Villa Diamante no abría el tocadiscos desde hacía mucho tiempo. Tenía los vinilos en cajas –“escondidos, sucios”– debajo de un escritorio de un PH de Palermo. Algunos todavía estaban envueltos a pesar de haberlos escuchado especialmente: eran, claro, los discos editados por el sello que cofundó en 2006, Zizek. A los 42 años, Diego Bulacio no está nostálgico sino mejor organizado en una casa de madera en Escobar. Hace dos meses empezó a depurar su colección –que viene de padres y tíos– para fusionarla con la de su compañera –que viene de padres, tíos y abuelos–: “De golpe tengo dos Revolver”, dice después de pasar música un día de semana, mientras cena tabule con limonada.
Había hecho lo mismo con los CDs hace un par de años, cuando compró el auto con compactera que lo moviliza por la adultez responsable –es padre–. Como antes, cuando viajaba en colectivo para todos lados, esos recorridos suelen confluir en CABA. Ahora, en el bar más ruidoso de los Arcos del Rosedal, de donde es DJ residente los jueves desde que abrió hace seis años. Fue el primer evento que le vino abajo la pandemia en 2020; dos días después del mal trago hacía la primera fiesta por streaming de Argentina, junto con la Coneja China y Pato Smink.
—Si no tengo más laburo por un rato, algo tengo que hacer —empezó a pensar sin desesperar.
El tocadiscos es un Sony plateado que compró el padre en Uruguay, en la época de la plata dulce de los 80. Es el que usaban en la casa de Remedios de Escalada donde sonaban rock por parte de padre y romántica por parte de madre; él escuchaba punk y hardcore directo del walkman en la habitación que daba al patio prácticamente compartido con la vecina, que escuchaba cumbia estilo Gilda. Diego tardó unos años en entenderla. Tenía que picarle el bicho del baile a él, aunque fuera en el contexto opuesto: las fechas de techno y house de Gustavo Lamas y DJs Pareja en los clubes de culto de Buenos Aires pre Cromañón. “Podría haber sido DJ Diego Bulacio, porque era la época de Diego Ro-K, Hernán Cattaneo, Romina Cohn. Ponerme así fue ir un poco contra la corriente”, dice sobre el alias que sacó de un graffiti –aguante Villa Diamante–, camino a lo de sus abuelos en el barrio de Sandro, cuando repartía soda por Lanús.
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Se adelantó a la era de los gustos mezclados, la educación customizada, el oficio polirrubro: tenía conocimientos de dibujo, fotografía, marketing, historia del arte y cine de una escuela técnica. Estudió un poco de publicidad, letras, imagen y sonido, y era habitué de los ciclos de Pablo Schanton, donde aprendía sobre música alemana, canadiense, inglesa, neoyorquina, “under del under que no conocía nadie, data que antes de Internet si no la sabías no la sabías”.
Parte de su arte fue pensar cómo hacer confluir sus intereses en un proyecto sustentable. Y como al nombre no le puso “DJ” adelante, eso le permitía ser cosas distintas. “Soy un comerciante”, decía en su época de mayor actividad cuando, además de DJ, era editor y vendedor de música independiente y publicaba toneladas de mash-ups. “Ahora lo estoy re abandonando por mil temas de la vida diaria y porque cuando lo hacía (yuxtaponer loops, a capelas y pistas instrumentales de temas distintos) tenía algo para aportar. Ahora si sale un tema de Bad Bunny, a los diez minutos está la versión en cumbia.”
Cuando hizo la depuración de CDs hace unos años, se reencontró con la música que pasaba al principio, alrededor de 2005: CDs grabados, mixtapes de remixes y mash-ups que bajaba del foro GYBO (Get your bootleg on, como decir: “En modo pirata”). “Estuvo el 2, 3, 4, 5 porque lo bajaban, entonces iba cambiando de plataformas. Era hermoso, un re nicho. Muchos eran una basura pero yo me metía todos los días. Participaba cada tanto. Pero como era sudamericano lo mío era más raro, no le daban tanta bola.”
Después, cuando empezó a pasarlos en fiestas en casas, los bailarines lo miraban raro. ¿50 Cent y The Smiths? ¿Beastie Boys y The Cure? ¿Gorillaz con cumbia? Sí, Diego se hizo un conocedor del género y lo llevó a donde pertenecían Skrillex y David Guetta. “Cada fiesta era como el día de la marmota”, dice. “Tenía que arrancar el relato de cero, hacerle entender a la gente que lo que hacía era bueno. Y cuando entraban en código, se terminaba y venía otro DJ que pasaba algo concreto. Lo mío era más ensalada de frutas, y cada vez tenía que volver a enamorar al público.”
"Ponerme así fue ir un poco contra la corriente", dice sobre el alias que sacó de un graffiti camino a lo de sus abuelos en el barrio de Sandro.
