Javier Milei tiene gurúes económicos. Son grandes referentes teóricos de los libertarios. Con esos nombres bautizó a sus “hijitos de cuatro patas”, los mastines ingleses que tiene encerrados en los caniles de la quinta presidencial de Olivos: Murray, Robert, Milton, Lucas y ¿Conan? El primero homenajea a quien es, quizás, su mayor ídolo: el economista Murray Rothbard. Sin embargo, si éste viviera —murió en 1995—, el amor de Milei sería, posiblemente, un amor no correspondido.
El presidente tiene, también, gurúes religiosos, todos ellos judíos, y tiende a repetir slogans económicos como frases bíblicas. Adhiere fervorosamente a la organización Jabad Lubavitch, un grupo ultraortodoxo que tiene su sede central en Brooklyn, Nueva York, lugar que ya visitó dos veces en menos de un año. El primer mandatario tampoco pierde oportunidad de participar en rituales y actos organizados por la conducción de la comunidad judía argentina, como el de Janucá o el aniversario de los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA. Se declara crecientemente unido al judaísmo: afirma que su propio abuelo fue judío y que, además, tiene un ancestro rabino. Lo reveló convenientemente en el estado de Florida, cuando recibió la condecoración de Embajador de la Luz. La revista de la institución, The Shul, anunció la entrega del galardón y veneró a los militares israelíes caídos en la incursión armada en Gaza.
Rothbard seguramente desaprobaría la cercanía del presidente con Jabad Lubavitch, la organización que lo acaba de distinguir por sus ideas políticas y su apoyo incondicional a Israel. ¿Pero por qué lo reprendería alguien cuyas enseñanzas sigue con tanta pasión? Porque a pesar de ser hijo de una pareja de inmigrantes judíos, y de haber sido criado en una familia comunista, Rothbard tuvo vínculos estrechos con antisemitas y negacionistas del Holocausto: alabó su pensamiento, su producción teórica y promovió sus candidaturas políticas.
Rothbard y el antisemitismo: la “mentira” de los seis millones
Harry Elmer Barnes, historiador estadounidense, dedicó su vida a estudiar las causas y consecuencias de las guerras mundiales. En sus últimos años desarrolló una teoría según la cual el ataque de las fuerzas japonesas a Pearl Harbor habría sido promovido por el gobierno norteamericano con el fin de obtener una excusa para entrar en la contienda. Hasta ese punto, todo podía ser aceptable y discutible. Pero lo que convirtió a Barnes en un verdadero paria académico fue su negacionismo del Holocausto. La muerte de seis millones de judíos fue, para él, una “propaganda de guerra”.
Rothbard no solo reivindicó el trabajo de Barnes en vida, sino que publicó, después de su muerte en 1968, un extenso y vehemente obituario, donde dice que Barnes fue victimizado por defender “la verdad histórica” y promover el revisionismo: “Fue el compromiso apasionado de Harry con la verdad lo que le valió la pérdida del aplauso de los académicos y las multitudes y lo arrojó, durante las últimas dos décadas de su vida, a la más completa oscuridad”.
En el Informe Rothbard-Rockwell —una publicación que Rothbard editó con el asesor político Lew Rockwell, fundador del think tank Mises Institute—, el economista que inspira a Milei publicó material supremacista blanco, como este comentario del columnista y escritor Sam Francis: “En primer lugar, la diferenciación natural de las razas en capacidades intelectuales implica que de las dos razas principales hoy en día, sólo una en los Estados Unidos posee la capacidad inherente de crear y sostener el nivel de civilización que ha caracterizado históricamente a los países de origen en Europa y América”. Francis, con su rechazo a la admisión de inmigrantes no blancos y no occidentales, fue caracterizado como ”el principal filósofo de la conciencia racial blanca de nuestro tiempo” y asesoró al político ultraconservador Pat Buchanan, que llevó, desde 1992, una relación de amistad con Rothbard.
Fue Rothbard el encargado de defender a Buchanan ante las acusaciones presentadas contra el político por la Anti Defamation League por sus expresiones racistas y antisemitas. El economista alegó que Buchanan nunca había propiciado medidas contra los judíos tales como “prohibirles la entrada un club de campo o imponerles cuotas máximas en diversas profesiones (cosas que sí han sucedido en EE.UU.). Así que, una vez más, es absurdo y una vil calumnia llamar antisemita a Buchanan”.
En 2010, sin embargo, Buchanan desmintió involuntariamente a su amigo fiel cuando se discutió la integración de Elena Kagan a la Corte Suprema de los Estados Unidos y éste la cuestionó por ser judía. “Si confirman a Kagan, los judíos, con menos del 2% de la población de Estados Unidos, tendrán el 33% de los puestos en la Suprema Corte. ¿Es esta la idea de los demócratas de diversidad?”, se preguntó el ultraderechista. Además, dijo que la soberanía de los Estados Unidos estaba en peligro a causa del “control israelí y la incursión mexicana”.
