Silvia camina apurada, dejó a su hija menor en la escuela y tiene que volver a su casa antes de las 8 de la mañana. Estamos en julio de 2016 y el frío todavía deja escarcha sobre el asfalto que se consiguió “gracias a la lucha de los vecinos”. Silvia es vendedora ambulante desde muy chica. En su casa funciona el obrador donde la esperan los compañeros y compañeras de la cooperativa. Están terminando de revocar el techo de una vivienda cercana. A cada paso, las calles de Presidente Derqui, un barrio del partido bonaerense de Pilar, cuentan una historia colectiva. Casas, escuelas y salas de primeros auxilios, en todas ellas, explica Silvia, la cooperativa hizo reformas. Se refiere al proyecto que crearon con varios vecinos a partir del Argentina Trabaja, un programa que entre 2009 y 2018 va a promover la “inclusión social” a través de transferencias monetarias y la promoción del trabajo asociativo.
Ahora es agosto de 2024. En Argentina, la población de los barrios populares alcanza a más de cinco millones de personas. Estos barrios están atravesados por distintas problemáticas habitacionales: condiciones precarias de las viviendas, hacinamiento y la falta de acceso al agua corriente. El 22,% de las personas que habitan en los 31 aglomerados urbanos que releva el INDEC vive en espacios con materiales de una calidad insuficiente o parcialmente suficiente y el 11,1% no tiene acceso al agua corriente.
Los programas de transferencia de ingresos, como el Argentina Trabaja y el Ellas Hacen, se implementaron con el objetivo de mejorar estas condiciones habitacionales. La creación de cooperativas de trabajo mejoró viviendas y espacios barriales. Hoy, su continuidad está en riesgo.
Si bien estos trabajos de mejoramiento barrial tuvieron continuidad en políticas posteriores, como el Potenciar Trabajo, vigente desde 2020 hasta febrero de 2023, tras la asunción de Javier Milei, se congelaron los montos de las transferencias monetarias y se suspendieron las entregas de alimentos e insumos para los proyectos productivos. El Potenciar Trabajo se desarticuló y con él todo el apoyo brindado por el Estado.
Volvamos a Julio de 2016. De regreso a su casa, que es también el obrador de la cooperativa que crearon con los vecinos, Silvia se detiene en la cancha de fútbol que construyeron con los y las compañeras para los y las chicas del barrio. Desde el alambrado, saluda a los niños que corren detrás de la pelota, les grita que esa tarde los espera en el merendero que funciona en su vivienda. Unos metros más adelante, se encuentra con una vecina angustiada porque tiene al hijo detenido en la comisaría, Silvia le aconseja recurrir a una oficina de violencia institucional.
―Mamá, no me hiciste la trenza. Hoy tengo partido de Handball ―reclama su hija mayor cuando la ve llegar.
―¿Querés que te la haga ahora? ―Silvia mira la hora en su teléfono y calcula el tiempo que le queda.
Mientras le desenreda el pelo, interviene en las peleas de sus hijos menores y le pide a la cuarta de sus hijas que le prepare la bolsa con la mercadería que ya tiene separada para llevarle a una señora mayor que está pasando un mal invierno. Silvia no solo es presidenta de una cooperativa del barrio. También milita en el Movimiento Evita y es parte de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular.
Desde hace al menos tres décadas las mujeres de los sectores populares son las principales destinatarias de programas sociales. También las protagonistas de distintos procesos de organización colectiva. En diciembre de 2023 representaban el 61% de los 1.474.751 titulares del Potenciar Trabajo, la política que incorporó a partir de 2020 a quienes antes habían sido beneficiarios del Hacemos Futuro, ex Argentina Trabaja y Ellas Hacen. A pesar de los cambios de nombre y de orientación de los programas, la feminización de las políticas es constante.
Las mujeres son las primeras en salir a la calle cuando hay crisis económicas, pero para resolver la reproducción de la vida es necesario mucho más que un movimiento de salida hacia lo público. Más que participar “en política”, como si ésta se localizara en espacios con límites fijos, para vivir en un lugar digno o abordar situaciones de violencia, las mujeres ponen en marcha procesos de politización colectiva que se tejen con y desde las casas.
