Ensayo

Nahir Galarza y el giro punitivista del derecho penal


La presa infinita

Nahir Galarza se convirtió en la condenada a perpetuidad más joven de la historia penal argentina. Perdió todas las apelaciones presentadas y quedó a cargo del servicio penitenciario por tres décadas. Galarza estuvo presa desde el primer día, a diferencia de muchos acusados de femicidios, y fue víctima del doble estándar inocultable del poder judicial. Olga Viglieca compara su caso con el de Romina Tejerina y escribe sobre los peligros del giro punitivista de una justicia patriarcal.

Nahir Galarza era lo contrario de una desobediente. Una adolescente pálida, agraciada, pelito rubio y lacio como corresponde, voz baja y buenos modales. Una chica de clase media criada en los valores de la familia policial, que adoraba pero le tenía un poco de miedo a su padre, el oficial Marcelo Galarza; que iba con la mamá, la expolicía Yamina Kroh, al gimnasio. Que no se drogaba y estudiaba Derecho. 

Tenía algunas amigas parecidas a ella, amantes ocasionales y, desde los 14, un vínculo complicado con Fernando Pastorizzo. Vivía en Gualeguaychú, una ciudad de Entre Ríos que no llega a los 100.000 habitantes.  

Meses antes de que su vida diera un giro irreversible, a 80 km, en Gualeguay, el femicidio de Mica García, apenas un par de años mayor que ella, había sacudido a la provincia y al país. Nahir escribió en sus redes que no quería a las feministas que siempre critican a la Policía. 

Quién imaginaría que, en la madrugada del 29 de diciembre de 2017, la chica obediente iba a levantar la 9 mm reglamentaria de su padre para descargarla en la espalda de Fernando Pastorizzo, a la que estuvo abrazada hasta un segundo antes. Tenía 19 años y él, 20. Así describe lo ocurrido la sentencia. 

El primer juicio se resolvió en menos de 30 días, allanado por la confesión de Nahir -primero dijo que no pero a las horas dijo que sí- y algunos testimonios que confirmaban su presencia en el lugar: un remisero que la vio junto al muchacho y la moto caída, alguna cámara que la filmó yéndose, un vecino que declaró que un rato después la vio entrar a su casa “con una rara sonrisa”. 

Nahir estuvo presa desde el primer día. Cuatro veces el Juzgado de Garantías denegó el pedido de prisión domiciliaria, beneficio que sí habían concedido a los acusados por el femicidio de Mica García.

Más raro fue que la prueba de parafina, que detecta el rastro de pólvora en sus manos, diera negativa. "Lo que condenan son las pruebas, y la parafina da negativo, Nahir no efectuó el disparo. Por más que diga que lo hizo", se exaltó su abogado, Víctor Rebossio. El fiscal Sergio Rondoni le aplacó el entusiasmo con una frase: “Dio negativo porque le transpiraban mucho las manos”. Un argumento, cuanto menos, endeble.

A la madre de Nahir y al remisero también les hicieron la prueba de parafina. Les dio negativo. Al padre, no. La policía de Entre Ríos confirmó que a esa hora el hombre estaba trabajando y que iban a sancionarlo por descuidar el arma. 

En los meses previos al juicio, cientos de personas se movilizaron en Gualeguaychú bajo la consigna “Ni uno menos”. Los oradores, invariablemente varones, predicaron contra la parcialidad del “Ni una menos” y exigieron la condena perpetua. ¿Una manera de señalar a quienes delinquen como seres ajenos, como monstruos, e intentar que desaparezcan para siempre? ¿O una revancha? Aunque los índices de femicidio indican un mínimo de una asesinada cada 30 horas, que esta vez la ejecución del crimen recayera sobre una muchacha parecía devolver cierto equilibrio “natural” a las cosas. 

