“Eso era ser un hombre, acostarme con cualquier mujer que se me cruzara, cumplir con mi rol de macho, incluso en contra de mi voluntad como persona”, escribe Junior, el personaje de “Higiene sexual del soltero”. En su última novela, Enzo Maqueira recorre, a modo de diario, la vida de este joven nacido y escolarizado en los años 80s que se hace adulto en tiempo “marea verde”. Narrada en diálogo y tensión con los mandatos de masculinidad que nos van haciendo varones, la historia es una ventana espejada que difracta, provoca desvíos e interferencias que nos conducen a otros lugares, allí donde podemos reconocernos y, a la vez, redescubrirnos. Para muchos varones, la historia de Junior es esa ventana por donde ver y reconocer que portamos género. ¿Qué es un hombre?¿Qué resuena de Junior en mi devenir varón?
No se nace varón, y nunca se llega a serlo
En 1949, Simone de Beauvoir publicaba “El segundo sexo”, uno de los textos clásicos de las bibliotecas feministas. Entre sus frases más citadas se encuentra “No se nace mujer, se llega a serlo”, parafraseada al infinito para ilustrar el carácter socio-cultural, histórico y político de los discursos de género y sobre la feminidad que configuran al sujeto “mujer”. ¿Y varón? ¿se nace, se hace, cómo se llega a serlo?
Es la masculinidad normativa y su conjunto de mandatos la que establece cómo debe ser un varón en un momento y contexto dado, si se espera ser socialmente reconocido como tal. La obligación de ser proveedor y sostén del hogar, por ejemplo, es clave en la configuración de la identidad masculina, al punto tal que la desocupación de los hombres es subjetiva e identitariamente desestabilizante (además de lo que supone económica y materialmente), devaluando ante sí y ante los otros la posición de género.
Las masculinidades cisgénero, asignadas como varones al nacer por portación genital, deberán además demostrar que están a la altura de la identidad atribuida.
Para ser varón no basta con la “base biológica”, con los cromosomas, gónadas o genitales. La autoridad de la biología será invocada fundamentalmente cuando se le cuestione la masculinidad a las personas nacidas sin pene y testículos, se trate de varones trans, masculinidades lésbicas o no binarias. Pero las masculinidades cisgénero, asignadas como varones al nacer por portación genital, deberán además demostrar que están a la altura de la identidad atribuida. Serán los discursos y prácticas de género vigentes los que establezcan las bases y condiciones para acceder y permanecer en una posición social masculina. Con variaciones en tiempo y espacio, podemos identificar denominadores comunes relativamente estables en el patriarcado moderno: los varones debemos ser heterosexuales, autosuficientes, racionales, competitivos, fuertes, procreadores, proveedores, protectores y, fundamentalmente, no expresar conductas culturalmente asociadas con la feminidad y la homosexualidad.
La mala noticia es que los mandatos de masculinidad normativa son básicamente inalcanzables. La credencial de masculinidad no es un trofeo posible de obtener, es una ficción reguladora que configura y disciplina, creando sujetos de género. Nunca se llega a ser ese varón; es una conquista inviable, aunque se nos vaya la vida en intentarlo.
Varoneados
Lichi es un músico y youtuber rafaelino. Tanto su música como sus reflexiones combinan sensibilidad y lucidez, y nos ayudan a vernos y pensarnos desde una mirada diversa y disidente. En “Creo que soy un varón” cuenta que fue invitado a un conversatorio virtual sobre masculinidades y que, a pesar de estar acostumbrado a preguntarse sobre sí mismo y sus experiencias personales en clave de género, no se había pensado hasta entonces como sujeto de masculinidad. Dice entonces: “no nací varón, fui varoneado”. Lichi habla del carácter impuesto de los mandatos de masculinidad que nos varonean cotidianamente para que nos adecuemos al guión de prácticas que el patriarcado tiene reservado para nosotros.
En “Higiene sexual del soltero”, Enzo Maqueira narra los primeros encuentros y desencuentros de Junior con la masculinidad y sus mandatos. Una camiseta de San Lorenzo y un humillante pelotazo en la cara frente al padre; un profesor de educación física (infaltable) que le dice que corre como una nena, que se levante, que no sea maricón; un psicólogo que recomienda que aprenda a desarrollar su agresividad. Así y todo, entre la ausencia del padre proveedor y la permisividad amorosa de la madre, esos primeros años no son los más pesados. La fuerza del varoneo se hace sentir en la socialización entre pares en la escuela primaria. Ahí hay que encajar en el género o te encajan.