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Diciembre de 2016. Cristina vive en San Miguel, en el noroeste del Gran Buenos Aires, en una casa que parece un laberinto. Pica con rapidez los huevos duros porque en el merendero esta noche van a entregar viandas de salpicón de papa. En su casa funcionan, además, un taller de carpintería, un local que vende muebles y juguetes de madera y una sede de estudios del Fines, un plan de terminalidad educativa para adultos.
Silvia y Cristina son líderes reconocidas como militantes con historia por sus compañeros y compañeras. Ellas ponen su casa a disposición y desde allí hacen política con y para el barrio. Los proyectos que funcionan en lo de Cristina surgieron a partir de los distintos programas estatales que hasta febrero de 2024 gestionaban las organizaciones de la economía popular: de la interacción entre ellas y el Estado, nacieron trabajos comunitarios y proyectos productivos que transformaron las casas y los barrios. Silvia y Cristina no son casos aislados. Según datos del Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular (RENATEP) casi la mitad de quienes trabajan en el sector socio comunitario, poniendo en marcha ollas populares, merenderos, o espacios de apoyo escolar y de cuidado de infancias declararon hacerlo en un domicilio particular.
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―Antes tenía un higo, un níspero, un parque hermoso ―cuenta Cristina.
Estamos en marzo de 2017 y hace unos meses que se techó el patio de entrada de su casa para transformarlo en un ambiente más donde funciona el merendero. La fachada está llena de murales que hicieron desde “la juventud” del Movimiento Evita: unas letras coloridas que anuncian el nombre del merendero, los logos de las organizaciones y un retrato con la cara de Eva Perón. Estas reformas se suman a aquellas con las que, años atrás, se construyeron dos nuevos ambientes –el taller y el local– y la instalación eléctrica para albergar la carpintería.
Algunas mujeres comienzan “haciendo merendero” en sus patios y jardines. Una vez que estas actividades se desarrollan con regularidad, aumenta la afluencia de niños y niñas que buscan su merienda y surge la necesidad de un espacio cerrado donde evitar el frío y la lluvia. Una vez techados, los patios se renombran “salón de usos múltiples” o “centro socio comunitarios”. Los salones bajo techo son escenarios de actividades nuevas: espacios formativos, talleres recreativos, entre otras. La política colectiva se construye de forma procesual, como un transcurrir que no se ciñe estrictamente a planes y diseños previos. Teje arreglos para mejorar las vidas, adaptándose a condiciones cambiantes y corriendo los límites de los proyectos iniciales.
Las mujeres son las primeras en salir a la calle cuando hay crisis económicas, pero para resolver la reproducción de la vida es necesario ponen en marcha procesos de politización colectiva que se tejen con y desde las casas.
Tiempo después de las últimas reformas que realizó en su casa, Cristina se mudó. Con su marido y su hijo menor se instalaron en una casa recién construida en otro barrio. La vivienda en donde funcionaban el merendero y el taller de carpintería quedó para sus hijos mayores y como sede del movimiento Evita.
A su nueva casa se entra por un patio delantero con techo de chapa. Tres mujeres revuelven la olla en una cocina conectada a una garrafa. Sobre la mesa, ya está listo el mate y el aroma a guiso invade el ambiente. Cristina no tenía previsto impulsar un merendero en su nuevo hogar. Pero conocer las “muchas necesidades” de sus vecinos, la puso en movimiento para mejorar el barrio. El cerramiento del patio en donde se cocina la cena es una reforma reciente, dispuesta para acompañar esta iniciativa.
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―Todavía estoy de ama de casa, pero enseguida me pongo la camiseta de referente ―dice Lorena entre risas.
Lava el último plato y se pone una remera con la inscripción “Referentes comunitarias-Moreno”, nombre del programa municipal que, en junio de 2017, brinda acompañamiento a mujeres que denuncian violencia de género. Se prepara para ir a una charla de mujeres en un centro comunitario del barrio.
