Fue en día feriado, en una de esas nochecitas tibias que nos suele regalar diciembre. Abro el portón de la cochera, estaciono el auto y me bajo tranquilo tarareando una canción que sonaba en la radio. Mientras cierro un enorme portón corredizo de 3 metros, aparecen. Son dos, se mandan rápido. El primero, un grandote de unos 30 años, da la orden: “Date vuelta y caminá al fondo”. El argumento es convincente: una 9 milímetros que me apunta al pecho. El otro cierra el portón y anula cualquier posibilidad de huida. Estoy choreado.
Mientras camino para el fondo pienso si me va a cubrir el seguro: compré el auto apenas hace 20 días y todavía no entró el primer pago en la tarjeta. Ellos actúan rápido, hacen preguntas precisas, se dividen las tareas. Uno me apunta, el otro revisa que yo no tenga un arma. El riesgo, en algún punto, siempre es mutuo. Saco una a una las cosas del bolsillo: celular, billetera, llaves y al final, aferrándome a la esperanza de que pase algo que me haga zafar, la llave del auto. El milagro no ocurre: después de algunos intentos fallidos logran arrancarlo y escapan.
Mi Chevrolet Ágile pasó a engrosar la estadística de casi dos mil autos robados por año en Córdoba
Aquella noche, mi Chevrolet Ágile color champagne pasó a engrosar las estadísticas de autos robados en Córdoba. La cifra no es menor. En el último año se registraron en la provincia 1.940 denuncias de robos y hurtos de vehículos, la mayoría de ellos en la capital. Esa cifra podría haber sido aún mayor de no haber mediado la llegada de la pandemia y el inicio de la cuarentena, que redujo considerablemente la circulación de personas y mercancías: en abril de 2020 el robo de autos bajó un 70% respecto a febrero del mismo año y un 25 por ciento en relación a 2019.
¿Cómo se explica la desaparición de todos esos autos? ¿A dónde van a parar? Su destino no es otro que el de alimentar un submundo, una economía paralela, un mercado subterráneo en el que se producen, distribuyen, almacenan, comercializan y consumen autos robados, enteros o por piezas. ¿Cómo es que opera este mercado?
Aquella noche de diciembre mi Chevrolet Ágile sufrió un cambio cualitativo: a partir de la intervención de los ladrones se convirtió en una mercancía ilegal . ¿Qué transformaciones sufrirá esa materia prima? ¿Cómo será vendida y reintroducida al mercado legal? Esto depende de la forma final que se le quiera dar al producto. Una posibilidad es que el auto se venda completo. Para ello le cambiarán algunas características, como pintura y accesorios y falsificarán su documentación. Su nuevo hogar probablemente se encuentre en algún país limítrofe o en otra provincia del país. Cualquiera al que se le haya perdido o roto la patente del auto sabe lo fácil que es conseguir una idéntica sin los sellos de agua correspondientes. Así se emiten patentes “gemelas” de vehículos de marca y modelo similares que permiten evadir algún control no demasiado exhaustivo (o sea, la mayoría). Con esto alcanza, al menos, para circular dentro de cualquier ciudad argentina.
La otra opción es más segura, más rentable y, por lo tanto, más frecuente: que el auto haya ido a parar a uno de los tantos desarmaderos que existen en Córdoba y que sus piezas sean reintroducidas al circuito legal como repuestos a través de los talleres mecánicos. Como señala el antropólogo brasilero Santis Feltrán, un auto desarmado puede llegar a valer hasta tres veces más que uno entero. A esa ventaja económica se le suma que el vehículo no tiene que viajar grandes distancias y que sus piezas no tienen identificación. Cierra por todos lados. Los números reflejan lo rentable del negocio: se calcula que en Argentina existen cerca de 10 mil desarmaderos ilegales. Sólo en Córdoba se desmantelaron 155 desde 2012. En uno de los últimos operativos, la policía encontró más de 1.300 autos en stock.