Para defender a su amigo, Rothbard publicó un larguísimo texto en el Informe Rothbard-Rockwell donde usó el argumento por excelencia de los antisemitas para defenderse: sostuvo que Buchanan tenía “muchos amigos judíos”.
Rothbard tiene muchos seguidores entre las nuevas generaciones de neonazis. Uno de ellos es Mike Enoch, fundador del ofensivo podcast Daily Shoah, y difusor habitual de comentarios y chistes antisemitas sobre asesinar a los judíos y deportar a los musulmanes y afroamericanos. Enoch declaró que su camino hacia la extrema derecha comenzó, principalmente, con la lectura de Rothbard. Activo negacionista del Holocausto, también fue creador de la página neonazi The Right Stuff, que dirigió hasta que se vio obligado a renunciar. Su final estuvo signado por el escarnio, al descubrirse que estaba en pareja con una mujer judía, algo que sus seguidores consideraron “realmente negativo para nuestro Cuarto Reich, blanco, nacionalista, neonazi y fascista”.
Otro miembro de la prole ideológica de Rothbard es Tony Hovater, soldador, músico de rock y cocinero, invitado frecuente de la Radio Aryan y concurrente a la marcha Whites Lives Matter (las vidas blancas importan) opuesta a Black Lives Matter. Hovater posteó en Facebook una imagen que supuestamente mostraba cómo sería la vida si Alemania hubiera ganado la Segunda Guerra: una calle llena de gente blanca y feliz, un restorán bullicioso, esvásticas por doquier y una leyenda: ¿qué parte resulta poco atractiva?
Chris Cantwell, otro neonazi, también estadounidense, conocido como el nazi llorón, se declaró un “gran fan de Murray Rothbard”. Dijo que después de pasar por él siguió con el libro Democracia. El dios que fracasó, del filósofo alemán Hans-Hermann Hoppe, quien se pronunció contra la inmigración y la homosexualidad y especialmente contra la democracia como sistema de gobierno. Hoppe es otro de los referentes favoritos de Milei, que en varias entrevistas se negó a contestar si cree o no en el sistema democrático.
Cantwell es autor de podcasts ultraderechistas y racistas. Pregona que los afroamericanos tienen inclinación por la violencia y que tienen bajos coeficientes intelectuales, que los judíos difunden el comunismo y que no son confiables. También que los inmigrantes superan en natalidad a los blancos —y que por eso es necesario legalizar la poligamia: para fomentar el nacimiento de bebés blancos— y que una guerra racial es inevitable. Sus puntos de vista son tan extremos que fue expulsado de varias organizaciones libertarias. Dijo que no entendía la cuestión judía. “Los judíos son gente blanca con ideas malas, ¿no? No tenía idea de que Karl Marx era judío: nunca los había asociado con el comunismo. Y en el preciso momento en que hice esa conexión dije: “todos tienen que morir”. Todos menos Rothbard, claro.
Rothbard y el Ku Klux Klan
La frutilla del postre es la adhesión de Rothbard a las propuestas ideológicas de David Duke, ex Gran Mago del Ku Klux Klan, la violenta organización racista, xenófoba y abiertamente antisemita. Nada de eso le impidió ser representante del Estado de Luisiana en el Congreso, candidato a gobernador y dos veces candidato a la presidencia. El economista, entusiasmado, declaró: “Es fascinante que no haya nada en el programa o campaña actual de Duke que no pueda ser adoptado también por los paleoconservadores o paleolibertarios: impuestos más bajos, desmantelamiento de la burocracia, recortes drásticos del sistema de bienestar social, ataque a la acción afirmativa y las cuotas raciales, pidiendo igualdad de derechos para todos los estadounidenses, incluidos los blancos: ¿qué hay de malo en todo eso?”.
En una de sus intervenciones públicas, Duke, que pasó quince meses en la cárcel por evasión fiscal y fraude postal, dijo que en realidad se lo encarceló porque se atrevió a “desafiar la dominación judía supremacista racista sobre la política exterior, gobierno y economía de los Estados Unidos”.
Duke escribió El supremacismo judío: mi toma de conciencia sobre la cuestión judía, publicado en 2003. En Amazon lo describen de la siguiente manera: “Duke revela una red de etnocentrismo judío que abarca bancos, medios de comunicación y política. Duke argumenta que las consecuencias del supremacismo judío son devastadoras para las culturas y sociedades que no son judías. Algunos ejemplos de movimientos judíos son la psicología freudiana, la antropología de Frank Boas —antropólogo judío estadounidense—, el feminismo radical y el multiculturalismo extremo”. La red social Twitter suspendió en julio 2020 de forma permanente la la cuenta de Duke tras publicar tweets con contenido racista y antisemita así como desinformación sobre la pandemia del coronavirus. Similar medida tomó la plataforma YouTube.
