Ensayo

Masterchef


Cualquiera puede cocinar (en TV)

La pandemia nos empujó a lo doméstico como nunca antes, y dos actividades ganaron un lugar protagónico en nuestras vidas: cocinar y ver tele. La televisión abierta, esencial y compañera, encuentra en la cocina una aliada para repuntar la pérdida de audiencias. Hoy, que hasta los almuerzos de Mirtha se hacen sin Mirtha, Pablo Méndez Shiff analiza el furor por Masterchef, el reality que se debate en Twitter, grupos de whatsapp y hasta en Tinder.

La televisión está muerta, ¡viva la televisión!

 

En un año que nos empujó a lo doméstico como nunca antes, hay dos actividades que ganaron (o recobraron) peso en nuestras vidas: cocinar y ver televisión. Masterchef Celebrity Argentina (Telefe) se nutre de esa confluencia, y semana a semana bate sus propios récords y los de una industria que muchos daban por vencida pero tambaleante y todo, sigue dando batalla. Las galas de eliminación superan los 20 puntos de rating, cifras altas para el contexto del medio.

 

Desde su estreno el 5 de octubre pasado, el reality show que produce Boxfish para Telefe se convirtió en un éxito como los de los mejores tiempos de la TV abierta. A los números que sorprenden hasta a los propios hay que sumarle la “venta” del programa (los segundos de publicidad que se venden dentro y fuera de las tandas comerciales), las marcas que buscan a los jurados (sobre todo a Donato de Santis, para que sea la cara de sus alimentos y bebidas) y las conversaciones que se producen sobre el programa, ya no en la calle pero sí de forma bastante activa en reuniones de Zoom, Twitter, grupos de Whatsapp ¡y hasta apps de citas!

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La gracia susanesca de Vicky Xipolitakis que no le impide hacer platos espectaculares, las ganas de competir de Analía Franchín, el compañerismo de Claudia Villafañe, la torpeza congénita del Turco García y la templanza y sofisticación de Boy Olmi son temas de debate nacional. De alguna manera, el programa en el que dieciséis famosos y no tan famosos preparan recetas bajo presión y compiten por un millón de pesos se convirtió en la vía de escape preferida de los argentinos en esta etapa primaveral de pandemia y cuarentena.

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En este año particular, la cocina se volvió un refugio. Es un espacio lúdico, creativo y hasta terapéutico que nos distrae de las malas noticias y las fake news que pululan de manera casi incesante. Cocinar es una forma de pasar el tiempo y un mecanismo de defensa que nos puede mantener a flote en esta cuarentena que ya se extendió por tanto tiempo. Confinados en nuestras casas y después de lavar, desinfectar y fregar, ¿qué se puede hacer salvo hornear y ver televisión?

 

La TV tiene una larga tradición de programas de TV hechos desde la cocina: desde Doña Petrona a Paulina cocina, pasando por el Gato Dumas y Narda Lepes. Pero hoy la tele, esencial y compañera, encontró en la cocina a una de sus aliadas para sobrevivir a su propia emergencia, sanitaria y económica.

 

El Gran Premio de la Cocina, Bake Off, Morfi, Como de Todo, Cucinare y Cocineros Argentinos son solo algunos programas en los que la gastronomía ocupa un lugar central. Como si fuera poco, la cocinera de los almuerzos de Mirtha -que este año se hacen sin Mirtha-, Jimena Monteverde, estrenó segmento en el que enseña a hacer platos dulces, y el nuevo magazine de Flor Peña tendrá a una chef en su equipo. 

 

La cocina escaló posiciones en el mapa mental de nuestras vidas y de manera paralela en la grilla televisiva. 

 

Lo que diferencia a Masterchef Celebrity del resto es que muestra a figuras conocidas que generan amores y resquemores, pasiones y recelos, y eso le agrega un atractivo adicional. El desafío más grande de todo reality es el de hacer un buen casting: ¿con qué saldrán las personas anónimas una vez que se enciendan las cámaras? En este caso, al trabajar con gente que tiene un recorrido en los medios y sabe hacer un personaje de sí misma, el riesgo es menor. Por un lado, todos tenemos a nuestros favoritos y eso nos permite hacer hinchada y vivir cada episodio como una final de fútbol. Por otro, ver a esos “famosos” en un ámbito símil-doméstico genera una nueva empatía. En Bake Off, los desafíos consistían en hacer postres franceses con nombres imposibles de recordar; nadie sabe qué es una ganache, ¿cómo identificarnos con eso? Acá vemos a caras conocidas preparar una milanesa con papas fritas, unos huevos fritos… bueno, y también langostinos.