No performar logradamente la masculinidad te expone a la humillación, la vergüenza y al riesgo de no pertenecer al grupo de varones. Porque, claro, ese reconocimiento de masculinidad es fundamentalmente homosocial, ya que los dividendos patriarcales masculinos son básicamente distribuidos entre pares, dentro de una estructura de jerarquías internas. A Junior no le gusta el fútbol y además lo juega bastante mal. No es capaz de irse a las piñas, y es tímido y torpe para relacionarse con las chicas. Se siente solo y lo padece. Dentro del universo de las masculinidades y su estructura de jerarquías internas, claramente no le da para ser el alfa de la manada.
No performar logradamente la masculinidad te expone a la humillación, la vergüenza y al riesgo de no pertenecer al grupo de varones. El reconocimiento de masculinidad es fundamentalmente homosocial.
El más eficaz de estos mandatos es el del silencio. Los varones no desarrollamos el lenguaje y la narrativa que nos posibilite expresar y colectivizar los avatares de nuestras experiencias generizadas. No hablamos ni somos hablados en tanto sujetos de género. “Nos ahogamos en un mar de silencios” dice Valentín, el hermano de Lucía, en “El Silencio de los hombres”.
La masculinidad normativa procura producir subjetividades aptas para el ejercicio de la dominación, aunque la mayoría de los varones de carne y hueso no sean necesariamente dominantes, o sólo puedan serlo en dimensiones, ámbitos y relaciones muy acotadas. Esa brecha entre el ideal de género (lo que debemos) y el alcance material y efectivo (lo que podemos), produce subjetividades frágiles, inconsistentes, que precisan desplegar performances masculinizantes ante otros varones para no ver desmoronarse su posición, al menos de manera contingente.
Pedagogías de la masculinidad
A los tumbos, Junior va adquiriendo conciencia de lo agotador que puede resultar pasarse la vida persiguiendo esa zanahoria tóxica denominada masculinidad normativa. Se las ingenia para encontrar las vías de acceso a la tierra prometida, el Men's Club. En primer lugar, haciendo manada. Su bandita de amigos se nombran Los Pibes, y se agrupan alrededor del fracaso en los intentos de pertenecer al grupo de Los Salvajes, donde estan los más porongas, que la rompen al fútbol, se van de manos y tienen levante con las chicas más populares y codiciadas de la high school. La segunda vía de acceso consiste en aprender a performar una sexualidad viril, masturbándose, debutando con una trabajadora sexual y consiguiendo sus primeras citas con chicas, comprobando que al menos en su grupo de pibes beta sí puede destacarse, y así saborear algo de esa jerarquía que la masculinidad promete.
Los varones no desarrollamos el lenguaje y la narrativa que nos posibilite expresar y colectivizar los avatares de nuestras experiencias generizadas.
Las narrativas de ese padecimiento, de los temores experimentados en soledad, de la falta de diálogo con un referente masculino adulto y la pobreza vincular con los pares varones, son una oportunidad para empatizar con Junior y con el pequeño varón que fuimos. Cuántas veces nos preguntamos si éramos lo suficientemente machitos para ganarnos el orgullo de nuestro padre, si teníamos el reconocimiento y admiración de nuestros pares, si resultaríamos mínimamente atractivos a nuestros objetos de deseo, si nuestros genitales daban con la talla, si seríamos capaces de tener una erección como en las pornos, si duraríamos lo necesario para no pasar vergüenza, si podríamos tener una experiencia sexual digna de presumir ante los congéneres.
“Higiene..” conecta, a través de Junior, muchas de las emociones y sensaciones que nos atravesaron y atormentaron cuando varones púberes, con la sensibilidad feminista de una época que nos interpela a vernos como sujetos de género. Muchas de esas heridas que Enzo expone son resultado de una pedagogía cruel que llamamos socialización masculina, y que la historia de Junior nos permite enfrentar y verbalizar.
Pero quedarnos con que a Junior no le da para ser alfa, con que no es un macho logrado en todas las trincheras, puede llevarnos a una mirada complaciente y victimizante. Un “pobre, Junior” que es también un “pobres nosotros”. Esto sucede a menudo cuando los varones empezamos a notar que también portamos género y que somos destinatarios de un combo de mandatos que nos restringen y cagan bastante la vida. El riesgo de detenernos allí es soslayar que el género es relacional y que, frecuentemente, compensamos nuestras frustraciones usufructuando nuestras ventajas sobre quienes se encuentran en posiciones aún más subordinadas.