Lo más probable es que haya ido a parar a un desarmadero: un auto desarmado puede llegar a valer hasta tres veces más que uno entero
En la venta de autopartes -explica el investigador Esteban Rodríguez Alzueta- las porosas fronteras entre lo legal y lo ilegal comienzan a ser mucho más difíciles de distinguir. Los principales lugares de venta, ya sean desarmaderos o bocas de expendio de repuestos, no necesariamente son totalmente clandestinos. Pueden tener habilitación, vender cierto volumen de autopartes lícitas que cuentan con el “sticker” oficial y también piezas de dudosa procedencia.
Las oportunidades de venta se expanden aún más gracias a la tecnología. Cuando le conté del robo de mi auto, un amigo me dio una pista: “¿Te fijaste en Marketplace de Facebook?”. Basta con escribir el nombre del repuesto para que aparezcan cientos de resultados. Esta plataforma de comercio virtual provee una serie de ventajas: posibilita el anonimato a través de perfiles falsos, no es necesario tener un lugar de venta fijo y alcanza un público mucho más amplio.
La pandemia implicó un enorme salto a la virtualidad en todos los rubros. La venta de mercaderías ilícitas no parece haber sido la excepción. Bien lo sabe Mercado Libre, que duplicó sus usuarios durante 2020 y tuvo que implementar nuevos controles para evitar el aumento de la venta de bienes robados. Esta plataforma tiene el agregado de contar con billeteras virtuales, parcialmente alcanzadas por las regulaciones que rigen para el resto de los bancos, que permiten al comprador pagar con tarjetas y en cuotas. Nuevamente el mercado ilegal aprovecha los vacíos de regulación para desdibujar las fronteras que lo separan de la legalidad.
Ricardo, el dueño de la cochera, vino a verme a mi casa al día siguiente del asalto. Quería saber cómo llevaba la resaca post robo y quizás, también, tener un gesto para evitar reclamos. Conversamos un rato: me contó que tenía un taller mecánico en la zona y me dijo que me olvidara del auto, que a esa altura ya debía estar desarmado. En esos días lo había ido a ver un cliente con un Chevrolet -de otro modelo- que usa algunos componentes iguales al mío.
—Le tuve que decir que no se lo podía arreglar. Con esto de la pandemia el eje delantero no se consigue por ningún lado, no hay forma.
Como todo mercado, el de autos robados y sus componentes existe en la medida en que hay una demanda que lo posibilita. Esa demanda se explica fundamentalmente por la dificultad de acceder a piezas nuevas originales. La pérdida de poder adquisitivo frente a la inflación y el aumento del precio del dólar, hicieron que los repuestos originales se vuelvan inaccesibles para el común de los mortales. Esto hizo aún más tentadores los repuestos ilegales. Al mismo tiempo, el aumento de precio de los autos 0km y la falta de líneas de financiamiento hizo que los consumidores se vuelquen a los usados, estirando la vida útil de modelos más antiguos y envejeciendo el parque automotor.
Si en 2015 hacían falta 12.2 sueldos promedio para comprar un auto, en 2020 esa cifra aumentó a 17.7. Obviamente, mientras más viejo es un vehículo más se rompe, lo que aumenta la demanda de repuestos. A esto hay que sumarle la baja en la producción de automóviles y sus componentes durante el aislamiento: en abril de 2020 no se fabricó ni un solo 0km en todo el país.
¿Cómo se consiguen entonces repuestos en un mercado cada vez más inaccesible? La ecuación parece simple: aumento de precios de los repuestos originales más baja en su producción y envejecimiento del parque automotor es igual a mayor demanda de repuestos robados. Sin embargo, ese incremento en la demanda no se vio reflejado de manera automática en la cantidad de autos robados. Las restricciones por la pandemia implicaron también un aumento de los controles y una mayor dificultad para la circulación de mercancías ilegales.
Pero la demanda no se sostiene únicamente por factores económicos, sino también culturales: en Argentina existe una extendida aceptación de este tipo de bienes. En general -explica Matías Dewey- el mercado de autopartes robadas no suele generar un rechazo social fuerte, a diferencia de otras actividades ilegales como la trata de personas o, en menor medida, la venta de drogas. La aceptación del consumidor de autopartes robadas suele ser pasiva. Si no sabemos de dónde vienen los repuestos, no preguntamos. Mejor no hablar de ciertas cosas. Lo que existe es una co-responsabilidad, en tanto consumidores, de distintos sectores de la sociedad argentina en la existencia y amplificación de estos mercados. En el imaginario social son los “negros” los que roban, los “gitanos” los que desarman y venden. ¿Nadie se pregunta quienes consumen?
