Ensayo

Milei: la estafa de su verdad


Porno y pescado

No es sólo un caso de corrupción. El escándalo $LIBRA pincha la burbuja de confianza en el proyecto Milei. Es la interiorización de la estafa como estructura psíquica en tiempos de tuits que no hablan de la realidad, sino que la crean a fuerza de aceleración algorítmica de circulación de datos. El esquema Ponzi voluntario es el corazón del nuevo contrato social que la sociedad firmó con este gobierno.

Décadas de neoliberalismo financiero no han sido en vano: lo real se mimetiza con su estructura, y deviene burbuja. Pump and dump, “inflar y tirar”. Esta expresión, incorporación lingüística de estos días de furor, es una forma de fraude bursátil basada en estrategias de desinformación, o manipulación de información privilegiada, que apunta a sobrevalorar el precio de un activo para generar nuevos inversores que eleven artificialmente su precio (el momento “pump”), y luego venderlo para retirarse con el dinero de los confiados inversores (el momento “dump”).

Esta expresión técnica referida a ciertas estafas financieras describe la dinámica de nuestro mundo porno en múltiples esferas. “Inflamos y descartamos” proyectos laborales, relaciones afectivas, perfiles digitales, promesas electorales, escándalos periodísticos, estafas piramidales. ¿Tendremos con el affair $LIBRA también una relación de pump and dump?

En su primera aparición pública después del desfalco que comandó el pasado viernes el presidente Milei, previsiblemente, no pidió disculpas. Comparó la estafa con apostar en un casino. Es decir, admitió que sí, que esas son las reglas. Que su modelo es el de una sociedad bajo el esquema de las apuestas online. Minutos después, soltó la lengua. Comparó la inversión en su memecoin con jugar a la ruleta rusa: “Es como que alguien juega a la ruleta rusa y le toca la bala”. Difícil procesar tamaña provocación: a los argentinos, por lo visto, nos ha tocado la bala.

En el mismo régimen de obscenidad explícita usó otra imagen. Lo desconcertante fue que reivindicó la vendedor de pescado podrido. Reivindicó al vendedor de pescado podrido y se puso en el lugar del estafador, de quien difunde información falsa para su beneficio. 

―¿Están comprando y vendiendo pescado? El precio sube y baja. En un momento alguien dice: “Esto tiene olor a podrido”. ¿Y? ¿Cuál es el problema? Eso no lo va a poder comer la gente. No importa, esto es para comprar y vender. 

Enloquecedora literalidad: el capitalismo diciéndonos en la cara que su desarrollo no tiene absolutamente nada que ver con la satisfacción de ninguna necesidad.

Como si hiciera falta, apenas después de la difusión de la entrevista, comienza a circular el ya viral fragmento en bruto, no editado, donde se ve que está todo arreglado y que lo que allí está sucediendo nada tiene que ver con una entrevista: hasta aparece el invisible Santiago Caputo en escena para cambiar una pregunta que podía traer “quilombo judicial”. ¿A confesión de parte relevo de pruebas? La lógica libertaria parece decir: a confesión de parte, relevo del juicio. 

¿Cómo ubicarnos en semejante desquicio? ¿Cuánto más pescado podrido tolerará nuestra sociedad? ¿De qué modo se interrumpe el círculo hipnótico de impunidad y aumento del poder? ¿Cómo llegamos a este mundo porno?

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Para quienes consideramos que la estafa promocionada por el presidente no hace más que transparentar la naturaleza en bruto de su proyecto político, la esperanza es que el criptogate, en cuanto primera crisis interna de magnitud generada por un error no forzado, se convierta en el principio del fin de este proyecto. O, al menos, que pinche la burbuja de confianza en este proyecto. O, siquiera, que genere una herida lo suficientemente profunda como para romper la invulnerabilidad que brinda a Milei desde que asumió el poder, y que logra hacer que hasta la exhibición de impunidad lo fortalezca. Aunque si algo de eso sucediera la cultura que hizo posible la estafa no desaparecerá. Voy a llamarla cultura hype. La expresión hype (reducción de hyperbole) refiere a las expectativas exageradas generadas artificialmente en torno a un tema, una persona o un producto, que lo convierten en lo que las redes llaman “tendencia”. Es la cultura hype la que normalizó e interiorizó la estafa como estructura psíquica del presente: toda experiencia, todo proyecto, parecen sujetos a la estructura de entusiasmo infundado seguido de frustración depresiva. 

Ante el fin del futuro y la clausura de la justicia como regulador de las expectativas colectivas aparece esta producción permanente y segmentada de ilusiones desmedidas carentes de anclaje real, como motor de una nueva realidad que va diluyendo lo real bajo sus pies. Porque el objetivo final del hype no es ya promocionar una realidad ficticia (una mercancía nueva, un candidato outsider, una cripto tentadora), sino sustituir a la realidad verdadera. La estafa de Milei dejó ver el reverso del hype, sus condiciones materiales: el subidón de dopamina (o del valor del token) es la superestructura cuya base es la estafa. Como en la sociedad libertaria, se generan hiper ganancias sin esfuerzo (el sueño roto de la juventud libertaria), con el detalle de que no son para ti.