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El encendido de la tv abierta abarca desde una casita del monte de la Quebrada de Humahuaca hasta un loft de Palermo. Si las historias verdaderas tienen los conflictos sociales de los culebrones clásicos, mejor.  Por empatía o consumo irónico, las audiencias y sus conversaciones están garantizadas. Hace dos semanas, Donato de Santis lloró al probar unas pechugas de pollo hechas por Claudia Villafañe. Minutos antes, Claudia contó que aprendió a cocinar en una cocina muy chiquita, la de su casa de la infancia, una casa que sus padres compartían con sus abuelos. Con una edición impecable y música lenta de fondo, el jurado que habla en cocoliche se secó las lágrimas y se produjo - palabras más, palabras menos- el siguiente diálogo:

 

Donato: Estoy seguro de que en esa casita había mucho amor. Vivir todos juntos y aprender las cosas de la vida, ¿no? Yo pienso en eso y veo a una Claudia que se esmera en lo sencillo...

 

Claudia: En esta cocina de la que yo hablo, entraba una sola persona. Era un cuadradito así. Cuando me hablás de que “viajaste, conociste, sí, estuve en todos lados”, sí, pero vengo de una familia de clase trabajadora

Una mujer que creció en una familia pobre. Luego recorrió el mundo de la mano de Maradona. Ahora es acusada en tribunales por Maradona. Pese a estar cansada de hablar todo el tiempo de Maradona conserva la sonrisa y no olvida sus orígenes: ¿hay algo más popular que eso?

 

La contracara de ese momento se vivió un par de episodios después, cuando los participantes tuvieron que preparar un plato que los remitiera a sus infancias. Personas que tuvieron una vida menos dura que Claudia se ganaron el aplauso del jurado al hacer pucheros o pasteles de papa. Boy Olmi, en cambio, preparó un plato de langostinos parecido al que comía con su abuelo de chico. La historia es así: cuando iban a comer a algún restaurante y su familia estaba con los bolsillos un poco más holgados, su abuelo le susurraba una palabra en código, ad linbitum, que quería decir que esa noche se podían dar un gusto, que esa noche podían pedir langostinos. En el estudio de grabación y en las redes sociales ese placer esporádico fue interpretado como un privilegio, como un recuerdo de una niñez premium que merecía ser descartado así sin más. A pesar de que la consigna era hacer un plato que hablara de la infancia de cada uno, los miembros del jurado le pusieron el delantal negro a Boy. Lo mandaron al muere porque los langostinos no los transportaban a sus primeros años de vida. ¿Cocina tu aldea y cocinarás el mundo? Nah, acá el principio parecía ser: "Cocina la aldea de los demás a ver si nos emocionás o te castigamos por considerarte cheto".

 

 

Unos días más tarde, ante el desafío de cocinar algo con distintos cortes de cerdo, Boy volvió a dar la nota al preparar “un solomillo al Orient Express”. Mientras sus compañeros se desesperaban para que no se les pasara la carne, él presentó un cerdo a las especias con puré de ciruelas, mango, duraznos y manzana, acompañado de espárragos, habas, peras y queso brie. “En todas las disciplinas hay que hacerse de abajo”, dijo al explicar lo que había craneado en los pocos minutos que les dieron en la cocina-set.

 

Con décadas de trayectoria en el medio artístico, Boy Olmi está acostumbrado a ser un outsider. Con su look de personaje de Wes Anderson y su elegancia templada, participó de una de las primeras ediciones de Bailando por un Sueño. Al año siguiente condujo un programa de debate intelectual con Sandra Russo en la TV Pública. Antes fue el temible Sergio Bustamante de Rebelde Way. Sin estridencias pero con entusiasmo, le dice a Anfibia: “No pienso que tengo que ganar ese concurso ni pisarle la cabeza a nadie. Tampoco me creo la idea del celebrity, como si eso fuera un valor en sí mismo. Estoy ahí para ser el mismo que soy siempre, por lo cual si uso palabras, si aparecen pensamientos o maneras de vincularse con mis compañeros y con la cocina, son los mismos que pretendo tener en la vida”.

 

Para Boy, a quien se lo ve en su salsa entre toda clase de verduras, la cocina “es una condición de nutrición y de supervivencia que también tiene que ver con el placer y la creatividad. Mi madre era muy poco ama de casa porque se dedicó siempre a su profesión, la psicología. En casa trabajaba una mujer que nos ayudaba pero yo desde chico resolví cuestiones como cocinar o hacer compras. No me enseñó nadie; el gusto por la cocina nació por la curiosidad natural que tengo por las cosas. Como el teatro, la cocina es algo efímero”.

 

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Ningún contenido es enteramente local o autóctono: ni el tango, ni el rock, ni los formatos de televisión. Como en la cocina, los productos culturales son el resultado de ingredientes que se fusionan, que se mezclan y que como resultado producen cosas nuevas. Masterchef Celebrity Argentina, que se hace en estas tierras por primera vez, es un desprendimiento del Celebrity Masterchef que en el Reino Unido ya lleva 15 temporadas y que España, que lo rebautizó con el nombre que lo conocemos acá, ya va por su quinta.

