En 1995, Facundo Moyano tiene 10 años, vive en su casa de Mar del Plata y, junto a su hermano Huguito de 11 y su mamá, no se pierde algunos programas de la televisión. No son dibujitos animados. No es la novela ni la serie de moda: Facundo mira a su papá, el secretario de la Confederación General de los Trabajadores, que de tanta marcha, de tanto acto sindical, sólo se hace presente en ese barrio marplatense de vez en cuando. No importa que lo visite cada tres, cada cuatro, cada seis meses: ese es el héroe, su padre. Ha sido camionero. Los camioneros siempre faltan de sus hogares.
—Nosotros lo tenemos todo grabado —dice ahora.
Las marchas, las movilizaciones, las ollas populares, el Confederal de 1996 en el que Camioneros y la UOCRA se enfrentan a tiros, la marcha federal con De Gennaro y el Perro Santillán, la pelea en la calle contra la reforma laboral de la Alianza. Todo está grabado en los archivos de Facundo Moyano.
Ahora esas imágenes vuelven; y ya no dicen lo mismo.
En un clan como el de los Moyano la política y la historia se confunden.
Los hermanos Facundo y Pablo, de madres distintas, no se criaron juntos. Hasta el mediodía del 2002, cuando se conocieron en un asado, nunca se habían visto. Facundo tenía 17 años. Pablo, el mayor de siete hermanos, 32. Y no sabía que Facundo existía.
—Yo soy hijo de un matrimonio que nunca fue. Nací en Mar del Plata, me crié con mi vieja. A mi viejo lo veía cada tanto, cada tres, cuatro, cinco o seis meses. Él trabajaba acá y tenía otra familia. Mi viejo estuvo muy poco presente hasta que se blanqueó la situación. Ahí conocí a los hijos del primer matrimonio, Pablo, Paola y Carina, y a Emiliano, que falleció el anteaño pasado. Yo me crié con mi hermano Huguito.
Huguito es hoy el abogado del sindicato de peajes.
—¿Vos lo admirabas entonces a tu viejo?
— Sí, era un padre ausente, pero presente siempre por mi vieja: siempre nos hablaba de él, de cómo era, inclusive nosotros sabíamos de la existencia de nuestros hermanos, pero ellos no sabían de nosotros.
Aquel asado “informal” del año 2002, fue el punto de giro en la historia de un hombre, de una familia y, tal vez, de lo más visible del joven sindicalismo actual.
Aquel día, a Facundo Moyano se le abrieron las puertas de un intenso vínculo filial.
Pero también, y sobre todo, las puertas de la política.
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“Un personaje trágico, desgarrado entre dos lealtades”. Así lo definió, en junio de 2012, el periodista de Página 12 Horacio Verbitsky en una columna dominical del diario. Ese día, Facundo Moyano, diputado del Frente Para la Victoria, estaba en Mar del Plata. Tres días después, a la salida de un homenaje a Alvarado, el club de fútbol que preside, se refirió a ese comentario: “Estamos ante una cuestión muy grave para el país que el gobierno debe atender con total responsabilidad. Como diputado nacional y teniendo una responsabilidad institucional en el Frente para la Victoria estoy preocupado y me siento atrapado entre esas dos lealtades”, dijo. Se refería al conflicto entre el gremio de Camioneros (dirigidos por su padre) y el gobierno nacional (de su partido) durante el bloqueo a una refinería en La Matanza. Un rato después recibió en el celular un texto desde Buenos Aires: “Yo-tengo-una-sola-lealtad”.
Era un mensaje de su hermano Pablo. Las esquirlas de dos vidas separadas en lo familiar, en lo político, en lo ideológico, se concentraban en cinco palabras con forma de reproche. Pablo ya se había quejado ante los periodistas, en las puertas de la YPF La Matanza, de que cuando los gendarmes y los camioneros dirimían el poder cuerpo a cuerpo y el gobierno denunciaba a los Moyano por coacción agravada, Facundo no estaba.
—Mi hermano usa camisita y va a la tele pero nunca está cuando la cosa se pone espesa—dijo.