Le pasó en la fiesta que organizaba el estadounidense creador de la What’s Up Buenos Aires en El Dorado, Grant Dull, donde coincidió con DJ Nim: el núcleo fundador de las fiestas Zizek. Esos miércoles se iban a llamar Urban Beats Club, hasta la tarde en la que se juntaron a definir el flyer: Diamante iba en el colectivo leyendo algo del esloveno, pensando que se le tenía que ocurrir un nombre mejor.
“Cuando empezó Zizek, el juego era bajar la velocidad del baile. Me acuerdo un pibe DJ que no entendía cómo estaban bailando a 95 bmp a las tres de la mañana’. La idea era que fuera un espacio freestyle, de música variada, contemporánea en ese momento. Pero cuando empezamos a invitar DJs, nos pasaba que los únicos que sentíamos que hacían algo de vanguardia era gente que tenía que ver con la cumbia. Si en 2006 llevabas a alguien que hacía hip-hop, lo hacía como en Estados Unidos; si buscabas alguien del reguetón, era una versión re trucha de lo que podía hacer un Daddy Yankee. Los que se habían puesto a laburar para tener un buen sonido, traer ideas nuevas, eran artistas que trabajaban desde un lugar diferente lo que tenía que ver con lo cumbiero. El Remolón, Faauna, Chancha, Marcelo Fabian, King Coya. Después empezó a aparecer más el folklore.”
Las fiestas actuales retroceden hacia la idea de mix en horizontal. Un ‘Todos juntos’ distinto, que no mezcla, que no molesta al algoritmo de Spotify.
Electrónica orgánica, folklore digital, cumbia chamánica también se ha dicho para describir la amalgama Zizek que retrató la evolución de la música tradicional y del artista independiente en el pasaje al siglo 21. La historia es conocida, muy registrada, parte de la mitología musical porteña, aunque sus artistas –el sello se mantiene con Grant desde Los Ángeles– tienen carreras internacionales que llegan hasta Asia. Villa Diamante giró varias veces por América y Europa como parte de la comunidad. También viajó de punta a punta en micro por Argentina y llegó hasta Sudáfrica como DJ del Combinado Argentino de Danza, un proyecto de la bailarina y directora Andrea Servera, “lo más parecido a una banda de rock que tuvo la danza”, dice ella, que llegó a Diego buscando música que mezclara folklore con ritmos cercanos al hip-hop. “Había momentos que quizás no necesitábamos tan claramente una canción sino más un ambiente, una textura. A cada cosita que yo le sugería, él tenía diez para mostrarme”, recuerda Andrea.
Para él la experiencia también fue reveladora, le enseñó cosas nuevas sobre su rol y lo que significa bailar: “Mi público siempre había sido gente que iba a un lugar a divertirse. Y cuando ese público pasa a ser bailarines que van a expresarse con el cuerpo, a buscar otras cosas en la música, no hacía falta que ponga un hit, podían bailar cosas experimentales, instrumentales, bailar el silencio también”, dice Bulacio.
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Después de toda su trayectoria –“toqué en Plaza de Mayo antes que Charly”–, a Villa Diamante no le hace ruido tener solo casi 20 mil seguidores: entendió rápido cómo funciona el nuevo mundo y cómo lo suyo no genera millones.
Cuando empezó con los mash-ups, se las ingeniaba para promocionarlos y estetizarlos para que no fueran unas playlists sosas en plataformas, pero también para tener un lugar en los muebles de los oyentes y que se acordaran de él. Armó versiones físicas de sus mixtapes que fueron una caja de DVD con stickers, un casette sin cinta o una réplica exacta de un vinilo, y adentro la información para descargar o escuchar.
"Cuando el público son bailarines que van a expresarse con el cuerpo, no hace falta que ponga un hit, pueden bailar cosas experimentales, instrumentales, bailar el silencio también".
“El clímax de la praxis conceptual y comunal de Villa Diamante coincidió con la llamada década ganada, básicamente mediados de los 2000 hasta mediados de los 2010, con el slogan de 2007 'Bailando se entiende la gente' como moraleja de esos años en que todavía se creía en que la 'Patria es el otro'”, escribe Pablo Schanton en un mail. El crítico musical lo define: “como productor y DJ, Diego es un modelo post-Cattaneo y pre-Bizarrap”. Entiende que ayudó a que la cumbia digital se nacionalice y se internacionalice (“¿la soja del dance?”).
Shanton dice: “Su herramienta es el mash-up, lo cual implica que las músicas pueden convivir en vertical (el mix ‘Por amor al baile de 2013’ es un apuesta en pista del rock nacional, una continuidad). Fiestas actuales como Bresh retroceden hacia la idea de mix en horizontal, es decir, el eclecticismo de un hit de reggaetón tras otro de K-Pop. Un ‘Todos juntos’ distinto, que no mezcla, que no molesta al algoritmo de Spotify y compañía. Hay algo en el mundo de Villa DIamante que recuerda a una utopía de gente bailando junta anterior a influencers y emprendedores de YouTube y Bitcoins, a un mundo donde el individualismo y el narcisismo de las redes todavía no perfilaba el peligroso nuevo advenimiento de la derecha, esta vez en forma de un Cavallo con máscara de Dragon Ball”.