Lorena tiene tres hijos y para ella meterse en política fue un hecho inesperado. Dice que se acercó después de ingresar al Ellas Hacen, un programa dirigido exclusivamente a mujeres que, como el Argentina Trabaja, creó cooperativas. Se entusiasmó con las palabras de una funcionaria de la Dirección de la Mujer: “empoderamiento” y “derechos de las mujeres”. También con la celeridad con la que la ayudaron a resolver el cobro de las asignaciones familiares de sus hijos. Comenzó sumándose a reuniones semanales en una unidad básica peronista y a recorrer oficinas municipales buscando distintos recursos para las mujeres de su barrio: remedios que faltaban, trámites vinculados a asignaciones familiares y alimentarias, asesoramiento jurídico ante situaciones de violencia. Enseguida, sus vecinas y compañeras de cooperativa comenzaron a recurrir a ella pidiéndole distintos tipos de ayuda.
Cuando ingresó al programa, quería ahorrar dinero para invertir en un negocio propio de artículos de limpieza. Un par de años después, el local ya estaba construido en el frente de su casa, pero nunca comenzó con el emprendimiento. Ahora ahí guarda pintura y telas que sobran de las banderas que confecciona para las movilizaciones. O la leche en polvo y el azúcar que el municipio le entrega para sostener un merendero al que acuden los hijos de las mujeres que cursan sus estudios secundarios en una sede del plan Fines que ella misma impulsó en el barrio.
Para muchas mujeres involucrarse en procesos de organización colectiva supone la posibilidad de construir mejores horizontes de vida, poder enfrentar situaciones de violencia, resolver el cuidado de los hijos a partir de espacios comunitarios e intervenir sobre diversos problemas habitacionales.
Para muchas, involucrarse en procesos de organización colectiva supone la posibilidad de construir mejores horizontes de vida, enfrentar situaciones de violencia, resolver el cuidado de los hijos a partir de espacios comunitarios e intervenir sobre diversos problemas habitacionales.
Sin solemnidad pero con convicción, Lorena dice que se inició en la militancia porque tuvo una revelación, casi contra su voluntad. Una amiga que vivía en otro país y con la cual hacía mucho que no hablaba se comunicó con ella para “mandarle fuerzas porque sabía que iba a trabajar para que muchas mujeres cambien sus vidas y se liberen de cadenas de años”. Lorena pensó que tenía que aceptar ese llamado. Acompañando a otras mujeres aprendió a valorarse más, cuenta, y a pensarse más allá de los roles que había ocupado hasta entonces: principalmente la maternidad y el cuidado infantil.
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―De todo esto que ven acá, antes había una sola piecita de chapa ―dice Silvia señalando la casa de material de dos pisos y varias habitaciones en la que vive ahora.
Silvia se ilumina cuando habla del trabajo que, por esos tiempos, hacen desde las organizaciones: si alguien le cuenta el deseo de empezar a transformar su vivienda, insiste en que aunque sea muy de a poco, con el tiempo, se alcanzan grandes cambios. Aconseja construir primero una habitación de material donde dormir:
―¿Cuántos ladrillos pudiste comprar? ―pregunta y hace cálculos rápidos― Con eso ya tenés para una pared ―dice.
Las casas no se predefinen, no se construyen de una vez y para siempre. Acceder a una casa de material es un proceso que lleva tiempo y se ejecuta en varias etapas. Las últimas reformas que Silvia hizo en la suya duraron más de dos años y le permitieron a cada uno de sus hijos, ya adolescentes, tener una habitación propia en la planta alta. En la planta baja se tiraron abajo varias paredes, la sala y la cocina se agrandaron. Las reformas contemplaron también la instalación de la red de agua en la vivienda. Hasta ese momento, el agua que utilizaban se extraía a través de una bomba instalada en el jardín y se transportada en baldes hacia el interior. A sus cuarenta años, es la primera vez que Silvia vive en una casa con agua corriente. Cuando anunció con alegría que ya no era necesario comprar una gaseosa o agua embotellada para acompañar el almuerzo, agregó que ahora que había aprendido todo el procedimiento, podrían replicar estas reformas en las casas de los compañeros.