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Facundo Moyano es leído de cien maneras.
Para los medios es un chico bien vestido que habla correcto y ofrece títulos picantes. Que desafía al kirchnerismo y traduce las pretensiones de ese sindicalismo que encarnan Hugo Moyano y sus gremios incondicionales. Un pibe capaz de seducir a una platea mucho más amplia.
El kirchnerismo duro lo percibe como un apéndice de su padre (hoy aliado de Clarín y toda la derecha) y uno más en la legión de los que no entienden el proceso político que lleva adelante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Así se lo muestra en la edición del programa oficialista 678 que funde las fotos recientes de Moyano padre con Eduardo Duhalde y con Mauricio Macri.
Visto desde la izquierda, Facundo Moyano es un oxímoron; una contradicción que no vale la pena tomar en serio: aunque hable el lenguaje de una izquierda peronista incluye en su ancha reivindicación a figuras de la derecha anticomunista. Lo acusan de aferrarse al dogma de la defensa de los trabajadores sin haber vivido nunca lo que sufre un verdadero laburante.
Luego, los miembros del Sindicato Único de Trabajadores de Peajes y Afines (Sutpa), del que es Secretario General hace siete años, los cuadros de la nueva Juventud Sindical, los que apuestan por él, creen que es lo mejor que les podría haber pasado: la posibilidad de una dirigencia sindical que está naciendo y tiene una proyección de 30 años en la Argentina.
Así, un hijo se convierte en el personaje más tenso de la Argentina política. En el metro ochenta de su cuerpo amasado cada día en el gimnasio hace presión un torrente de opciones que invocan el útero materno del peronismo pero lo trascienden. Tras el divorcio entre el kirchnerismo y el moyanismo, Cristina trata a Moyano como Néstor trataba a Magnetto, el CEO del Grupo Clarín. La política argentina, donde de pronto algo —que no sabemos bien qué es— pasa y un aliado de hierro se convierte en escorpión.
El 15 de octubre de 2010, en un acto en cancha de River con Néstor, Cristina y más de cien mil trabajadores, Hugo Moyano dijo: “Tenemos que concientizar políticamente a los trabajadores para tener a un trabajador en la Casa de Gobierno”.
Facundo todavía no cumplió 28 años, hace diez que empezó a concientizarse políticamente y le gustaría ser ese presidente del que habló su padre hace dos años.
—Eso le interesa a cualquiera que está en polítca. De ahí a que trabaje para eso... hoy yo no. Me imagino, por supuesto, se me pasó por la cabeza. Es natural —dice Facundo sentado en su oficina del Sindicato de peajes con la remera de Felipe Vallese y los zapatos sobre el escritorio. Además de sus pies, descansan sobre la madera recortes de diarios, y diarios enteros con algunas notas resaltadas en marcador amarillo.
La pelea entre Cristina y Hugo quemó etapas y convirtió a Facundo en una figura central de la coyuntura: el nuevo rostro del moyanismo. La contradicción es su esencia y, quizás, también su estrategia. Mientras más dice que la sufre, más crece Facundo.
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Facundo le agradece a su padre, la figura política que más admira, ese impulso feroz hacia el centro de la escena. Es la misma figura, antes ausente, que ahora le marca la cancha con litros de cal. Facundo sabe que el piso desde el que parte es elevado y que pensar en el techo es prematuro, al menos hoy.
Llegó rápido a posiciones de poder gracias a la dimensión política de Hugo: primero como dirigente, después como vocero calificado, más tarde como diputado. Fue por más: edificó la Juventud Sindical, el brazo político generacional que acompaña a la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista. Todas siglas de la jerga del peronismo institucional que expresan la misma pretensión: el salto a la política y el arribo al Estado.