Más allá del devenir de este escándalo, lo cierto es que al hype lo tenemos adentro. Nuestro deseo adoptó su estructura. En la economía, como financiarización del valor sin patrón material que le dé anclaje; en la política, como polarización y entronización de influencers; en el mundo laboral, como reemplazo de la cultura del trabajo y de la lógica de la carrera por la aspiración de “pegarla”; en el discurso público, como hipérbole continua; en la vida personal, como diseño de sí y dictadura del like; en la vida psíquica, como ansiedad corrosiva, pump&dump mental de euforia y autodestrucción; en el lenguaje como “posverdad” y terraplanismo discursivo. La propia realidad ha pasado a ser un efecto de los movimientos espasmódicos de la atención y la valoración humana administrada y gestionada por algoritmos que externalizan todo criterio y dispendian de la responsabilidad: lo real como “hiperstición” (como decía Nick Land) o profecía autocumplida. 

Si el nihilismo que diagnosticara Nietzsche refería a la pérdida de valor de las cosas en la equivalencia general capitalista donde todo da lo mismo, hoy el nihilismo es el capricho violento de la valorización financiera que da y quita valor a lo que sea, sin más criterio que la acumulación en pocas manos. $LIBRA es eso: el subibaja de expectativa infundada y subsiguiente decepción. No es sólo corrupción. Es la estafa como estructura psíquica de nuestro tiempo.

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“¿Un tuit puede ser delito?”, titula Infobae, haciéndose eco de las declaraciones de Patricia Bullrich: “Es increíble pedir juicio político por un tuit”. Un tuit puede ser delito. En este mundo algorítmico las palabras no son mera representación de la realidad sino que  la configuran de manera inédita y poderosa. Esta discusión, que se vincula con los debates sobre discursos de odio y libertad de expresión, es típica del mundo troll: minimizar la importancia de las palabras para poder usarlas del peor modo y manejar con mayor eficacia el campo de sus efectos, maximizados por el algoritmo. Vivimos un estado de la lengua en la que las palabras pueden devenir en acto por medio de la alquimia algorítmica regulada por plataformas.

El régimen de verdad libertario y la ontología anarcocapitalista tienen sus fuentes teóricas, más allá de ideólogos ocasionales como Agustín Laje. Un trayecto filosófico que fue llegando a sus playas no por  oportunismo sino por convicción filosófico-política, es el del singular, vertiginoso y escurridizo Nick Land, filósofo ciberpunk inglés. En los años 90, Land comanda junto a Sadie Plant el “CCRU”, la Unidad de Investigación de la Cultura Cibernética. De allí  salen los aceleracionismos del siglo XXI e ideas tan disímiles como las de Mark Fisher o las de los realismos especulativos contemporáneos. En los umbrales del ciberpunk, de la filosofía deleuziana, la cultura hacker y las anfetaminas, Nick Land formula nociones clave para pensar la aceleración algorítmica del capital como destrucción creativa de todo progresismo bienpensante.

Entre esos ejes hay uno especialmente relevante, porque toca el centro epistémico/ontológico de nuestro presente de posverdad y hechos alternativos: la “hiperstición”. ¿Qué es la hiperstición? La superstición hype, es decir, un tecno-esoterismo recargado con el poder realizativo del algoritmo. Así la define el CCRU: “ficciones que se hacen a sí mismas reales o  que operan  produciendo efectos indistintos de los que se darían si estas ficciones fueran reales”. Ellxs estaban anticipando en los años 90 la ciencia ficción apocalíptica que el siglo XXI haría realidad. Ya entendían que la verdad cobraría la forma de la profecía autocumplida, y que la realidad sería sustituida por la aceleración de la circulación de datos, gestionada por una cibernética hiperdesarrollada.

Casi tres décadas después, un caso modélico de hiperstición es el tuit que publicó Milei, la noche de San Valentín, sobre $LIBRA: la realidad de la estafa coincide con la realidad del tuit. En el mundo hipersticional por supuesto que un tuit puede ser un delito. En este caso, porque no hablaba de la realidad (algo a ser promocionado) sino que la creaba en su propia enunciación (la estafa coincide con el hype que su tuit produjo). De modo análogo a los discursos de odio, la lengua hype anticipa una situación portadora del peso de los hechos a fuerza de aceleración algorítmica de la circulación de datos. ¿Bienvenidxs al desierto de lo real? No, mucho peor: bienvenidxs a la jungla hipersticional.