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Todas las obras que mencionan las compañeras no hubieran sido posibles sin el Argentina Trabaja o el Potenciar, pero no derivaron directamente de estos programas sino que surgieron de la intersección con las organizaciones de la economía popular. Sus efectos impactan más allá de aquellas personas que las políticas definieron como sus destinatarios.
El proyecto de mejoramiento de viviendas que desarrollaron los vecinos en la cooperativa donde Silvia es presidenta replicó una iniciativa que previamente habían impulsado desde “la juventud” del Evita. Bajo la consigna “Una mano por tu rancho”, convocaban a los vecinos y vecinas a que participen de jornadas de trabajo refaccionando las casas del barrio.
Las casas no se predefinen, no se construyen de una vez y para siempre. Acceder a una casa de material es un proceso que lleva tiempo y se ejecuta en varias etapas.
Refaccionar las casas de los compañeros muchas veces es un estímulo para imaginar la posibilidad de mejorar la vivienda propia. Hace 18 años que Valentina vive en una casilla. Al poco tiempo de haber ingresado al Argentina Trabaja siente que ya es hora de progresar. Mientras escucha atentamente a Silvia que está explicando cómo revocar una pared, repasa los papeles que debe reunir para solicitar un crédito para la compra de materiales de construcción. Entre los presentes circulan comentarios acerca de la importancia del revocado de las paredes para el aislamiento térmico. Las refacciones harán sentir menos el frío en esa vivienda en la que habitan una pareja junto a sus once hijos.
Silvia cuenta que van a las casas de los compañeros que necesitan refacciones y, si tienen los materiales, las arreglan. Subraya que generan su propio trabajo, que tienen un rol activo. Se reivindica como parte de la economía popular, definida por sus organizaciones como el sector de la población que, excluido del mercado laboral formal, “se inventa su propio trabajo”. Las viviendas en las que hicieron reformas son más de 50, se acuerda especialmente de una señora mayor a quien le construyeron la casa completa justo en vísperas de un año nuevo.
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—Los compañeros me hicieron la casa —dice Silvina, que en el 2018 integraba una cooperativa en un barrio cercano al de Silvia.
Pasó de dormir en una única habitación junto a sus cuatro hijos y su marido a tener sus dos piecitas y un baño en el terreno que comparte con su suegra. Pegaron ladrillo por ladrillo, revocaron paredes y armaron el contrapiso, dice, mientras pasa los folios de una carpeta donde guarda fotos de los trabajos de construcción de su vivienda.
Refaccionar las casas de los compañeros muchas veces es un estímulo para imaginar la posibilidad de mejorar la vivienda propia.
Silvina y sus compañeros miran las imágenes prolijamente pegadas en hojas canson de colores con epígrafes descriptivos: “trabajos en escuelas”, “trabajos comunitarios”, “refacción de una vivienda”:
—Esto es cuando fuimos a lo de la señora que se le había prendido fuego la casa— recuerdan mientras señalan una en las que se los ve moviendo y trasladando escombros ennegrecidos.
Acceder a la titularidad de un programa social representó para las Silvias, las Lorenas, las Cristinas mucho más que un ingreso monetario mensual. La mayoría de quienes fueron beneficiarios del Potenciar Trabajo realizaron sus tareas de contraprestación bajo modalidades colectivas de trabajo, según los datos del RENATEP. Las fotos que conserva Silvina capturaron ese proceso de transformación de los espacios materiales. En la comparación entre el antes y después, los resultados de las prácticas de estas mujeres se hacen tangibles. Ellas no fueron pasivas receptoras de recursos. Con lo que tenían a mano, incluidas sus casas, generaron formas de organización que resolvieron necesidades y mejorararon vidas, allí donde la intervención estatal por sí sola nunca es suficiente. Hoy, Agosto de 2024, el estado está ausente.