Sobre el cuerpo del hijo rompen las olas de un pasado que todos reescriben a su gusto. Porque el moyanismo más joven entiende y también se larga a disputar lo simbólico con el kirchnerismo. Es la historia de un movimiento obrero con grandezas y miserias que regresa al presente. Por eso hoy, esta tarde de agosto, aquí en el Luna Park, en un acto de la Juventud Sindical, un actor caracterizado de obrero peronista baja desde las alturas tocando el bombo, música fusión en vivo, mientras nombres y fotos de dirigentes clasistas y burócratas sin épica se encadenan en la pantalla. Agustín Tosco y José Ignacio Rucci, Jorge Di Pascuale y el Momo Venegas, Néstor Segovia y Saúl Ubaldini. Hugo Moyano aparece como el hilo conductor de esa variedad justicialista.
En las pantallas, aparecen esas imágenes que Facundo comenzó a grabar cuando tenía diez años. Es la épica musicalizada del moyanismo. Detrás del telón, los militantes del facundismo hacen una fila antes de salir al escenario.
Los actos del sindicalismo, de unos años a esta parte, son más o menos iguales: dos discursos, un video, un poco de historia y la marcha peronista en la versión del cantante de tangos Hugo del Carril. Facundo y los suyos creyeron que era hora de hacer algo diferente.
—Entendimos que era un acto para trabajadores, que no todos eran peronistas y que, con otras formas, les podría entrar más el peronismo en el sentido simbólico. Estamos construyendo un relato diferente. Y a diferencia de lo que dijo (Beatriz) Sarlo en La Nación, no construimos un relato para avalar nuestros actos, nosotros el relato lo construimos a partir de que venimos de un lado: no nacemos por una necesidad política, nacemos por una necesidad histórica, como sujeto de la historia –se entusiasma el diputado Moyano en su despacho sindical.
Facundo se va por las ramas, vuelve sobre sus dichos. Para corregir, para matizar, “para que se entienda”. Tiene 27 años, pero habla como si hubiera vivido también la vida de su padre. Su discurso podría sonar pretencioso, grandilocuente.
—Nosotros somos los 30 mil desaparecidos y somos José Ignacio Rucci —dice y la historia choca y vuela por los aires.
Facundo se lo explicó a Pablo Ferreyra, un año después del asesinato de Mariano, sentados en esta misma oficina, que es casi un altillo colmado de fotos, libros y banderas de Sutpa.
—Yo tengo que defender todo esto. Tengo que cubrir todo este arco —y le señaló el cuadro de Rucci sobre el que pegó, en un costado inferior, la foto de Tosco.
—Es un arco difícil de cubrir, es complicado. Te van a meter un gol ahí —le respondió Pablo.
Pablo Ferreyra conoció a Facundo después de apurarlo en Twitter por el silencio de la CGT ante el crimen de su hermano a manos de la patota de la Unión Ferroviaria. “Yo lo interpelo de manera más bien provocativa y le pregunto por qué no hubo una condena a Pedraza. Y él me invitó a charlar al sindicato, me mostró un video de CN23 donde repudia el asesinato de un militante. Me pareció muy bueno porque dentro de lo que era la CGT nadie se había acercado”.
Aunque el trabajo conjunto por un proyecto sobre las tercerizaciones naufragó, fue el inicio de un vínculo. Para Pablo, Facundo terminó haciendo algo muy lavado y su confrontación con Carlos Tomada no ayuda al objetivo de sancionar una ley que regule el sector.
Confrontación, negociación, burocracia. Un arco grande el de Facundo, como le dijo Ferreyra.
Fernando Di Pascuale, el hijo del dirigente del gremio de Farmacia secuestrado y desaparecido por la dictadura militar, gloria del sindicalismo peronista casi siempre olvidada, piensa que Facundo conoce la historia. Y duda que haya lugar para todos en ese arco imaginario.
—Estoy seguro de que sabe quién fue mi viejo y quién fue Rucci. Mi viejo de Rucci estaba a años luz. Él era parte del peronismo revolucionario y Rucci era un burócrata más, jamás cayó preso.
Según él Facundo busca la unidad y decir “fuimos todos peronistas” para evitar la confrontación interna y que no se le armen grupos.
—Pero con Perón, había una clara línea divisoria entre los sindicalistas obsecuentes y los combativos. Mi viejo iba a Puerta de Hierro y discutía, con respeto, pero discutía. Su mejor frase era: “no aceptamos otro tipo de verticalidad que no sea la clase trabajadora misma”.