En palabras de Débora Tajer, los varones, sobre todo cisgénero y heterosexuales, no reconocen a las mujeres con las que se vinculan como pares y semejantes. Por tanto, no les merecen el mismo respeto ni las mismas consideraciones éticas que sus congéneres. En las experiencias sexuales y afectivas de Junior éstos mecanismos se encuentran muy presentes. Casi todas ellas son transitadas en clave de beneficio narcisista, como una confirmación de masculinidad para sí mismo y sus pares, tratando con displicencia y menosprecio a sus compañeras sexuales. Luego de uno de sus tantos encuentros sexuales, Junior nos confiesa que se trató de “Una experiencia más, un agujero donde descargarme. ninguna de esas mujeres significaba otra cosa para mi. Nunca había podido ser lo suficientemente hombre como para jugar bien al fútbol o pelearme a las trompadas, pero era bueno con las mujeres”.
¿Cuántas veces nos preguntamos si éramos lo suficientemente machitos para ganarnos el orgullo de nuestro padre, si teníamos el reconocimiento y admiración de nuestros pares, si resultaríamos mínimamente atractivos a nuestros objetos de deseo, si nuestros genitales daban con la talla?
El despliegue de una sexualidad viril le sube el precio al Junior en el del grupo de Los Pibes. Junior no parece desear ser como Los Salvajes, ni tenerlos cerca. Se refiere a ellos con bastante desprecio. Para sostener esa extranjería al grupo dominante, el narrador resalta las distancias que los separan, configurando una masculinidad grotesca, nombrada salvaje.
¿Qué los une? ¿Qué nos une a los pibes y a los salvajes? ¿Cuáles son las posibles líneas de continuidad entre los unos y los otros? El nombre de Los Salvajes obtura un poco éstos interrogantes y puede llevarnos al alivio de ubicar las miserias de las violencias machistas afuera, siempre más visibles en los otros. Construir un lado civilizado de la masculinidad al calor de la romantización de sus fracasos, puede llevarnos a detenernos en las heridas que el patriarcado nos provocó, eximiéndonos de revisar y reparar los daños infligidos por nosotros sobre las, les y los demás, en el sinuoso camino de performar masculinidad.
Ningún pibe nace para paki
El término paki o paqui es propio de la jerga LGBTIQ+ en la región, y aunque tiene diversas acepciones y genealogías en disputa, se podría resumir su uso como un adjetivo descriptivo, un tanto irónico y suavemente peyorativo, que señala el carácter heteronormado, binario, un tanto básico, ya sea de una persona o de una expresión cultural.
El paki no es simplemente el varón cis hetero, aunque la socialización de los varones cis hetero en la masculinidad normativa sea profundamente paki. Las relaciones sexo afectivas de Junior están minadas de ejemplos: cosificación, celos posesivos, mentiras, infidelidades, falta de reciprocidad en el placer sexual. Una oscilación pendular entre el amor romántico y la cultura del descarte. Todo lo exitoso, relatado con detalles a amigos y padre, todo lo frustrante, enterrado en el silencio vergonzante.
Pero ningún pibe nace para paki. Y son las pibas, las disidencias y los feminismos quienes vinieron a abrirnos esa ventana espejada para poder ver(nos) más allá. Así es que Junior, contemporáneo a las jóvenes que vienen transformando el mundo al grito de Ni Una Menos y la Marea Verde, se enfrenta al paki que supo construir al calor del varoneo, para dejar de temer y aprender a comprender el deseo de sus vínculos sexo-afectivos. Para dejar atrás la novelesca tóxica y posesiva que había marcado sus primeras relaciones amorosas; para experimentar otros cuerpos y sexualidades, partiendo de reconocer el suyo, más allá de la fijación por la erección y la eyaculación; para poner en valor la reciprocidad, la confianza, los cuidados y el consentimiento en la construcción de relaciones más abiertas.
Junior se encuentra con los feminismos (personificados en su última compañera y sus amistades) y no sin dolor, contradicciones e incomodidad, va aprendiendo que no se trata de un ataque o una amenaza, sino de una oportunidad. La de encontrar con qué y con quiénes resistir y enfrentar el varoneo que nos encorseta y disciplina día a día. La oportunidad de registrar y reparar las heridas que nos provocaron y los daños que generamos mientras nos fuimos haciendo varones. La oportunidad de ser más libres, e incluso, si hace falta, menos varones.