En Argentina existen cerca de 10 mil desarmaderos ilegales
Cuando enfrío la cabeza me obsesiono con algunos detalles. Me acuerdo del arma con la que me apuntaron. Estoy (casi) seguro de que era una 9mm como las que usa la policía ¿De dónde la sacaron? Pienso en las 72 armas que desaparecieron de la Jefatura de Policía de Córdoba en 2015 ¿Me habré cruzado con alguno de esos fierros aquella noche de diciembre?. Me acuerdo también de la actitud pasiva de los policías: me hicieron esperar a una brigada de investigaciones que nunca vino. ¿habrán estado sobrepasados? La comisaría del barrio está a 150 metros de la cochera. Puede ser que los ladrones se la hayan jugado esa noche. O que supieran que podían trabajar con cierto grado de tranquilidad.
Quienes han investigado los mercados ilegales, como Marcelo Saín, plantean que éstos difícilmente puedan operar sin cierto nivel de protección o connivencia estatal. ¿Quiénes pueden proveer esa protección? En 2019 cuatro oficiales de la División Sustracción de Automotores de la Policía de Córdoba, incluyendo dos de sus jefes, fueron a juicio acusados de encubrir a un grupo de delincuentes dedicados al robo de autos a cambio de información que les permitiera realizar allanamientos sobre otras bandas y así mostrar efectividad ante sus superiores. En 2020, tanto el jefe como el subjefe de la Departamental San Martín de la misma provincia fueron imputados y desplazados de sus cargos por sospechas de participación en el robo y venta de autopartes de un depósito judicial en Villa María. Córdoba no es una isla, en distintos puntos del país este tipo de tramas se repiten.
Cuando le conté del robo, un amigo me dio una pista: “¿Te fijaste en Marketplace de Facebook?”
Los miembros de las fuerzas de seguridad no son los únicos potencialmente involucrados. En uno de sus últimos libros, Matías Dewey relata cómo distintos actores estatales han participado del negocio de autos robados en la provincia de Buenos Aires. La trama incluye inspectores recibiendo coimas por parte de desarmaderos, jueces y fiscales demorando órdenes de allanamiento y/o alertando a sus cómplices para que desaparezca la evidencia y funcionarios políticos tolerando estas prácticas. La anécdota que relata sobre el apodo que le pusieron los comisarios al intendente de un partido bonaerense ilustra este punto: le decían “el chatarrero”
Este mercado ilegal crea y alimenta otras economías legales que dependen de su existencia. La primera y más obvia es la de las aseguradoras. Si bien a priori las aseguradoras pierden dinero cada vez que se roba un vehículo, la existencia de estos hechos genera las condiciones de posibilidad para el desarrollo de su negocio. Si aumentan los robos, las compañías aumentan las primas y equilibran las pérdidas. Cuando el riesgo es muy alto incluso pueden decidir no asegurar determinadas marcas y modelos. Los últimos datos de la Superintendencia de Seguros de la Nación muestran que por cada 100 autos asegurados en el país son robados únicamente el 0.6. Una cifra que no parece amenazar la estabilidad financiera de las compañías. Se gesta así un mercado fabuloso: solo en 2019 movió 19 mil millones de pesos en el país, de los cuales el 81 por ciento quedó en manos de 17 empresas. Que el árbol del robo no nos tape el bosque del negocio asegurador.
Otro mercado que se beneficia es el de los elementos de seguridad, que van desde un simple trabavolante hasta sofisticados sistemas de seguimiento satelital. Todas mercancías que justifican su consumo en base a la posibilidad (cierta pero improbable) de que te roben el auto. Ninguno es infalible si se usa la herramienta adecuada. Con el avance tecnológico, la vieja ganzúa fue perdiendo lugar frente a los inhibidores de alarmas. Youtube también ayuda. Ahí pueden encontrarse videos cortos en los que se explica, por ejemplo, cómo romper fácilmente una trabavolante.