El 6 de agosto de 2012, en Comodoro Py, cuando comenzó el juicio por el crimen de Mariano Ferreyra, Facundo dijo presente. Y decidió no estar, en ese mismo lugar, el 23 de setiembre, en el aniversario de la muerte de Rucci, cuando Hugo organizó un acto con el Momo Venegas al que asistió el peronismo ultramontano, incluido Aldo Rico. Ese día, el hijo esquivó al padre durante horas. Y terminó sin atenderle el teléfono.
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No fue hace tanto pero los primeros pasos de Facundo en el gremio de Peajes se cuentan entre la conspiración y la leyenda. Ahí anda todavía Antonio “Cacho” López, secretario general de la Unión Empleados de la Construcción y Afines de la República Argentina (UECARA), evocando la traición inicial: los Moyano le pidieron un conchabo para el más chico y le arrebataron el sindicato. En las obras de construcción, los jornalizados, los quincenales, los obreros pertenecen a UOCRA (gremio de la construcción) y los mensualizados, y los capataces forman parte de UECARA. De las entrañas dormidas del gremio de Cacho López, nace SUTPA (Trabajadores de Peajes) entre 2004 y 2005.
El más chico de los sindicalistas Moyano fue delegado a los 19 años. Entró en la actividad como inspector de obras de construcción y pronto quedó a cargo de la delegación que UECARA abrió en Mar del Plata, en la esquina de Mitre y Colón. Lo primero que hizo fue leer el convenio colectivo del trabajo y detectar que el sindicato también tenía facultad de representación sobre los trabajadores de peaje. Estaba en el centro de un abanico que le permitiría hacerse fuerte desde el interior bonaerense: El peaje Mar Chiquita a 30 kilómetros, el peaje Balcarce a 15 kilómetros, la ruta 2 muy cerca, que incluye las garitas de Maipú y Sanborombón.
—Él parte desde ahí y llega a Hudson, donde había una experiencia más organizada, una agrupación y delegados que no respondían a la conducción del sindicato— dice Federico Sánchez, Secretario de Interior de Sutpa.
En la ruta, peaje a peaje, del campo bonaerense hasta la puerta de la Capital Federal, Facundo encontró tierra arrasada: jornadas de doce horas, salarios paupérrimos, horas extras pagadas en negro, despidos arbitrarios, condiciones de trabajo desastrosas, persecuciones al que reclamaba. Le pasa el informe a Moyano padre y en una jugada rápida Facundo logra entrar en relación de dependencia en Autopista Buenos Aires- La Plata por presión del cuerpo de delegados. Era el primer gran paso para tener el sindicato propio.
Sutpa nació como sindicato en tiempo récord con incidencia en el transporte y la circulación. “Tenés que conocer la actividad’, le dijo Hugo. Y lo mandó a cortar tickets”, explica Marcelo Moschini, que trabajó 15 años en el peaje de Maipú.
Una noche de 2005, cuando Moschini vivía a contramano de todo y estaba sobrepasado por el poder despótico de los supervisores, vio venir un Peugeot 307 azul que estacionaba al lado de su cabina. Facundo en el asiento de acompañante, Leonardo Campos en el volante, recorrían todos los peajes de la provincia de Buenos Aires, de madrugada. “Se decía que el que venía era el hijo del jefe de la CGT, pero no lo creíamos porque nunca nadie se había ocupado del peaje”.
Moschini recuerda que cuando las asambleas se hicieron frecuentes y sus compañeros lo eligieron delegado, el supervisor–que nunca le había dado ni un ticket canasta de más- le ofreció ser supervisor o tesorero. “Yo voy en el Titanic con Facundo Moyano. Si se hunde, me hundo con él pero ya elegí”, le dijo él.
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En la cancha de fútbol, Facundo juega arriba. Algunos de sus amigos dicen que es un perro; otros, que la mueve. Debajo de la autopista de avenida La Plata, en la cancha del gremio de taxistas, o en la de Campus, en la calle Independencia y Maza, las formaciones estaban listas para el partido todos los martes o los jueves. Varios coinciden en que Andrés “El Cuervo” Larroque, uno los líderes de la Cámpora, y Carlitos Figueroa, ahora el gerente de noticias de Canal 7, la rompen. Fueron 20 contra 20, durante 10 o 12 encuentros que terminaban en el indiscutido ritual, tan homoerótico como político, de comer juntos un asado.
