El día 82 de la presidencia Milei marcó un punto de llegada. Ya sabemos de qué se trata y dónde estamos. En poquísimo tiempo, en la calle hemos naturalizado el aumento de privaciones y carencias en la vida cotidiana junto a un grado inédito de bizarrismo en la vida política. Todavía cuesta poner el presente en palabras y vislumbrar a dónde podemos ir a parar en el corto y mediano plazo. Pero esta noche el presidente propuso como próxima parada el Pacto de Mayo en Córdoba, al que convocó a gobernadores, ex presidentes y líderes de los partidos políticos para intentar construir un consenso que aún no tiene. Lo que sí podemos ver con claridad, a esta altura del gobierno, es un nuevo orden político y social en la Argentina. Un nuevo orden que está determinado por tres precarizaciones: la del poder, la de la vida cotidiana y la de la discusión pública.
Vayamos un punto a la vez.
Ya no hay en la Argentina un bloque de poder hegemónico. Por eso se ha precarizado el poder. La Libertad Avanza no termina de ser una fuerza política: es una marca que genera identificaciones pero carece de estructura, organización y formación de sus integrantes. Un producto bien vendido, con mucho packaging y poco adentro. Un partido que gobierna sin mayorías legislativas. Sin gobernadores. Sin intendentes. Por eso la convocatoria de esta noche. Pero la confianza con la que Milei entró esta noche al Congreso disimula que el país tiene un presidente que coquetea con el desquicio. Las dos veces que habló en el Congreso como presidente —afuera en diciembre y ahora en el recinto— se calzó los anteojos y se aferró al papel. Pero cuando anda suelto es otra cosa: aparece excitado por la fama en los aviones y alelado en las entrevistas televisivas. Se sienta al borde de las sillas con las rodillas apretadas. Los dedos parecen moverse solos en gestos nerviosos. Timonea el país en dirección tormentosa viendo cumplirse aquel deseo que confesó en televisión: que la economía estalle.
Lo que vemos es un nuevo orden político y social en la Argentina determinado por tres precarizaciones: la del poder, la de la vida cotidiana y la de la discusión pública.
Del otro lado, los partidos políticos tradicionales enfrentan sus propias crisis y transiciones de liderazgo. Kicillof —que esta noche se sentó entre el ex presidente Adolfo Rodríguez Saa y el gobernador catamarqueño Raúl Jalil— lleva como puede la gestión de la provincia de Buenos Aires y no se sabe si podrá heredar la conducción de un partido que hoy preside un ausente Alberto Fernández. Cristina calcula sus silencios y apariciones. No está claro si el kirchnerismo va camino a disolverse en el próximo cambio de piel del peronismo. Massa, se sabe, puede convertirse en cualquier cosa en cualquier lado. El radicalismo busca reinventarse con Lousteau a la cabeza para ver si puede cambiar su papel de tibio actor de reparto de los gobiernos del siglo XXI. Y la izquierda perdura en el mismo nicho de crítica testimonial de los últimos cuarenta años.
El PRO y su arco de aliados son los mejor parados a pesar de sus retorcijones internos. Juegan a tres puntas. Sus gobernadores asumieron la semana pasada el rol de la resistencia federal, pero el santafecino Pullaro dijo esta noche, al final del discurso presidencial, que el diálogo está abierto. Hasta ayer, los dos principales referentes del PRO tensaban la cuerda al interior del gobierno nacional. Bulrich sigue todo lo firme que puede al lado del presidente, mientras a Macri se le atribuía el tejido de una alianza con Victoria Villaruel. La vicepresidenta va con su propia agenda por provincias y salones llevando su sonrisa roja que parece aguantar siempre una carcajada siniestra. Hizo levantar un busto de Néstor en el Senado e intenta ubicar a militares en pequeños puestos de poder. Juega su juego. Pero hoy Villarruel volvió a aparecer al lado del presidente después de mucho tiempo y Macri dijo que el PRO va a estar presente en Córdoba. Nacho Torres, que a principios de semana estaba en pie de guerra desde Chubut, salió a celebrar el diálogo e invitó al presidente a un encuentro de gobernadores patagónicos en Puerto Madryn el 7 de marzo.