Por Amor al Baile también es su tatuaje y su conocido ciclo en el Recoleta, donde ha hecho bailar a públicos de ocho mil personas: “Encontré un mashup de ‘I Want to Break Free’ donde empieza a cantar Bad Bunny”, dice: “Parte del juego con la gente es que a todo el mundo le llegue algo”.
En noviembre pasado fue su autoimpuesta prueba de fuego: “Si logro que la gente baile, sigo en vigencia; si sale mal esta, es porque me corrí de lugar”. Era un set de tres horas en La Rioja en una fecha de La Joaqui, y le costó pero fue un fiestón: “Tengo muy claro como DJ que empezás yendo en sincro con la gente y en un momento te desfazás y capaz pasás temas que están re demodé. Me ha pasado con temas que me gustan mucho. Siempre estoy al tanto de eso. Y no, todavía no me desfacé. Porque lo que está de moda todavía entiendo qué es. Un día va a estar de moda algo y no lo voy a entender, voy a decir que es una verga, y bueno, seguiré pasando música para gente de más de treinta”.
Movemos el cuerpo de arriba hacia abajo con la velocidad de la música: a 120 bpm se mueven los hombros, a menos de eso las caderas, hasta los 75 del reggae que hacen mover las rodillas.
Tiene la teoría de que movemos el cuerpo de arriba hacia abajo con la velocidad de la música: a 120 bpm se mueven los hombros, a menos de eso las caderas, hasta los 75 del reggae que hacen mover las rodillas. “Yo te muevo piernita, no te perreo”, dice. Hoy es época de caderas. También de DJs mujeres. El DJ varón vestido de negro, serio mirando los mails mientras pasa música, ya fue: “Las pibas caen divinas, re bien vestidas, se ríen, bailan, la pasan bien, te cantan los temas. Son más empáticas con la gente en la pista”.
A todo el mundo le pasa a una edad volver a la música que escuchaba cuando era más joven. Villa Diamante “venía zafando bastante”, pero le terminó pasando cuando se reencontró con los vinilos de Celeste Carballo, Charly y los Stones. “Estaba en la de ‘para qué quiero vinilo si lo tengo en el teléfono’, pero después fue ‘nunca voy a llegar de vuelta a Revolver en el teléfono’”.
Su búsqueda hoy pasa por encontrar los mejores remixes, y lo trata de inculcar a sus alumnos del taller de DJ que inventó en la pandemia: “Cuatro clases de dos horas porque más es chamuyar”. Enseña una parte técnica –cómo pasar música con una compu y nada más–; una teórica -habla de la función del DJ de “ubicar en un lugar-; y la más “lúdica pirata” donde comparte sus fuentes de música y tira tips básicos del oficio: “Bueno, te gusta Daft Punk, pero Daft Punk le gustó a todo el mundo; capaz encontrás remixes ilegales que son más divertidos”.
“Yo te muevo piernita, no te perreo”, dice Villa Diamante. Hoy es época de caderas y de DJs mujeres.
Heredero de la filosofía la disco es cultura, se construyó pensando en el DJ como un informante de música: “Podés hacer escuchar un montón de cosas que están dando vueltas y no salen en la radio”, decía antes. Ahora ese montón de cosas suenan desde montones de fuentes, pero siempre se confluye en un lugar y se confía en el criterio musical de otre. El lugar es la pista y el otre es el DJ. Y si ese es Villa Diamante, se puede tener certeza de algo: venera el lugar y le da lo mejor que tiene.
“Desde los primeros pobladores de este planeta, el baile está presente -dice-. Fue evolucionando con el tiempo el bailar alrededor del fuego a bailar alrededor del DJ. Se subestima un poco el baile como la joda, la pachanga, pero esa joda también es parte de la vida de la gente. Y mi forma desde el lugar de DJ de clase media que toca casi siempre en Palermo es poder filtrar ahí otras cosas, piratear culturas en lugares donde no se esperaban.” Ya no la estira como antes pero, antes o después de tocar, Villa Diamante se da un tiempo para socializar y bailar. Algo de eso hará, seguro, mientras llega la noche al Festival Anfibio, el próximo sábado 14 de mayo en Ciudad Cultural Konex. Diamante nos invitará a mover piernitas: el mashupero que estuvo sentado en un living con Cerati escuchando mixtapes, el DJ que hace bailar lo conocido y lo impensado, el agitador que le cambió el cotidiano a más de une que activó su arte después de cruzarse con él.