Los padres no hablaron mucho. Ante el tribunal, la madre dijo que su hija era una chica “sana” y que antes eran más cercanas. Que en 2014 sufrió un ataque sexual que no se pudo comprobar y desde entonces “cambió para siempre”. Que Fernando no era su novio. Que en los últimos tiempos la había visto golpeada. Que empezó a sospechar del muchacho una vez que la llamó 87 veces mientras Nahir se duchaba. Que la hija le suplicó que no le contara al padre.

Los medios se arrojaron sobre la adolescente: frívola, promiscua, calculadora, cínica, desdeñosa y violenta hasta lo inconcebible. ¡Nahir, con ayuda de una amiga, había golpeado a Fernando! Él se los contó, llorando en un WhatsApp, dijeron sus amigos. La autopsia informó que el chico tenía moretones “de diez días de antigüedad”. 

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La historia de Nahir tiene muchos puntos en común con la de otra adolescente, Romina Tejerina, nacida en San Pedro, Jujuy y en muchos aspectos tan distinta de la entrerriana.

Romina también fue acusada de homicidio agravado por el vínculo después de que apuñaló a su bebé, concebido a partir de una violación. Había ocultado el embarazo y lo parió sola, en el baño de su casa, en medio de un brote psicótico porque, dijo, vio en el hijo la cara del violador. La Justicia nunca autorizó la autopsia del bebé, lo que hubiera permitido determinar si Romina había dado a luz o había expulsado un feto. La pena hubiera sido radicalmente distinta.

Recién a los siete meses Romina se atrevió a contar que “la cara del violador” era la de Eduardo Pocho Vargas, un vecino, hermano y amigo de policías federales, que a la salida de un baile la llevó a la fuerza hasta un descampado y la violó. Ella tenía 17 años. El, de 38, le dijo que si lo denunciaba le haría matar al padre.

La historia de Nahir tiene muchos puntos en común con la de otra adolescente, Romina Tejerina, nacida en San Pedro, Jujuy y en muchos aspectos tan distinta de la entrerriana.

Vargas estuvo solo 23 días detenido y en un juicio sumario, donde declararon sus compadres de la Policía, argumentó que la relación había sido consentida. Amenazó con demandar a Romina por matar a su hijo. Fue sobreseído por falta de pruebas.

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Cuando promediaban las audiencias circuló en las redes el video de la Cámara Gesell donde una Nahir de 16 años contaba con voz casi inaudible el ataque sexual. Ricardo Canaletti lo pasó en el prime time, mientras le ponía nariz de Pinocho a una figura en tamaño real de la acusada. 

En el tribunal, la fiscalía intentó exhibir un segundo video, donde los chicos hacían el amor. Nahir amenazó con suicidarse. 

La asesina perfecta, la bautizó Crónica, también fue responsabilizada por el derrumbe de una familia modélica: una madre cabizbaja y un marido firme rodeándola con su abrazo. La familia contrató como vocero a un manager de modelos, Jorge Zonzini, y le encargó que rehabilitara la imagen de Nahir. 

Que fuera blanca, rubia, flaquísima, distante, bien vestida, parecía generar más irritación. No suelen ser así las mujeres sentadas en el banquillo de los acusados. La fiscalía y los medios expurgaron fotos, testimonios, redes sociales, mails de la acusada. El tribunal, sin embargo, rechazó el pedido de la defensa de revisar las redes de Fernando para efectuar una autopsia psicológica. Querían probar que no eran novios sino una relación inestable atravesada por la violencia. 

La estrategia de presentar a Nahir como víctima de violencia de género -un atenuante- también fracasó, aunque ella contó que la insultaba y la golpeaba. Aunque algunos testigos confirmaron que le habían visto moretones, incluso en la entrepierna. El tribunal tampoco admitió el acoso a pesar de que se registraron en el celular de la chica 250 llamadas de Fernando en dos días. “Lo maté porque nunca me iba a dejar en paz”, le dijo Nahir a una amiga, según recoge el expediente.

La pericia del psiquiatra forense, Simón Ghiglione, confirmó con lujo de detalles cada prejuicio: la chica era consciente de sus actos, había actuado con premeditación porque él iba a dejarla. El único problema fue “una baja tolerancia a la frustración” y cierta “irritabilidad”. 