Lo dicho antes: en Argentina el poder se ha precarizado porque estamos frente a un sistema político fragmentado. Con liderazgos sinuosos y poco definidos.
La Libertad Avanza no termina de ser una fuerza política: carece de estructura, organización y formación de sus integrantes. Un producto bien vendido, con mucho packaging y poco adentro.
Así se juega la política, pero la segunda característica del nuevo orden político y social en la Argentina es la precarización de la vida. Habrá que ver los números de febrero, pero el último informe de la UCA ya advirtió que sólo de diciembre a enero el índice de pobreza pasó del 49,5% al 57%. Que se entienda: son poco más de tres millones de nuevos pobres en un mes. Es la misma cantidad de gente que vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tres millones de personas que a fin de año podían y ahora ya no pueden satisfacer sus necesidades físicas y psicológicas básicas. Pero Milei intenta conquistarlos: “Seis de cada diez argentinos son pobres mientras muchos de los políticos, como ustedes, son ricos”, le dijo a la casta en el recinto.
El público cantó, varias veces, “Milei querido, el pueblo está contigo” y el presidente le habló a “la mayoría silenciosa que se compone de los que trabajan, los que producen, los peones rurales, el cuentapropista y las amas de casa”. Les pidió “paciencia y confianza”.
Pero la clase media, cada vez más pequeña y acorralada, avanza amontonada y a los empujones en la misma cuesta abajo. Las familias recortan el consumo como quien saca agua a baldazos de un bote agujereado. No saben cómo van a pagar el transporte para ir a trabajar o mandar a los chicos a la escuela. Peor: muchos no saben si van a ir a trabajar porque arrecian los despidos, cierran empresas estatales y frenan su actividad las empresas privadas. Está paralizada la obra pública. Y las clases no se van a dar con normalidad. Ni en las escuelas ni en las universidades, que ya han dado la alerta de que con el presupuesto congelado y los costos en aumento sólo pueden sostenerse hasta mayo. Y apenas han pasado ochenta y tres días.
Pero la clase media, cada vez más pequeña y acorralada, avanza amontonada y a los empujones en la misma cuesta abajo. Las familias recortan el consumo como quien saca agua a baldazos de un bote agujereado.
Mientras tanto, todo lo que ocurre se discute en la opinión pública con memes y videos de TikTok. En vez de tratar de comprenderla, a la realidad se la trollea.
La precarización de la discusión pública —la tercera característica de este nuevo orden político y social— había empezado en la campaña. Primero con un retroceso en la agenda. Se descosió el consenso sobre temas saldados, que hubo que salir a defender otra vez: la justicia social, el número de desaparecidos, la desigualdad de géneros.
Incluso otras más graves. En agosto pasado la periodista Luciana Geuna le preguntó a Milei si creía en el sistema democrático y, en lugar de contestar que sí, regurgitó una referencia incomprensible sobre el teorema de imposibilidad de Arrow. En el colmo del retroceso, por esos mismos días Ramiro Marra había salido a reivindicar la conquista española.
Pero además está el problema de la forma. Todo el arco político tiene que correr detrás de las reglas que el gobierno le ha puesto a la conversación pública. Y esas reglas oscilan entre dos flujos discursivos. Por un lado, el hipertecnicismo económico con el que se sostiene la filosofía de un gobierno que reduce las relaciones humanas a su valor de mercado. Esta noche hubo pasajes atropellados del “potencial de emisión derivado de los pasivos remunerados” o de “ejecutar una función de crecimiento geométrico”. Después citó a Milton Friedman y al Rey Salomón.
En paralelo, el debate público está orientado por una comunicación brutal en las redes sociales, donde no se destaca el mejor argumento, sino el meme más sarcástico y provocador. En la superficie discursiva de la política argentina, las metáforas institucionales para explicar la vida y la sociedad van de la mercadofilia furiosa a la zoologización infantil donde convive la figura del león, el patito, el nido de ratas y hasta un presidente de bloque que el otro día dijo orgulloso que él era un hurón.
En el cotidiano, el presidente tuitea cuatro horas por día sin control de esfínter digital. Y la comunicación oficial circula a través de su avatar imperturbable y fatigado, Manuel Adorni, el heraldo de las malas noticias.
De diciembre a enero el índice de pobreza pasó del 49,5% al 57%. Tres millones de personas que a fin de año podían y ahora ya no pueden satisfacer sus necesidades físicas y psicológicas básicas.
