda “divina”, impagable, infinita es la otra cara de una moneda cuyo revés aloja la vocación, la racionalización, la acumulación, el trabajo. Hay un objetivo, una cifra, que no impone imágenes definidas sino que deja abierto el espacio a condición de mantener bien aferrado a sus límites.
El capitalismo financiero es perimetral y, a diferencia del industrial, no asigna tareas (modo fordista de la certeza) sino que fuerza una disponibilidad constante (modo posfordista de la incertidumbre). Ese es el modo específico de vinculación con la futuridad del capital financiero, que Deleuze definió como “una axiomática figurativa” (2005: 102). Una futurización sin imagen, una operación que es, simultáneamente, cambio y permanencia, diferencia y repetición, aceleración y congelamiento, desvanecimiento de lo sólido y previsibilidad total de la sorpresa por venir: ambivalencias del capital que la lógica financiera neoliberal exacerba y proyecta al infinito, infinitamente. “Hay que fabricar, para el deudor y el acreedor una memoria tendida hacia el futuro; capaz de involucrarse en el futuro”, escribió Lazzarato para definir ese “estar allá adelante” monetizado que parece ser la esencia del gobierno a través de la deuda.
Esa memoria es posfigurativa y sin imagen, en simultáneo. En ese sentido, si las sociedades de masas del siglo XX (es decir, siguiendo a Buck- Morss, los socialismos y los estados de bienestar americanos y europeos) proveyeron imágenes concretas, mi impresión es que el gobierno financiero actual funciona como un poder de otro tipo sobre los deseos sus imágenes. Si el dinero se ofrece como imagen mínima (la cifra) que encierra o promete la multiplicidad, la producción de endeudados apela a una suerte de imagen negativa del dinero – un sentido del deber- que el futuro deberá colmar pero que la lógica neoliberal, en la cual “el dinero, antes que un indicador, es un factor de movilización” (Berardi, 2017), requiere que nunca sea colmada. Es en ese sentido que se convierte en una gramática, una infraestructura de la imaginación y proyección social. Las finanzas buscan tanto colonizar el futuro a través de la conquista de la imaginación y lo imaginable como producir estructuras de anticipación que impongan sus condiciones a la imaginación. La “axiomática del capital”, el hecho de no estar atado a ningún territorio ni código específico sino a un imperativo de valorización capaz de inscribirse en una multiplicidad de flujos, puede entenderse a partir de esta específica relación que el capitalismo financiero establece con la imaginación del futuro y, más ampliamente, con la futuridad.
Según Franz Hinkelammer, “el pensamiento neoliberal no admite ningún presente, sino que sacrifica cualquier presente por su mañana respectivo. Las condiciones de la vida real se pierden por una quimera del futuro” (2004:103). Sin embargo, quimeras del futuro ha habido muchas, ¿qué particularidad tiene la quimera neoliberal? En esa lógica de la postergación o de un presente espectralizado por un futuro que nunca llega lo que tiene lugar no es el boceto de una Tierra prometida final sino la difuminación de toda figura, la desfiguración. Vivimos, como nunca, en un mundo gobernado por los mercados a futuro. Esa parece ser la especificidad de la futurización financiera, un vínculo tenue con la figuración, abstracto como una cifra, cuyo carácter flotante o atmosférico explica su efectividad. Además de un control de recursos, una gramática y una rítmica del tiempo social.
El capital (no el capitalismo, que sería una figura de época, una categoría que discutiré más adelante) es una fuerza capaz de procesar la potencia de lo social bajo sus propios términos, de someter al tiempo. El capitalismo financiero, de un modo más meticuloso y hasta sutil que la explotación directa, es un operador de futurización y, quizá, el más afinado dispositivo de dominación capitalista. Si, como decía Shakespeare, “el tiempo se ha salido de sus goznes”, el capitalismo financiero, apuntando a la valorización monetaria de cada partícula de temporalidad de lo social y el desprendimiento de la lógica del dinero de ciertos estabilizadores, es un operador de enloquecimiento. En una dinámica cada vez más veloz que impide cualquier figuración que aspire a durar, el neoliberalismo, como sostuvieron Williams y Srnicek en el Manifiesto Aceleracionista (2013), hace “que nos estemos moviendo cada vez más rápidamente, pero es solo dentro de una serie estrictamente definida de parámetros capitalistas que, por su parte, no vacilan nunca”.
La tendencia del capital financiero es, como un cáncer, a proliferar, a convertir todo momento en ocasión económica. Solidario de esto, el capital tiene una operación. No es la competencia perfecta, que bien podría haber sido la utopía liberal, como los “mercados a futuro”. Dicha expresión sintetiza la forma en que el capitalismo actual pretende colonizar el tiempo, en una carrera de anticipaciones sin fin que procuran codificar el futuro tal como el capitalismo es capaz de hacerlo: en clave de un vínculo con él como vínculo económico. El tiempo está configurado como una infinita aceleración de lo mismo: delira dinero. Ése es el punto donde dinero, gobierno financiero y futuridad se enlazan. El discurso del capitalismo no cesa de celebrar el hecho de tener una mirada a futuro, de encarnar y propiciar el futuro; en verdad, como el dinero produce y hace circular, el precio de la infinidad e infinitud de negocios es una estricta homogeneidad del futuro. Un parámetro inmodificable, pero también un sueño sin contenido: el de la normalización financiera. Porque “la norma no tiene memoria, se mantiene en una relación muy estrecha con el presente, pretende abrazar la inmanencia. Mientras que la ley se da figura (…) la norma es acéfala (…). No tiene hieros, lugar propio, pero actúa invisiblemente sobre la totalidad de un espacio cuadriculado y sin bordes al que ella da distribución” (Tiqqun 2000). El sueño financiero: crear un futuro basado en la predicción y reducción de riesgos para las élites ricas (Bahng 2018).
Mientras procura borrar los pasados como memorias útiles, el neoliberalismo despliega operaciones para dejarnos atrapados en su futuro. Su estrategia: “objetivar el futuro para poder disponer de él de antemano” (Lazzarato 2013b). Ese futuro del capitalismo no es otra cosa que el capitalismo en el futuro: el infinito de los negocios futuros a condición de que impidamos el infinito de cualquier otro vínculo con las futuridades. “El día a día vive con el reloj, y esto quiere decir que el procurar vuelve sin fin al ahora; dice: ahora, desde ahora hasta entonces, hasta el siguiente ahora”, escribió Heidegger en El concepto de tiempo. Este ahora, y el próximo, y el próximo, son estirados, alargados, ensanchados por una operación de futurización que los convierte en una infraestructura hecha de moneda.