Con la camiseta de La Cámpora jugaban el Cuervo Larroque, José Ottavis, Wado de Pedro, Juan Cabandié, Julián Alvárez, Mariano Recalde, el Misio Gustavo Cáceres, Figueroa. Con la del moyanismo, Facundo, Hernán Escudero –cuadro del Sadop y hoy en la Juventud de Antonio Caló-, Martín Vargas de Canillitas, el Tano Juan Vanatti de Camioneros de Lanús (que era de la Juventud Sindical Peronista), y el “Pela” Cristián Oliva. Mayra Mendoza, hoy diputada Nacional y única voz femenina en la mesa de conducción de La Cámpora, alentaba desde la tribuna.
Entre comentarios chicaneros sobre las figuras del partido, mientras el asador informaba, como lo impone la costumbre, “esto casi está”, se amasó el intento de unidad entre las juventudes del moyanismo y del kirchnerismo.
En esos partidos se jugaba fuerte –Facundo se quebró una muñeca- pero en los asados se discutía la trastienda de lo que hacia afuera era la aparición conjunta de dos organizaciones que anunciaban el trasvasamiento generacional: una pata más sindical, y otra más ligada a los barrios y a lo estudiantil.
Se lograron acuerdos tácticos y coincidencias que parecían estratégicas. La Juventud Sindical nació de la mano de algunas de las figuras de La Cámpora. Mejor, nacieron casi juntas, una con el aval de Kirchner, otra con el impulso de Moyano.
El avatar permanente de la cuenta de Twitter @Facundo_Moyano muestra la foto, tomada hace dos años, en la que está él, su padre y Néstor Kirchner. El 23 de agosto de ese año, la JS hizo su acto en el Luna Park junto a ellos.
Tres semanas después, el 14 de setiembre, La Cámpora hizo el suyo junto a Cristina y a Néstor, que 48 horas antes había salido de la última operación y no podía hablar porque estaba muy débil.
—Hay 20 lugares para ustedes en el escenario. Designen a los compañeros —dijo Ottavis a Facundo.
—Bien. ¿Y en las tribunas?
—Pueden llevar 200.
—No, pará, un poco más. Queremos movilizar a los compañeros.
Entonces, Ottavis decía: “Pará que lo llamo al Gordo para preguntarle”. Y la respuesta de Máximo era siempre la misma: No.
Un moyanista que no faltó nunca a los partidos con La Cámpora y que vivió de cerca el sueño de una juventud peronista unificada, nacional y popular, es Cristian “Pela” Oliva. Nacido en Solano, llegó a ser secretario de la sección Capital del gremio de Lecheros, Atilra, además de concejal en Almirante Brown. Entre sus compañeros, logró una legitimación auténtica: en 1997 entró a trabajar en Logística de La Serenísima y, como delegado, logró lo que nadie pudo durante 70 años, movilizar a los trabajadores, plantarse frente a la empresa, y hacer un paro.
—No nos iban a dividir las contradicciones, no nos iba a dividir el pasado, todos esos sueños que teníamos de jóvenes quedó...se perdió todo —dice.
Y dice que los de la Cámpora eran una “orga en bloque”.
—Daba la impresión de que todos acataban la decisión de uno.
Oliva se pregunta, dejando en claro que no se considera “ni mejor ni peor” que la agrupación de Máximo: ¿Qué nos dio Facundo, si éramos un grupo que tampoco se contradecía?
—La libertad de opinar. Él podía decir una cosa en la reunión, yo podía decir otra.