La lista de las adhesiones a Rothbard de personajes de la extrema derecha racista antijudía es larga, por lo que pareciera que las conductas de quienes se nutren de sus escritos no son casuales. El periodista John Ganz puntualizó en un artículo del 2017 sobre el recorrido del economista adorado por Milei: “Reflexionar sobre las extrañas fantasías políticas autoritarias de este declarado partidario de la libertad absoluta, recuerda particularmente a Shigalyev, el teórico de la célula revolucionaria en Los Demonios, de Dostoievski: «Mi conclusión se encuentra en directa contradicción con la idea de la que comencé. Procediendo de una libertad ilimitada, termino con un despotismo ilimitado”.
Bonus track: Rothbard y el anticomunismo
Joseph McCarthy, congresista estadounidense, fue ejecutor de un anticomunismo furioso, no desde el debate ideológico político sino con listas negras, persecución y restricción a la libertad artística y de expresión, y censura lisa y llana. Su instrumento fue el Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso, que persiguió a artistas de la talla de Charles Chaplin, entre otros.
En un homenaje a su amigo Roy Cohn, abogado de Mc Carthy, Rothbard dijo: “Solo ha habido un error con los métodos famosos de usted o de ese otro gran senador estadounidense, Joe McCarthy: ha sido demasiado amable, demasiado cortés, considerado, demasiado decente como para darse cuenta de la crueldad y el veneno de la mancha de la izquierda que está dedicado a expulsar a todos los anticomunistas eficaces de la vida pública”.
Encandilado por el macartismo, Rothbard escribió: “Había otra razón para mi propia fascinación con el fenómeno de McCarthy: su populismo. Había una necesidad vital de apelar directamente a las masas, emocional y hasta demagógicamente, contra las cabezas del establishment: las élites universitarias, los medios masivos de comunicación, la estructura político partidaria republicana y demócrata”.
Meses antes de morir, el inspirador de Milei defendió el libro The Bell Curve (La curva campana: inteligencia y estructura de clase en la vida americana), del psicólogo Charles Murray y el politólogo Richard Herrnstein, un texto apoyado en reputados científicos que es utilizado para sostener la inferioridad racial de las personas afro. Rothbard, entusiasmado, escribió que hasta la publicación de esa obra, en octubre 1994, “era vergonzoso y tabú para cualquiera hablar públicamente o escribir acerca de verdades que todos conocían en sus corazones”, aclarando que se refería “al casi autoevidente hecho de que los individuos, los grupos étnicos y las razas difieren en inteligencia y en muchos otros rasgos; y que la inteligencia, así como otros rasgos de temperamento menos controversiales, son en gran parte hereditarios”. Es decir, la inteligencia es genética, y las capacidades limitadas se transmiten de generación en generación.
Aunque acepta la superioridad racial blanca, Murray de algún modo relativiza la relevancia de la discriminación aunque sea importante para otros sectores políticos que de hecho la aplican. “Siendo estatistas hasta el núcleo, se ven obligados a tomar el control de los recursos y adjudicarlos entre los distintos grupos de la población. Son clasificadores: apuntan a clasificar a la gente para subsidiar aquí, para controlar y restringir allí. ¿Usarán los fondos de los contribuyentes para subsidiar a los desaventajados o a los genios?”.
Argumentos muy adecuados para un presidente que se animó a sostener su pertenencia a un colectivo de “superioridad estética”, tal como el nacionalsocialismo proclamaba al referirse a la raza aria.
En el reinado del mercado sobreviven los mejores, los superiores, y ninguna autoridad debe intervenir. En su libro La ética de la libertad, Rothbard sostuvo que los padres no deberían tener la obligación legal de alimentar, vestir y educar a sus hijos, por lo que incluso podrían “dejarlos morir”. Y que “en una sociedad absolutamente libre puede haber un floreciente mercado libre de niños”. La frase “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina”, en cambio, fue creación de Milei.
Rothbard no llegó a conocer el gobierno de uno de sus más fieles seguidores porque dejó físicamente este mundo muchos años antes. El economista no tiene clones, aunque en Olivos haya un perro que lleva su nombre y un heredero humano cuyas acciones y medidas lo habrían maravillado. Lo que seguramente habría desaprobado el gurú es la ferviente adhesión de Milei al judaísmo y a las políticas belicistas de Israel y de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque para Rothbard, la expansión del Tercer Reich y sus políticas de exterminio no justificaban la participación de su país en la Segunda Guerra Mundial.