Pese a los agoreros presentes en todo el arco político, Argentina viene encauzando el conflicto político, social y económicamente polarizante de un modo instituyente. Si las crisis de los gobiernos neoliberales en Ecuador y Chile se pueden comprender a partir de sus procesos de largo aliento y no solo de sus detonantes más inmediatos, sucede lo mismo en nuestro país, donde a políticas de hambre y escalada oficial de polarización fueron las elecciones las que contuvieron el denso entramado político nacional.
Frente a quienes anunciaron el ‘cierre de ciclo progresista’, los resultados de las elecciones mostraron que, una vez más, amplias franjas sociales volvieron a encontrar en el populismo un receptor de las demandas urgentes. No hubo 'fin de ciclo’: la pervivencia de imaginarios populares parece hacerlos más ‘resilientes’ que muchas olas conceptuales. En un escenario desbalanceado en términos de poder, la densa trama de símbolos, liturgias y hasta doctrina (¿por qué no?) le permitió a esa estructura de sentimientos, el peronismo, ser el canal consensuado para vehiculizar la desesperación frente al hambre y el ajuste indefinido. Pero así y todo la trama social e imaginaria no es la misma de 2015, ni de 2011, ni del ‘nestorista’ 2003. ¿Cuáles son las batallas por los imaginarios? ¿Qué tipo de macrismo cultural se expresa en el apoyo al presidente aún en la adversidad? ¿Cómo la Unidad del FdT puede proponer otra trama que profundice una democracia popular? ¿Cuánto la movilización callejera que mostró JxC será, por ejemplo, un dato presente?
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El macrismo no hace milagros, ni los cuadros de ONGs y universidades privadas pueden cargarse las largas memorias organizadas. Pero pese al aumento compulsivo de tarifas, la exaltación de la infinita austeridad solo para las mayorías, la osadía de condonarse deuda a sí mismos y, sobre todo, una guerra de hambre para una amplia franja de la población, el gobierno de Mauricio Macri alcanzó el 40% de los votos. Un 40% que aunque tenga mucho para perder de aquí en más, exhibió manifestaciones concretas en clave de organización política que conviene no soslayar, como la celosa fiscalización ‘a cara de perro’, notablemente mejorada entre una elección y otra, y una capacidad de movilización demostrada en actos masivos.
Macri fue capaz de imitar en algo a su otredad radical, a sus prácticas y lenguajes, y la médula de accionistas del proyecto neoliberal pudo romper su aversión a las reuniones de masas animándose a estructurar las marchas del #Sisepuede en el peor momento de su imagen pública. Pasaron del timbreo a la movilización ‘por la República’; o del ‘que pena que llueve’ en la asunción presidencial a la búsqueda de un acto masivo de despedida en diciembre.
“Cuando está fuera del poder, el peronismo es el partido más revolucionario del mundo”, decía Beatríz Sarlo a fines de los ’90. Esa idea del peronismo como incapaz de contenerse, que circula en ciertos sectores medios y altos hace tiempo, tuvo una participación significativa en la narrativa que el riñón del macrismo puso a jugar en el último tramo de campaña, cuando muchos camaradas ya les huían por el tirante. Después del par de semanas que le llevó acomodarse del golpe a la mandíbula en las PASO, el oficialismo, devenido en núcleo duro que pasó el rasero para distinguir propios de ajenos, se lanzó a una estrategia de campaña que le granjeó datos concretos sobre cómo podría ser su propia forma de estar fuera del poder ejecutivo. Se van y se llevan aprendizajes no menores: electorales y de calle.
Para completar esta especie de juego de espejos, el FdT no tuvo su acto del millón. Recordemos: la victoria terminó siendo la realización de la unidad política que se reclamaba a gritos para confrontar con el gobierno. Para ello Cristina había puesto primero la patria, después el movimiento y por último los hombres: ella fue la más peronista de todos. Pero si las movilizaciones que antecedieron a los comicios no rehuyeron a la masividad, no se intentó evidenciarla bajo los fierros sindicales o de organizaciones políticas y sociales de esa unidad. Quizás para mostrar una amplitud y algo de ‘ciudadanía’ que pueda disputarle a la genealogía oficialista de los 8-N, 1-A o la movilización del campo. Cada coalición, pareciera, tuvo que mostrarse capaz de actuar como su rival para captar lo que había entre medio de ambos. Pero igual ¿quién puede negar que la capacidad de contención que aportó Alberto a la estabilidad es toda una fuerza, y que esa fuerza no se debe sino a las organizaciones sociales, las estructuras sindicales, y hasta la doctrina de las dirigencias territoriales? La gobernabilidad para que Macri pueda crecer la aportó Alberto, gracias a la fuerza estructurada de las organizaciones sociales.