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Son las doce y media de la noche del 31 de mayo de 2012. Facundo está en Animales sueltos, el programa de Alejandro Fantino. Camisa negra, gel, jeans; afuera lo espera su chofer Diego Lasalla –el marplatense que lo sigue a todos lados- y los dos custodios de 100% lucha que heredó de su padre. También Walter Iampietro, su secretario privado y vocero del sindicato. Su colaborador más cercano. Facundo está enojado y se le nota en la cara. Hace veinticinco días que lo llaman de todos los medios para que opine y le responda a Cristina, que el día del anuncio de expropiación de YPF en la Casa Rosada, con Facundo sentado en primera fila,destrozó al sindicalismo.Los nervios le juegan una mala pasada y se defiende sin que lo ataquen. Dice: “En mi sindicato ahorramos en dólares para no perder plata” y así le da la razón a la Presidenta.
Tres horas después del programa, Facundo sigue pensando, inseguro, sobre la cagada que se mandó. Habla con el padre, manda mensajes de texto a los amigos para saber si lo que dijo es irreparable. Porque ese 4 de mayo, en el Salón del Bicentenario, la pasó mal en serio. Tanto que cuando terminó el acto, se subió al auto y no paró hasta Mar del Plata.
—Lo habían llamado a mi viejo, me habían llamado a mí para que fuéramos. Y la Presidenta dice que el sindicalismo es corrupto, es corporativo y compra dólares. Como si fuéramos los únicos. Nosotros movilizamos 5 mil compañeros al Congreso, yo voté la ley (de estatización de YPF), aunque ya estaba muy tensa la cosa. Mi viejo no estaba muy de acuerdo. ‘No, pa, pero me parece que es algo importante, aparte que se tome como gesto’, le dije. Fui y termina bardeando —cuenta Facundo y apoya las dos manos sobre el escritorio.
Las filmaciones muestran a Facundo, en primera fila, entre los camporistas Eduardo De Pedro y José Ottavis. Cristina critica al moyanismo sin nombrarlo. Todos aplauden y festejan, menos él. Ese día, le piden -con todo el peso de su andamiaje y como nunca antes- que se defina: Kirchner o tu padre.
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Desde que Kirchner asumió la presidencia hasta hoy se crearon alrededor de cuatro millones de puestos de trabajo genuinos, la enorme mayoría durante el período 2003-2007. Un estudio de la Fundación Mediterránea, de 2003, admite que las empresas tenían mucha capacidad ociosa y los salarios era bajos, lo que permitió que, por cada punto de crecimiento del producto, el empleo creciera 0,83. En mayo de 2002, la desocupación era del 24,8 por ciento y, según el INDEC que nos quedó, en el primer trimestre de 2012, fue de 7,1%.
Estos números hablan de lo que Facundo Moyano llama “el sujeto histórico”, que emerge de un proceso contradictorio y que hoy ingresa en un ciclo de tensión mayor, cuando el empleo ya no crece como antes, e incluso baja, cuando la disputa entre empresarios y trabajadores –con cinco centrales sindicales además- va camino a profundizarse.
De los cuatro millones de nuevos trabajadores, la mayoría son jóvenes. Todavía la tasa de trabajo en negro es del 34 por ciento y la mayoría, sí, también, son jóvenes. Hay una infinita variedad de tercerizados que el ministerio de Trabajo avala y hasta fomenta. ¿Quién se ocupa de ese ejército desigual que incluye a los obreros de Toyota que se van de vacaciones a Cancún y a los motoqueros de SIMECA? ¿De los trabajadores de call centers y los tercerizados del Roca? ¿Quién de esta nueva generación que nació sin el pánico al desempleo ni la veneración por los viejos caciques se lo propone? Porque más allá de las experiencias sindicales conocidas (camioneros, peajes, subte, alimentación) el grueso de los nuevos laburantes está huérfano. “Nuestro objetivo es tener un millón de jóvenes organizados, movilizados y cuadros políticos bien formados con alto nivel de discusión política y técnica”, le dijo Facundo a la revista 2010 después del primer acto en el Luna Park. Con Néstor y con Hugo juntos. Ahora, más modesto, dice:
—En términos simbólicos creo que el discurso que más los representa es el nuestro. No tenemos los alcances ni la logística como para organizarlos. Hay un nivel grande de sindicalización en Argentina –en Latinoamérica el más elevado- pero si lo comparás con la cantidad de trabajadores sigue siendo poco. Esto se contiene desde la política”, nos dice ahora, más modesto.
