Crónica

Mutek: música para bailar y contemplar


Ciudad de ecos electrónicos

Por tres noches el festival Mutek volvió a ocupar la ciudad para celebrar la diversidad de una escena electrónica en constante mutación. Lejos de imponer un modelo global para cada ciudad en la que toca puerto, es una oportunidad para experimentar el sonido de esta escena tanto en su euforia rave como sus expresiones alternativas, en venues y shows audiovisuales de gran escala. Su sonido es también el sonido de una ciudad, es la música que componen las frecuencias que nos atraviesan.

Fotos: Paloma Pierini / Adán Jones

Un estruendo, como el ruido de un trueno cayendo dentro de este boliche. La interferencia de una radio, llenando el aire de un sonido que se siente como una textura. Líneas blancas atraviesan el escenario y demarcan una silueta oscura, la del argentino-español Jorge Haro -pionero del arte electrónico en el país- ensimismado en su computadora, que ahora comienza a proyectar en la larga pantalla un montaje rítmico de planetas. La escena inaugura una de las esperadas noches de MUTEK AR, la versión local del festival multinacional de creatividad digital. 

Algunas horas después de Haro, en el mismo escenario, el cierre del festival en club Deseo se convertiría en una hyper fiesta de altos bpms y una fusión visceral de subgéneros pop y tecno a cargo de los productores Maja y Okte y de la artista visual Regina Ceii. Entonces, el aire humeante se iluminará de rojos vivos y blancos enceguecedores, los bajos retumbarán hasta saturar y volverse ASMR.

A su manera, la quinta edición de Mutek abarcó más de 30 años de música electrónica argentina en tres noches y más de 20 shows -con invitados internacionales también-. Desde su primera edición en Buenos Aires en 2017, el festival oriundo de Canadá encontró un segundo hogar en la escena porteña y su largo linaje de músicos, DJs y productores activos en la ciudad desde los 90.

A diferencia de otros festivales internacionales, Mutek está lejos de buscar imponer un mismo modelo global para cada ciudad en la que toca puerto. Su programación deja margen para lo incierto y la sorpresa, saliendo al encuentro de la gran diversidad electrónica que puede encontrarse en territorio local.

En Buenos Aires, la electrónica siempre tuvo que ver, para mí, con la búsqueda de espacios propios. En paralelo a las primeras raves en Parque Sarmiento en 1998, una escena alternativa de músicos electrónicos comenzó a ocupar galerías de arte, museos y algunas pequeñas salas. No hacían música solo para bailar sino para contemplar ritmos más sutiles y minimalistas. Aquella electrónica de exploración sigue buscando nuevas zonas que habitar.

Mutek es una oportunidad para experimentar el sonido de esta escena tanto en su euforia rave como sus expresiones alternativas, en venues y shows audiovisuales de gran escala. Su sonido es también el sonido de una ciudad, es la música que componen las frecuencias que nos atraviesan. 

Electrónica que se ve

Una pequeña campana quiebra una pared de ruido a la mitad. Por lo que dura un segundo, el aire parece helarse, la atención se recupera, los demás sonidos se callan. Esteban González espera paciente frente al micrófono el momento justo para volver a sonar su campana y suspender el tiempo una vez más. Del otro extremo del escenario, Fernando Molina dispara visuales que engañan una perfecta sincronía con la música: geometría negra sobre el vacío de una pantalla en blanco, líneas finas que se amplían y encogen como ondas de audio, flashes de luz como parpadeos digitales. El show “Distancia/Intersección” que abrió MUTEK 2023, es cercano a una experiencia espiritual, con cuencos tibetanos y samples de los Beatles incluidos. Junto con su batallón frenético de beats e imágenes, el dúo revela dos caras de una misma ilusión: la fantasía de orden que nuestra percepción encuentra en la catarata de sonidos e imágenes que nos atraviesan. 

El escenario -y la pantalla- de Artlab se vuelven vidriera para exponer a músicos y artistas visuales que acostumbran a operar detrás de escena. Hay shows que incorporan elementos de performance, como el de González y Molina, y “Ushuaia” de Rocío Morgenstern con Laila Méliz, Matías Azulay y Magalí Suescun. Ambas presentaciones además comparten una inspiración íntima. 