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Además de organización, existen figuraciones segmentadas, visiones fragmentarias compartidas que se buscan sus traducciones políticas. Que solo se haya contorneado la idea acerca de ciudades-republicanas en el centro sojero del país condensa más que un desprejucio al agrotóxico. Con la íntima convicción de aportar más al producto general, reclaman para sí una diferencia acerca de las distintas periferias nacionales, sea el conurbano, el noroeste o la Patagonia. Si la política es también comprensión de sociedad, en su momento al kirchnerismo le costó mucho comprender esa combinación entre islas de consumos ABC1, valores tradicionales y tecnologías digitales de punta en el campo. O eligió confrontarlo como sector homogéneo, ayudando a afianzar identidades políticas hasta hoy difíciles de ‘deconstruir’ o desplazar.
“Nació #ArgentinaDelCentro, la idea que busca independizar a las provincias en las que ganó Macri”, titula el diario Perfil. Hay un grupo de Facebook que ya reúne 10000 seguidores. Venado Tuerto, Pergamino o Bell Ville como bastiones sacros, fortines contra el malón populista. Con sus singularidades, tanto el peronismo de Córdoba como el socialismo santafecino se hicieron fuertes en su momento interpelando a esos sectores, varios muy antikirchneristas. CABA, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, San Luis y Mendoza son las únicas provincias donde Macri se impuso. En Rafaela por ejemplo, ciudad del gobernador peronista electo de Santa Fe, Omar Perotti, Macri ganó con más del 50%. Una cosa es hacer memes y otra bien distinta analizar políticamente lo que pasó; ahí no hay automatismo analítico que valga. Aun siendo un fenómeno que pueda diluirse, pareciera que esas expresiones captan algo de los imaginarios sobre la abundancia, la tributación, y la justicia social. En ese río -de soja- revuelto, Macri articuló demandas -a lo Laclau-, pero sobre todo reforzó subjetividades a las que poco servirá negar o tratarlas en clave homogénea.
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¿Qué tienen en común los linchamientos, las shitstorm que se arman en los portales de noticias, el goce de grupos de rugbiers que se filman golpeando a personas en situación de calle o los memes sobre las gorras de ‘pibes chorros’ de un chabón cualquiera? Resultaría más cómodo interpretarlos como fenómenos encadenados por un imaginario común. Ciertamente, da la sensación que por mucho fue el macrismo quien hilvanó e interpeló esa trama de pasiones tristes. A las frustraciones del deseo expansivo que cada vez resulta más difícil de saciar, la propuesta macrista diseminó que en lugar de la patria, la culpa es del otro: del Estado, del populismo, de los planes, de ‘los últimos 70 años’.
En otro bando epistémico (y político) la hipótesis de la ‘colonización de la subjetividad’, con su correlato de la ‘batalla cultural’ y su guerra a los medios, viene haciendo estragos. En esa tónica, a ‘la gente que no nos vota’ se la ve como si comprara sin mediaciones los monstruos inoculados por los medios masivos. Pero los resultados de las elecciones no solo desmintieron la infalibilidad de los medios, sino que también expusieron la esterilidad de la toma del palacio de invierno mediático como estrategia decisiva.
Pese a sus recientes dichos sobre Bugs Bunny y Mickey, Alberto Fernández parece desmarcado de esa perspectiva, pero le resultará una ardua tarea desactivar los automatismos ajenos y propios. Los ajenos son aquellos cebos de hostilidades cruzadas que el macrismo se encargó de multiplicar y que Pablo Semán describe como sociedad rota; los propios son precisamente los más importantes, porque no existen atajos -como también pensó el macrismo- para la reforma cultural.
Las desilusiones de una fiesta que no colmó expectativas hacen huellas sociales e individuales. El hiper estímulo sin materialización es caldo de cultivo, se sabe, para los cantos del odio. La estética de una alegría festejada mientras se solicita ‘un esfuerzo más’ a los de siempre ha soltado expresiones que, cada tanto, explotan bajo los peores moldes.
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Existen imaginarios sedimentados, caudales simbólicos que no son lineales respecto a los procesos eleccionarios, que hoy se expresan bajo formas renovadas: la marchita, el escudo y el bombo, las Argentinas del centro, la República, o los méritos del propio trabajo, trasuntan una realidad bien efectiva. Además de desterrar el hambre y ‘encender la economía’, reponiendo el valor del trabajo, habrá que evidenciar pericia para comprender esas nuevas demandas políticas. ¿Dónde continuará Alberto escuchando al pueblo? Está claro que gobernadores, sindicatos, intendentes y organizaciones sociales serán los actores de sus trincheras. Entre los feminismos, los movimientos sociales, la economía popular, y los sindicalismos de nueva generación, que le dieron mucho cuerpo y organización sin capitalización directa, acaso pueda continuar ampliándose una interpelación más densa a la sociedad en su conjunto. Reponer subjetivaciones populares, des-esquematizar las lecturas sobre sectores y capas sociales heterogéneas, elaborar conocimento y políticas públicas a partir de una escucha aguda de esa trama, puede inaugurar, aunque hoy no sea automático, una era post-macrista. Porque seguramente no será (por arte de) magia que se logre.