La Obra es familia y, a la vez, milicia.
Tiene todas las ventajas de la vida familiar sin
ninguno de los inconvenientes del afecto exclusivamente human
y toda la eficacia combativa de
la más severa disciplina militar.
Régimen, Josemaría Escrivá de Balaguer
Cuando Elina llegó a Buenos Aires, el Opus Dei se expandía en círculos concéntricos. Eran los primeros años de la década del ’60 y, según la institución, por entonces «los miembros en la Argentina no pasaban de 50, entre hombres y mujeres, casados y solteros, sacerdotes y laicos».
Quienes lo vivieron dicen que recuerdan la sensación de un tiempo de entusiasmo, hasta de efervescencia, como cuando se está tramando algo con destino de grandeza. No era un llamado universal ni público: era una expansión constante y dirigida. El reclutamiento, como lo definen quienes lo padecieron y lo ejecutaron, transcurría solo en determinados ambientes, por recomendación, siguiendo al pie de la letra lo prescripto por Escrivá de Balaguer en los primeros estatutos.
En Argentina, la Obra había dado sus primeros pasos en marzo de 1950, meses después de desembarcar en Chile. El sacerdote Ricardo Fernández Vallespín y los profesores Ismael Sánchez Bella y Francisco Ponz, todos españoles, aterrizaron en el flamante aeropuerto de Ezeiza pero no permanecieron en Buenos Aires. Iban a Rosario, a 300 kilómetros de la Capital Federal, donde los esperaba el obispo y cardenal Antonio Caggiano, que en 1933 y 1934 había sido vicario general del Ejército Argentino y mantenía un fluido intercambio epistolar con Escrivá de Balaguer desde 1946, cuando el rosarino viajó a Roma para ser ungido cardenal por el Papa Pío XII y el español estaba recién instalado en la capital italiana. Allí tuvieron un encuentro personal. Desde entonces, y en cada carta, Caggiano le aseguraba que en el sur del mundo encontraría tierra fértil para su Obra de Dios.
Cuando llegaron los enviados, el obispo en persona se ocupó de que así fuera: organizó reuniones, presentó a los españoles en el Círculo Militar y hasta pagó el alquiler de una casa para que abrieran allí el primer centro de varones del Opus Dei en Argentina. Dos años más tarde, con algunos lazos de los que se tejieron en Rosario, la Obra se instaló también en Buenos Aires.
Mudarse a un centro del Opus Dei es uno de los pasos más importantes en la vida de un numerario. Si el camino es el ideal —pitar a los 14 años y medio—, la mudanza ocurre a los 17 o 18, una vez finalizados los estudios secundarios. Elina lo hizo en Montevideo, pero su estadía en la primera residencia que pisó fue breve porque enseguida la destinaron a Buenos Aires. ¿Por qué no se quedó cerca de su madre y de sus hermanos? ¿Por qué no fue a su querido Chile, donde vivían su hermana Carmen y sus sobrinos?
«Elina adoraba su país, Chile. Lo decía siempre. Pero el Opus Dei no te da a elegir dónde vivir, como no te da elegir nada», cuenta Isabel Dondo, que fue numeraria durante 17 años y es parte de una familia argentina «atravesada por la Obra», la define. «Una vez que entrás, tu voluntad está en sus manos en cuanto a tareas, lugar de residencia y muchas cosas más —añade—. Es una parte central del modus operandi: siempre te mandan lejos de tu familia “de sangre”».
Los reglamentos se refieren a la «familia de sangre de los socios» pero reservan la palabra «familia» a secas para referirse a la institución. Cuando alguien pita, quien lleva la dirección espiritual del nuevo socio se lo hace saber con claridad: «A partir de ahora tu familia es el Opus Dei».
«Todos los que estuvimos escuchamos esa frase y muchas más», recuerda Dondo. «Son cosas que ellos dicen en todos lados y en todos los idiomas —advierte—. Entonces Escrivá de Balaguer se convierte en tu padre, la hermana de Escrivá, en la tía Carmen… Te hacen poner la foto de toda la familia de Escrivá en tu mesa de luz. De tu familia de sangre no podés tener ninguna».
Dondo conoció el Opus Dei a los 9 años, en 1962, solo un poco después de que Elina llegara a la Argentina. El primero en pitar fue Gabriel, uno de sus cincos hermanos. Entró como numerario y, tras la muerte de su padre, «arrastró a toda la familia»: los cuatro varones y las dos mujeres crecieron participando de actividades de la Obra. También la mamá, supernumeraria, que empezó a llevar a Isabel a actividades para niñas en Sur, uno de los primeros centros de mujeres porteños, instalado en la calle Conde 1630, en el barrio de Belgrano.
La «rama femenina» recién empezaba. El primer centro había abierto en 1957 en Beruti 2926 «con el apoyo de un grupo de señoras, entre las que estaban Marta Balles- ter Molina, Lissy de Landry y Lucrecia Sáenz de Palma», informa de manera oficial el Opus Dei. Dos años después, las mujeres se mudaron a otro centro en la calle Paraguay, y Beruti quedó para varones. La rama masculina, que había comenzado sus actividades antes, crecía más rápido.
Gabriel Dondo, hermano de Isabel, fue uno de los primeros curas argentinos de la Obra, fundador de la «labor femenina» en Bolivia y durante décadas autoridad máxima de todas las mujeres de Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay —sacerdote secretario dentro de la Comisión Regional—. Hoy, sigue «dentro», pero por su edad ya no está en ese cargo.