En la obra de Morgenstern, el minimalismo zen y la concepción oriental del silencio están presentes en sus visuales con texturas de ríos y montañas, una música espaciada con grabaciones de campo, un escenario repleto de ramas y hojas. “Ushuaia”, que abre la segunda noche de Mutek, es uno de los shows más calmos e introspectivos en un festival que genera tantos momentos de baile, movimiento e intensidad como estados de hipnosis y ensueño. Expresa un tipo de electrónica que no tendría lugar en una fiesta o boliche y mucho menos en un festival masivo, pero que no deja de ser una experiencia que se vive en comunión y se siente en el cuerpo. 

Todo bajo descontrol

Mutek también mantiene elementos de improvisación y sorpresa distribuidos en su programación, emparejando VJs con músicos de distintos países, escenas o generaciones. De ese lado se situó el show de Lito Vitale, que estaba anunciado como un concierto de ambient pero sorprendió con una jam enérgica y jazzera de sintetizadores junto a las fantasías de geometría y abstracción de la artista visual Flo Pasquali. También el electro lounge del italiano Martux_M con las visuales de texturas y sombras de Lucía Ranzuglia, o la VJ uruguaya Sofía Córdoba con el virtuosismo emocional de los productores Julián Tenembaum y Javier Medialdea. 

Este grado de improvisación distingue a Mutek de otros ciclos o festivales en los que los artistas van a presentar música que ya publicaron y se puede escuchar en cualquier plataforma. Sonido e imagen en Mutek se convierten en un suceso que solo se puede conocer en vivo y en persona. 

Nocturnos

A través de las paredes se escuchan las máquinas de ritmo y samplers de Depuratumba, en un set bailable de principio a fin que atraviesa techno, breakbeat y acid house con fluidez. Dentro de Underclub, el colorido collage de formas y visuales abstractas de Confirm Hummanity se fundirá con las formas geométricas y derretidas de Plantasia durante el techno psicodélico del dúo Oscean. 

A lo largo de dos noches -que reemplazaron la anterior e icónica noche en Palacio Alsina por Underclub y el club Deseo-, los sets más bailables de Mutek estuvieron en manos de una nueva generación de DJs y músicos electrónicos argentinos. Mutek y Artlab son una plataforma de exposición para esta escena, pero también se han convertido en espacios en donde muchos de estos artistas pueden romper con la virtualidad y conocerse, verse y escucharse. Lo mismo sucede en experiencias del festival como las charlas y talleres de Digi Lab, o la red de formación y colaboración entre mujeres y disidencias de Amplify D.A.I. Este intercambio es lo que convierte a una escena en una comunidad y es algo que caracterizó a la electrónica desde sus comienzos: ser una experiencia colectiva. 

No se puede categorizar a toda una generación de artistas de una forma que abarque a cada uno de ellos, pero sí creo que muchos estamos atravesados por una estética del error, del glitch, de lo distorsionado, lo roto. Escucho esto en los samples acelerados y los cortes abruptos en los sets de Evlay, Okte y Maja en Deseo, lo veo en la distorsión de imágenes y colores saturados que atraviesan las visuales de Serpiente Roja y el dúo chileno Trimex. 

Incluso los artistas visuales que utilizan inteligencia artificial y técnicas generativas no están interesados en crear imágenes “perfectas”, sino que exploran los umbrales en donde las tecnologías empiezan a fallar o “alucinar”. La sensación que producen estos efectos puede ser tan graciosa como perturbante, pero no deja de simbolizar un rastro de un gesto orgánico, humano. 

Hoy, que tenemos herramientas para crear cualquier imagen imaginable o recrear cualquier sonido posible, tener acercamientos guiados por la sorpresa, la intuición y el azar es una forma de expresar algo más allá de la técnica en sí. Se trata de invocar al ghost in the machine que habita en nuestra tecnología. Porque, ¿qué es la electrónica sino un cómo y no tanto un qué? Es una forma de describir un proceso, no un resultado. 

La música electrónica siempre estuvo asociada con la noche. De hecho, si tuviera que describir el sonido urbano nocturno, pienso en la forma apagada, casi tapada, en la que se siente la música de un boliche desde la calle. Como si estuviera debajo del agua, como si fuese subterránea, como si fuese el eco de una ciudad.