Esa evaluación judicial contrastó con la de la psicóloga de parte, Alicia Paday, que mencionó “breves brotes psicóticos” y que él la sometía a violencia psicológica y sexual. No había lugar para evaluaciones favorables a Nahir: el fiscal pidió que procesaran a Paday por falso testimonio.

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Romina quedó presa desde el primer día y durante un año no recibió asistencia psicológica ni se le permitió estudiar ni trabajar en el penal. El cura de San Pedro fue a visitarla varias veces para pedirle que asumiera el castigo y desistiera de la defensa. Una vez por semana, él y sus feligreses marcharon pidiendo la más dura condena, lo mismo que Elisabeth Eisenberg, secretaria de Derechos Humanos de la provincia.

Los argumentos de la fiscal Liliana Fernández de Montiel para convertir a Romina en un monstruo describen a la mayoría de los adolescentes: “No aceptaba límites, y apenas esperaba algo más de la vida que diversión”; iba a fiestas, “una vez volvió alcoholizada”; discutía con sus padres; se fue a la casa de su hermana, volvió a la de sus padres; era una estudiante irregular. Sostuvo que Romina no había sido violada, pero que si hubiera ocurrido, se lo había buscado por bailar con pollera corta arriba de los parlantes. Por algo le decían La Galponera como a esas arañas de cola abultada. Pidió la perpetua. 

Víctimas o victimarias, las mujeres siempre damos tela para el linchamiento mediático. A diferencia de los femicidios, donde el nombre de la asesinada perdura y el del asesino suele perderse, esta vez la centralidad cayó sobre Nahir, la adolescente asesina, que ni se descontrolaba ni pedía perdón. 

Hacia la asesina sin sentimientos fueron el alegato de la fiscalía y la sentencia. Un doble estándar inocultable hasta la grosería, ese mismo día, en Mar del Plata, la Justicia absolvió al ex sargento de la Bonaerense Ricardo Panadero, integrante de la patota policial que violó y asesinó a Natalia Melmann.

Panadero estuvo en libertad los 17 años que duró la causa. Nahir estuvo presa desde el primer día. Cuatro veces el Juzgado de Garantías denegó el pedido de prisión domiciliaria, beneficio que sí habían concedido a los acusados por el femicidio de Mica García.

En varias oportunidades Nahir dijo que en la cárcel se sentía libre, que el control familiar era insoportable.

En Gualeguaychú, el fallo del tribunal, el 3 de julio de 2018, fue implacable: Nahir había planificado el asesinato de Fernando -”un plan preordenado”- y “se aprovechó de la indefensión”. Con el agravante de que la víctima era o había sido su novio, la condenaron a prisión perpetua, 35 años de cumplimiento efectivo. Podría quedar en libertad en 2052, a los 53 años.

Ni problemas mentales ni emoción violenta ni violencia de género. La Justicia no halló atenuantes y la condenó a la pena máxima. Las fuerzas vivas de Gualeguaychú, que habían pedido un castigo ejemplar, fueron satisfechas: no hay clemencia con el “machicidio”.

La agrupación feminista “Todo preso es político” fue la única expresión de solidaridad activa con Nahir. El 10 de julio, inmediatamente después de la sentencia, unas 30 personas se convocaron frente a la Casa de Entre Ríos en la Ciudad de Buenos Aires. “Te creemos porque sabemos”, decía el documento que denunciaba que Nahir “había sido condenada socialmente antes del juicio” y “el show mediático con la intención de estigmatizarla”. Reclamaron la absolución.

Nahir Galarza se convirtió en la condenada a perpetuidad más joven de la historia penal argentina (un titular del que no prescindió ningún medio). Y perdió todas las apelaciones presentadas en las instancias superiores de la Justicia de Entre Ríos.

