Ensayo

Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+


Marchar a contramano

Desde los 90, el Orgullo se moviliza desde Plaza de Mayo hasta Plaza Congreso. Pero esta vez, siguiendo la intuición compartida de habitar lo diferente, los movimientos invitan a marchar a contramano. Después de haber sido convertidos, en el discurso del presidente en Davos, en un objeto de escarnio público, culturalmente estigmatizado y económicamente ajustado, convocan a mezclarnos entre quienes no somos iguales. La marcha federal del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+ insiste en la urgencia de la protesta social y abre la posibilidad de pensar y organizar una oposición a la derecha globalizada.

¿Otra vez contra nosotres? El Presidente Milei propuso exterminarnos. Su amenaza de extirparnos como un cáncer aturde, desorienta. Pero, para nosotres, la irrupción del desconcierto no es nueva. Podemos decir, de hecho, que es una condición histórica de nuestra protesta. Un modo particular en el que los arrebatos de nuestra propia creatividad nos sorprenden, pulsando lúdicamente por la vida allí donde se nos sentencia a muerte. Ocupando el duelo de una forma alegre, haciendo de la protesta una oposición festiva, de la movilización un rito de éxtasis en el que disfrutamos haciendo política, promoviendo la diferencia como narrativa, como diseminación, como descontrol ante lo único, lo mismo, lo homologable. 

Por eso esta vez decidimos marchar a contramano, desde el Congreso a Plaza de mayo, dando vuelta el sentido histórico que traza las movilizaciones de nuestro orgullo desde el año 1992, en el sentido contrario, como un modo de seguir esta intuición compartida por la fiebre multitudinaria de hacer algo diferente. Decidimos mezclarnos entre quienes no somos iguales, después de haber sido convertidos, una vez más, en un objeto público de escarnio, culturalmente estigmatizado, ajustado económicamente, perseguido, señalado. 

A contramano, como las existencias que componemos por fuera de los régimenes cis-hetero-coloniales. 

A contramano de los privilegios de la enunciación política, para que las voces trans travestis no binarias y racializadas sean lo suficientemente escuchadas. 

A contramano de las burocracias sindicales, que se mantienen quietas. 

A contramano de la blanquitud extractivista. Por eso nos moveremos en dirección al río. 

A contramano del machismo intelectual, que nos dice que cuidemos el tono, que no exageremos, que no es para tanto. 

A contramano, como las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, que salieron al espacio público cuando fueron obligadas por el terror de la dictadura a permanecer en silencio, encerradas. 

De culo al Congreso, para acabar en la boca de Casa Rosada, y así, mirar cara a cara un presidente que cree que puede discriminarnos, perseguirnos y llamar a nuestro exterminio, como si nada, como si no fuéramos a responder, como si no tuviera consecuencias.  

Las fuerzas del sexo 

Nosotres no lo imaginábamos, es cierto, pero ellos tampoco la vieron venir. La primera Marcha Federal del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+, convocada para el sábado 1º de Febrero los agarró desprevenidos, confiados con excesiva soberbia en un nuevo sentido común que quieren imponer a través de la reactividad mediática. De ese modo nos subestiman, se burlan, nos reducen. Ese es el sentido común reaccionario y reconstructivo del supremacismo ideológico, de la moral conservadora y de la destrucción económica que representan actualmente las fracciones tecnofeudalistas de la derecha globalizada.

La movilización pone en acto, entonces, no solamente la vitalidad de hacer de las diferencias un ensamble sorpresivo para insistir en la urgencia de la protesta social, asfixiada de sentimientos de impotencia y frustración ante la sistematicidad del abuso, del destrato y la violencia política, económica y cultural del gobierno de Javier Milei. También actúa, en sus modos de desorganización y reimaginación de lo político, una crítica inesperada sobre los modos en que puede ser pensada y organizada la posibilidad de una oposición. 

Esta marcha a contramano se vuelve una oposición que junta los pedazos de lo que ha sido quebrado, que construye una ofensiva situada con las partes que sobreviven al derrumbe aún en curso. Propone, desde ese estar roto, una movilización hecha de fragmentos.

Organizada una semana antes en la Asamblea Antifascista LGTBIQNB+ de Parque Lezama que convocó, boca a boca, la Columna Mostris -un espacio de contención callejera creado entre activistas y artistas que provienen de luchas transfeministas, antipunitivas, cuir, marronas, sidosas, discas y locas-, esta marcha a contramano se vuelve una oposición que junta los pedazos de lo que ha sido quebrado, que construye una ofensiva situada con las partes que sobreviven al derrumbe aún en curso. Propone, desde ese estar roto, una movilización hecha de fragmentos. Una ética de la multiplicación donde la diferencia une pero no diluye, mezcla pero no cicatriza. Un modo de composición característico de la protesta sexual y antirracista que ha hecho de la convivencia cultural con lo distinto y de su cuidado material, su deseo y su principal horizonte de organización política. 