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“No fue hackeo”. Muchas veces se ha hablado de la hipérbole, la exageración, como típica del discurso presidencial. Todo depende de cómo se lo lea. Desde la patria libertaria prometida, la lengua hype es la nueva sobriedad. Más que escandalizarnos, adjetivar actos y palabras, deberíamos intentar adentrarnos en esta nueva lógica. “No fue hackeo”, es decir, no es una falla del sistema, es parte de una nueva normalidad.

Nada de este escándalo nos debería sorprender. Y no tanto por las anteriores defensas de “shitcoins” del ahora presidente (el antecedente de CoinX, en 2022), sino porque condensa la lógica de esta normalidad alterna: la estafa nos recuerda que el esquema Ponzi era ya el corazón del nuevo contrato social. Ese es  el contrato que la sociedad firmó con este gobierno desde que llegó al poder. 

Cuando un pueblo entroniza a los ultra-ricos como héroes y acepta sus reglas como propias es porque suscribe a un esquema Ponzi voluntario. Ahora, de lo que se trataba era de convertir al estado en toda su compleja estructura institucional en una gran estafa piramidal sostenible en el tiempo, y no de promocionar a cielo abierto estafas berretas que pueden hacer peligrar la propia ilusión libertaria. Son errores de la comunicación política que dejan ver el plan (para)institucional del topo que “destruye el estado desde dentro”. Lo pone a disposición de un modelo basado en el despojo directo, en la estafa, eliminando mediaciones que podrían evitar o moderar ese despojo.

Ojalá los errores comunicacionales se conviertan en revelación política. Porque no es un mero caso de corrupción. Es la manifestación de la verdad de esta política: vidas organizadas por el deseo financiero, por el colapso de la meritocracia en la ilusión trader, por la transformación de los líderes en influencers. Vidas vueltas memes de sí mismas. Milei ya lo dijo: prefiere la mafia al estado. Todo ya fue dicho de mil modos. Es un revelador cortocircuito involuntario entre la agenda visible y la agenda invisible: sí, la propuesta es esta, acabar con la sociedad salarial y el estado para acelerar la llegada de una nueva sociedad Ponzi en que los ultrarricos se vuelven héroes del desfalco, titanes de la estafa a escalas cada vez más gigantescas, y con estabilidad política garantizada.

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Lo que escala descontroladamente en el oficialismo es una crisis inédita y autoinducida. Es justicia poética: Milei cae bajo su propia ley. La ley de la timba financiera. La ley del bait en redes sociales. Milei ataca el núcleo duro de sus seguidores: el joven varón aspirante a trader. No es un tiro en el pie. Es un tiro al corazón. Como el escorpión de la fábula: es mi naturaleza. Las memecoins eran la rana perfecta con la que el escorpión libertario buscaba cruzar vaya a saber qué turbio río. La timba y el bait lo llevaron a chocar con su propia naturaleza, ahora expuesta a cielo abierto.

¿Esta escena tiene cierta analogía con la caída en desgracia de Alberto Fernández? El mismo día que Milei sale de su ostracismo para hacer su descargo ante Jonatan Viale, Fernández es procesado: el progresista acusado de ejercer violencia de género contra su expareja, la parábola perfecta. Alguien podría objetar que lo de Alberto es la traición a los ideales progresista, aunque ¿no es la doble moral la verdad última de la corrección política? Fábula y moraleja: colapso del progresismo en sus propios términos. Desbande, desmoralización e impotencia en la progresía. Del otro lado de la grieta, el genio de las finanzas se involucra en una estafa piramidal. Otra parábola perfecta, y su didáctica moraleja: el anarcocapitalismo herido de anarcocapitalismo. Desconcierto en la trollería.

Alberto y Milei caen bajo su propia ley. No sólo dejan liderazgos heridos sino horizontes de expectativas estragados. Si el escándalo de Milei genera alguna esperanza, lo cierto es que una nueva decepción política de medio país no es una buena noticia para nadie: ¿¿otra vez destrucción?? Esta destrucción tendrá su costo para toda política. ¿Habrá valido la pena? Depende aún de muchas cosas. Por ahora, aferrémonos a la justicia poética. Si la hay es porque en su trabajo se prepara, silenciosa, una verdad.

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Que ante semejante escándalo, y en el país de la guillotina, no haya rodado ninguna cabeza aún es la confesión más elocuente de que la cabeza en juego es la del propio Milei. Por ahora, nos sigue vendiendo su pescado podrido y anunciando de manera abierta, pornográfica, que lo hace. Es mejor una verdad que huela mal a una mentira timorata que interrumpa la hipnosis bait. Hasta ahora, el rey mismo enuncia su desnudez para tornarse invulnerable: esa es la trampa porno. Anoche, la verdad de la estafa fue admitida por el propio presidente, autoproclamado vendedor de pescado podrido. Es la fórmula de su impunidad. Pero anoche también se rompieron límites, incluso de este mundo porno: la verdad de su estafa empieza a ser insuficiente para ocultar la estafa de su verdad.