En este escenario de triple precarización —del poder, de la vida y de la discusión pública— las preguntas por el futuro inmediato no sugieren respuestas claras. Pero hagamos una: ¿en dónde hace pie un gobierno que pide sufrir con la promesa de una prosperidad que podría llegar en algún momento de los próximos treinta y cinco años?
Hay una base de apoyo dura: al decir de Pablo Semán, los dogmáticos antiprogresistas, fundamentalistas del mercado y el individualismo salvaje, que tienen arcadas cuando escuchan hablar de igualdad, justicia social o expansión de derechos. Luego, una amplia base social que lo votó, que parece empezar a menguar.
Ya hay quienes se sienten traicionados porque están sufriendo un ajuste que no fue contra la casta, sino contra ellos mismos. Por otro, los que se resignan convencidos y con retorcido orgullo al camino sodomita de hundirse en una vida cada vez más limitada y empobrecida. Son los que creen que antes vivíamos en una fantasía donde todo era muy barato y nos gobernaba una clase política corrupta de la que había que deshacerse. Los mismos que se sintieron humillados en la pandemia. Los que padecieron la inflación galopante y las indefiniciones y torpezas del último gobierno peronista. ¿Pero cuánto más pueden apoyar a un gobierno que siga castigando?
Allí hay una clave: el discurso contra la corrupción y “la orgía de gasto público”. Y en esa línea el presidente presentó también esta noche su paquete de leyes anti casta, que entre otras cosas propone eliminar el financiamiento público de los partidos políticos e intervenir en las elecciones de los sindicatos. Hay que ver cuánto puede soportar una sociedad golpeada la promesa de revancha contra los privilegios que Milei le imputa a la casta, que nunca se sabe dónde empieza y dónde termina.
Tampoco está claro cómo se sostiene el gobierno desde arriba. Los medios concentrados, que en algún momento lo apoyaron o que fueron críticos del kirchnerismo, no tienen con qué tapar la catarata de malas noticias. Esta noche también ligaron. El presidente dijo que “el sistema putrefacto” está “sustentado por medios de comunicación que viven de la pauta oficial o que viven ensobrados y eligen cuidadosamente a quién acusar y a quién no”.
Por otro lado, ya hay algún sector del empresariado que duda. Fueron los primeros —entre los pocos— beneficiados por las medidas de Milei. Pero ya salió uno de ellos, Claudio Belocopitt, a decir que son inviables las prepagas con el nuevo régimen impositivo. Y el domingo pasado fue el propio Alberto Benegas Lynch (hijo) —investido en prócer de La Libertad Avanza, a falta de otros— quien admitió su preocupación por el clima social y que no sabe cómo va a terminar el gobierno de Milei.
El presidente intenta ganar tiempo. En su llamado al diálogo, dijo que busca “un camino de paz y no de confrontación”. Pero advirtió: “si quieren conflicto, conflicto tendrán”.
En sus primeros 82 días el presidente maltrató al Poder Legislativo. Les dio la espalda en su asunción, festejó por Twitter cuando “los puso a trabajar” en el tratamiento de la Ley de Bases, los intentó debilitar con la delegación de facultades y les dijo que eran un nido de ratas. Pero esta noche, que entró al Congreso por primera vez como presidente, hizo una apuesta política. Tiró la pelota a los que lo resisten y los invitó a sentarse a su mesa.
Los diez puntos del Pacto de Mayo que leyó —al mismísimo momento que los twitteaba la cuenta de la Oficina del Presidente— incluyen cambios con pocas precisiones como una reforma tributaria de la que no se sabe nada y una “reforma política estructural que modifique el sistema actual”. Y algunas más claras: la reforma laboral y el regreso de las AFJP. Pero también un viejo anhelo con el que intentará seducir a los gobernadores: rediscutir la coparticipación federal.
La presidencia de Milei lleva 82 días. Faltan 85 para el 25 de mayo. Como están las cosas, parece un horizonte muy lejano. Parece, también, que el presidente intenta ganar tiempo. En su llamado al diálogo, dijo que busca “un camino de paz y no de confrontación”. Pero advirtió: “si quieren conflicto, conflicto tendrán”.