Crónica

Menopausia


La letra chica del chip sexual

¿Cuánto sabemos del implante que recomiendan cientos de famosas? Dicen que levanta el deseo sexual, aumenta la energía, mejora el cabello, la memoria, la sequedad de la piel y hasta el ánimo. ¿Es puro beneficio? ¿Tiene contraindicaciones? ¿Qué dice la ciencia? ¿Y las usuarias? Para Mariana Carbajal, cuando un producto se asocia con tantos beneficios, hay que sospechar. Lo investigó para su libro “Encendidas. Un viaje íntimo por la menopausia”.

Cuando sentí que mi libido empezaba a desvanecerse, lo primero que pensé fue averiguar sobre el llamado “chip sexual”. Hacía varios años que veía que lo promocionaban mujeres famosas en sus redes sociales o daban su testimonio en la tele o en artículos periodísticos, y siempre lo describían como la gran panacea para mejorar nuestra calidad de vida cuando nos abandonan abruptamente los estrógenos al llegar a la menopausia. Leí y escuché a estas famosas destacar sus beneficios: además de que te levanta el deseo sexual, aumenta la energía, mejora el cabello, la memoria, la sequedad de la piel y hasta el ánimo. En algunos portales de noticias se lo describe como una opción “que rejuvenece y adelgaza”.

Cuando algún producto se asocia a tantos beneficios, amiga, hay que entrar en modo sospecha. Entonces, me puse a investigar. En primer lugar, aprendí que se trata de un implante de testosterona y que es una preparación magistral, es decir, se hace en una farmacia con una receta médica, pero, atención, no sigue los procesos de producción de un medicamento y sus controles de bioseguridad. Al presentarse la hormona en polvo, se la compacta en la forma y tamaño de un grano de arroz. El implante se coloca bajo la piel, en la región glútea. Se trata de testosterona bioidéntica —es decir, sintética, pero igual a la que producimos los seres humanos— y se va liberando lentamente a lo largo de entre tres y seis meses. En mayo de 2023, un médico al que consulté cobraba alrededor de mil pesos el chip y su colocación. Algunos los cobraban directamente en dólares estadounidenses.

Pero… si no es un tratamiento seguro, ¿cómo se está difundiendo tan livianamente en medios de comunicación y redes sociales? Mi ginecóloga también me aclaró que no está aprobado por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT), el organismo del Estado encargado de autorizar esos tres ítems en el país. “El chip es un negocio peligroso para la salud”, resumió.

Lo primero que me llamó la atención es que lo ofrecen esteticistas y cirujanos plásticos, entre otros profesionales médicos, además de ginecólogxs o andrólogos.
Sin dudas, denominarlo “chip sexual” es muy marketinero. A la primera que le pregunté sobre el tema fue a mi ginecóloga.
—No se te ocurra usar el chip sexual —me dijo, enfática.
—¿Por qué no? —quise saber.
—Porque te da niveles suprafisiológicos de testosterona, es decir, mayores que los que produce el organismo, y podés hacer un tromboembolismo o un accidente cerebrovascular. Te ponen un pellet con dosis para hombres porque para mujeres no hay. La testosterona hay que usarla en gel o crema, pero no como un chip —me advirtió, sin dejarme dudas.

En este recorrido, escuché a algunas mujeres que se lo habían colocado y que estaban contentas. Una se lo iba a poner por tercera vez.

“Mi mamá tuvo una menopausia tremenda, muy muy fea, con sofocos muy intensos, y recuerdo que se quejaba mucho y la pasó muy mal. Si bien todavía no he tenido síntomas, como ya pasé los 50 mi médico me sugirió que me pusiera el chip sexual. Y la verdad es que los beneficios para mí han sido espectaculares. Lo que más destaco es tener mayor vitalidad. Tengo más energía para hacer todo lo que quiero. Me siento como de 25”, me dijo Verónica, una arquitecta de 53 años. También me contó que le “activa” la libido, y que, aunque ella tiene una vida sexual “prácticamente nula”, porque no está en pareja ni le interesa estarlo, ese subidón del deseo sexual no le afecta. “He tenido insomnio desde que tengo uso de razón y con el chip empecé a dormir mejor. Eventualmente tengo noches malas, como todos, por la ansiedad, los problemas cotidianos de la vida, el trabajo, pero en general estoy durmiendo muy bien”.

Después de escuchar a Verónica, me quedé pensando sobre la exigencia de sentirse de 25 años a los 53. Otra vez ese mandato contra el envejecimiento y los ritmos que nos imponen los años. Es difícil no caer en la trampa. Todas —o casi todas—, amiga, queremos tener la piel tersa o el cabello fuerte y sedoso como a los 20 pero, no nos olvidemos, tenemos ¡tres décadas más! Es inevitable el paso del tiempo, con todo lo que nos trae. No podemos ir contra la propia esencia de la vida humana: no nos olvidemos que desde que nace­mos empezamos a envejecer.

En mi búsqueda de información escuché más voces. Los que están a favor del uso del pellet o implante de testosterona sostienen que no sirve solo para aumentar la libido, sino para mejorar el sueño, el humor, la memoria, y las capacidades cognitivas, y que además favorece el desarrollo muscular, otorga sensación de bienestar, e incrementa la energía, entre otras bondades. Aseguran, también, que no trae complicaciones en la salud, aunque lo cierto es que no hay investigaciones serias, a largo plazo, publicadas en revistas prestigiosas de medicina que lo avalen.

Quienes están en contra apuntan lo que me dijo mi ginecóloga: que no está aprobado, que la dosis del pellet es la indicada para hombres —y no para mujeres—, lo que significa que podés recibir una cantidad de testosterona superior a la que podrías necesitar y el implante no se puede extraer una vez colocado; que las hormonas bioidénticas pueden estar contaminadas porque no hay ningún control sobre la fabricación del pellet, y subrayan que no hay pruebas suficientes para afirmar que mejora todo lo que te enumeré antes. Lo único probado —y en esto coinciden unos y otras— es que aumenta la libido sexual.

Pero alertan que en niveles suprafisiológicos podría estar vinculado al aumento de hipertensión y problemas cardiovasculares, entre otras consecuencias negativas. Tenés que saber, amiga, que ninguna sociedad científica en el país ni en el resto del mundo avala su uso.