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—Nosotros no bajamos a los barrios como La Cámpora, nosotros vivimos en los barrios —dice Pablo “el Mono” Lombardi, 32 años, hoy concejal de Moreno, también del gremio de Peajes. Corría el 2001 y militaba junto a Emilio Pérsico; en 2010 se cansó del Movimiento Evita y se pasó a la JS:
—Hugo nos contaba los orígenes de lucha del MTA contra el neoliberalismo y nos mandaba a formarnos y militar al territorio. Tenemos que tener una estrategia como clase.
La clase en su conjunto y no los “trabajadores “ es el sujeto deseado del cambio social para algunos de la JS que, como en otras juventudes surgidas después de 2003, tiene una militancia de izquierda previa. Cuando se le pregunta por el acercamiento de Hugo a los más “feos”, es claro:
—Es lo que se está discutiendo ahora en la Juventud. Pero el kirchnerismo ya no es una opción para nosotros.
La Juventud Sindical busca convertirse en una estructura de cuadros que vaya de lo gremial a lo político. Cuando empezó, algunos de los que sobresalían eran hijos de los sindicalistas alineados de la CGT que intentaban un lugar de poder propio. Después fue mutando. Hoy son activistas gremiales que estudiaron el convenio colectivo de trabajo de su sector y aprendieron derecho leyendo a tientas una legislación que, durante años, había sido letra muerta. Entre ellos existe una interpretación que tiene reminiscencias al libro “La estrategia de la clase obrera” de Nicolás Iñigo Carrera sobre la huelga general de 1936: así como el movimiento obrero fue peronista antes de Perón, fue kirchnerista antes de Kirchner, es decir, moyanista.
Muchos militantes de la JS se formaron con los cursos de cursos de capacitación político gremial que empezaron a dictarse en 2010, todos los jueves, en el salón Felipe Vallese de la CGT. Por ahí, pasó medio kirchnerismo. El Cuervo, Wado, Cabandié, pero también Guillermo Moreno, Julio De Vido, Nilda Garré, Carlos Zannini, Horacio Verbitsky, Diego Bossio y Carlos Kunkel. Cuando terminaba la charla y el invitado se iba, Facundo hablaba y repetía siempre la misma consigna: “Este gobierno no es un gobierno de los trabajadores, pero es lo mejor a lo que podemos aspirar los trabajadores en este momento”.
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Cristián “Pela” Oliva, el secretario del gremio de Lecheros, el concejal de Almirante Brown, moyanista fiel,está internado en la clínica Espora de Adrogué. Hace 48 horas lo operaron de urgencia por una infección. La intervención duró siete horas y el Pela está desconocido, lleno de agujeros. Todavía tiene el drenaje, casi no se puede mover en la cama y no quiere ver a nadie. Su esposa Verónica le avisa que Facundo lo está llamando.
—Uy damelo que hoy están las elecciones en CGT.
Facundo le dice que el secretario general de ATILRA no fue al Congreso y le pregunta si Vilches -el referente de Oliva- va a ir. Casi sin poder hablar, Oliva averigua desde la clínica y transmite.
Cuarenta días después, el “Pela” está hablando en el Luna Park ante 10 mil nuevos trabajadores. Son las siete de la tarde del 23 de agosto de 2012. En primera fila, está sentada Beatriz Sarlo que fue invitada por Facundo. Dos horas antes, el remisero que llevó a Sarlo pasó a buscar a Pablo Ferreyra por su casa. Aquel arco del que le hablaba Facundo a Pablo Ferreryra, ese que iba de Rucci a Tosco, es más amplio: en el Luna Park están también el metrodelegado Néstor Segovia y sectores no peronistas. Sentados en las butacas del Luna, a metros del escenario, Sarlo, Ferreyra, Segovia, parecen hámsteres en un laboratorio. No saben bien qué va a pasar, qué dirá Facundo (“estamos con los trabajadores, que son la izquierda”), qué dictará Hugo (“lo que no acepto son los extremos, decía el general” y “la diputa se va a dar en el 2013”), qué pretende y hacia dónde va el facundismo.