Beneficios de estar lejos de casa

En varias oportunidades Nahir dijo que en la cárcel se sentía libre, que el control familiar era insoportable. En enero de 2020, cuando llevaba cuatro años presa, contrató a la abogada Raquel Hermida Leyenda, que había ofrecido sus servicios en el momento del crimen pero la familia rechazó “por zurda y feminista”.  

En una nueva evaluación psicológica convocada por Hermida Leyenda, el psiquiatra Enrique Stola y la psicóloga Alicia Castro coincidieron en que la joven “padece de esquizofrenia de inicio temprano y experimenta alucinaciones auditivas, olfativas, visuales y cenestésicas. Además de una percepción alterada de la realidad”. Stola subrayó que Nahir no tuvo la contención médica ni psicológica adecuada, y llegó al juicio en “las peores condiciones de salud mental”.

Meses después, Nahir explotó: le dijo a Hermida Leyenda que el asesino era su padre, que junto con el abogado Rebossio le indicaron que se declarara culpable, que el papá le había prometido que diría la verdad “después de solucionar algunas cosas” y que el fiscal Sergio Rondoni era cómplice. 

Además, contó que un tío paterno la había violado cuando era chica y que poco antes del crimen los padres la habían obligado a abortar. Que pidiera protección porque el padre era violento. Segundo derrumbe de la “familia modélica”.  

La madre, que ya no vivía con Galarza y se había mudado a Paraná para estar más cerca de la hija, rompió el silencio, dio por cierta la denuncia de Nahir y pidió una perimetral para su exmarido. Las vecinas del penal dicen que nunca la vieron, que entra y sale oculta en su camioneta.

Tal vez allí puede estar una clave de la suerte dispar entre Nahir y Romina. 

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La respuesta de la familia de Romina, humildes trabajadores de San Pedro, temerosos de las leyes de dios, muestra lo vertiginosos que pueden ser los procesos políticos cuando está el amor en juego. 

La madre y las hermanas cerraron filas. La mayor, Mirta, docente y militante del movimiento piquetero, enfrentó con firmeza y dulzura los prejuicios de sus compañeras. Y las convenció. Mirta denunció que en el penal la mayoría de las jóvenes estaban presas por haber matado a sus padres y maridos, violadores o golpeadores. De ellas o de sus madres.

La respuesta de la familia de Romina, humildes trabajadores de San Pedro, temerosos de las leyes de dios, muestra lo vertiginosos que pueden ser los procesos políticos cuando el amor está en juego.

Las Tejerina recorrieron universidades, barriadas, medios de comunicación, explicando por qué Romina era un chivo expiatorio. Respondieron a la campaña mediática con tranquilidad y solvencia: la “frialdad” esgrimida como un agravante debía considerarse prueba del shock emocional. 

El movimiento de mujeres y el movimiento feminista convirtieron a Romina en un emblema de la lucha contra la violencia y por la legalización del aborto. Una vez por mes durante varios años hubo concentraciones que exigieron su libertad antes las persianas cerradas de apuro de la Casa de Jujuy en Buenos Aires. 

Romina fue condenada el 9 de junio de 2005 a 14 años de prisión. Aunque el Tribunal tenía en carpeta la condena a perpetuidad -el sobreseimiento de Vargas excluía la violación como atenuante- , votó una pena menor porque la movilización había convertido el caso en un escándalo nacional e internacional. Afuera del Tribunal, cientos de mujeres daban testimonio personal de la misoginia de la Justicia jujeña. 

En 2006, el Encuentro Nacional de Mujeres 2006, convocado en Jujuy, tomó como consigna central la libertad de Romina y la despenalización del aborto. La mamá y las hermanas recorrieron comisión por comisión. El sábado a la tarde, miles de compañeras sesionaron frente al penal. La joven fue encerrada para que no se acercara al alambrado.  

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Haber denunciado a su padre enfrentó a Nahir con tres instituciones temibles: la familia, la policía y el Poder Judicial. Y con los medios, que repasaron prolijamente sus contradicciones en el primer juicio.  