Al Opus Dei no pueden entrar curas de «afuera»: las vocaciones religiosas, que son las que están en la cima de la pirámide, se eligen entre los numerarios (laicos) para garantizar que esas jerarquías tengan formación opusina pura desde la adolescencia. También en la vocación rige la obediencia: los numerarios elegidos para formarse como religiosos no pueden decir que no. Se los elige porque tienen características para el liderazgo religioso, pero nunca las necesarias para tener una carrera profesional descollante. «A esos los prefieren en el mundo público», señala un exnumerario.
El clero constituye apenas el 2% del total de los miembros de la organización. Es una élite que dirige un ejército de laicas y laicos compuesto de manera particular: en promedio, 3 de cada diez son numerarios (célibes) y los otros 7 son supernumerarios, informa el Opus Dei.
El primer epicentro de la Obra —a excepción de una casa de varones en el barrio de San Telmo— estuvo en el cordón norte de la ciudad de Buenos Aires, y se extendió rápidamente en esa línea hacia la provincia, donde vivían las familias más ricas y católicas.
El segundo epicentro comenzó en Bella Vista, una zona residencial de grandes casaquintas en el noroeste del conurbano, a 25 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. En 1962, gracias a una colaboradora, las mujeres consiguieron una casa donde hacer retiros espirituales y convivencias religiosas. El Opus Dei cayó bien en el barrio, de tradición católica conservadora y con fuerte presencia militar, porque Bella Vista linda con Campo de Mayo, la principal guarnición del Ejército Argentino en todo el territorio nacional.
La Obra se dio a conocer en el círculo más exclusivo, en el que resaltaba una familia pionera y de la élite argentina, los Gallardo. La historia contada por el Opus Dei en un documento oficial dice que compró la propiedad a Beatriz Gallardo de Ordóñez y su esposo, quienes poseían cuatro hectáreas y la casona de la quinta que, en el siglo XIX, construyó el hacendado León Gallardo. La oferta llegó en 1966 a dos mujeres del gobierno regional del Opus Dei, Edith Sabolo y Evangelina del Forno, a través de Agnes Gallardo de Bosch. Luego, dice el documento, la familia Gallardo ofreció también el terreno lindero, cinco hectáreas más.
La decisión final sobre la compra llegó desde Roma en 1968, cuando la numeraria Sabolo viajó y pudo conversar con Escrivá de Balaguer sobre el tema. «Le contó que por fin en Argentina contaban ya con una casa de retiros cuyo terreno tenía cuatro hectáreas y que el terreno tenía cinco hectáreas más que quizá también se podrían conseguir», dice el Opus Dei. El fundador respondió que nueve hectáreas estarían bien y «ante este comentario, [Sabolo] entendió que convendría conseguir esas cinco hectáreas; así, a su regreso, se pusieron todos los medios para adquirirlas cuanto antes». En poco tiempo, con aportes de colaboradores y socios, la organización religiosa consiguió hacerse del terreno. Conservó el nombre que le habían dado los dueños originales: La Chacra.
Puertas adentro, la historia se contó distinta: que había sido donación de una de las principales herederas Gallardo y que la Obra solo debió pagar el terreno extra. De cualquier modo, lo que ocurrió fue que en 1966 la casona de estilo italiano, tradicional lugar de veraneo de varias generaciones de los Gallardo, se cerró para siempre a la «familia de sangre». Fueron la mayoría los que nunca más tomaron el té en las galerías de piso de ladrillo en forma de herradura alrededor del patio central con aljibe o pudieron dar caminatas de tarde por el gran parque, perfecto para las travesuras infantiles y el disfrute de todos. Antes de que aquello ocurriera, una parte de la familia ya había quedado afuera por las propias internas del clan. La escritora Sara Gallardo —Drago Mitre, su apellido completo— lo contó en una entrevista. «Pasé mi infancia en la chacra de los Gallardo en Bella Vista, una casa maravillosa con un enorme parque lleno de árboles emocionantes y pájaros y citrus con azahares y todo eso. Era como el Paraíso —recordó—, y duró hasta que mi hermano y yo fuimos expulsados, por esas cosas abyectas que suceden en las familias» (1).
La Chacra se escrituró en 1968 a nombre de la Asociación para el Fomento de la Cultura (AFC), la primera de las más de veinte asociaciones sin fines de lucro que fundó el Opus Dei en el país y que forman un tejido jurídico que maneja instituciones educativas, clubes, centros de formación y propiedades. Ninguna está a nombre de la Prelatura, que es también otra asociación civil.
Elina se mudó a La Chacra apenas comprada la casa. En 1967 había regresado a la Argentina tras dos años de formación en Roma, en el Collegio Romano di Santa María, una institución creada en 1953 para instruir a las mujeres que se ocuparían de «tareas de formación y gobierno» en los distintos países del mundo. La enviaron en barco con otra numeraria de su edad, la argentina Gochy Sandoval, con la que convivía en La Ciudadela, un centro de mujeres ubicado en Avenida Alvear, en Recoleta. En aquel viaje, además de la formación jerárquica, pudo estar cerca de Escrivá de Balaguer. A la vuelta, ya estaba lista para convertirse en una de las mujeres más importantes de la Obra. Regresó por poco tiempo a La Ciudadela, después pasó por el centro Sur, en Colegiales, y desde allí fue enviada a la flamante casa de Bella Vista.
- Cronista de dos mundos. Alicia Dujovne Ortiz (Marea Editorial, 2021).