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Son las seis de la tarde y ya es de noche. En el desierto neuquino hace frío como siempre pero esta vez cae agua nieve. La temperatura ahora es de cero grados. En una casilla que llaman “trailer comedor”, Facundo toma mate con Darío Maestra, referente de la Juventud Sindical de Neuquén, y otros compañeros del sindicato de Petróleo y Gas Privado en Río Negro, Neuquén y La Pampa que dirige Guillermo Pereyra, representante obrero ante el directorio de YPF. Acaba de dar una charla, y ahora la conversación es animada. En algunos se percibe cierta emoción porque su líder está charlando con ellos como uno más. Tanto, que uno se anima y le dice:
—Por qué no vamos a Vaca Muerta.
Vaca muerta es la roca madre de donde se desprenden los preciados hidrocarburos, a más de 3000 metros bajo tierra. Es la promesa de que, si se concretan las inversiones que aún no llegan, Argentina pueda autoabastecerse de combustible otra vez.
El pedido de los muchachos incluía subir al piso de enganche del equipo perforador de shale gas 302; una mole enorme de hierro giratoria que, en el medio de la nada del desierto, evoca las películas donde gigantes robots extraterrestres caen desde el cielo. Los muchachos, con entusiasmo, algunos un poco arrebatados, le prestan ropa de seguridad para que pueda subir, y sentir lo que sienten los petroleros de YPF.
Facundo se calza el casco; le queda bien. Los muchachos revuelven los botines que tienen pero no hay caso. No hay ningún par de su número. Facundo se pone sin complejos un calzado tres talles más grandes y sube, escalón por escalón, aguanieve y viento helado en la cara, plena noche sobre la milenaria formación geológica, mientras los muchachos le cuentan, con cuidado de no taparse unos a otros, para qué sirve cada herramienta, las funciones técnicas de cada pieza de esa maquinaria inconmensurable, en la que trabajan ellos, como dicen, todos los días, lejos de casa, de sol a sol.
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En esa complejidad, a caballo entre dos tiempos, el pibe que a los 17 se integró -con fricciones, con reservas- al proyecto familiar apuntala su protagonismo. Facundo, que es Moyano, sabe que podría ser perfectamente uno de los personajes del año para la revista Gente. Pero no piensa en eso, sino en el sustrato inagotable del peronismo; en no dar pasos en falso porque a él y a los que lo rodean les quedan 30 años por delante. En la necesidad de superar al padre sin apurar su jubilación.
Hace poco Facundo estuvo en Estados Unidos, invitado como observador de las elecciones presidenciales. Aprovechó el viaje para visitar el sindicato de la sede de Teamsters, el sindicato de camioneros y se fotografió junto a un gran retrato de Jimmy Hoffa. Hay una película, hollywoodense, casi clásica, que retrata al sindicalismo como muchas veces lo hacen los medios locales. Como una asociación sospechosa. En Hoffa –que fue el sindicalista más importante de Estados Unidos- Danny De Vito es amigo del líder. En una escena, es acosado en un baño por un hombre del gobierno que busca seducirlo para que cante los vínculos de Hoffa con la mafia.
—¿Vos querés que yo traicione a Hoffa?—dice De Vito y se ríe a carcajadas.
Facundo también se ríe, por momentos, durante la charla, pero no se parece a Danny De Vitto ni a Hoffa. Cinco meses después, sigue con un pie en cada lado.
—No veo una fuerza política que pueda plasmar hoy una propuesta superadora. No digo que no pueda surgir. Creo que tiene que surgir y que va a surgir, que va a haber un proyecto político superador al kirchnerismo. Hasta que no surja, yo voy a seguir en el Frente para la Victoria más allá de todos los defectos y limitaciones.
Los que compartan ese criterio, los que no le teman a la contradicción permanente, serán los que repitan con él la consigna que el cabezón Moschini le dijo a su supervisor una tarde de 2006 en Maipú. “Yo voy en el Titanic con Moyano. Yo ya elegí”.