Esta oposición transforma la violencia sobre aquella inevitable visibilidad de sus inadaptados gestos, de sus incontrolables rasgos, en un principio cooperativo que logra reunir y conmover a una sociedad agobiada por la aspiración de control, a un común debilitado que necesita marcar un límite a la política cultural del conservadurismo libertario. Esa política opera en favor de lo único, de lo blanco, lo hetero y lo masculinista; esa es la política que nosotres llamamos fascista. Su forma de imaginar lo social se basa en la violencia del mando, la exaltación patriótica, la censura paranoica y en la obsecuencia corporativa. Disfraza su obediencia con la agenda global a través de la crítica al ‘wokismo’ y la famosa batalla cultural. Conspira para posicionar como amenaza, como peligro, como un cáncer o un virus a las luchas por el reconocimiento de la diversidad sexual y de género, el feminismo, la crítica racial anticolonial, el ambientalismo, y particularmente en Argentina, el movimiento de Derechos Humanos. Es decir, toda forma de agencia política que opere posicionando la defensa de lo diferente. 

El supuesto  marxismo cultural es, en realidad, una organización subterránea cuya voluntad secreta es trastornar y pervertir los valores cristianos y las costumbres conservadoras del liberalismo. Con ese mecanismo falso, no solo crean un estado de ansiedad generalizado ante la presencia de lo distinto, sino que también desmaterializan la crítica estructural de nuestros movimientos, reduciéndola a una demanda meramente cultural. 

De este modo pretenden reducir las desobediencias sexuales y las luchas antirracistas a una mera disquisición simbólica que busca hacer desaparecer la complejidad de nuestros cuerpos. Pretenden que así se desvanezca la fuerza de trabajo de esas corporalidades, de sus movimientos migratorios, de sus inscripciones políticas, de su participación sindical, de sus estados de ánimo y de su salud integral.  Desvaloriza, así, a nuestra historia de resistencia como una demanda de representación, como una reforma del lenguaje o un protocolo neurótico de corrección moral. 

Nos lanzamos, una vez más, a devenir les “aguafiestas del neofascismo”.

En el primer año de la gestión presidencial de Javier Milei ese proceso ha sido agenda pública, intentando avanzar sobre los pactos ya establecidos, atacando la memoria de nuestros acuerdos. Mientras programa el desmantelamiento de todas aquellas garantías legales que nuestros movimientos utilizan como herramientas desde las cuales seguir ampliando la dignidad de nuestras condiciones de vida. 

Este efecto deslegitimador que ha precarizado de manera radical nuestra participación social, exponiéndonos a violencia física, verbal, ideológica y política, arrojándonos al miedo, la vergüenza y al silencio, no solo es una conquista de Javier Milei. También, fue posible gracias la subestimación de aquellos partidos políticos y movimientos sociales que estratégicamente se han desidentificado del progresismo -la nueva mala palabra-, a pesar de haberse beneficiado de sus bases sociales. Una desidentificación estratégica -¿quizás, una revelación consumada?- cuyo principal efecto ha sido la reducción cultural de nuestras demandas políticas, la desmaterialización de la violencia simbólica, la individualización de nuestra composición colectiva y la infantilización de nuestras perspectivas políticas.

Nos lanzamos, una vez más, a devenir les “aguafiestas del neofascismo”, como reza la consigna del Comité Cósmico de Crisis y la bandera de la Columna Mostri. Porque la política sexual que imaginamos no sólo se compone “del nombre propio”, si no, también, de una “política de la consigna", como posiciones encarnadas que llaman, que reúnen a una multiplicidad desobedientes de formas de vida. Marchar a contramano, es una invitación que hacen nuestros movimientos, que ofrecen con delicada humildad y extravagante alegría las protestas sexuales y antirracistas, para componer desde la debilidad. Una debilidad que no es política, sino más bien material, física, económica y anímica. Una debilidad que habla de las partes en las que hemos sido fragmentades por la precariedad del trabajo, de las partes en las que hemos estallado por efecto de la violencia cotidiana. Es desde esas mismas partes que podemos volver a imaginar cómo vivir una buena vida juntes. 

La polifonía de voces que hoy dice basta es un gesto terapéutico de reconexión. Basta a la violencia sobre las diferencias sexuales y raciales en el goce de exterminio que pronuncia el presidente Javier Milei. Basta a las desacreditaciones políticas de los especuladores, que le bajan el precio a las consecuencias y profundizan la falsa dicotomía entre micro y macro, entre plan económico y libertad individual, cuerpo y política. 

Esta polifonía es también un ejercicio colectivo de memoria. Nos abraza y nos devuelve la mirada, reconoce que el riesgo es compartido y que por eso nuestras vidas también importan. Recuerda que en el corazón de nuestro movimiento vive la diferencia, y esa diferencia es interseccional e intersectorial. Demuestra que transforma las fuerzas del sexo en una inteligencia desde la cual desarmar la naturaleza moral de lo único y la desigualdad. Confirma que la diferencia con la que se expresan nuestros deseos y nuestros cuerpos no son una amenaza a la libertad de nadie, sino una oportunidad para su multiplicación interminable. Esta marcha es una toma de posición conjunta, un segundeo masivo, un volver a agarrarnos las manos entre todes, para que el presidente sepa, para que Javier Milei se entere, que hay un país entero al que no le da lo mismo. Que hoy la sociedad le dice que no, que no vamos a dar un paso atrás. Que hoy es por nosotres, y en ese nosotres, exigimos la posibilidad de un vida digna para todas, por todos, con todes.