La justicia no se permitió dudar: el homicidio “ya había sido analizado en distintas instancias judiciales”. Ni siquiera se citó al padre “que a esa hora estaba trabajando”, apuntó el fiscal. También sobreseyeron al tío porque habían pasado muchos años para comprobar la acusación. 

Hermida Leyenda es contundente: “Al tomar la causa descubrí que lo que faltaba no era perspectiva de género sino derecho penal. No se la defendió, la obligaron a hacerse cargo de un homicidio que no había cometido, aunque sí había estado presente. La perspectiva de género fue un invento para tratar de salvarla después de salvar a su padre”.

La defensora tiene una hipótesis sobre lo que ocurrió esa madrugada: “los jóvenes iban en la moto y Fernando llevaba el arma. Cuando vieron que se acercaba el padre, el chico frenó de golpe y el arma cayó al piso. El padre se agachó, tomó su pistola reglamentaria y disparó hacia arriba, las dos veces. Acto seguido le ordenó a Nahir que la agarrara y se fuera a la casa”. Piensa que alguien ayudó a Galarza para que ninguna cámara registrara su presencia en la zona. 

Ningún tribunal estuvo interesado en investigar esta versión. Ni siquiera la Corte Suprema. 

Se puede pensar que esto fue así porque el padre no tenía un motivo para matar a Fernando. ¿Nahir sí? ¿Que él -”no me lo iba a sacar nunca de encima”- la acosaba? ¿Ese no sería un atenuante? ¿Que él le dijo que la iba a dejar? ¿Que ella no está mentalmente en buen estado? ¿No cabría la inimputabilidad?

Contra quién va el punitivismo

Las apelaciones de Romina también fueron  rechazadas, incluido el recurso de queja a la Corte Suprema. En junio de 2012, nueve años y cuatro meses después de la condena, el día en que cumplía 29 años, salió en libertad condicional con un informe positivo por buena conducta. 

Si los legisladores en 1995 no hubieran sustituido el delito de infanticidio por el de homicidio agravado por el vínculo, la pena máxima para Romina hubiera sido de 3 años. Ella fue una víctima de las reformas legislativas que ignoran la doble opresión de las mujeres, y mucho más de las más pobres, que suelen carecer de asistencia médica y psicológica que prevenga y evite las consecuencias de la psicosis puerperal. 

Además, si el aborto hubiera sido legal, nunca hubiera estado presa. Aunque la legislación permitía el aborto en caso de violación, ese derecho era inaccesible para una adolescente de la clase trabajadora en las provincias feudales del Norte.

Nahir es una víctima del giro punitivista de la legislación desde 2004. Con las reformas propuestas por Blumberg, la Argentina abandonó el llamado “régimen de progresividad de la pena” -explica la criminóloga Claudia Cesaroni- que permitía que “a medida que la persona presa cumpliera ciertos requisitos de comportamiento” tuviera “acceso a salidas transitorias hasta los dos tercios de la condena y luego libertad condicional”. 

Antes ese derecho se ejercía a los 20 años de cárcel. Después, a los 35. A partir de 2017, el entonces diputado y actual ministro de Defensa Luis Petri aprovechó el femicidio de Mica García para apretar más el torniquete y quitar la libertad condicional a todos los condenados a perpetua por ciertos delitos -entre ellos, homicidio agravado. ”Como en nuestro país no hay pena de muerte, lo más parecido a la pena de muerte es la muerte en vida”, opina Cesaroni.

A principios de julio, la Corte Suprema de la Nación tomó por válida la investigación realizada por los tribunales entrerrianos, calificó como “inadmisible” el recurso extraordinario y dejó firme la sentencia contra Nahir. Era la última chance que le quedaba en Argentina. Ahora apelará a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. 

La condena a perpetuidad es por 35 años, Nahir podría salir de la cárcel recién en 2052, a sus 53 años. ¿El servicio penitenciario la tragará por tres décadas? ¿Ese castigo evitará algún mal?