Siempre que el auto esté asegurado pareciera que, más allá del mal trago, nadie pierde demasiado y que incluso algunos ganan. Esta ilusión se rompe cuando entra en juego la violencia. El robo de un vehículo va acompañado en muchos casos del uso (potencial o real) de la violencia. A diferencia de bienes que tienen menor valor, es difícil que alguien entregue el auto sin que haya (al menos) una amenaza de daño físico. Y en la mayoría de los casos la forma de que esa amenaza sea creíble es el uso de un arma de fuego. Según el Ministerio de Seguridad de Buenos Aires, en 2020 poco más de la mitad de los robos de autos en la provincia fueron a mano armada. El fierro es la herramienta por excelencia de los obreros de lo ilícito. La presencia de un arma de fuego en la escena aumenta las posibilidades de que haya heridos o muertos. Los datos son alarmantes: en la provincia de Buenos Aires el 37,5% del total de homicidios por inseguridad en 2020 fueron cometidos durante el asalto de un vehículo. Pero el riesgo no es unilateral. Quien delinque está también expuesto: del total de víctimas de homicidios durante robos de autos, la cifra se divide en partes casi iguales entre asaltantes y asaltados.
El que roba es el que más se arriesga y el que menos plata gana. Las plataformas digitales pueden llegar a quedarse con un porcentaje que va del 11 al 30 por ciento
Lo que muestran los números de las economías legales e ilegales asociadas al mercado de autos robados es la manera en que reproduce la desigualdad. Aquel que “produce” la mercancía mediante el robo es quien más se arriesga: tiene más probabilidades de ser asesinado y recibirá la mayor pena de prisión en caso de ser atrapado. Sin embargo, será el que menos plata gane en toda la cadena. Quienes desarman y comercializan el auto están menos expuestos y pueden multiplicar su valor vendiéndolo por partes. Las desreguladas plataformas digitales de comercialización pueden llegar a quedarse con un porcentaje que va del 11% al 30%. Los eventuales cómplices estatales sacarán también una gran tajada (1). Los consumidores de autopartes, indispensables para el mercado, obtienen repuestos más baratos y difícilmente reciban algún tipo de sanción penal o económica en caso de ser descubiertos.
Aquella noche de diciembre que me asaltaron me quedó claro que esa era apenas la puerta de entrada, el comienzo, el primer eslabón productivo de un mercado. Un mercado a priori ilegal, que borra y funde constantemente las fronteras que lo separan de lo legal, que existe en la medida en que hay una demanda invisibilizada que lo sustenta. Un mercado que reparte de manera desigual las culpas y los beneficios económicos entre los distintos actores que participan directa o indirectamente. Un mercado que se esconde y se tolera, que produce violencia y reproduce desigualdad. Un mercado que, en fin, goza de buena salud.
1. El dato surge de entrevistas realizadas por Matías Dewey en el libro “El orden clandestino. Política, fuerzas de seguridad y mercados ilegales en Argentina”.
Bibliografía
Dewey, M. 2012. “Illegal Police Protection and the Market for Stolen Vehicles in Buenos Aires”. Journal of Latin American Studies, 44(4), pp. 679-702.
Dewey, M. 2015. “El orden clandestino. Política, fuerzas de seguridad y mercados ilegales en Argentina”. Katz editores: Buenos Aires
Feltran, G. 2019. “Economias (i)lícitas no Brasil: uma perspectiva etnográfica”. Journal of Illicit Economies and Development, 1(2).
Misse, M. 2002. “Rio como bazar: a conversão da ilegalidade em mercadoria política”, Insight Inteligência, no. 3.
Rodríguez, Esteban. 2013. “La sustracción de vehículos y el tráfico ilegal de autopartes usadas en Argentina. Delitos de pobres, poderosos y sectores medios”. Delito y Sociedad 35 Pp 49–83.
Sain, M. 2015. “La regulación del narcotráfico en la provincia de Buenos Aires”. Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo: Ciudad Autónoma de Buenos Aires.