 

La adaptación de un formato de un país a otro no es un proceso automático de copiar y pegar, es una traducción cultural en la que, como señalaron Sonia Jalfin y Silvio Waisbord en el libro TV Formats Worldwide, los productores y gerentes de programación ofician de gatekeepers. La traducción literal sería: “las personas que cuidan la puerta”. En español argentino podríamos llamarlos “patovicas culturales”. Así, en ese juego entre el apego a la receta y el juego con la idiosincrasia local se producen programas que funcionan. 

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Si en la versión británica compitió la madre de Andy Murray, acá compite la hermana de la actriz Griselda Siciliani. Si en la versión española está el ex ciclista Pedro Delgado, acá lo tenemos al Turco García, que usa metáforas futboleras hasta para decir buen día. Los exponentes de las redes sociales tienen poco de celebrity pero una base de seguidores que los canales no quieren desdeñar. En la versión argenta está la influencer Belu Lucius, que divierte o irrita (según el lado de la grieta en el que se encuentren) con sus morisquetas.

 

El intercambio de contenidos entre los sistemas de televisión de distintos países existe desde hace años. En los 90, los “super formatos” cambiaron la forma de pensar y hacer televisión. Survivor, que aquí fue Expedición Robinson; Big Brother, que aquí fue Gran Hermano primero con Solita y luego con Rial; American Idol, cuyo desprendimiento dio origen a Got Talent y acá fue Talento Argentino con Mariano Peluffo… realities importados que aún siguen dando vueltas por el mundo con una efectividad que no han logrado mantener, por ejemplo, las telenovelas. 

 

En Masterchef, como en los otros super formatos, los productores locales tienen una “biblia”, un manual de instrucciones escrito y grabado con la "fórmula" para hacer el programa. Cajas sorpresa, invitados especiales, posibilidad de hacer repechajes: todo está contemplado para agregarle un sabor "nuestro". Si en Argentina se les ocurre hacer algo tirado de los pelos, como un desafío “para que los participantes cocinen un plato hecho a base de gaseosas”, tienen que llamar a Barijay, el conglomerado de medios francés que tiene la licencia y que hace pocos meses compró a la británica Endemol Shine. Es la empresa que hizo Black Mirror y Peaky Blinders, entre otros.

 

En Argentina, el programa está producido por BoxFish, una empresa con sede en Buenos Aires, San Pablo y Madrid, fundada en 2018 por Diego Guebel, el ex socio de Mario Pergolini. Acostumbrado a lidiar con esta dinámica de lo global y lo local, produce también El Gran Premio de la Cocina, que es un formato propio, mientras prepara una edición de Bake Off, formato de la BBC, para el territorio español. Todo eso al tiempo que preside CAPIT, la Cámara Argentina de Productores Independientes de Televisión. 

 

La pandemia no estaba en ningún guión. 

 

En la versión británica de este año todos tuvieron que cocinar lasagnas en ollas industriales para agasajar a los trabajadores del subte. Ahora eso es imposible; los programas se graban con un protocolo sanitario. Por ahora viene dando resultados porque hubo sólo tres contagiados. La situación en el Cantando (El Trece) es bastante peor, con al menos veinte casos confirmados en las últimas semanas.

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A once meses de celebrar sus primeros setenta años de vida en Argentina, la televisión local se enfrenta a una crisis económica como el resto de las industrias culturales. Pero se le suma el cambio progresivo en la manera de consumir contenidos audiovisuales. Por estas razones, porque un programa como Masterchef hace 22 puntos y no 60 como Grande Pa en una época en la que no había cable ni streaming ni YouTube, muchos analistas se apuran en dictaminar que “la televisión está muerta”. 

 

La TV abierta compite por nuestra atención con una multiplicidad de pantallas que podemos ver en nuestros teléfonos, tablets, computadoras y hasta algunos relojes. Pero eso no quiere decir que se haya muerto sino en todo caso que se expandió y salió de los confines del living comedor para estar en todas partes y a la hora en que lo deseemos. 

 

A ese combo le sumamos que las cifras de pobreza superan el 40% y que el porcentaje de usuarios de cable, Internet, Netflix, Amazon y HBO se verá reducido. ¿La tele abierta va a ganar nuevos espectadores? El desafío será retenerlos con producciones de calidad porque  la disposición (económica y cultural) a ver contenidos locales está. 

 

La televisión está muerta, ¡viva la televisión!

Masterchef es un ejemplo: el público no le tiró las valijas por la ventana a la tele abierta ni le gritó que no vuelva más. ¿Aún se puede rescatar este negocio de un declive total? La tele necesita de condiciones materiales auspiciosas o al menos habilitantes, dosis de creatividad y gente dispuesta a prestarle un poco de atención. La mesa está servida.